El rincón, su rincón, parecía ser un lugar precintado por la - TopicsExpress



          

El rincón, su rincón, parecía ser un lugar precintado por la policía. Nadie tenía el coraje o el valor suficiente para franquear ese acordonamiento imaginario. Todo aquel que pasaba al bar intentaba no cruzar la mirada con él, sentían un evidente pavor ante Luis, así se llamaba. Luis era un hombre solitario y violento, tanto en sus expresiones y gestos como en sus actos; tendría unos cuarenta años nada más, pero aparentaba, por las arrugas de su piel cetrina y curtida, cerca de los cincuenta. Cuentan de él que hasta los treinta años había sido un buen tipo, pero, que la traición que sufrió por la que había sido su esposa y las consecuencias de tomarse la justicia por su mano, más los cinco años de prisión, le habían convertido en alguien huraño y pendenciero. Vivía en una pequeña cabaña en el campo, construida por él mismo, cuando comenzara la etapa más feliz de su vida. El traslado junto con su esposa del pueblo a la cabaña fue, sin duda, un momento de grandes ilusiones que se truncaron al poco de comenzar. Allí vivían sustentados por la venta de productos lácteos y de la carne de sus terneras, en fin, una vida rústica en el ámbito popular de lo más característica. Un día, al poco de llevar ya dos años juntos, de vuelta a casa, se encontró a la que era su mujer con otro hombre en su cama. Él amante era un joven terrateniente de la comarca, con el que al parecer, ya llevaba ella tiempo relacionándose. Cuentan que le dio tal paliza al joven, que apenas le quedó al desdichado amante un hueso sin quebrar; naturalmente lo mató. Dicen, que según la investigación, y la declaración que hiciera Luis, tan sólo le agredió con la fuerza de sus puños. No crean que tomó ningún tipo de precaución o quiso librarse de su culpa, no, se deshizo del cadáver justo detrás de la cabaña. Poco más tarde, y completamente embriagado, se entregó a las autoridades. Él, tan sólo tenía rastros de sangre por los brazos, puños, en los cuales se apreciaban los nudillos completamente hinchados y magullados como si hubiera golpeado durante minutos sobre la corteza de un árbol y, eso sí, un profundo corte en la cara, supuestamente provocado por un arma blanca o un cristal, ya que fueron encontrados en la cabaña, tanto un cuello roto de botella, como una navaja, al parecer de la víctima, o usados por ella. En el cuello de la botella y la navaja, sólo aparecían las huellas del joven. De la mujer, jamás se volvió a saber nada; pero no pudo ser inculpado de su asesinato por no haber aparecido jamás el cadáver, ni encontrarse rastros de su sangre, ni en la cabaña, ni en el mismo Luis. Sospechan que fue asesinada al igual que su amante, y más tarde enterrada o lanzada río abajo, pero nada está claro al respecto y el cuerpo no ha aparecido todavía. Tras el correspondiente juicio, fue declarado culpable de homicidio con el atenuante de ser en defensa propia, y condenado a cinco años de prisión que dos meses antes terminara de cumplir, pues, según se aclaró al juez por la defensa, la víctima intentó apuñalar y matar a Luis en la pelea, causándole el corte en la cara que de haber sido en el cuello, pudiera haber resultado mortal. Esa cicatriz ya le dejaría marcado y estigmatizado para siempre. Ahora, aún habiendo pasado cinco años y un par de meses desde aquel trágico suceso, cada vez que aparecía por la taberna del pueblo, nadie cruzaba ni siquiera un saludo con él; había quedado señalado para siempre como el asesino de la cabaña y en los círculos más atrevidos, le apodaban el quebrantahuesos. Aunque ni al dueño de la taberna ni a los clientes les agradaba su presencia, nadie se había atrevido a decírselo y, el tiempo que Luis permanecía en su rincón bebiendo licor de hierbas, el silencio, los susurros y los cuchicheos, junto con el sonido característico del líquido al llenar los recipientes, en este caso vasos, componían esa especie de réquiem por la presencia de Luis, ya muerto para todos en vida. Un domingo, pasados algo más de dos meses de su aparición en el pueblo tras su salida de prisión, mientras él estaba en la taberna, un tremendo y deslumbrante Mercedes estaba siendo aparcado en las puertas de la taberna. Una preciosa mujer de rostro bellísimo y escultural cuerpo en rojo envuelto por un traje, entró en la taberna. Nada más comenzar a pisar esa tarima ya vieja, comenzaron a sonar sus tacones mientras dirigía sus pasos hacia la parte más alejada de la entrada, el rincón de Luis. Dios, era para ver las caras de todos los que estaban en la taberna, incluido el camarero! Qué belleza sublime la de esa mujer; ya con sus treinta y cinco, pero que aún conservaba toda la frescura de su juventud. Se acercó a esa línea imaginaria e infranqueable para todos en la que Luis estaba acordonado y, cruzándola, acercándose al rostro de Luis, salieron estas palabras de su boca: -Nos vamos ya, cariño? Cuanto te he echado de menos, Dios! Levantando Luis la mirada y haciendo un recorrido desde los zapatos hasta los ojos de la mujer, contesto: -Naturalmente, mi amor! Y cogiéndola por la cintura, se fundieron en un beso que dejó a todos los presentes boquiabiertos. Sacó un billete de cincuenta y le espetó al tabernero: -Con las vueltas, sírveles de beber a todos hasta que se acabe! Y con una sonrisa dibujada en el rostro y un brillo especial en la mirada, salió agarrado de la cintura de esa preciosa mujer de camino hacia el Mercedes. Cogió las llaves de manos de la mujer y subió por la parte del conductor para tomar el mando al volante; una vez dentro los dos, arrancó el vehículo y, haciendo chirriar las ruedas se alejaron a gran velocidad rumbo a la carretera comarcal de entrada y salida del pueblo. En la taberna uno de los temas de conversación viene siendo desde entonces: Quién era esa mujer y por qué a algunos les sonaba su rostro? GaDe 8/10/2013
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 13:02:53 +0000

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