EL CRIMEN IMPUNE (Como un homenaje a todo aquel que ha sido - TopicsExpress



          

EL CRIMEN IMPUNE (Como un homenaje a todo aquel que ha sido asesinado impunemente) Cuento nicaragüense. Adán Torres Era bella, más bien diría, extremadamente bella; los ojos verdes, la piel de nácar, los labios rojos y la nariz espigada; su cabellera áurea le bajaba sobre el cuello en forma de colochos, que ya pintaban un poco a castaños por el inclemente sol del trópico. Enredadas en las hebras del mismo, unas cuantas flores de jazmín que le daban realce y fragancia a su hermoso rostro; todo en conjunto, incluida la tarde, le daban un toque exquisito a aquella muñeca de carne y hueso, que más bien parecía en aquel solitario camino, una muñeca de cera que había recibido soplo de vida. Esperaba paciente a su presa, a la orilla del camino, bajo un frondoso jocote Jobo que dejaba caer sus aromáticas frutas al pie de su hermoso tronco, gracias a unas bandadas de loras y chocoyos, que con su singular alharaca, hacían más encantadores los últimos rayos solares; que penetraban por entre ramas y hojas haciendo menos sombrío aquel camino apelmazado. Por fin lo vio venir, era sábado, día de pago; el joven traía consigo carga; un costal blanco que había servido, en su tiempo, para empacar harina; lo traía casi repleto con víveres para el resto de la quincena. El rostro del joven se definía alegre, rebosaba de juventud; pasaría el fin de semana en la choza, al lado de sus padres, y hermanitos. Ella era zalamera, coqueta, atrevida, y así, con todos esos atributos le salió al paso, y le dijo sin mucho miramiento: -$20 córdobas y soy toda tuya. El muchacho titubeó ante la mirada esmeralda y los impresionantes encantos de aquella flor de sacuanjoche. Volvió el mozalbete el rostro, camino abajo, y camino arriba, como para cerciorarse de la soledad de ambos, cuando sintió que ella lo asió de la mano y lo jaló dulcemente; mientras le clavaba en sus ojos una mirada cargada de pasión, de lujuria, de deseo, y a la vez regalándole, sin él notarlo, una sonrisa dulce y traicionera... Lo hizo pasar debajo del Jobo, rumbo hacia la hermosa sombra de un bello Jenízaro, desde cuyos ramajes trinaban, despidiendo melodiosos la tarde, una pareja de Cenzontles. Se detuvo la joven y, girando como una experta ballerina, lo beso con voluptuosa y extrema pasión. El muchacho campesino, rendido, se volvió loco de amor. Ella, lenta y coqueta desabotonó su blusa blanca; dos pechos desafiantes, con un par de pezones rosa como toque final a la conquista, cegaron los pensamientos de aquel joven que inmediatamente empezó a quitarse la camisa; mostrándole a ella su pecho, amalgama de cobre y bronce recién pulido, y también su extraordinaria fortaleza; muy parecida a la de Hércules, Nimrod, Sansón, o el gran Caupolicán. La joven lo tomó entre sus brazos y lo atrajo hacia sus despampanantes pechos. ¿Y cuando él quiso acariciar con sus labios aquellas frutas de pasión y de lujuria? ¡Una violenta daga se le anidó en la espalda, incrustándose el estilete, profundo en su pulmón izquierdo! El joven, en su incredibilidad busco los ojos verdes, quiso balbucear algo, pero su dentadura y sus labios se pintaron de rojo, mientras ella reía a carcajadas, con lunático sadismo, incontrolable y demencial. El joven cayó temblando incontrolablemente; eran convulsiones angustiosas y normales a los minutos que anteceden al estertor de la muerte. Ella tenia un cómplice... Su amante, con quien compartía los crímenes; ¡que la llenaban de placer y de gozo! El hombre, sacó su horrendo estilete de la espalda del finado, limpió la sangre en unas hojas de higuera, la guardó sin un hito de aprensión en su cintura, después saqueó el dinero de las bolsas del joven; tomó el saco de harina con las compras de la quincena; y luego agarrando ásperamente una de las manos de aquella flor de la muerte, la haló al camino, mientras cantaba el desgraciado, casi como en un susurro, una canción que estaba de moda en aquellos días... ♫-Cantando quiero decirte, Lo que me gusta de ti... Las cosas que me enamoran Y te hacen dueña de mi. Tu frente, tus cabellos y tu rítmico andar el dulce sortilegio de tu mirar.♫ Dejó de cantar el maldito, ¡y un silencio profundo sobrecogió a los palencones! Luego, en la oscurana -que apaga de un jirón la pintura crepuscular de la tarde- se escuchó el silbo estridente de una solitaria Cocoroca. Un fuerte viento sacudió unos bambúes cercanos con tal violencia, que trepidaron unos contra otros cual tambores de guerra africanos... Como queriendo denunciar aquella inconcebible tragedia inhumana. ¡El crimen impune se consumó en aquella hora! En el cielo, las estrellas fulguraban opacas y tristes; y en el pulular del viento parecía escucharse nuevamente la voz de nuestro Señor, en Génesis 4, 9 Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? 10 Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. 11 Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.
Posted on: Thu, 22 Aug 2013 20:46:14 +0000

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