EL VIAJE _La transacción no fue tan bien como su vientre - TopicsExpress



          

EL VIAJE _La transacción no fue tan bien como su vientre demandaba ni como pintaba la evacuación en pos de los cánones corporales de Rigo. Sus esfínteres se negaron rotundamente a efectuar el depósito de ninguna mierda. _-Bueno -le dijo a la puerta del baño-, siempre puedo contar con cagar entre los yuyos, ¿no? -la puerta no puso objeción alguna y Rigo se levantó de la taza de porcelana y se abrochó el pantalón. _Cuando paso por la cocina, en el radiograbador sonaba un ruidoso tema de Pescado Rabioso. _Nuevamente en el patio, sacó la bici todoterreno de veintiuna velocidades del cuchitril que albergara, hasta que él los retirara, los enseres del oficio pesquero y verificó el estado del aire en las cámaras. Este era óptimo, semejante al de un par de tetas con implantes mamarios siliconados. Tras la comprobación la llevó hasta la vereda, desplegó la pata de la parte trasera y la dejó al sol, para poder sentir así, luego, el calor acumulado del asiento en el escroto. Entonces regresó a la casa por la mochila y la caña. En el interior de la misma se dedicó a apagar las luces y también la radio. Ricardo Mollo enmudeció en medio de un "qué ves" y la cocina quedó silenciosa y en penumbras. _Hasta bien entrada la tarde, la luz que recibía el diminuto habitáculo, casi un cubículo, no eran más que despojos lumínicos del Astro Rey, nonadas solares. El dormitorio, en tanto, se llevaba el Gordo Navideño: luz radiante y blanca como las barbas del mismísimo Viejito Pascuero. Y en cuanto al cuarto de baño (este sí, un cubículo a más no poder, una lata de sardinas), era una interfaz de claridad-penumbras. _Se cargó la mochila a las espaldas y se colgó la caña, también por la espalda, a guisa de espada y al estilo HE-MAN. "¡Yo tengo el poder!" Sonrió y salió. _Cerró la puerta con llave y a renglón seguido se la echó en uno de los bolsillos de la bermuda. Era una prenda con sendos compartimentos a los lados de las perneras, éstas de tres cuartos de largura, en donde cargaba con un cortaplumas, un atado de puchos y otros nocivos vicios adquiridos tras la infortunada pérdida que tanto daño había ocasionado en su "statu quo". La mochila también contenía perjuicios, un bálsamo inservible: tres botellas de vino tinto Toro. "El que depositó dólares, recibirá dólares -pensó-. Y el que beba vino Toro, obtendrá templanza, ¡sí, señor!", y rompió a reír como un energúmeno; un energúmeno poseído, al fin y al cabo, por el demonio de la grima. Pues no era más que simple y módico embuste: patadas en los huevos o corneadas en el ojete. Qué más daba, si era lo mismo. Sinónimos con guantes blancos, eso eran. _Una vez montado en la todoterreno y pedaleando, Rigo movió las palanquitas ubicadas a ambos lados del manubrio hasta dar con la combinación que pretendía. La cadena ascendió primero desde el piñón pequeño al mayor y, casi simultáneamente, en el otro extremo, el próximo a los pies de él, saltó de la corona grande a la más chica. _Iba a ser un engorro recorrrer los más de tres kilómetros que lo separaban del lugar de destino con tan poco avance y tanta labor de por medio, pero era lo que él quería: sentir el esfuerzo en los músculos, cansarse, agotarse, llegar al hogar al decaer el día y dormirse no bien apoyar la cabeza sobre la almohada. _Divino, sublime, deífico. LA JUGADA _La casa de Quiniela se encontraba en el cruce de las avenidas Julio Corteza y Ernesto Sábado, allende de la plaza San Martino. Ni muy vistosa ni muy amplia ni opulenta, ésta cumplía con los requisitos dispensables para el pueblo: la timba. Rigo se apeó de la todoterreno y la ubicó en el bicicletero de fuera del local, sin molestarse por encadenarla. Imaginó, estúpidamente, que era Billy "el Niño" y que si algún cuatrero madugrador osaba poner mano en su montura, solo una, lo remataría a plomazos. O a cortaplumazos para el caso, claro. Se adentró en el local, haciendo sonar tres monedas de un peso en la cavidad de su mano derecha. Por supuesto, no pediría whisky alguno ni el servicio de ninguna furcia. _-Rigoberto, querido, ¿cómo te va hoy? -lo interpeló la dependienta, antes incluso de que él pisara el interior del comercio. Era una mujer bajita, de alrededor de setenta años, con grandes surcos en su rostro bonachón y pequeños ojos grises. El cabello, prácticamente blanco, poseía un corte varonil, y esa mañana estaba