Efectos del don de temor de Dios en las almas 1) UN VIVO - TopicsExpress



          

Efectos del don de temor de Dios en las almas 1) UN VIVO SENTIMIENTO DE LA GRANDEZA Y MAJESTAD DE DIOS, QUE LE SUMERGE EN UNA ADORACIÓN PROFUNDA, LLENA DE REVERENCIA Y HUMILDAD. Es el efecto mas característico del don de temor, que se desprende de su propia definición, El alma sometida a su acción se siente transportada con fuerza irresistible ante la grandeza y majestad de Dios, que hace temblar a los mismos ángeles: tremunt potestates. Delante de esa infinita majestad se siente nada y menos que nada, puesto que es una nada pecadora. Y se apodera de ella un sentimiento tan fuerte y penetrante de reverencia, sumisión y acatamiento, que quisiera deshacerse y padecer mil muertes por Dios. Entonces es cuando la humildad llega a su colmo. Sienten deseos inmensos de padecer y ser despreciados por Dios (San Juan de la Cruz). No se les ocurre tener el más ligero pensamiento de vanidad o presunción. Ven tan claramente su miseria, que, cuando les alaban, les parece que se burlan de ellos. (Cura de Ars). Santo Domingo de Guzmán se ponía de rodillas a la entrada de los pueblos, pidiendo a Dios que no castigase a aquel pueblo donde iba a entrar tan gran pecador. Llegados a estas alturas, hay un procedimiento infalible para atraerse la simpatía y amistad de estos siervos de Dios: injuriarles y llenarles de improperios (Santa Teresa de Jesús). Este respeto y reverencia ante la majestad de Dios se manifiesta también en todas las cosas que dicen de algún modo relación a Él. La iglesia u oratorio, el sacerdote, los vasos sagrados, las imágenes de los santos..., todo lo miran y tratan con grandísimo respeto y veneración. Este es el aspecto del don de temor que continuará en el Cielo. Allí no será posible -dada la absoluta impecabilidad de los bienaventurados- el temor de la ofensa de Dios; pero permanecerá eternamente, perfeccionada y depurada, la reverencia y acatamiento ante la infinita grandeza y majestad de Dios, que llenará de estupor la inteligencia y el corazón de los santos. 2) UN GRAN HORROR AL PECADO Y UNA VIVÍSIMA CONTRICIÓN POR HABERLO COMETIDO. Iluminada su fe por los resplandores de los dones del entendimiento y ciencia y sometida la esperanza a la acción del don de temor, que la enfrenta directamente con la majestad divina, el alma comprende como nunca la malicia en cierto modo infinita que encierra cualquier ofensa de Dios por insignificante que parezca. El Espíritu Santo, que quiere purificar más y más al alma para la divina unión, le somete al don de temor, que le hace experimentar una especie de anticipo del rigor inexorable con que la justicia divina, ofendida por el pecado, la ha de castigar en la otra vida si no hace en ésta la debida penitencia. La pobre alma siente angustias morales, que alcanzan su máxima intensidad en la horrenda noche del espíritu, antes de alcanzar la cima suprema de la perfección cristiana. Le parece que está irremisiblemente condenada y que ya nada tiene que esperar. En realidad, es entonces cuando la esperanza llega a un grado increíble de heroísmo, pues el alma llega a esperar contra toda esperanza, como Abrahán (Rom. 4,18), y a lanzar el grito sublime de Job: Aunque me matare, esperaré en Él (Job 13,15). El horror que experimentan estas almas ante el pecado es tan grande, que San Luis Gonzaga cayó desmayado a los pies del confesor al acusarse de dos faltas veniales muy leves. San Alfonso de Ligorio experimentó semejante fenómeno al oír pronunciar una blasfemia. Santa Teresa de Jesús escribe que no podía haber muerte más recia para mí que pensar si tenía ofendido a Dios (Vida 34,10). Y de San Luis Beltrán se apoderaba un temblor impresionante al pensar en la posibilidad de condenarse, perdiendo con ello eternamente a Dios. Su arrepentimiento por la menor falta es vivísimo. De él procede el ansia reparadora, la sed de inmolación, la tendencia irresistible a crucificarse de mil modos que experimentan continuamente estas almas. No están locas. Es una consecuencia natural de las mociones del Espíritu Santo a través del don de temor. 3) UNA VIGILANCIA EXTREMA PARA EVITAR LAS OCASIONES DE OFENDER A DIOS. Es una consecuencia lógica del efecto anterior. Nada temen tanto estas almas como la menor ofensa a Dios. Han visto claro, a la luz contemplativa de los dones del Espíritu Santo, que en realidad es éste el único mal sobre la tierra; los demás no merecen el nombre de tales. ¡Qué lejos están estas almas de meterse voluntariamente en las ocasiones de pecado! No hay persona tan aprensiva que huya con tanta rapidez y presteza de un enfermo apestado como estas almas de la menor sombra o peligro de ofender a Dios. Esta vigilancia extrema y atención constante hace que esas almas vivan, bajo la moción especial del Espíritu Santo, con una pureza de conciencia tan grande, que a veces hace imposible -por falta de materia- la recepción de la absolución sacramental, a menos de someter a ella alguna falta de la vida pasada, sobre la que recaiga nuevamente el dolor y arrepentimiento. 4) DESPRENDIMIENTO PERFECTO DE TODO LO CREADO. El don de ciencia produce este mismo efecto, pero desde otro punto de vista. Es que los dones están mutuamente conectados entre sí y con la caridad y se entrelazan e influyen mutuamente. Se comprende perfectamente. El alma que a través del don de temor ha vislumbrado un relámpago de la grandeza y majestad de Dios, ha de estimar forzosamente como basura y estiércol todas las cosas creadas (Flp 3,8). Honores, riquezas, poderío, dignidades..., todo lo considera menos que paja, como algo indigno de merecer un minuto de atención. Recuérdese el efecto que produjeron en Santa Teresa las joyas que le enseñó en Toledo su amiga doña Luisa de la Cerda: no le cabía en la cabeza que la gente pueda sentir aprecio por unos cristalitos que brillan un poco más que los corrientes y ordinarios: Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo a aquellas cosas si el Señor no me quitaba la memoria de otras. Fuente: Teología de la Perfección Cristiana - Fr. A. Royo Marín O.P.
Posted on: Tue, 15 Oct 2013 19:00:54 +0000

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