El Militante Hernandez. Por Alejandro Pandra. A una semana - TopicsExpress



          

El Militante Hernandez. Por Alejandro Pandra. A una semana del comienzo de la muy lamentable presidencia de Miguel Juárez Celman, atacado por una afección cardíaca, el jueves 21 de octubre de 1886 falleció José Hernández, militar, periodista, legislador y eximio poeta. Y sobre todo, en todo y con todo, un militante político por excelencia. José Rafael Hernández nació en la chacra de Pueyrredón, ...el antiguo caserío de Perdriel, propiedad de su tía materna Victoria Pueyrredón, en el actual partido bonaerense de San Martín, el 10 de noviembre de 1834. En ese caserío su tío abuelo había librado en 1806 el primer combate criollo contra los ingleses del vizconde Beresford. Fueron sus padres don Rafael Hernández y doña Isabel Pueyrredón. Fermín Chávez resume la situación familiar y el entorno político del siguiente modo: “La madre pertenecía a una familia de filiación unitaria y era prima hermana de Juan Martín de Pueyrredón, por lo cual José resulta primo segundo del pintor Prilidiano Pueyrredón. El padre, en cambio, militaba en el partido federal, al igual que sus hermanos Eugenio y Juan José, este último muerto durante la batalla de Caseros”. Desde muy temprano quedó al cuidado de su tía Victoria –a quien llamaba “mamá Totó”-, mientras sus padres solían pasar largas temporadas en estancias del sur de la provincia. Pero pronto sus tías debieron emigrar por persecuciones políticas y José fue dejado al cuidado de su abuelo paterno, José Gregorio Hernández Plata, que vivía en una quinta de Barracas sobre el Riachuelo. En 1843 fallece la madre. José está afectado por una dolencia física, al parecer del pecho, por la que le se le prescribe un cambio de clima, y debe abandonar sus estudios primarios en la ciudad hacia 1846. Su padre lo lleva a los establecimientos ganaderos de los herederos de Juan Manuel de Rosas -donde trabajaba de mayordomo- y en la pampa bonaerense se recupera. Chávez refiere del siguiente modo aquellos días: “Es así como, a los doce años de edad, Hernández entra en contacto directo con el gaucho y con sus tareas de todos los días, en una época caracterizada por la intensa actividad de los saladeros. Su hermano Rafael lo dice en una de sus clásicas páginas sobre la juventud de aquél: ‘Allá en Camarones y en Laguna de Los Padres se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba y de los que hoy no se tiene idea. Esta es la base de los profundos conocimientos de la vida gaucha y el amor al paisano que desplegó en todos sus actos’”. Además de la realidad del hombre del campo, José Hernández supo captar el sistema de valores, lealtades y habilidades de la sociedad rural. A los diecinueve años de edad, en 1853, ingresó en las filas del ejército e intervino en la represión del levantamiento del coronel Hilario Lagos contra el gobierno de Valentín Alsina, participando en las batallas de San Gregorio (donde los dispersaron “como flor de cardo deshecha por el viento”, cuenta Guillermo Hudson en Allá lejos y hace tiempo) y El Tala. En 1856 optó por alinearse en la fracción reformista del partido federal, que propiciaba la incorporación de Buenos Aires a la Confederación presidida por Urquiza con sede en Entre Ríos. En coincidencia con su pensamiento político inició ese mismo año su rica actividad periodística, en el diario La Reforma Pacífica, el medio de los que el oficialismo denominaba “los chupandinos” -por su supuesta afición a la bebida-. A su vez los separatistas, partidarios de Alsina y Bartolomé Mitre, recibían de sus adversarios el mote de “pandilleros” por cómo se manejaban. El periódico representaba los intereses de un grupo porteño cuyos miembros aspiraban a la nacionalidad, pero desde una perspectiva crítica a Urquiza. Después de haberse batido a duelo con otro oficial por razones políticas, abandonó la milicia y emigró a Entre Ríos en 1858. Se radicó en Paraná, en donde trabajó como empleado de comercio y