EL CHE Y LA "SANTA" IGLESIA CATOLICA 06.07.2013 | de Massera al - TopicsExpress



          

EL CHE Y LA "SANTA" IGLESIA CATOLICA 06.07.2013 | de Massera al padre alberto espinal Manual eclesiástico y militar de formas de morir No es un secreto que la jerarquía de la Iglesia Católica estuvo implicada en el apoyo político y espiritual a la última dictadura en Argentina. Por: Ricardo Ragendorfer Ocurrió días antes del golpe de 1976. El espacioso cine de la base naval de Puerto Belgrano estaba colmado por oficiales de la Armada; entre ellos, su jefe máximo, Emilio Massera. Sobre una tarima, de espaldas a la pantalla, el contralmirante Luis Mendía apeló a una frase seca para anunciar el comienzo de las operaciones antisubversivas: "En esta lucha, señores, el enemigo no está contemplado en los organigramas clásicos." Y agregó: "Los prisioneros irán a volar; pero algunos no llegarán a destino." Se refería a los vuelos de la muerte. Finalmente, ya con una mueca piadosa, dijo: "Se ha consultado a las más altas autoridades eclesiásticas; ellas están de acuerdo con que es un modo cristiano de morir." No es un secreto que la jerarquía de la Iglesia Católica estuvo implicada en el apoyo político y espiritual a la última dictadura y en el ocultamiento de sus crímenes. Entre las razones de tal apego resalta la enorme influencia ejercida entre sacerdotes y militares por la organización ultraderechista francesa La Cité Catholique, creada por Jean Ousset, cuya cosmovisión bailaba sobre los siguientes pilares: la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria, el método de la tortura y su fundamento dogmático tomista. Al respecto, el sacerdote Louis Delarue, un capellán del ejército colonial, acuñó una frase difundida luego en los cuarteles argentinos: "Si la ley permite, en interés de todos, suprimir a un asesino, ¿por qué se pretende calificar de monstruoso el hecho de someter a un delincuente, reconocido como tal y por ello pasible de la muerte, al rigor de un interrogatorio penoso, pero cuyo único fin es, gracias a las revelaciones que hará sobre sus cómplices y jefes, proteger a inocentes?" Con esa lógica, los capellanes reconfortaban las almas de los represores, a veces muy turbadas por sus actos aberrantes en personas indefensas. En este punto, un interrogante: ¿A semejante "asistencia" se reducía el papel de los sacerdotes en las unidades de inteligencia o acaso les tocó un rol más activo en el ejercicio del terrorismo de Estado? De hecho, Christian von Wernich –condenado en 2007 a reclusión perpetua por 34 casos de privación de la libertad, 31 casos de tortura y siete homicidios en las mazmorras de la Bonaerense– es en tal sentido una muestra viviente. ¿Pero se trata de un ejemplo aislado? ¿El tipo se extralimitó en sus tareas pastorales o su siniestra trayectoria forma parte de una generalidad? Las estadísticas, por cierto, se inclinan hacia la segunda alternativa. Tanto es así que, sólo en el lapso de los últimos diez días, hubo en la prensa al menos tres noticias sobre sacerdotes seriamente comprometidos en la dictadura con delitos de lesa humanidad. A saber: la presencia del padre José Mijalchik –un habitué del centro clandestino del Arsenal Miguel de Azcuénaga– como acusado en el juicio que en la actualidad investiga la represión en Tucumán; las actividades inquisitoriales del padre Eduardo McKinnon en el centro clandestino La Perla y en la Penitenciaría del barrio San Martín, según los testimonios vertidos por sobrevivientes en el juicio que en la actualidad investiga la represión en Córdoba, además del reciente pedido de detención cursado por el fiscal federal pampeano Juan José Baric para el cura Alberto Espinal por su participación en interrogatorios a cautivos en el campo de exterminio de la Seccional Primera de la policía provincial. Este último constituye un caso testigo, por lo que bien vale repasar algunos hitos de su trayectoria. En estos días, el padre Alberto, de 82 años, habita un austero departamento del Instituto San Francisco de Sales, en la calle Don Bosco 4002, de Almagro. Allí, a finales de 2011, la Navidad se le tornó turbia al enterarse por los diarios de la captura en Bolivia del ex teniente coronel Luis Enrique Baraldini. En abril de 1976, este fue puesto al frente de la policía pampeana y alternó tal cargo con la jefatura de la Sub Zona 14. En consecuencia, también controlaba el centro clandestino de detención que funcionaba en la Comisaría 1ª de Santa Rosa. Él, en persona, se encargaba de interrogar a los cautivos. Dicen que su voz resultaba más sobrecogedora que los choques de picana con los que solía matizar las preguntas. Se calcula que por ese inframundo pasaron unas 300 víctimas; sólo media docena logró sobrevivir. Ahora debía responder por sus crímenes. Tal vez el padre Alberto aún atesore una añeja foto en la que se lo ve con el obispo de La Pampa, Adolfo Arana –otro reputado cómplice de los militares–, junto a Baraldini y el entonces coronel Ramón Camps. Ese retrato fue tomado durante un acto al cual él asistió en su carácter de capellán del regimiento de la ciudad de Toay. Aquella misma imagen tendría consecuencias nefastas para su persona, al ser reconocido en ella por la sobreviviente Ana María Martínez Roca, quien en 2010 declaró en el juicio oral conocido como Causa Sub Zona 14, celebrado en La Pampa a principios de 2010. Sus palabras fueron: "Cuando estaba cautiva en la Seccional Primera me fue a ver el cura Espinal. No eran visitas de cortesía. Me interrogó. Quería saber si era de Montoneros, y si sabía de las cosas que hacía (entonces su compañero, el historiador Hugo) Chumbita. Incluso, cuando yo ya había sido liberada, el cura fue una vez a la casa de mi madre para ver si era cierto que vivía allí y cómo vivíamos." Otros testimonios acreditan idénticas tareas del religioso en aquella misma catacumba. En una comunicación telefónica efectuada por Tiempo Argentino al Instituto de la calle Don Bosco, el cura Espinal, asombrosamente, se puso al habla. Su voz sonaba quejumbrosa. Y se le escuchó un jadeo casi canino, al asimilar la primera pregunta: –¿Cuál fue su reacción al enterarse del pedido de captura sobre usted? –No sé de qué me está hablando. ¿Pedido de captura para mí? –Sí. Por delitos de lesa humanidad. –¡Qué barbaridad! Eso no tiene ningún fundamento. –Se lo acusa de interrogar cautivos bajo tortura. –¡Infamia! Sólo cumplí con la misión encomendada por monseñor (Victorio) Bonamín: brindar asistencia espiritual a los soldados. –¿No siente culpa ante el recuerdo de esos cuerpos ultrajados? –No he visto ningún cuerpo ultrajado. Sólo cumplí una misión. –¿Se enorgullece de esa misión? –Claro que sí; de eso no tenga ninguna duda. Dicho esto, se oyó el click que dio por finalizada la comunicación. Qué Dios se apiade de su alma. Fuente: Tiempo Argentino
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 22:47:32 +0000

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