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Después de esta imagen aparecieron en la pantalla puras rayas horizontales. Rodrigo, a manera de evasión, se quedó dormido. No podía ir más allá. Aparentemente su bloqueo era mucho más poderoso que el de Azucena. De cualquier manera, las imágenes que ella tenía en su mano le iban a ser de enorme utilidad. Como quien no quiere la cosa, las había empezado a hojear en lo que Rodrigo despertaba. Lo prime¬ro que le impactó fue descubrir que el comedor de esa casa correspondía a la misma habitación que ella había ocupado como recámara en su vida en 1985. Azucena reconoció el vitral de una de las ventanas como el que se le había venido encima el día del terremoto. Fuera de eso, entre el comedor de la vida de Rodrigo y la recámara de ella existía una abis¬mal diferencia. El comedor pertenecía a la época de esplen¬dor de la residencia y la recámara a la de decadencia. Azuce¬na suspendió de golpe sus comparaciones. Acercó a su rostro una de las fotografías para apreciarla en detalle y des¬cubrió que la cuchara que Rodrigo había sostenido en la mano durante la violación ¡era la misma que ella había visto en Tepito y que había comprado la amiga de Teo el anti¬cuario! En cuanto regresaran a la Tierra, lo primero que Azucena tenía que hacer era ir a buscar a Teo para que lo condujera con su amiga. ¡Ojalá que esa mujer aún conserva- ra la cuchara! Por lo pronto, tenía que terminar con la sesión de Rodrigo. Tenía que armonizarlo. No podía dejarlo en el estado en que se encontraba. Azucena, poniéndole los de¬dos en la frente, le ordenó que despertara y que continuara con la regresión. Rodrigo reaccionó perfectamente a sus in¬dicaciones. —Vamos al momento de tu muerte. Vamos a que veas por qué tenías que haber tenido la experiencia que tuviste. ¿Dónde estás? —Acabo de morir. —Pregúntale a tu guía qué tenías que aprender. —Lo que es una violación... —¿Por qué? ¿Violaste a alguien en otra vida? —Sí. —¿Y qué se siente ser violado? —Mucha impotencia... mucha rabia... —Llama a tu cuñado por su nombre y dile lo que sentis¬te cuando te violó. —Pablo... —Más fuerte. —¡Pablo...! —Ya está frente a ti, dile todo... —Pablo, me hiciste sentir muy mal... me lastimaste mu¬cho... —Dile qué sientes hacia él. —Te odio... —Dilo más fuerte. Grítaselo en la cara. —Te odio... Te odio... —¿Qué sientes? —Rabia, mucha rabia... ¡Siento los brazos cargados de rabia! El rostro de Rodrigo se deformó. Tenía las venas salta¬das. Los brazos tensos y las manos apretadas. La voz le salía ronca y distorsionada. Lloraba desesperadamente. Azucena le indicó que tenía que continuar gritando hasta que saliera toda la rabia encerrada. Para facilitar el desahogo le propor¬cionó un cojín y le ordenó que lo golpeara con todas sus fuer¬zas. El cojín fue insuficiente para alojar la furia que deja una violación dentro del organismo. Rodrigo, al poco rato de golpear, lo destrozó, lo cual fue muy bueno, pues su rostro empezó a mostrar alivio. Lo malo fue que todos en la nave se tuvieron que hacer a un lado para evitar ser alcanzados por los golpes, y la nave, que no andaba en muy buenas condicio¬nes que digamos, se desestabilizó y empezó a brincotear. La abuelita de Cuquita, que dormía profundamente, se despertó entre el alboroto. Los
Posted on: Fri, 12 Jul 2013 13:35:33 +0000

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