en la administración nacional. Testigos de la época lo describen sencillo y conservador, corpulento y vigoroso, criollo ágil de cuerpo y de ingenio, de voz estentórea, arrebatado por los avatares de la política pero con tiempo para detenerse en el mercado, donde se la pasaba escuchando los dichos y chistes gauchescos de los carniceros, que entonces eran todos criollos de pura cepa y de indumentaria campera. En 1859 participa en la batalla de Cepeda con el grado de capitán, bajo las órdenes del coronel Eusebio Palma en las huestes de la Confederación, que resultan victoriosas sobre las fuerzas de Buenos Aires. A su regreso a Paraná, ese mismo año, se desempeña como taquígrafo del Congreso y remite desde allí sus colaboraciones a La Reforma Pacífica. Empieza a publicar también en El Nacional Argentino de Paraná. El 17 de septiembre de 1861 los ejércitos de la Confederación y del estado de Buenos Aires se enfrentan en la decisiva batalla de Pavón. Hernández peleó con el grado de capitán en el bando confederado al mando de Urquiza y resultó vencido, más que por la capacidad bélica de su adversario (Mitre) por la falta de convicción puesta en la acción ordenada por el presidente Derqui, actitud de Urquiza que le significaría el desprecio de muchos comandantes del interior, entre ellos el coronel López Jordán, a quien se atribuye la responsabilidad ideológica de su próximo asesinato. Más de una vez Hernández le enrostrará a Urquiza su lamentable falta de energía y de sagacidad para contrarrestar las maniobras de los porteños: “por torpeza de Urquiza, los políticos de Buenos Aires podrán avasallar a las provincias”. Lo cierto es que, aunque militar malo, la sutileza y habilidad política de Mitre provoca que Urquiza abandone el campo de Pavón, cejijunto, torvo y sin órdenes para los que se quedan, cuando la batalla no está aún decidida. Todavía la caballería entrerriana, con el gaucho José Hernández incluido, arrollará a la caballería mitrista, sin saber que su general ya los dejó en la estacada. En noviembre del mismo año José y su hermano Rafael participan en la batalla de Cañada de Gómez, donde también resultan vencidos por las tropas mitristas. Mientras se organizaban focos de resistencia federal en el interior bajo la conducción de Angel Vicente Peñaloza, Felipe Varela y Ricardo López Jordán, entre otros, Derqui renuncia y emigra a Montevideo, y Mitre es designado presidente. El 8 de junio de 1863 José Hernández se casó en la catedral de Paraná con Carolina González del Solar. Meses después funda y escribe El Argentino, periódico que sumaría su esfuerzo a El Litoral, en la defensa del ideal federal provinciano. El 12 de noviembre de ese año el Chacho Peñaloza, que se había rendido a una partida del comandante Ricardo Vera, es asesinado y decapitado y su cabeza es exhibida ante el pueblo en una pica, en una plaza de la ciudad riojana de Olta. La noticia conmueve las fibras íntimas de Hernández, que escribe en El Argentino la apología de Peñaloza y anatematiza a sus enemigos políticos: “Asesinato atroz. El general de la nación don Angel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolta, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual. El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la generosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios. La historia tiene para el general Peñaloza el lugar que debe ocupar el caudillo más prestigioso y más humano y el guerrero más infatigable. El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy. Que la maldición del cielo caiga sobre sus bárbaros matadores. Los millares de argentinos a quienes el general Peñaloza ha salvado la vida, rogarán por él”. En 1867 José Hernández se traslada a Corrientes y colabora en el gobierno de Evaristo López –paisano sin instrucción- como fiscal de Estado y luego como ministro. Además, escribe en El Eco de esa ciudad. Entre tanto en Buenos Aires la cuestión de la capital hacía perder a Mitre popularidad y daba origen a la