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Diario de un nuevo papá Escrito para BabyCenter en Español Por Víctor Argueta Díaz. Víctor Argueta es un joven mexicano que divide sus intereses entre la ciencia y la escritura. Actualmente se dedica tiempo completo a cuidar a su hija Ana Sofía. Estrenando bebé Victor y Ana Sofía Escribo este artículo con mi bebé a un lado. Ustedes disculparán que escriba tan despacio, pero es difícil hacerlo con una sola mano. La pequeña Ana Sofía está por cumplir los cinco meses de edad. Todavía no gatea pero se arrastra en reversa, lo cual le resulta bastante frustrante porque así no puede alcanzar los juguetes que ponemos delante de ella. Antes de que naciera la pequeña Ana Sofía, mis amigos me comentaban que una vez que la bebé naciera mi relevancia como miembro de la familia se esfumaría. “Todo girará alrededor de la bebé y la mamá. La gente ni siquiera se dará cuenta si estás en el cuarto o no”. Efectivamente, todo gira alrededor de la bebé y la mamá, sin embargo, depende de mí si quiero hacer acto de presencia o simplemente deambular entre los cuartos de la casa. El cuento de las mil y una noches Mientras Stephany, mi esposa, se recuperaba de la cesárea y la pequeña Ana Sofía estaba en observación por haber nacido con una depresión pulmonar, tuvimos muy poco contacto con ella. Fue hasta el tercer día cuando el pediatra autorizó que la bebé saliera de su cunero. Cuando las enfermeras llevaban a la bebé a nuestro cuarto ya había tomado su siesta, le habían cambiado el pañal y por lo general después de unos minutos mientras amamantaba se dormía. Un par de horas después las enfermeras regresaban y se la llevaban nuevamente al área de observación. Quizás por esa razón la primera noche fuera del hospital fue horrible para los tres. La bebé lloraba y a pesar de que seguimos las indicaciones al pie de la letra (revisar pañal, darle de comer, sacarle el gas) no podíamos lograr que dejara de llorar. En los escasos momentos que se dormía tan sólo se quedaba tranquila por unos cuantos minutos, los suficientes para relajarnos y bajar la guardia. Creo que esa noche cambiamos ocho pañales, cinco mamelucos y lloramos con desesperación unas tres veces. Al día siguiente nos sentíamos como los peores padres del mundo, completamente agotados y aterrorizados de la pequeña bebé. Les puedo asegurar que a ustedes también les sucederá ya que hasta ahora no conozco a ninguna pareja que no haya tenido una noche como esa. Tarde o temprano a todos nos llega nuestro bautismo de lágrimas. Si tienen “la fortuna” de tener un bebé con cólicos, como nosotros, donde la bebé cada noche siempre tendrá una o dos horas de llanto incontrolable, les recomiendo que tomen turnos. Los cólicos son una cuestión de paciencia. Ayuden a su esposa y traten de calmar al bebé por media hora (o un poco más). Denle tiempo a la mamá a que descanse un poco, se distraiga, y después ella podrá llegar al relevo. Probablemente tendrán que intercambiar roles varias veces hasta que el bebé se calme. Algunas noches serán peores que otras, sólo recuerden que siempre existe la promesa que algún día el bebé dormirá tranquilamente por varias horas. Cambio de pañales Aproximadamente un bebé utiliza entre seis y ocho pañales al día. Eso quiere decir que antes de que el bebé pueda ir al baño por sí mismo utilizará aproximadamente entre 4400 y 6000 pañales, los cuales tendrán que ser cambiados por ustedes. Según mis cálculos, Ana Sofía lleva unos 1.000 y todos han sido asquerosos. Cómo una bebé tan pequeña pueda ensuciarse tanto con una dieta basada en leche materna es un misterio que jamás podré entender. Además no es sólo una cuestión de cambiar el pañal solamente. No señor, hay que ver y oler las caquitas, porque les aseguro que en la siguiente visita con el pediatra, éste les preguntará si el bebé esta obrando de forma correcta, y la única forma de saberlo es describiendo el color y la consistencia del excremento de su pequeño. No es agradable, pero después de cambiar doscientos pañales se irán acostumbrando. Pecho o biberón Desde un principio sabíamos que queríamos alimentar a la bebé con leche materna. No queríamos saber nada sobre utilizar fórmulas. Sin embargo con las complicaciones durante el parto la bebé tuvo que alimentarse con fórmula los primeros días para regular su sistema digestivo. Una vez en casa reemplazamos la fórmula con leche materna, sin embargo el pediatra nos sugirió que además de pecho le diéramos un par de onzas al día de formula. Estas onzas se las dábamos en la madrugada (con la idea de que como la fórmula es mas difícil de digerir la bebé pasaría más tiempo dormida) y por supuesto yo le daba esa botella en la madrugada. Esa hora y media en la que le daba de comer, le sacaba el aire y la arrullaba me ayudaron para conectarme con ella. Es una experiencia única el poder estar a obscuras, en silencio y a solas con la bebé. Además que al darle de comer en la madrugada dejaba que mi esposa durmiera y descansara al menos un par de horas más. Cuando no queríamos darle fórmula mi esposa se sacaba leche en la tarde y la guardábamos en una hielera al lado de la cama junto con un termo con agua caliente. Cuando era el momento de la mamila, ponía el agua caliente en una taza y calentaba la leche en baño María. Tardaba un par de minutos (que con el llanto de la bebé a veces parecían una eternidad) pero conforme empezamos a conocer a la bebé pudimos prepararnos mejor para alimentarla en la noche. Sé que es difícil levantarse a las 3 de la mañana, acostarse a las 4 y dormir un par de horas antes de salir al trabajo, pero el