EL DOLOR DE UNA ILUSIÓN Desde que la vi subir al colectivo - TopicsExpress



          

EL DOLOR DE UNA ILUSIÓN Desde que la vi subir al colectivo supe que la joven monja podía haber convertido mi vida en algo mucho más ubérrimo y menos lánguido que esta llanura arenosa y frígida, ausente de matices y dolosa de pasiones, donde amanece más temprano y muere siempre, a la misma hora, el último sol. Sentí inmediatamente el impacto en las mejillas y brazos; la ceniza leve y alucinante de un polen sofocante y mórbido, convocante (a su paso) de un impulso temerario de someterla ahí mismo. Embutidos los pies en calcetines de lana a media pierna inmaculadamente blancos, un amplio pollerón de franela gris acentuaba la austeridad de aquellos absurdos zapatos negros de colegiala, destinados a disimular sin objeto y con mezquindad irracional la belleza natural de la religiosa. La parte superior de la túnica sugería insobornablemente un busto compacto y turgente en tanto las suaves líneas de la cintura, conformaban la esbelta silueta de una doncella adorable. Los ojos negros, valvas chispeantes, centelleaban indóciles reflejos de sol sobre los mesurados cristales calzados como al descuido sobre la exigua nariz. Cuando se acercó para pagarme el boleto atinó una sonrisa de dientes impecables y sin dejar de mirarme ocupó un asiento frente a mí. “¿Y ahora?… ¿por qué esta vena de locura?” Regresé mis pensamientos a mi desamparo rutinario; ese aspecto de valor desestimable, anónimo servidor de una compañía de transporte cuya virtud más destacable no iba más allá de la dispensa de boletos y el conteo de dinero gastado. Héroe sin capa y cuerno para soplar en pos de la inmortalidad divina. Aunque intenté no distraer mi atención en el trabajo no podía desviarla mucho tiempo de ese vendaval de sensaciones, aún con el cabello oculto bajo una tela blanca desde la media frente hasta las orejas. Sostenía un portafolio de cuero marrón y una rosa roja de tallo alargado. Nuestras miradas se cruzaron en varias ocasiones y en cada una de ellas sus labios bosquejaban – así lo creía en mi delirio - un gesto sutil de aprobación. Yo sentía revolverse en mi interior el deseo descabellado de decirle que la amaba sin comprender, que la amaba porque sí; que lo hubiera dejado todo a cambio de tomarla ahí mismo entre mis brazos y robármela, llevármela muy lejos…y pedirle que me enseñara a amarla como yo nunca sería capaz de imaginarlo. En determinado momento apretó fuertemente el crucifijo que pendía de su cuello, lo miró como conversando con él para luego reposarlo nuevamente en el pecho. A cierta altura del trayecto se levantó camino a la plataforma de descenso; tras avanzar unos pasos se detuvo y volvió a mi encuentro. Con infinita dulzura y a despecho de los demás pasajeros que observaban la escena con indisimulable intriga me entregó la rosa, y en un susurro articuló en mi oído: “Si luego aún me recuerdas practica un agujero al pie de un árbol, guarda nuestro secreto y tápalo con barro”. LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Posted on: Mon, 21 Oct 2013 23:29:52 +0000

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