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EN CLARIN: Analfabestias de la década gansada- POR MARCELO A. MORENO-06/10/13.- Vengo de una familia de docentes. Mi abuelo fue maestro y director de escuela. Mi abuela, su mujer, también. Sus hermanas, mis tías abuelas, fueron maestras y directoras. En muy distintas disciplinas, mi padre fue profesor y mi madre también durante décadas. Yo soy profesor desde hace más de veinte años. Sin ser una familia de intelectuales, la mía siempre guardó respeto por el saber y un apego especial por las normas de expresión orales y escritas. Perpetrar una burrada era algo que estaba mal visto en ese ámbito de clase media sin pretensiones. Casi no puedo imaginar la reacción de aquellas añoradas tías abuelas si se toparan, como me pasa a mí, con algunos escritos como los que debo lidiar en la universidad o con ciertos comentarios que recibo por mail o determinados que “cuelgan” en mi blog “Antilógicas”. Soponcio sería la exacta palabra anacrónica que usaban aquellas señoras para describir un súbito mal trance con vahído incluido. Eso les provocaría la avalancha de analfabetismo generalizado que nos arrastra casi sin advertirlo y sin dramas. El otro día CQC, el programa de Pettinato, les propuso un inocente juego a algunos famosos de la política y la farándula, que consistía simplemente en sentenciar si una palabra en una pizarra estaba correctamente escrita. Por vergüenza ajena omitiré sus nombres, pero ellos no evidenciaron ningún bochorno en hacer gala de su ignorancia. Por el contrario, lo tomaron con humor, como si escribir bien consistiera en un despreocupado juego de adivinanzas. El fenómeno parece tener dos patas. Una globalizada, que es la colonización avasallante de la cultura de la imagen, multiplicada hasta el infinito por Internet. Esta red provee con un par de clicks todos los diccionarios del mundo, pero al mismo tiempo genera subtextos como los de los mensajes de celular, en los que cualquier violación a las normas de la escritura queda bendecida por la velocidad. En medio de este terremoto comunicacional -horizontal y sin jerarquías-, la cultura libresca da la impresión de naufragar hasta quedar convertida en una flamante lengua muerta. La otra pata es local y se relaciona con la larga y profunda decadencia argentina. La semana que pasó, el profesor Daniel Filmus, ex ministro de Educación en la gestión kirchnerista, celebró que haya más jóvenes que ni estudian ni trabajan. “Es verdad que aumentaron los ni-ni. ¿Pero es una buena o una mala noticia? A la edad de 24 años, hay 86 mil mujeres que no trabajan ni estudian y hay 14 mil hombres que no trabajan ni estudian. ¿Qué pasa? Es buenísimo lo que nos pasó.” Entusiasta, siguió: “La mitad de las mujeres ni-ni tienen niños menores de 5 años; gracias a la Asignación Universal por Hijo, están en el lugar que tienen que estar, cuidando a los chicos porque tienen recursos para hacerlo.” Más allá de la proverbial indecencia de estas cifras marca INDEC, esta visión de la condición femenina remite, sin anestesia, a la Edad Media, en la cual las mujeres estaban confinadas a las labores domésticas. O, más cerca, a las de tiempos de la Revolución de Mayo, inicio de la crisis pedagógica argentina, según señaló con lucidez implacable el actual ministro de Educación, Alberto Sileoni. Según la óptica de Filmus, ¿a qué podría aspirar más una chica de 24 años sino a criar plácidamente a su hijo con una opípara mensualidad de, digamos, unos 500 pesos? Quizá esa clase de progresismo ha llevado a que la Argentina en las pruebas PISA -exámenes que miden el nivel educativo de los estudiantes- esté ubicada en el puesto 58 sobre 65 países. O que la mitad de los chicos que inician la secundaria no la terminen. En la Universidad de Cuyo hoy se dicta el curso “Desarrollo inteligente de la conciencia ortográfica”, pomposidad a través de la cual esperan que los alumnos dejen de escribir bestialidades. Ocurrió que el 40% de las tesis de los estudiantes debieron ser aplazadas por catástrofes ortográficas que dificultaban seriamente la comprensión de lo que intentaban comunicar. El curso de ingreso resultó un poquito peor: de 720 alumnos que rindieron un diagnóstico ortográfico sólo dos aprobaron. Los que ahora cursan este peculiar “Desarrollo inteligente” lo hacen preocupados porque piensan que su saña contra la escritura puede traerles problemas de inserción laboral. Su desvelo pasa por la ocupación, no por el sencillo hecho de saber. Ante semejante paisaje pleno de desolación, mis tías abuelas, ya no un soponcio sino un patatús -otro anacronismo al que acudían- en toda la regla hubieran sufrido.
Posted on: Sun, 06 Oct 2013 23:20:34 +0000

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