EN MEMORIA DE MI PADRE, CORAZÓN CON ALAS. Todo ciclo llega a su - TopicsExpress



          

EN MEMORIA DE MI PADRE, CORAZÓN CON ALAS. Todo ciclo llega a su fin y suele comenzar otro similar o distinto. La máquina del tiempo no se detiene. Alguna vez, cuando niño, rogaba a Dios que mi padre viviera para siempre. Ilusiones de chico. El Supremo de alguna manera me contestó en un crucigrama sencillo de un viejo diario: “Solo Dios es eterno”. Así rezaba el acróstico. Por mucho tiempo escapé de esa verdad, pero al final me alcanzó. Estando radicados en Cañuelas, vi como Don Roque iba decreciendo en su salud. Los años y sus correrías no tenían intención de perdonarlo. Un día noté que sus espaldas se habían encorvado y que aquel hombre de vigor increíble tenía que detenerse a recobrar fuerzas, apoyándose en los postes de los alambrados cuando transitaba los potreros de la estancia. Qué lejos iba quedando ese grito de alegría al ver a su amigo Salaberry, el comisario de Los Cardales, las tardes de naipe y brandy en lo de Don Julio, escuchando al mítico cantor Jorge Cafrune. Ya nunca lo volví a ver jugar al truco y colocarse en la frente el “Andaré Coy”, como graciosamente llamaba al as de espadas. Quizás extrañaba a aquellos viejos amigos. Quizás sus alas viajeras se iban plegando. El tiempo en el campo duró poco. La estancia los cansó a todos por la falta de pago y nos fuimos al pueblo de Cañuelas propiamente dicho. Alquilamos una casa y a duras penas, gracias al sacrificio de mis hermanos y mi madre, pagábamos la renta. Don Roque continuaba soñando que pondría un negocio, que encontraría un tambo donde iríamos todos a ganar dinero, y mil emprendimientos más. Sin embargo, la situación era difícil. Mi padre, en su interior, lo sabía mejor que nadie. Llegó el invierno de 1976. Corría el mes de julio. Don Roque se hallaba sentado aprovechando los últimos rayos de sol que entibiaban la tarde de Cañuelas. Me llamó. -Sentate ahí, Jorge. -me dijo- Fijate que hoy vamos a cenar un lechón que trae tú hermano Armando, así que tenés que hacerme unos mandados. -Sí, papá. - le respondí -¿Qué compro? Y Don Roque me encargó tantas cosas que yo, del entusiasmo, no me detuve a pensar de dónde había sacado semejante cantidad de dinero. Corrí al almacén de la esquina de casa y en dos veces traje todo: leña, pan, verduras, gaseosas, vino. Incluso un pastel de crema y chocolate, favorito de mi madre. Al poco tiempo teníamos el fuego prendido y un apetecible lechón colgaba del asador. No faltaba nada. Llegó Raúl y luego mi madre, quien se sintió bastante sorprendida. -¿Qué es esto, Roque? -preguntó. -Una buena cena. -contestó papá. En eso llegó el “Negro” Verón. Un vecino que frecuentaba la casa y solía conversar, tinto en vaso, horas enteras con mi padre. Cenamos y la verdad era que todos disfrutamos de aquel banquete. Hacía mucho tiempo que la familia no se reunía en esas circunstancias. Don Roque se habló todo. También bebió y hasta le pidió un cigarrillo a Armando. Verón, que lo observaba con los ojos comprensivos de un amigo, le preguntó lo siguiente: -¿Y? ¿Cuándo vamos a hacer el viaje al norte, Don Roque? -No, Negro, ya no voy a viajar más. Esta noche me di cuenta de lo viejo que estoy. -Pero… ¡Amigo!, -dijo el Negro -¿dónde está el andariego que conocí? -Igual seguiré recorriendo caminos y soñando en otra sangre, Negro. -dijo mi padre mirándome fijamente. -Ah, sí. –dijo Verón -El Gurí…Y… A lo mejor sale como usted. La verdad, no me gustaba el tono de voz de mi padre. Parecía que hacía un esfuerzo por hablar. Los brazos… ¡Aquellos brazos firmes y decididos, temblaban! “La bruja de Chuña lo andará buscando”, decía entre mí. ¿Aquel tiro en el brazo? Me sentí incómodo. En realidad, creo que todos. Don Roque estaba desconocido, vencido y despoblado de los sueños que lo caracterizaban. Llegó el momento de irse a dormir y el Negro Verón se