EL HOMBRE PARA LOS DEMÁS Parte 2 J. L. MARTIN DESCALZO La - TopicsExpress



          

EL HOMBRE PARA LOS DEMÁS Parte 2 J. L. MARTIN DESCALZO La respiración del alma J/ORACION: Tendremos que hablar repetidamente de cómo la oración es para Cristo mucho más que la respiración de su alma. Aquí subrayaremos sólo que la oración es el signo visible de ese contacto permanente con quien le envió. Efectivamente, todos los momentos importantes de Jesús están marcados por esta comunicación con el Padre. Cuando Jesús es bautizado -primer acto de su vida pública- oró y se abrió el cielo (Lc 3,21). Al elegir a sus apóstoles subió a un monte para orar. Y al día siguiente los llamó (Lc 6,12). La mayor parte de sus milagros parecen ser el fruto de la oración; mira, antes de hacerlos, al cielo, tal y como si, para ello, necesitase ayuda de lo alto. Alza los ojos antes de curar al sordomudo (Mc 7, 34), antes de resucitar a Lázaro (Jn 11, 41), antes de multiplicar los panes (Mt 14, 19). Cuando sus apóstoles llegan gozosos porque han hecho milagros, no se alegra del éxito obtenido, sino de que la voluntad del Padre se haya cumplido en esos signos: El se alegró vivamente exclamando: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11, 25). Y toda su vida está llena de estas pequeñas oraciones de diálogo directísimo con el Padre y de plena conformidad con él: Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños, porque así te plugo hacerlo (Mt 11, 25). Padre, te doy gracias por haberme escuchado (Jn 11, 41). Padre, no como yo quiero, sino como tú (Mt 26, 39). Pero en todas estas oraciones de Jesús hay una serie de características que las distinguen de las demás humanas. Son, en primer lugar, oraciones en soledad. Jesús siente ante la plegaria algo que se ha definido como un «pudor viril». Pide a los suyos que, cuando tengan que orar, vayan a su cámara, cierren la puerta y oren a su Padre en secreto (Mt 6, 6). El lo hará siempre así, se irá al monte para orar solo (Mt 14, 23; Me 6, 46; Jn 6, 15) y, aun cuando pida a alguno de los suyos que le acompañen, terminará por alejarse de ellos como un tiro de piedra (Lc 22,41). Y allí, en el silencio y en la noche, se encontrará con su Padre en una soledad que sólo puede ser definida como sagrada. Porque no se trata de una soledad psicológica, sino de algo mucho más profundo. Cuando Jesús ora -dice exactamente Karl Adam- se sale completamente del circulo de la humanidad para colocarse en el de su Padre celestial. Es éste uno de los datos fundamentales si queremos entender muchos de los misterios de la vida de Jesús. El, que tendrá un infinito amor a su madre y una total entrega a sus apóstoles, nunca terminará de confiarse del todo a ellos. Sólo después de su muerte le entenderán ellos, porque Jesús nunca se abría en plenitud. Convivió tres años con los apóstoles, pero nunca le vemos sentado a deliberar con ellos, jamás les consulta las grandes decisiones. Si en algún caso parece precisar de su compañía, siempre, al final, se queda lejos de ellos, siempre les hace quedarse en una respetuosa distancia. Había efectivamente en Jesús -cito de nuevo a Adam- algo íntimo, un sancta sanctorum al que no tenía acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad y su existencia y con él llevaba en común la más fecunda de las vidas. Por eso podrá decir sin vacilaciones «Yo no estoy solo» (Jn 8, 16) y hasta dar la razón: porque mi Padre está conmigo (Jn 16, 32). La oración no es, para él, una especie de puente que se tiende hacia el Dios lejano, es simplemente la actualización consciente de una unidad con el Padre que nunca se atenúa. Por eso jamás veremos en él una oración que sale desde la hondura de la miseria humana, nunca le oiremos decir: Padre, perdóname. Incluso apenas oiremos en su boca oraciones de petición de cosas para sí. Pedirá por Pedro, por sus discípulos y aun cuando como en el huerto pida algo para sí, vendrá enseguida la aclaración de que la voluntad del Padre es anterior a su petición (Jn 12,27). Sus oraciones serán, en cambio, casi todas, de jubilosa alabanza: Padre, yo te glorifico (Mt 11, 25) o Padre, te doy gracias (Jn 11, 41). Y todas surgirán llenas de la más total confianza: Yo sé, Padre, que siempre me escuchas (Jn 11, 42). Padre, quiero que aquellos que tú me has dado, permanezcan siempre conmigo (Jn 17, 24).
Posted on: Sat, 22 Jun 2013 01:21:32 +0000

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