EL PECADO Y LA MISERICORDIA Quien conoce a Dios sabe que el - TopicsExpress



          

EL PECADO Y LA MISERICORDIA Quien conoce a Dios sabe que el pecado nos separa de él. La buena noticia es que Dios puso en marcha un sistema para tratar con el pecado y llevarnos de regreso a él. En el centro de este sistema está el sacrificio. En el Antiguo Testamento se describen tres clases de pecado, según la per­cepción que el pecador tenía de haber cometido: una transgresión involuntaria, o no intencional; un pecado deliberado, o intencional; o un pecado de rebelión. La “ofrenda de purificación” que se presenta en Levítico 4:1 a 5:13 se aplica a pecados no intencionales y a pecados deliberados (Lev. 5:1). Para esas dos categorías había una ofrenda, pero no se menciona ninguna para el pecado de rebelión, que se hacía con soberbia, por lo que el rebelde debía ser cortado del pueblo (Núm. 15:29­-31). Sin embargo, parece que, aun en estos casos, tal como el de Manasés, Dios ofreció el perdón (2 Crón. 33:12, 13). Lee acontinuacion Deuteronomio 25:1 y 2; 1 Cuando haya pleito entre algunos y acudan al tribunal para que los juzguen, absolverán al justo y condenarán al culpable. 2 Sucederá que si el delincuente merece ser azotado, el juez lo hará recostar en el suelo y lo hará azotar en su presencia. El número de azotes será de acuerdo al delito. 2 Samuel 14:1 al 11 1 Joab, hijo de Sarvia, se dio cuenta de que el corazón del rey se inclinaba por Absalón. 2 Entonces Joab mandó a traer de Tecoa a una mujer sabia, y le dijo: --Por favor, finge que estás de duelo. Ponte un vestido de luto y no te unjas con aceite; antes bien, aparenta ser una mujer que hace tiempo guarda luto por algún muerto. 3 Luego entra a la presencia del rey y habla con él de esta manera... Y Joab puso las palabras en su boca. 4 Aquella mujer de Tecoa vino al rey, se postró en tierra sobre su rostro haciendo reverencia y dijo: --¡Socórreme, oh rey! 5 El rey le preguntó: --¿Qué te pasa? Ella respondió: --¡Ay de mí! Soy una mujer viuda; mi marido ha muerto. 6 Tu sierva tenía dos hijos. Pero los dos pelearon en el campo, y no habiendo quien los separase, el uno hirió al otro y lo mató. 7 Y he aquí que toda la familia se ha levantado contra tu sierva, diciendo: ¡Entrega al que mató a su hermano, para que lo matemos por la vida de su hermano a quien mató, y destruyamos también al heredero! ¡Así extinguirán el carbón encendido que me queda, no dejando a mi marido nombre ni descendencia sobre la tierra! 8 Entonces el rey dijo a la mujer: --Ve a tu casa, que yo me ocuparé de tu caso. 9 Y la mujer de Tecoa dijo al rey: --¡Oh mi señor el rey, sea la culpa sobre mí y sobre mi casa paterna! Pero el rey y su trono sean sin culpa. 10 El rey dijo: --Al que hable contra ti, tráelo a mí; y no te molestará más. 11 Entonces ella dijo: --Acuérdate, por favor, oh rey, de Jehovah tu Dios, para que el vengador de la sangre no siga destruyendo, no sea que destruya a mi hijo. Él respondió: --¡Vive Jehovah, que no caerá en tierra ni un cabello de la cabeza de tu hijo! ¿Qué revela 2 Samuel 14:9 acerca de la misericordia, la justicia y la culpa? ¿Está Dios justificado al perdonar al pecador? Después de todo, ¿no es el pecador injusto y, por lo tanto, digno de ser condenado? (Ver Deut. 25:1.) La historia de la mujer de Tecoa puede ilustrar la respuesta. Pretendiendo ser una viuda, ella fue al rey David buscando su juicio. Ella fabricó una historia acerca de sus dos hijos, uno que mató al otro. La ley israelita demandaba la muerte del asesino (Núm. 35:31), aun cuando él era el único varón que quedaba en la familia. La mujer suplicó a David (que actuaba como juez) que permitiera que el hijo culpable quedara libre. Ella luego declaró: “La maldad sea sobre mí y sobre la casa de mi padre; mas el rey y su trono sean sin culpa” (2 Sam. 14:9). La mujer y David comprendieron que, si el Rey decidía que el asesino saliera libre, el Rey mismo adquiriría la culpa del asesino, y su trono de justicia (es decir, su reputación como juez) es­taría en peligro. El juez era moralmente responsable por lo que decidía. Por eso, la mujer ofreció llevar sobre sí la culpa. En forma similar, Dios toma a su cargo la culpa de los pecadores a fin de de­ clararlos justos. Para que seamos perdonados, Dios mismo debe llevar nuestro castigo. Por esto, Cristo tuvo que morir para salvarnos.
Posted on: Sun, 27 Oct 2013 12:53:22 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015