El mundo de los poderosos Cuando entramos a la finca, se adueñó - TopicsExpress



          

El mundo de los poderosos Cuando entramos a la finca, se adueñó de nosotros un silencio de muerte. ¿Y las aves? ¿Ya no cantan? ¿Dónde están? Es que ya no existen los cafetales, en lugar de ellos está el palo de hule que no tiene sino hojas grandes en donde no pueden anidar. Yo amaba ese lugar, cuando era joven me invitaban a pasar unas breves vacaciones ahí. Al entrar, el aire fresco era alimentado por árboles y plantas de café. Cuando el café estaba en flor, un aroma exquisito se respiraba. Si era posible montaba a caballo y me gustaba galopar sintiendo que el viento me llenaba cuerpo y alma. Un suave viento que olía a jazmín. Es que el café está en flor. Por esa lejana época, el café era la mayor riqueza de Guatemala. Sólo había algo que no me dejaba ser enteramente feliz: las barracas en que vivían los trabajadores. Los niños panzones y desnudos, desnutridos. Es que comen solo tortillas con chirmol y chile. Me sentía mal conmigo misma. Yo feliz, frente a tanta miseria. Pero qué más quieren. Ahí está la escuelita y la iglesia. ¿Y los maestros? De cuando en cuando vienen, pero pronto se van. Además, hay un salón en donde se guardan medicinas. Cuando se enferman mucho se les lleva al hospital del pueblo, si es que hay. ¿Nadie lucha por ellos? Sí hay algunos, se les llama comunistas. No son bienvenidos. ¿Desde cuándo sucede esto? Desde siempre. Pero antes era peor. Ahí está la cárcel a la que iban a parar los delincuentes, que eran los borrachos. “Buenos días, señora”, me decían. “Buenos días, señor o señora”, contestaba yo. Eso fue motivo de escándalo. Una época llegó de vacaciones a la finca una de las alemanas de la época de Hitler. ¡Ay, fíjense que la Nené (así me llamaba mi familia) les llama a los indios señor o señora! Yo callaba, al fin y al cabo era una invitada y gozaba mucho el contacto con la naturaleza. Por las tardes me iba a ciertos lugares en donde se podían apreciar los atardeceres. Papel y lápiz en la mano. Trataba de escribir lo que sentía. Me quedaba con el deseo, pues no sabía ni qué decir. Cuando nadaba en la pequeña piscina, caritas morenas y sucias me “ispiaban”. No me sentía bien del todo, a pesar de que gozaba dentro del agua. Por las tardes me gustaba ir a leer al ranchón, cerca de la piscina. Ahí era fresco y había una cómoda hamaca. También gozaba con la comida. Tenían cocineros bien entrenados. Aquello era el paraíso, por lo menos para mí. Trataba de no sentirme culpable. Si yo fuera dueña de la finca, sería diferente, me mentía. Sombrero en mano y cabeza baja, los indígenas le hablaban al patrón o a la patrona. Pero lo más doloroso fue cuando regresé a la finca para un entierro. Al entrar se me vino encima un silencio mortal. Ya no existían los pájaros. Árboles de hule, me dijeron. Hojas inmensas. Imposible anidar en ellas. ¿Y los niños? Igual de panzudos y secos. ¿Pero es posible que nada haya cambiado? ¿No lo estás viendo, pues? Se me fue toda alegría. No pude disfrutar como cuando era jovencita. ¡Y yo que me quejaba! Por un tiempo se me llamó comunista por protestar por este estado de cosas. ¡Qué diablos! Era tan “burguesa” como cualquier otra, lo único es que no poseía fincas. En Guatemala, y me parece que en Centroamérica y otros lugares latinoamericanos, nada ha cambiado. Peor, ha habido guerra. Los guerrilleros no arreglaron nada. ¿Hay alguna esperanza para que cambiemos nuestra injusta sociedad? En absoluto. Los ricos, ricos; los pobres, pobres. Los de clase media, igual de ignorantes y egoístas. En lo de egoístas me incluyo. Mi defensa: ¿qué puedo hacer? Escribir. Nada más. Enamorarte de los libros. Buscar en ellos la verdad, la justicia, la felicidad. Todo esfuerzo, en vano. Los políticos, peor o igual que siempre. Hacer “pisto”, eso sí pueden hacer bien. prensalibre/opinion/mundo-poderosos_0_979102105.html
Posted on: Fri, 23 Aug 2013 16:54:27 +0000

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