El Poema Más Bello del Mundo (Junio 27 - CARETAS).- Cada vez - TopicsExpress



          

El Poema Más Bello del Mundo (Junio 27 - CARETAS).- Cada vez que yo pasaba por la casa donde vivió Stephane Mallarmé, rue de Rome, Distrito XVII, París, para tomar mi metro, miraba la placa de bronce que informaba que allí había vivido el poeta a fines del siglo diecinueve, y es en ella donde se celebraban los famosos martes literarios que frecuentaban los grandes poetas simbolistas: Rimbaud, Verlaine, Valery, Lecompte-de-Isle quienes habían coronado a Mallarmé como el Príncipe de los Poetas, y le habían ceñido la Corona de Laurel, como en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. Había sido un poeta oscuro y legendario, oscuro porque sus cincelados versos parnasianos “oscurecían la oscuridad” de sus enigmáticos poemas, y en los últimos años de su vida se había dedicado obsesivamente a escribir “El Libro Perfecto” cuya ejecución puntual y verdadera se describía en un folleto titulado “A Propósito del Libro”, publicado poco antes de su muerte ocurrida en 1898. Explicaba cuántas páginas debía tener este mítico libro, qué formato, qué tipografía, qué papel y de qué gramaje, qué carátula, cómo y por cuántas personas debería ser leído ante el público, y cuántas personas deberían asistir a esa lectura. Porque el Libro Perfecto no podía ser otra cosa que un libro de poemas; ¡qué duda cabe! que contuviese en sus páginas toda la belleza y la sabiduría del mundo, y no una vulgar novela, que era para alimento de las masas, como aquellos esperpentos “naturalistas” de Zolá cuyos capítulos venían en el suplemento de los periódicos, para atraer a la ignorante clase media incipiente que agotaba la edición. No por nada los simbolistas despreciaban a los burgueses arribistas, de esos que pueblan las novelas de Balzac. Finalmente el Príncipe de los Poetas había terminado por escribir él mismo “el poema perfecto” que llevaba el enigmático título de “Un coup de dés jamais n’abolirá le hazard” –“Un golpe de dados jamás abolirá el azar”– y lo legó en su lecho de muerte a su gran amigo y albacea Paul Valéry, que hizo publicar el poema en la editorial Gallimard en 1914, dentro de sus Obras Completas. ¡Y vaya si era un poema enigmático! Los propios simbolistas lo consideraban “un misterio envuelto en un enigma y enclaustrado en un arcano” y se consideraba como el mejor poema francés del siglo XIX, aunque sería mejor decir el Primer Poema del siglo XX, ya que abre lujosamente las puertas a la Poesía de la Modernidad. En fin, una de las muchas veces que me había puesto a escudriñar ese poema, que se desplegaba en el espacio como ninguno antes lo había hecho, y si bien planteaba numerosas dificultades de lectura a causa de su propia novedad, me seguía fascinando, de súbito me di cuenta de cómo el poeta lo había hecho, y me quedé estupefacto. Entendí, en un relámpago, cómo el poeta había ordenado sus versos siguiendo las diagonales de la página, que eran claramente visibles en el escalonamiento de los versos, que descendían desde el ángulo superior izquierdo hasta el ángulo inferior derecho de la página, pero dejando al descubierto una gran playa blanca en la diagonal que iba desde el lado superior derecho al lado inferior izquierdo, en el que no había, notoriamente, nada. Entonces me pareció entender que el poema se ordenaba dinámicamente por la tensión entre la Diagonal Plena y la Diagonal Vacía de la página blanca, incorporando el espacio vacío al poema, y ocupándolo plenamente, sin dejar márgenes ni resquicios. Al día siguiente que fui a ver a mi amiga la lingüista Misou Ronat, fue para encontrarme con el “Coup de Dés”, abierto en el medio de su escritorio, con muchas páginas escritas a mano por mi amiga, y también diagramas lingüísticos chomskianos, y al fondo del escritorio una pizarra con versos del poema de Mallarmé. Me quedé abrumado por la coincidencia, porque ambos estábamos desmontando ese laborioso poema, cada cual por su lado y con su propio destornillador… Pero claro, ella se ocupaba de los aspectos lingüísticos del poema, y yo del montaje espacial, y cuando nos dimos cuenta que se articulaban perfectamente, decidimos dar, a instancia de Mitsou, una conferencia al alimón en el Instituto “Polivanov” de La Sorbona, donde concurría un puñado de brillantes intelectuales, capitaneados por Jean-Pierre Faye, Jean Claude Milner, Jacques Roubaud y la misma