Dos tazas de café. El tiempo transcurría con la lentitud que - TopicsExpress



          

Dos tazas de café. El tiempo transcurría con la lentitud que caracteriza cuando se está en una espera, las ajugas del reloj parecían clavadas y el nerviosismo, como es de esperar, aumentaba en relación directa con la desesperación que sentía. La tarde presentaba un gris inusual por aquellos lados, la soledad podía leerse claramente en aquellas nubes oscuras y la diminuta llovizna no hacía más que ratificar lo endeble de un paisaje que se quejaba por la angustia, quizás del mundo, quizás de las personas. No es necesario ser un experto para darse cuenta que el cielo muchas veces presagia sensaciones o también, tal vez, las influye con tanta potencia que pone en duda hasta a los más escépticos. Sus ojos estaban rojos de tanto frotarlos, la piel de su cara quejosa a causa del constante refriego sufrido por sus manos, la espera se le estaba haciendo interminable pero también le daba el tiempo necesario para pensar que decirle, para aprovechar cada momento que lo tuviera cerca, quería y necesitaba sacarle todo el partido que fuese posible y es que fueron muchos años los que pasaron, su ausencia ya no le dolía, más bien le molestaba, se había convertido en una especie de carga tan pesada que hasta podía sentir una suerte de plomada de las más grandes en el punto más alto de su espalda. ¿Cómo sería la bienvenida? ¿Qué le diría? ¿Se animaría a darle un abrazo como en su época de más brillante niñez? ¿O la sola idea le volvería a parecer “cursi” como en su adolescencia? Sabe que debe apostar a la palabra por la palabra, sabe que un sueño planeado, en el momento de cumplirlo, deja de ser un sueño, sabe que tiene que escuchar el llamado de su existencia y eso, en lo más profundo de sí, es lo que mayor pánico le causa. Se levanto de la silla, choco su pie con la pata de la mesa, levantó su cabeza al cielo y maldijo a quién estaba arriba, luego razonó y pensó que justo en ese momento, no era bueno hacerse de enemigos. Fue a la cocina y decidió hacer, después de muchísimo tiempo, un café. “Dos de leche y una de azúcar”, ese pensamiento le llego a la mente como una lanza de un Toba hambriento. Caminó en círculos de la mesa redonda de su cocina tratando de hallar el porqué de ese inconsciente pensamiento, ¿que lo había traído justo en ese momento?, cuando de repente su imagen le llego como una pluma del cielo, tenía unos 4 años de edad, en la misma cocina pero manteniendo un fuerte apreté a los pantalones de él, observando, quizás aprendiendo, o tal vez, más convincente, fijando ese recuerdo que tanto le serviría después. Preparo dos tazas y volvió al comedor, su ansiedad por el encuentro estaba tan fresca, tan palpable, que hasta se ruborizaba de algún posible duende espía que estuviera observando. Pasaron las horas y en medio de tanta reflexión, comenzó a entender que era en vano, que su espera era fantástica, cargada de emociones, llena de misterios, de preguntas, de miradas, pero que la taza de café que tenía enfrente ya no soportaba mas la heladez que la invadía. Supo entonces que su padre no iba a venir, y es que la muerte nos engaña una y otra vez, transmitiéndonos sentimientos de presencia y de acompañamiento, endulzándonos con suaves brisas cálidas en los hombros augurándonos un encuentro que, inconscientemente, se transforma en una visita a nosotros mismos. Se paró de la mesa y vertió la tasa de café en el patio, esos granos hacen maravillas en uno, no merecen el desagüe. Llenó con agua los dos recipientes con sus respectivas cucharas y se dirigió a su cama, simplemente a dormir, deseando no tener sueños esa noche, sabiendo que su espera no fue en vano, que había entendido un poco más a la muerte por impotente que se sienta si lo piensa una y otra vez, que su existencia ahora es aun más fuerte, pero que la próxima semana, acecha otra espera muy larga.
Posted on: Tue, 29 Oct 2013 03:13:02 +0000

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