despidió de mi padre dándole un abrazo que me pareció eterno. Era evidente que un misterio rondaba aquella inusual cena. A la madrugada sentimos el grito desgarrador de Doña Aurelia: -¡Roque…, Roque, hablá! ¿Qué pasa? Todos corrimos y vimos el final de una historia y el comienzo de un mito, una leyenda para la familia y tantos amigos de ese hombre de filosofía y religión propias, abridor de caminos y arreador de ilusiones. Reiría la bruja de Chuña, satisfecha de vengar a su compañero. Reirían aquellos matones que huyeron despavoridos ante la hombría de mi padre. Reirían los años que tendieron, finalmente, una emboscada al corazón de Don Roque. Mi madre lloraba desconsolada. Armando resistía las lágrimas en su rostro duro, golpeado por las madrugadas frías de los campos de Cardales. Raúl deambulaba por la casa. Yo comprendí cuántas cosas no pude decirle a mi padre. Un silencio aterrador gobernaba la escena y los cruces de miradas eran flechas negras en la habitación, tratando de dar en el blanco de alguna explicación que apaciguara la pena, el dolor. Al fin decidieron, entonces, dar los pasos acostumbrados en estos casos: avisar a los familiares, a algún amigo. Se realizó un humilde funeral, acorde con las circunstancias y la situación económica. Días más tarde, con la curiosidad propia de los jóvenes, hurgué la pieza de mis padres. Revisé por todos lados y no encontré ni la escopeta del 16, ni el revólver 38, ni el viejo acordeón. Entonces, como caída del cielo, llegó la explicación de aquella última cena. Mi padre había vendido sus cosas más queridas al Negro Verón. De ahí se originó la plata para las compras. Entendí el porqué de ese último abrazo de agradecimiento para su amigo. Don Roque se dio el gusto de despedirse a lo grande, como fue su vida: con un gran sueño. Este, finalmente, se le cumplió. Años después me miré en el espejo y hallé la mirada de mi padre en mis propios ojos. Sus gestos. Pero lo que más me identificó a lo largo de mis años fue otra cosa. Ese espíritu andariego que no puede detenerse por mucho tiempo en un sitio. No hago varias veces el mismo recorrido. Necesito cambiar constantemente. Trato, sí, de que los míos no sufran por eso y me preocupo de darles lo mejor que puedo, para que no anden penando como lo hizo aquella familia nómade que tuve. Sin embargo, siento constantemente que la herencia de Don Roque late dentro de mí. Se me abre el pecho y mi corazón con alas, similar al de mi padre, comienza a volar por los cielos más curiosos. Varias veces viajé a Chuña. Busqué los recuerdos de mi infancia y quizás le avisé a la bruja que Don Roque dejó un hijo que ha de mantenerla en su lugar. Voy a Los Cardales y transito las calles y las rutas que pisó Don Roque. No lo busco a él. Sé que no está, pero en mí golpea la vida de su corazón alado. Los duendes que habitan el pueblo se regocijan cuando me ven. Es que amaron a Don Roque, como a todos aquellos seres que durante épocas marcaron la historia verdadera del lugar compartiendo un cielo único y eterno. Por eso me siento orgulloso de mi querido padre. Tuvo errores el viejo, pero me dejó su herencia . La herencia que me dejó es intocable y no existe otra. Mi corazón tiene alas y es una máquina de fabricar sueños. Como dijo algún poeta: “Ando por todo el mundo desde un mismo lugar”. Nada ni nadie puede robarme esos sueños. Si muere uno, me nace otro y otro más. Además, son mías las sonrisas de todos los niños y las mariposas que no mueren nunca. Soy el dueño de los girasoles mágicos y los atardeceres naranjas. Puedo mirar hacia el horizonte sin que me frenen los alambrados, visualizar todo un mundo nuevo y correr hacia él. ¿Qué más puedo pedir por herencia?... solo atino a decir cada tanto, cuando veo una bandada de aves migratorias… ¡Gracias, Don Roque!
Posted on: Thu, 01 Aug 2013 20:16:22 +0000

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