De las vidas ajenas. Maldigo la poesía . «Maldigo la poesía - TopicsExpress



          

De las vidas ajenas. Maldigo la poesía . «Maldigo la poesía concebida como un lujo/ cultural por los neutrales/ que, lavándose las manos, se desentienden y evaden./ maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse». (Gabriel Celaya, del poema «La poesía es un arma cargada de futuro»). Soy poeta de aquí. Castellano de verso viejo. Zamora y campo. Soy sudor de labranza jornalera, silabario pobre de escuela rural. Humean estas carnes nuestras a tierra agostada, a grito, a silencio, a injusticia y una fanega más sin trigo. Quizá tengan, estas carnes, sabor a rezo de poco progreso sin alma, de menos sustancia. Somos, ay de mí, como templos sin cigüeña, sin incienso. Obedientes catecismos. Castillos derruidos, ay de ti, zarandeados por los vientos de las blasfemias de otros; de esos que redactan las leyes -lejos de esta planicie- para gobernar las sumisas voluntades en nombre de la «democracia». La democracia: relicario de votos en las urnas para disfrute de algunos diablejos. Esta es Castilla, Castilla y León, la de mucho campo y poca voz; la de mucha iglesia y poco Dios; la de Santiago apóstol sin caballo y sin espada. La del lamento a escondidas. La «reserva», pueblo-rebaño, patrimonio familiar de unos cuantos. La misma que soporta lobos sin quejarse, aguantando aullidos. Esta es Castilla, el granero nacional que pregonaban. Siempre silo de cereal para engorde de otras banderas, no las nuestras. Así nos ha ido. Así nos va. «El que no llora, no mama», como hacen otras regiones. No lloramos porque no tenemos lágrimas. Y esta madre, antaño España, hoy madrastra, anda falta -resecas las ubres- de leche y pan. Hemos sufrido demasiado. Óbito en los ojos. En la lengua, silencio. En el corazón sin dientes, la rabia y la impotencia. -¡Ay, los lobos! Los lobos sin religión, aforados lobos. Pero, ¿dónde están los poetas, la voz del pueblo, para que nos defiendan? ¿Dónde la canción protesta? ¿Dónde los fabulistas que adoctrinaban a los niños con sus moralejas? ¿Dónde los actores teatrales que acusaban a los políticos por sus fechorías y eran perseguidos y maltratados? ¿Dónde el grito del silencio que camina, sin horizonte, tragándose el polvo soberbio de los zapatos déspotas de no pocos gobernantes y «listillos» ladronzuelos? Porque, pienso, no pueden los vates, los trovadores, los coplistas desgastar su tiempo en cantar a la luna enamorada, al vuelo de las golondrinas, a la puesta de sol, al fervor de la rosa. Ni mucho menos los juglares -de estómago repleto- entonar alabanzas a los «héroes de la política», como si fueran los protagonistas patrióticos en el Cantar de mío Cid. -¡Ay, el diablo! No podemos enmudecer ante las injusticias sociales: sobornos, tropelías, trapicheos, nepotismos, mafias que todos sabemos. ¿Para qué citarlas? Callar. La palabra del poeta, del periodista, del escritor, es el acento de sus semejantes. La palabra es terrible, peligrosa, cruel, mortífera cuando se convierte en diccionario de dardos. ¡Ay, la palabra! La palabra. Lo más sagrado y lo más profano de la Biblia es «Palabra de Dios». Y Dios, según su voz, es látigo contra los que profanan su templo, su nación, su casa. ¿Su nación? La nación del Señor altísimo es el corazón de cada ser creado, la vida. Corazón humilde, sin puño en alto, sin bandera propia, sin vocabulario. A ese corazón dentro de un cuerpo hay que defender con el poema comprometido. Con mucha frecuencia, ya desde la antigüedad, los versos de los bardos han sido espadas afiladas y temerosas en la guerra de los caprichos ajenos, de las maldades y perversiones con actas de diputados y senadores. ¿También hoy? ¡Qué va! Disfrutamos componiendo coplillas a la luna llena en noches de insomnio. -¡Viva el rey David, salmo en arpa, beso divino! ¿Dónde están los poetas de esta España de hombres que se hunde, que zozobra sin escrúpulo empujada por huracanes descontrolados, oscuros intereses; un país casi sin bandera e himno, (orgullo en muchas naciones de allá y de acá, de aquí no) derrotada por los propios hijos? ¿Vuelve el pesimismo de la Generación del 98? Rafael Alberti en «Balada para los poetas andaluces de hoy», aplicable a todos los versificadores: «¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?/ ¿Qué miran los poetas andaluces de ahora?/ ¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?/ Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde están los hombres?/ con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?/ con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?/? ¿No habrá ya quién responda a la voz del poeta?/ ¿Quién mire al corazón sin muros del poeta?/ ¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?». -Yo, amén. ¿Tú qué piensas? ¡Ay, los poetas! ¡Ay, España! Blas Otero en el poema «España camisa blanca»: «España camisa blanca de mi esperanza/ la negra pena nos amenaza/ la pena deja plomo en las alas./ Quisiera poner el hombro y pongo palabras/ que casi siempre acaban en nada/ cuando se enfrentan al ancho mar». -¡Ay, ay la poesía y los poetas! Yo con mi lamento de aguilucho. Gabriel Celaya piensa del poema en boca del poeta inquieto: «Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos». Es necesaria una revolución de las palabras en los versos comprometidos con la sociedad, en defensa del hombre, de su dignidad, de sus derechos, de sus libertades. ¿O no? Quizá menos Juegos florales; quizá más rebelión poética en las calles y en las plaza, voces públicas. Tal vez alguien nos oiga y no siga. ¿Maldigo la poesía? ¡Oh, no! Sería como insultar a las Musas del Olimpo. Pero si esas divinidades no inspiran a los poetas y a los músicos versos como espadas, prometo no creer en ellas ni adorarlas como tales. Decía el chileno Nicanor Parra, reciente Premio Cervantes, 2011: «Nosotros repudiamos/ la poesía de gafas oscuras/ la poesía de capa y espada/ la poesía de sombrero alón./ Propiciamos en cambio/ la poesía a ojo desnudo/ la poesía a pecho descubierto/ la poesía a cabeza desnuda». Yo firmo el manifiesto mañana: el panegírico por este país tan quijotesco que agoniza en las aspas de los molinos de viento. Te dejo con la canción de Cecilia, para que la cantes si la sabes; es aquella de «Mi querida España». Solo unos versos: «Mi querida España./ Esta España mía,/ esta España nuestra./ De tu santa siesta/ ahora te despiertan/ versos de poetas./ ¿Dónde están tus ojos?/ ¿Dónde están tus manos?/ ¿Dónde tu cabeza? / ?¿Quién pasó tu hambre?/ ¿Quién bebió tu sangre/ cuando estabas seca?». -Yo, amén de guitarra en grito. laopiniondezamora.es/opinion/2013/06/15/maldigo-poesia/686057.html
Posted on: Sat, 15 Jun 2013 09:17:55 +0000

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