división de su partido en dos fracciones: los que seguían sus principios —convertir a Buenos Aires en capital de la República— se denominaban nacionalistas y sus opositores, encabezados por Adolfo Alsina, fueron llamados autonomistas. En el lenguaje político, los “crudos” y los “cocidos”, alsinistas y mitristas, respectivamente. Como transacción entre las dos tendencias surgió la candidatura de Domingo Faustino Sarmiento para suceder a Mitre. Hernández escribe la editorial de El Eco de Corrientes: “¿Hasta cuándo? ¿Adónde va ese círculo exaltado de Buenos Aires que ha logrado hacer, aunque pocos, calurosos prosélitos en todos los ámbitos de la República, adónde va en su afán de dotar al país con un presidente cuyos antecedentes políticos y cuyo carácter personal son una amenaza viva para la paz y la quietud de sus habitantes? ¿Ha escrito acaso en su bandera la palabra de muerte para toda la nación e intenta convertirla en un vasto cementerio? “Hace sesenta años no interrumpidos que los hijos de esta tierra nacen al estruendo de los cañones, se forman en medio del bullicio de las batallas, encallecen sus manos empuñando la lanza y el sable y sienten encanecer sus cabellos entre el humo de los combates. Las legiones argentinas han recorrido el suelo americano en todas direcciones dejando tras de sí regueros de su sangre generosa, apilados los cadáveres de sus hijos y marchando siempre adelante, con el arma al brazo y atento el oído a la voz de los clarines. “¿Adónde van esas masas armadas a prisa, dirigidas por generales más o menos hábiles, vencidos hoy, vencedores mañana, pero sin conquistar jamás para sí un día de reposo? Cada vara de nuestro suelo recuerda un episodio sangriento, se liga a la historia trágica de un combate, cada vara de tierra es una tumba. ¡Hemos de marchar siempre chapaleando sangre, separando solícitos los cadáveres de nuestros hermanos que obstruyen nuestro paso, y caminando a la ventura en medio de las tinieblas de la anarquía y sin más luz que el resplandor rojizo de los cañones! “Los pueblos tienen derecho a la paz, al reposo, al sosiego, después de sesenta años de vida en los campamentos, en que han devorado sinsabores, apurando todas las amarguras que brinda la desgracia. ¿No se sienten conmovidos los autores de la anarquía en presencia de estas multitudes sacrificadas bárbaramente en holocausto de sus ambiciones bastardas, a la vista de esas hermosas campiñas donde blanquean los huesos de tantos millares de hijos de esta desgraciada República, al contemplar esos pueblos empobrecidos, aniquilados por la guerra civil y sentados sobre sus escombros las viudas, las madres, los huérfanos como la imagen de la desolación? “Aunque tienen serenidad para buscar un rincón donde reunirse tranquilos y tratar de que la destrucción se complete y de que las matanzas sigan. Quince años de lucha sin tregua fueron necesarios para conquistar un dogma: la libertad. Veinticinco de combates fueron precisos para fundar un principio: la ley. ¿Qué se busca ahora? Fundar un gobierno que haga de la libertad una mentira y de la ley una farsa. Remover esas dos grandes conquistas, que son el fruto de una batalla de medio siglo, para sentar en su lugar el imperio de un círculo, para sustituir a la ley de la voluntad de unos cuantos y para hacer que empecemos de nuevo el tan trillado camino de las luchas fratricidas. “Pero debemos tener fe en que esas tentativas no han de alcanzar su éxito. El país ha de saber oponerse a esos manejos de los anarquistas y su voluntad ha de ser una valla que ha de contener el ímpetu de sus pasiones tantas veces funestas. Si la anarquía, que intenta levantar de nuevo su cabeza, es vencida en la próxima lucha electoral, desaparecerá de entre nosotros, dando lugar al imperio del orden, de las instituciones y dejando abierto y franco el camino del porvenir. “¡Dios proteja la causa de los Pueblos!”