El domingo por la mañana, un día que uno anhela plácido y - TopicsExpress



          

El domingo por la mañana, un día que uno anhela plácido y familiar, estaba cargando a la nena, haciéndola jugar con su vaca, la muñeca que la acompaña. Una de las ventanas de la habitación da hacia la calle, y es frecuente que, sobre todo, cuando está abierta, el ruido se cuele inmisericorde. Ese día lo estaba, un poco para mantener siempre ventilada la habitación, y un poco, porque uno imagina que los domingos, sobre todo por las mañanas, ha de estar un tanto más tranquilo que de costumbre. Justo había logrado sentar a Vianca frente a frente con su vaca, sobre la cama, cuando se produjo un estruendo de aullidos y gruñidos allá afuera. La bebe se puso a llorar, y rápidamente tuve que cerrar la ventana para evitar que el escándalo callejero nos termine de destrozar los nervios. La apacigüé, la tranquilicé y, como el bullicio y los aullidos y gruñidos no cesaban, me acerqué a la ventana,, y asistí a uno de los espectáculos más bárbaros que recuerde. Tres de los cuatro perros enormes del vecino de enfrente, junto con otros tres o cuatro callejeros, estaban virtualmente masacrando a un perrito, de esos lanudos, cuya raza exactamente exactamente no recuerdo. El vecindario se asomaba a sus ventanas y puertas a formar parte de la tribuna observadora del evento. El perrito lanudo, de un color blanco, que ya empezaba a mancharse del rojo inevitable de la tragedia, era arrastrado y jaloneado brutalmente por ese tropel de perros, cada uno de los cuáles, por lo menos, le triplicaban en tamaño y peso. Por supuesto, yo tenía a la nena, con la cabecita hacia mi espalda, y aún con todo, probablemente, no hubiera entendido la escena que tenía enfrente. Cuando ví que por unos segundos el perrito fue jaloneado como bandera, como una pequeña y peluda bandera, hice algo que no pude evitar, pero, que ahora mismo me arrepiento de un modo radical. Dejé a la bebe en su cuna, salí de la habitación corriendo, saqué la llave de la habitación de Rodrigo, mi hermano menor, que es comando de élite de la policía, y que ahora se encuentra fuera de Lima. bajé raudo las escaleras, me precipité hacia su puerta, la abrí, me dirigí al clóset, justo donde me había indicado mi hermano, y encontré la pistola ametralladora que guardaba en su habitación. Junto estaba la caja de cargadores, extraje uno, y salí volando de la habitación. paola, que se hallaba sentada en su PC,, de espaldas a mí, me preguntó por la bebe, e inmediatamente, al notar que salía a la calle, me dijo a dónde iba. — Ahorita vuelvo, —le dije, casi al vuelo. Nuevamente saqué la llave, abrí la reja de la entrada, y noté que en todo ese rato, el bullicio no había cesado. No quise siquiera imaginar el estado en que se encontraría el pobre perro lanudo. Era seguro que ya no estaría con vida. Se abrió la reja, y de un salto estuve en la pista, y la escena se me antojó relentizada. Observé las imágenes de algunos vecinos, con aspecto de haber salido de la cama. Casi ninguno reparaba en mí. Mientras me acercaba al tumulto, pude visualizar que se había empezado a formar un ruedo de observadores de la pelea, o, mejor dicho, del ritual de sacrificio perruno que estaba teniendo lugar. Llegué al ruedo de mirones, me hice de un espacio, dí un paso adelante, y me enfoqué en el lomo de uno de los perrazos que agitaba la cabeza con furia. El espectáculo era sencillamente intolerable a la vista. No lo pensé más, descorrí el seguro, y, tal como me había indicado mi hermano, apunté más abajo, pues, al tirar, el asunto se levanta un poco. Así, en medio de un breve griterío de algunas vecinas, al observar, ahora no ya a los perros, sino a mí, solté cuatro breves ráfagas. Rac, rac, rac, rac, eliminé a cada uno de los perros que, ya antes de mi intervención,estaban lo suficientemente manchados como para notarse nada de lo que les había sobrevenido. Aún con la respiración dificultosa, por la carrera y por la adrenalina, extraje el cargador del arma, y me la metí al bolsillo de la casaca de buzo que llevaba. Mientras caminaba de retorno a la casa, percibí en la nuca, las miradas de mis vecinos, empecé a barajar mentalmente, los datos, nombres, y fonos de los abogados que conocía. Abogados que ahora tendrían que defenderme legalmente del estropicio que acababa de cometer, ante las narices de mis vecinos. por supuesto, como está claro que, para quienes me conozcan, esto que acabo de relatar no puede haber ocurrido, , por varias razones que conocen bien, debo sí comentar , que todo ha sido cierto, hasta la parte en que me acerco a la ventana. . Tan cierto como que ese perrito lanudo, ya pasó a mejor vida. Nota: No tengo un hermano menor, no uso, ni sé usar, ni apruebo el uso de armas, y no tengo familiar policía. Dos cosas finales. No soy defensor de la vida animal a ultranza, y menos de los perros callejeros. Tampoco soy un defensor de la violencia. Me resigno a pensar que ese tipo de barbaries, como las que he narrado aquí, tanto por parte de los animales, como por parte de las personas, forma parte inevitable de la escena natural de esta vida, impredecible e implacable como es.
Posted on: Tue, 01 Oct 2013 22:12:11 +0000

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