esfuerzo vale la pena. No sólo ustedes se sentirán más conectados con el bebé, sino que él (o ella) los empezará a reconocer mucho más. Abuelas Las abuelas tienen ese extraño don de ser una maldición y una bendición para los nuevos padres. Cuando nació Ana Sofía vivíamos en la casa de mis padres por lo que los veíamos todos los días. No solamente estaban mis padres, sino que los padres de Stephany estuvieron de visita por tres semanas. Stephany estaba encantada de tener a un ejército de abuelas a su disposición, pero debo de confesar que en algunos momentos llegaba a ser bastante desesperante no poder cargar a mi hija sin tener que oír las críticas de mi mala técnica para cargar a la bebé. Por ejemplo, cuando la trataba de arrullar mi madre me decía que tenia que caminar mientras daba pequeños brinquitos para calmarla. A los dos minutos llegaba mi suegra y me criticaba por los dichosos brinquitos, que lo mejor era permanecer quieto mientras columpiaba a la bebé de lado a lado. La única razón por la que mi madre y mi suegra no terminaron odiándose es porque mi madre no habla inglés y mi suegra no habla español. Por otra parte, mi papá y mi suegro cargaban a la bebé como si tuvieran una carga de nitroglicerina. Con los brazos extendidos y los ojos entrecerrados, esperando el momento de que explotara. Cada vez que la bebé empezaba a quejarse o a llorar nos la regresaban atemorizados de la inminente explosión. Lo mejor fue cuando tuvieron que cambiarle un pañal. Cruzaban miradas nerviosas, miraban a la bebé con compasión y al pañal como un objeto extraño e incomprensible. Por orgullo cambiaron ese pañal y sólo ese pañal. Cuando olían que la bebé estaba sucia, buscaban una excusa para salir del cuarto momentáneamente y desaparecían. Sin embargo, ahora que los abuelos no están, los extrañamos mucho. No solamente nos ayudaban a cuidar a la bebé y nos permitían tener unos momentos de tranquilidad, sino que nos enseñaron esos pequeños trucos que hacen más fácil la vida del bebé. Al ver como mi madre cuidaba a la pequeña me imaginaba como me cuidaba cuando era niño. Papá en casa La llegada de un nuevo bebé siempre representa un cambio importante en la vida de la pareja. Toda la rutina del día cambia radicalmente. No son sólo los pañales y las desveladas, es también la vida social, y la relación entre los dos. Como estos cambios no eran suficientes, Stephany y yo decidimos que sería buena idea renunciar a nuestros trabajos y mudarnos de país. Ana Sofía nació en México, donde Stephany y yo trabajábamos en la Universidad. Era un buen trabajo, pero nuestros contratos eran eventuales. Después de mucho platicar decidimos que con la llegada del bebé necesitábamos un poco más de seguridad laboral y aceptamos la oferta de una universidad en Estados Unidos para que Stephany fuera profesora de tiempo completo. Así que de vivir en una de las ciudades más grandes del mundo, donde estaba una red familiar que nos apoyaba mucho, nos mudamos a un pueblito de menos de diez mil habitantes donde no conocemos absolutamente a nadie. Para mí el cambio de país también representó un cambio de mi rol dentro de la familia. En México ambos trabajábamos, pero aquí en Michigan, con la situación económica actual, los trabajos en mi área son bastante escasos. Por lo que ahora me encuentro en una inesperada situación en donde mi esposa sale a trabajar todos los días mientras yo me quedo en casa a cuidar de la pequeña. Por si esto no fuera poco, la semana pasada la temperatura bajó hasta -20°C y cayeron 35cm de nieve, por lo que ni siquiera puedo pensar en salir a pasear con la pequeña. Los días por lo general son pesados. En las mañanas me despierto para quitar la nieve de la entrada de la casa, hago ejercicio y preparo un desayuno sencillo. Mientras tanto mi esposa arregla a la bebé y disfruta de unos cuantos minutos con ella antes de partir. Tratamos de desayunar juntos y platicar, son tan solo unos cuantos minutos antes de que tenga que salir. En el momento en que Stephany cierra la puerta detrás de ella siento el peso de la paternidad sobre mis hombros. De un momento a otro nos quedamos la bebé y yo. Nos miramos el uno al otro. Ana Sofía suelta un largo y profundo suspiro como si se resignara a otro día conmigo y yo me dirijo a calentarle una mamila. Ese miedo, sin embargo, pronto desaparece por una enorme satisfacción de poder pasar todo este tiempo con mi hija. El poder ver sus primeros intentos de gatear, o enseñarle a dormir por su cuenta son pequeñas habilidades que está adquiriendo de las cuales no soy solamente un testigo, sino que estoy participando activamente de ellas. Me encanta poder distinguir sus llantos y conocer sus horarios de siestas. Definitivamente la conexión que siento actualmente con mi hija ha aumentado a raíz de estar al cuidado de la casa. Aunque, claro, nunca faltan esas miradas de tristeza de familiares y amigos. Tal parecería que el cuidar a la bebé fuera un símbolo de derrota y fracaso. Supongo que mi generación creció en hogares donde la mamá se dedicaba exclusivamente a la casa y el papá trabajaba 12 horas diarias y sólo pasaba tiempo con los niños el fin de semana. Yo viví bajo ese modelo y entender que existen otras posibilidades no es tan sencillo. Sin embargo las satisfacciones que experimento en estos días sobrepasan, por mucho, cualquier logro laboral que haya alcanzado. Hay muchas más historias que me gustaría contarles, pero al parecer la pequeña tiene hambre y me lo está haciendo saber a golpe de llanto en mis oídos.
Posted on: Fri, 20 Sep 2013 07:59:49 +0000

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