. Sin embargo, a los pocos días un movimiento sedicioso mitrista derroca al gobierno correntino de Evaristo López y Hernández tiene que emigrar. Su amigo Ovidio Lagos de Rosario, también federal chupandino, lo invita a colaborar en el recién aparecido La Capital. El 12 de octubre de 1868 asume la presidencia Sarmiento y su vicepresidente Adolfo Alsina. Un año después José Hernández se establece en Buenos Aires. Aquí funda, con la ayuda de algunos amigos pudientes, El Río de la Plata, diario de combate en hora de bullentes pasiones políticas, pero de tono equilibrado y sin los ataques personales que por entonces eran tan habituales en la prensa. En él empieza a escribir algunas de las ideas que luego plasmará en el Martín Fierro: la frontera con el indio, la organización del ejército, la tenencia de la tierra. Imprenta chica, local modesto, recursos escasos, sin embargo El Río de la Plata en seguida compite en difusión con La Nación Argentina de los Gutiérrez, el órgano de Mitre, con El Nacional que responde a Sarmiento, y con La Tribuna, la hoja ligera y chispeante de los Varela. El 11 de abril de 1870 estalla en Entre Ríos el movimiento revolucionario encabezado por el general Ricardo López Jordán, que se venía gestando desde hacía cinco años, que asesina a Urquiza por considerlo traidor a la causa federal. En Buenos Aires son vigilados los nombres de la oposición, entre ellos Hernández. Decide entonces cerrar El Río de la Plata, y en su último editorial escribe: “No queremos asistir en la prensa al espectáculo de sangre que va a darse en la República… No hemos aprendido a cortejar en sus extravíos ni a los partidos ni a los gobiernos y antes de hacernos una violencia a que no se someta la independencia y rectitud de nuestro carácter, preferimos dejar de la mano la pluma que hemos consagrado exclusivamente al servicio de las legítimas conveniencias de la patria. Dejamos de escribir el día en que no podemos servirla”. A fines de 1870 se incorpora a las filas del ejército jordanista de 12.000 hombres y participa de la derrota de Ñaembé. Se exilia junto con López Jordán en Santa Ana do Livramento, Brasil, hasta principios de 1872. Allí comienza a escribir nuestro mayor poema nacional. Luego de un breve paso por el Uruguay, regresa a Buenos Aires amparado en una amnistía de Sarmiento y publica El gaucho Martín Fierro en 1872. Edición humilde, plagada de erratas, malísima impresión, un papel de porquería, produjo sin embargo un efecto memorable en la campaña. Por todos sus rincones resonó su profético clamor de justicia en la pampa infinita. Un pueblero de alma generosa o un gaucho de poca instrucción lo leía a los otros, al rededor del fogón. El Martín Fierro fue una consecuencia de la persona misma de Hernández y de su militancia, de su vida llena de una humanidad genial, un episodio principal de su lucha tremenda, desigual, angustiosa, por el gaucho, contra la ciudad. El poema trajo entonces –y nos sigue trayendo hoy, obra eterna de su espíritu- un fuego semejante al de los profetas bíblicos: fue hecho para señalar caminos y salvar pueblos. Poema esencialmente religioso, por su vasto espíritu abierto al infinito, su propósito de redimir a la raza, la reiterada invocación providencial al cielo, hasta la forma de expresión concisa, primitiva, rotunda, proverbial, al modo de los libros sagrados. A mediados del año siguiente López Jordán invadió Entre Ríos, y el gobierno de Sarmiento puso precio a su cabeza y la de sus colaboradores. Hernández buscó refugio nuevamente en Montevideo, donde escribió en La Patria, compartiendo su dirección. En 1874 otra vez el mando del país se enfrentó a la disputa entre Mitre y Alsina, aunque ambos eran también resistidos en buena parte de las provincias por su condición de porteños. La actividad del interior favoreció las aspiraciones del tucumano Nicolás Avellaneda —ministro de Justicia e Instrucción pública de Sarmiento—. La candidatura de Avellaneda logró la adhesión de diez provincias, por lo que Alsina retiró la propia y dispuso apoyarlo con su partido autonomista. De la fusión entre el