El tesoro de san Jenaro No hay estampa más italiana –y, sobre - TopicsExpress



          

El tesoro de san Jenaro No hay estampa más italiana –y, sobre todo, más napolitana- que la procesión de san Jenaro y la ceremonia del “milagro” de la licuefacción de su sangre. Se unen historia y devoción, misterio y escepticismo, sentimiento de comunidad y orgullo local. Durante siete siglos, Nápoles ha acumulado un patrimonio de incalculable valor gracias a su santo protector, que murió mártir, decapitado, a principios del siglo IV después de Cristo. Los napolitanos lo han invocado ante todo tipo de calamidades, como las erupciones del Vesubio, los terremotos, las epidemias, las invasiones de ejércitos extranjeros y, más recientemente, los estragos cometidos por el crimen organizado. Emperadores, reyes y papas realizaron preciosas donaciones de joyas que componen el tesoro de san Jenaro. Los italianos están convencidos de que tiene más valor que las joyas de la corona de Inglaterra o que el tesoro de los zares rusos. En total suman más de 21.600 piezas. Al contrario de lo ocurrido con otros patrimonios dinásticos o eclesiásticos, el tesoro de san Jenaro se ha mantenido intacto. No ha sufrido expolios ni ha debido venderse para financiar guerras u otras costosas empresas. Hasta el mismo Napoleón Bonaparte frenó en Nápoles su instinto depredador e hizo también una donación al santo. En 1806 regaló una cruz de diamantes y esmeraldas que luego se insertó en el famoso collar de san Jenaro. Por primera vez en la historia, el tesoro de san Jenaro puede admirarse fuera de Nápoles. Unas 70 piezas se exponen, hasta el 16 de febrero del próximo año, en el museo Fondazione Roma, en el palacio Sciarra, muy cerca de la Fontana di Trevi, en la capital italiana. La muestra incluye las joyas más espectaculares de la colección, como la mitra episcopal, en la que están incrustados 3.328 diamantes, 198 esmeraldas y 168 rubíes. La mitra, obra de Matteo Treglia, cumple 300 años. La otra pieza estrella de la exposición es el ya citado collar, que se empezó en 1679 y al que fueron incorporándose elementos hasta 1933. La última aportación al collar fue muy curiosa. Humberto II de Saboya -que luego sería el último rey de Italia-, al instalarse en Nápoles en 1931, donó a san Jenaro un cáliz de oro, coral y malaquita. Dos años después, su esposa, María José de Bélgica, realizó una visita privada a la capilla del santo y se olvidó de traer un regalo. Ante la embarazosa situación, se quitó un anillo de oro con un diamante y lo donó. Esa joya se insertó en el collar de san Jenaro. Durante la Segunda Guerra Mundial, por motivos de seguridad, una parte sustancial del tesoro fue trasladada a Monte Cassino, entonces base militar alemana. Luego, para mayores garantías, se transfirió al Vaticano. Terminada la contienda, costó mucho esfuerzo recuperar la colección. Se ofreció a rescatarlo un peculiar personaje, Giuseppe Navarra, un buzo que se había hecho rico durante la guerra con el mercado negro. Le llamaban ‘el rey de Poggioreale’. El arzobispo de la época, el cardenal Alessio Ascalesi, le encargó la misión de rescatar el tesoro. Pasaron los días y no se tenía noticia de Navarra. Se temía que se hubiera apoderado del tesoro o que se lo hubieran robado. Finalmente Navarra se presentó, con un camión, en la plaza de la catedral. Sabedor de los riesgos que corría durante el trayecto, evitó la carretera principal e hizo un trayecto alternativo, mucho más largo, por vías infernales de los Apeninos. Según su relato, viajaba de noche y se ocultaba de día. Al entregar el tesoro al cardenal Ascolesi, este le ofreció una recompensa. Pero Navarra la declinó, con solemnidad: “Me basta el honor de haber rendido un servicio a san Jenaro y a usted. Dejadme sólo besar el anillo sagrado. El dinero que me ofrecéis, dadlo a los pobres”.
Posted on: Mon, 18 Nov 2013 02:09:43 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015