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EL CALIPIGIÓLOGO Para el calipigiólogo Juan Dager y . « Decid, decid, magnánima señora/ cuál sería el pecado fementido ». L.de Greiff. Cuando a la edad de la adolescencia la vio jugando lo que las niñas de la época jugaban posó en ella sus ojos de alinde plenos del candor propio de la inocencia primera. Ella usaba rojo “pescador” ceñido al cuerpo en el que se denotaba ya su indefectible viaje hormonal a la pubertad. Los globos perfectos de sus nalgas llamaron su atención. Desde entonces siempre se fijó en esa parte del cuerpo femenino pero guardó celosamente su secreto pues su innato sentido del pudor le hacía intuir que podría ser llamado por los que no entienden nada alguna cosa fea. Nunca, pues, habló con nadie de ello pero cuando en su adolescencia veía películas con Loren y Taylor, en su empático sentir con el resto de los espectadores de la sala de cine jamás oyó decir a alguien “qué magníficas pechugas” como se decía que les gustaban a los gringos dizque por el Complejo de Edipo que estos cultivaban conscientemente. Cuando conoció la estatua de la Venus de L’Esplugue y la Venus de Willendorf llegó –a rebours- a la conclusión de que si se observaba lo desmesurado se apreciaría la belleza en su dimensión de equilibrio. Después vino en conocimiento de la “Venus Barberini”, de la “Venus mirándose en el espejo”, de Velásquez, y de doña Paulina Borghese esculpida, nada menos, que por Canova. Así continuó el estudio de su oculta más no perversa afición pues la admiración por la belleza es el mejor remedio contra la sordidez del alma. En alguna lectura perdida se encontró con la voz ‘pigia’ y supo por intuición qué significaba antes de buscar en el ‘viejo diccionario de lomo de buey’. Guardó su descubrimiento con mucho recato continuando su búsqueda ahora en el Cine donde le habían dicho que había variedad suficiente en una película que realizó Woody Allen sobre el tema. Él necesitaba información liberadora y así leyó con atención lo atinente en muchos libros. En uno de ellos encontró una anécdota sobre Cézanne que le pareció una verdadera enunciación de teoría estética.Se trataba de que el maestro negábase a pintar el retrato de una dama por tener el trasero cuadrado en forma de ‘manzana’. Y… tal vez por eso se perdió una posible obra de Arte… si es verdad. . Sus dotes de observador fueron seguidas por la natural tendencia a la clasificación del científico y así la lista incluyó los itemes siguientes: el aperado (en forma de pera); el dicotiledóneo (con forma de fríjol o de haba), el ‘Persea gratísima’ (no aguacatado sino en forma de aguacate), y el ‘sin solución de continuidad’ –aquel que no gravita sobre la parte posterior del muslo- ; el ‘silla de espalda’, como los de las yumecas; el ashanti, ‘Summa’ de la perfección en la materia; el `yoruba’, alto y en descenso de ladera desde la región lumbar alta y escasísima, etc., y tantos otros, pues como las huellas dactilares ningún modelo se repite. Años después su afición por la televisión le hizo poco a poco caer en la cuenta de que lo que había ocultado durante tanto tiempo era como la carta en el cuento de Edgar Alan Poe, que estaba en el sitio más visible y nadie la buscaba allí sino en los escondrijos más irrelevantes, era un secreto a voces, o mejor, en imágenes pues el ‘quinto muro’ no hacía sino mostrar en su propaganda comercial la parte que los cuáqueros suelen llamar ‘donde la espalda pierde su honesto nombre’ y el desfile de traseros a cada cual más bello y prieto era interminable. Entonces supo, al fin, que lo que ocultaba con tanto pudor era lo que todo el mundo pensaba y se lamentó –tardíamente- de nunca decirlo, de no repetirlo, que él durante años había cursado la carrera completa de “calipigiólogo”, u observador de hermosos traseros feme-ninos. LA COSTA AL DÍA. SEPTIEMBRE DE 1987.
Posted on: Fri, 13 Sep 2013 06:20:46 +0000

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