partido nacional de Avellaneda y el autonomismo de los “crudos” de Alsina, surgió una nueva expresión política: el Partido Autonomista Nacional (PAN). En las filas de la revolución mitrista del 24 de septiembre de 1874 para oponerse a la asunción de Avellaneda se encontraban viejos enemigos del Chacho, de López Jordán y de Evaristo López -Arredondo, José C. Paz y otros- que simbolizaban la política que Hernández combatía desde 1857. Por eso el gran antisarmientista habrá de luchar esta vez por la legalidad representada en Sarmiento y Avellaneda. El 1° de enero de 1875 suspende su aparición La Patria de Montevideo y Hernández regresa poco después a Buenos Aires en el marco de la política conciliadora del presidente Avellaneda. En 1879 fue diputado por la segunda sección electoral en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires y más tarde obtuvo la presidencia de la Cámara. Ese mismo año publica la segunda parte del poema gauchesco: La vuelta de Martín Fierro. Para suceder a Avellaneda se presentaron el gobernador bonaerense Carlos Tejedor y el ministro de Guerra general Julio Argentino Roca. Junto con Jacinto Varela Hernández fundó un Club de la Juventud Porteña, en adhesión a la candidatura de Roca, quien resultó triunfador en las elecciones por amplia mayoría. Pero Tejedor no aceptó el resultado del comicio y dispuso una movilización de milicias, tras lo cual debió sufrir el sitio de la ciudad por parte de las tropas nacionales, y se produjeron los intensos combates de los días 20 y 23 de junio de 1880. Hernández se negó a tomar parte en las luchas internas y se ocupó de organizar, junto con Carlos Guido y Spano, el auxilio de los heridos por medio de la Cruz Roja. Hernández fue vocal del Consejo de Educación y senador provincial de Buenos Aires, electo en 1881 –año en que publica Instrucción del Estanciero- y reelecto en 1885. Abogó por la federalización de la ciudad de Buenos Aires, orientándose en el autonomismo nacional y en consecuente oposición a Leandro N. Alem. Con el gobernador Dardo Rocha trabajó en el proyecto de fundación de la capital bonaerense. Si bien resulta lógico interpretar la nominación por la proximidad ribereña, algunos estudiosos sugieren, basándose en la tradición oral, que la denominación de “La Plata” estaría también vinculada al segundo apellido de su abuelo. La fundación tuvo lugar el 19 de noviembre de 1882 y se sirvió un asado preparado por Hernández. En 1884 compró una quinta en Belgrano, en donde comenzó a residir desde entonces, alejándose de a poco y progresivamente de la actividad política. José Hernández puede servir muy bien como paradigma del escritor en el que militancia política, estilo de vida, quehacer periodístico y creación literaria forman todavía un sistema perfectamente coherente y solidario, pero en el que “la faena de la pluma” tiene un peso específico. Pero también como un poeta eximio que hizo de su genio literario un arma al servicio de la militancia. Como lo definiría el propio José Hernández: “Yo he conocido cantores/ que era un gusto el escuchar;/ mas no quieren opinar/ y se divierten cantando;/ pero yo canto opinando/ que es mi modo de cantar”. En una famosa carta a José Zolio Miguens, que precedió a la primer edición del Martín Fierro, escribió: “No le niegue su protección (al poema), Usted que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que es víctima esa clase desheredada de nuestro país”. Al informar sobre su fallecimiento, un diario de La Plata tituló: “Ha muerto el senador Martín Fierro”. En su entierro, el glorioso general Lucio V. Mansilla profetizó: “Afirmo que, cuando sea sepultada en el polvo del olvido la fama de muchos de nuestros grandes hombres de circunstancias, persistirá en la memoria del pueblo el nombre de Martín Fierro. Y José Hernández no habrá muerto”. Fuente: agendadereflexion.ar/2003/10/21/119-el-militante-hernandez/Ver
Posted on: Sun, 10 Nov 2013 22:16:07 +0000

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