ornamentado con hebillas caricaturescas, que de seguro le sentaban mucho mejor a su bisnieta que a ella, pero allá cada uno, ¿cierto? Lucía una solera azul con estampas de flores amarillas y todo el pellejo, atezado por el sol del verano en vías de extinción, que quedaba a la vista, eran meandros de arrugas. Gentil y servicial, dijo-: Pasa, pasa, querido. ¿A cuál le jugamos hoy? _El local, con un fuerte aroma a incienso, estaba vacío. Ningún cliente matinal. Tan solo la dama en cuestión. _-Buen día, Roberta. ¡Bien, muy bien! -mintió Rigo, como casi todos los días. Pero ¿qué le iba a decir? ¿Para el traste, Roberta, desde hace dos jodidos años? No, no y no. Y no hacía falta además, pues: pueblo chico, puterío grande, ¿cierto? Al fin y al cabo, él podía contar con el pene a los pueblerinos que no sabían de su íngrimo déficit. ¿Para qué gastar saliva, entonces?-. Hoy... vamos a poner... la esperanza... en el... diecinueve. Eso es, el diecinueve -dijo, pareciendo que se lo pensaba en el momento y no que, en realidad, hubiera despertado ya con él, con el número, cual extracto del mundo onírico. _Rigo venía apostando a la Quiniela desde hacía unos ocho meses más o menos; unos cuatro a posteriori de su renuncia-despido en el puesto de la universidad y unos dieciséis desde ocurrido el ruin infortunio. A raíz de un vago recuerdo de llanto (fuera en su mente o en alguna de las casas vecinas, donde pululaban los críos chicos como mosquitos en un estanque verdoso e infecto), lo achacó la pulsión irrefrenable del juego. Todos los días tres pesitos (únicamente jugaba de mañana) y todos los días, pérdidas. No obstante, él lo consideraba como un paliativo más para su congoja post-carencia. No le importaba, por ende, perder dinero. Ni se amedrentaba, por lo tanto, ante las posibles consecuencias que podrían surgir de este hecho. Ya vería llegado el caso, se decía, una y otra vez, en una perorata mental consecuente. _La lista de números era larga, larguísima, y repetitiva: el 64; el 86; el 99; el 01; el 64 de nuevo; el 56; el 67; el 67 nuevamente; el 18; y bip, bip, bip... _-Oh, ¡fantástico! -argumentó la longeva mujer simulando que era una elección... bueno, eso mismo: ¡fantástica! _Acto seguido se llevó las gafas, que colgaban de un cordel (verde fluorescente, cómo no) sobre su escueto pecho, y las incrustó entre sus orejas y por encima del puente de su nariz ratonil, otorgándole todo el aire de una Mamá Cora cenceña. El "bip bip bip" no se hizo esperar y la máquina de jugadas inició su socarrona sacada de lengua, pálida pero moteada de letras y números. _Rigo, mientras que examinaba unos talones de Raspe y Gane cerca de las vidrieras, pero sin intención alguna de derroche, huelga decir, a no ser por los tres pesos metálicos, vislumbró la discreta ojeada con que lo escudriñaba la anciana. Y pudo hacerse una idea, lastimosa, de lo que veía Roberta: un tipo esquelético, enclenque, con barba de varios días (¿o semanas? ¿Eran semanas? No se acordaba, ni le interesaba acordarse, "Capisci") a lo ancho del rostro y de ojos poblados por rojizas estrías. Sudado -pese al residuo de frescor nocturno que imperaba aún en la zona- como un océano, y de pelo desgreñado. De mirada triste, desavenida, y rodeado, sin más, por los Fantasmas de las Vidas Pasadas, de fantasmales momentos amenos, felices, que ya solo vivían en la sepultura del pasado y de su alma. Se preguntó si ella, si Roberta, vería en él también a un potencial suicida. Si vería una soga, prietamente mortal, alrededor de su cuello, cortando su último hálito. Si vería el cañón de un arma, negro, cilíndrico e impiadoso, ejerciendo presión en el cielo de su paladar. O si simplemente ya lo vería más muerto que a un cadáver. _-Bueno, acá está la jugada -dijo Roberta, y desarraigó a Rigo de sus funestas cavilaciones-. El diecinueve a la cabeza, en las tres. _Rigo tomó el papel triseccionado y se lo metió con las demás adicciones, a resguardo y entre telas. Después se despidió de la mujer ("Vaya con Dios, querido", dijo ésta), que mañana tras mañana le transcribiera sus sueños y pesadillas, y dejó el local; aunque no sin antes echarle una mirada a los tableros de las jugadas del día anterior: el 9990, el 6100 y el 1746, en tiza blanca y difuminada. _No había habido suerte. Casi nunca la había. EL VIAJE CONTINUA (...continuará. Ja-ja.)
Posted on: Tue, 10 Sep 2013 05:49:08 +0000

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