Ducharse con agua fría es un terrible ritual aprendido en condiciones de extrema necesidad. Aunque las técnicas pueden variar, es indispensable una buena preparación mental, similar a la de los de los mejores maestros budistas, antes de atreverse a pasar una primera mano por el muro de agua fría que eructa el abyecto tubo te tortura. Tras el primer contacto, se recomienda mojar cuidadosamente cada una de las extremidades del cuerpo, antes de enjabonarlas, sin tomar en cuenta el torso todavía, que –no se preocupen amigos fanáticos de la limpieza torsal-, habrá de sufrir su turno en el momento apropiado. En ese instante, generalmente, es cuando se pone uno a esperar ilusamente que el flujo constante de agua helada actúe como calentador natural de sí mismo, o que el sol incipiente de madrugada ya haya entibiado la tubería externa del sistema de agua de la casa; o a creer en Santa Teresita y solicitarle un pequeño apoyo para una causa pérdida de esta magnitud, según los intereses y las creencias de cada quien. Todo esto, claro, para darse finalmente cuenta de que si uno no se avienta completamente debajo del hilo de la ducha, no acabará bañado correctamente; echando irónicamente por un tubo todos los anteriores consejos y mis anteriores esfuerzos por encontrar sinónimos del maldito pedazo de plástico duro. Ahora, todo esto podría sin duda convertirse en un verdadero acto de valentía cotidiana, o en un principio de salud, según algunos ignaros doctores y otros charlatanes del ramo, si no fuese por su repetición constante, poco recomendable en mi actual condición gripal, dejando a Sísifo como un bienaventurado querubín, feliz de rodar su piedrita por la ladera de su infortunio. En verdad que Dante no sabía de que hablaba cuando escribió la Divina Comedia.
Posted on: Tue, 03 Dec 2013 20:37:46 +0000
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