Mitsou, varios de ellos pertenecientes al grupo “Change” y rivales jurados de los de la revista “Tel-Quel”: Roland Barthes, Philippe Sollers, Julia Kristeva… Ambos grupos se disputaban el espacio parisino, y cada uno tenía una influyente revista que distribuía una gran editorial. Yo andaba con los de mi lado, pues los otros me parecían una banda de semiólogos fanáticos, lingüistas renegados que querían convertir la poesía en ciencia. Pocos días después de nuestra conferencia, que fue un éxito, Mitsou me invitó a acompañarla a visitar a Mme. Agathe Valéry, hija de Paul, el que fuera albacea de Mallarmé, porque ella era la única que tenía las pruebas de imprenta de “Un coup de dés”, que había heredado de su padre. La vieja y distinguida señora habitaba un apartamento en un segundo piso del boulevard Montparnasse, y allí llegamos una luminosa mañana de primavera. La dama nos recibió cordialmente, y sin dilación nos llevó a una ventana soleada, frente a la cual había un atril de madera, con unas páginas impresas plegadas en un libro, pero un libro de una dimensión inusual, que nos pareció enorme pues medía 38 cm de alto por 28 de ancho… Y allí recién nos dimos cuenta que la magnitud sí que contaba, porque era parte fundamental de su poética. Nos acercamos al atril, y después de explicarnos que en los últimos meses de su vida Mallarmé trató de publicar su obra maestra, y al efecto contrató a una imprenta de una provincia cercana, que era barata, para confiarle este inusual trabajo, pues el poeta no era hombre de muchos medios económicos. Vino pues el maestro impresor a su casa, y Mallarmé le mostró los bosquejos del poema, hechos en papel milimetrado como usan los arquitectos, con muestras de la tipografía que había escogido, todo muy detalladamente explicado. Y esperó durante semanas y el impresor no daba señales de vida, hasta que un día apareció, con las pruebas de página que ahora mismo nos iba a mostrar. Y abrió la primera página con sus manos de hada, y apareció esa enorme tipografía carácter Didot en mayúsculas, al menos punto 60, que pesaba una tonelada y luego la normal punto 16, con cursivas de punto 10, y versos en 24 y 48 puntos… Y los versos que comenzaban a repartirse sobre la página, dispersándose precisamente como un tiro de dados sobre el tapete verde… Formando figuras geométricas, galopantes, escalonadas, jadeantes entrecortadas, con brutales moles de mayúsculas aquí y allá y plumas solitarias cayendo extraviadas… Eran 24 majestuosas páginas que contenían el poema más bello del mundo, el más moderno, el más misterioso de este bajo mundo… Cerró con sus manos de hada las últimas páginas del poema, y nos invitó a pasar a la sala a tomar una copita de Porto. Allí nos siguió contando que Mallarmé, que era de un carácter bastante exigente, se había quedado frustrado por una serie de errores que se habían cometido, y lo mandó a corregir en tono irritado, y a partir de entonces comenzó su calvario, porque el maestro tipógrafo comenzó a sabotearle el trabajo, y en lugar de arreglar la prueba de página, la descompuso adrede y la dejó peor solo por fregarle la pita al poeta, e hizo lo mismo con los 5 juegos de página ulteriores, y como resultado este juego de páginas, el primero, era el más cercano a su modelo, y el único que estaba en Francia y no en una universidad americana. Mallarmé tuvo pues la mala suerte de morir antes de ver publicada la obra maestra de su vida… “Esto no se puede quedar así” dijo Mitsou cuando salimos “Hay una justicia poética, ya vas a ver” le repuse. Y como en verdad hay una justicia poética que funciona mejor que la ordinaria, entre Mitsou, la gente de su grupo, el tipógrafo húngaro Tybor Papp y yo, un año después de esa memorable visita a Mme. Agathe Valéry, conseguimos publicar la Edición Princeps de “Un Coup de dés Jamais N’Abolirá Le Hazard”, que salió en París el 20 de enero de 1980, en edición numerada. A mí me tocó el No 7 de El Poema más Bello del Mundo. Todos los diarios y revistas literarias aplaudieron este rescate poético, en nada inferior al rescate del “Titanic”, salvo desde luego el derechista “Le Figaro” que se quejaba amargamente que en el grupo de rescatistas hubiera un húngaro, un portugués y para colmo un sudaca, este su leal, atento y muy seguro servidor que firma estas cuartillas... (Rodolfo Hinostroza)
Posted on: Thu, 27 Jun 2013 14:50:04 +0000

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