El sueño de anoche: estoy en una sala grande hablando sobre el poeta mexicano Efraín Huerta. La sala está repleta de personas llevando abrigos rojos y azules, se ven como si estuvieran saliendo luces de bengala del mar. Yo hablo sobre Efraín Huerta. De pronto, tengo que ir al baño e interrumpo mi charla. No sé qué es lo que digo pero salgo de la sala y voy al baño. Aparezco en el baño de una habitación de hotel, no sé por qué. Un baño grande con un espejo redondo, no menos grande. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que llevo traje, con corbata y saco y zapatos negros. El saco y los zapatos negros no es un problema, ¿pero la corbata? Hace años que decidí no usar más una corbata, pues me hace sentir extranjero de mí mismo. Pues ahí estaba frente al espejo con una corbata y con los pantalones abajo, seguro después de haber terminado de hacer del baño, con toda la audiencia esperándome en la sala. Entonces intento subirme los pantalones (primer los calzones, es obvio), pero no puedo. Las manos me pesan como unas piedras, y tengo poco movimiento en ellas, como si me acabara de bajar la presión. Intento estirarlas para asir las presillas del pantalón, pero no se estiran, las tengo engarrotadas. Empiezo a sudar ríos de angustia. Muevo las rodillas para ver si logro subir el pantalón pero entre más las mueve el pantalón más baja hacia mis pantorrillas, como intentando escabullirse. Pienso en la audiencia que ya debe estar impaciente, esperando a que vuelva para concluir mi charla sobre Efraín Huerta. Será inútil. Nunca lo podré hacer, así en tal postura humillante. Despierto pensando los poemas de Efraín Huerta, esperando ver si hay en ellos alguna respuesta a este sueño cruel. Efraín Huerta parece responderme que en los poemas uno no encuentra respuestas, sino preguntas: siempre.
Posted on: Fri, 04 Oct 2013 22:29:09 +0000
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