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Desde el corazón del obispo de Roma De nuevo se repite en el título de un documento pontificio la dimensión de la alegría, signo característico del testimonio cristiano. En ella está como contenido el Vaticano II, desde el inicio hasta la conclusión. Con las palabras Gaudet mater ecclesia («gócese hoy la santa madre Iglesia») iniciaba, en efecto, el memorable discurso de apertura con el cual Juan XXIII presentaba el Concilio; y Gaudium et spes, la constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, expresaba en el íncipit la participación en la alegría y la esperanza de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo. Diez años después de la conclusión del Vaticano II, con la invitación apasionada de la Carta a los Filipenses es como inicia el único texto papal totalmente dedicado a la alegría, la exhortación Gaudete in Domino de Pablo VI: «Alegraos siempre en el Señor, porque Él está cerca de cuantos lo invocan de veras». No es entonces casualidad que el texto de Montini sea el primero que el Papa Francisco cita en su Evangelii gaudium, para subrayar que «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Entregada en la conclusión de un año de la fe querido por Benedicto XVI para recordar el Concilio que providencialmente renovó a la Iglesia, la exhortación apostólica es un documento excepcional. Ante todo porque nace del corazón del obispo de Roma, fruto de una experiencia en primera línea y de su prolongada meditación sobre la urgencia de anunciar el Evangelio en el mundo de hoy. El contenido y el estilo inconfundibles del Papa Francisco caracterizan, en efecto, el texto y atrae a quien lo lee. En las páginas iniciales el Pontífice recuerda, cierto, el Sínodo sobre la «nueva evangelización» y declara que de él recoge la riqueza, pero el documento —que por lo demás no lleva la especificación «postsinodal», casi como para destacar el origen personal— expresa las preocupaciones «en este momento concreto de la obra evangelizadora de la Iglesia». Aunque «no es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios» y es necesario, en cambio, «avanzar en una saludable “descentralización”». El obispo de Roma afirma no haber tenido la intención de escribir un tratado teórico, sino «mostrar la importante incidencia práctica» de los temas afrontados por el texto. Con un objetivo bien preciso: ayudar a «perfilar un determinado estilo evangelizador» que el Papa Francisco invita a asumir «en cualquier actividad que se realice». Un estilo que se puede representar en la imagen de una Iglesia que esté verdaderamente abierta: para anunciar el Evangelio acompañando a la humanidad de hoy «en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean». E impresiona la prosa cautivante de esta magna charta para la Iglesia de hoy, texto que declara explícitamente tener «un sentido programático y consecuencias importantes»; porque no es posible «dejar las cosas como están» y es necesario constituirnos en un «estado permanente de misión». Con el fin, implorado en la oración final a la Virgen, de «buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga». g.m.v. 27 de noviembre de 2013
Posted on: Sat, 30 Nov 2013 09:54:01 +0000

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