El vinotinto increíble No solo conocí a los más imposibles - TopicsExpress



          

El vinotinto increíble No solo conocí a los más imposibles futbolistas de este universo mundo, sino que fui uno de ellos, jugué para sus oncenas, ¡y a veces en su contra! Divina temeridad que heredé de mis antepasados y que de seguro legaré a mi descendencia. Eso es así. Hoy en día prolifera otro tipo de jugador más creíble, mucho más civilizado. Educado para la televisión y su consumo, para la marca, no la del juego (esa de pegársele ahí al lado a un jugador, de estampilla), la comercial; y para las masas alienadas. Tú los ves cómo se desenvuelven, como hablan, a veces mejor que los comentaristas profesionales. Lo digo no por ellos, al final son buenas personas, lo digo por la muchachada en general, expuestos a eso, no sé. Tenemos que rescatar la fuerza, el empeño, la llamarada sagrada de la juventud. Ya no existe ese tipo de jugador: guerrero, épico, colosal, invencible, alegre. Sobre todo alegre. Por ejemplo: un Alfonso Mantilla, alias “Pata e’ Palo”. Vivía a la cola del patio, detrás de los topochales. Puntero izquierdo, ágil, certero; jugaba con una prótesis que su abuelo le había construido de un rolo de guayabo, muy parecido a los “indios desnudos”, de esos que vimos por estos desfiladeros, por donde veníamos. Kiko Urquiola, “María Palitos” (Pata e’ Mecedora). Él era de la calle de allá, de enfrente, La Principal, por donde pasaban los carros. Caminaba con un tumbao tan pronunciado, debido a la comba inversa de su pierna izquierda, que también le decían “Garrincha”. Parecía una escoba en el lateral izquierdo. Escondía el balón de tal manera que solo el árbitro podía resolver aquel prodigio. Siriaco, “El Bombardero”, tenía un cañón tan potente en la zurda que perforaba cuanta malla encontraba. Le doblaba las manos a los arqueros, les arrancaba los guantes. Lorenzo, alias “Sofía”, jugaba con unas botas de construcción, punta de acero. Dejó a más de uno inhabilitado, fuera de juego. Juancho “El Mocho”, de cuyas aventuras se deriva ese mítico cuento que la gente cree que es un chiste, pero sucedió en verdad. Resulta que Vitico, su hermano, lo llevó a pasear por aquí por la rivera del rio, pal monte, monte adentro. Lo llevaba como siempre, a caballito, aquí sobre los hombros, sujetándolo por los toconcitos. Y cuando había caminado como ocho horas, o más, entre la espesura, y salieron así, a un claro sobre una loma, ¿A que no sabes a quien se encontraron? ¡A un tigre de bengala mi comadre! Vitico cuenta que era más grande que un caballo. Rugió como un trueno, abrió las mandíbulas tanto que él no atinó otra cosa que tirarle al Mocho dentro de las fauces y correr. Y correr como loco. Tanto y tan veloz que llegó a su casa como una flecha, todo azotado por las ramas de las trochas. Bueno, lo peor era echarle el cuento a la mamá ¿Cómo le decía a la mamá aquella tragedia? Sin preámbulo, pasó corriendo para la cocina, como un celaje. Se le plantó allí, frente al fogón, y le dijo llorando: ¡Mamá al Mocho se lo comió un tigre! La señora Margot, que ya suponía que su hijo mayor le vendría con unas largas y otras cortas, lo vio con una ternura, con esa ternura propia de las madres infinitas, y a punto de soltar la risa, le contestó: ¡No chico, tu hermano tiene dos horas durmiendo en el cuarto! Eso sucedió. Vitico lo cuenta y nadie se lo creé. Yo vi ese tigre, por aquí por este lado del río. Dicen que una vez lo vieron sobre el lomo del “Patrullero”. Lo certifico. Bueno, Juancho fue el mejor defensa de todos los tiempos. Hombre al cuerpo. Por su banda no logró pasar nadie, nunca. Se fue invicto. Arcadio: “El Morocho”; eso fue otra cosa. Yo no lo conocí, Conocí a su hermano y por supuesto nunca hablamos de eso. Dicen (no me consta), que mató a tres arqueros con su disparo asesino. Ese es otro tipo de jugador, oscuro, sombrío como “el diablo”, el de Florentino. Se fue de aquí, se fue lejos, por supuesto no lo fichó nadie, en ningún lado. Rada, “el colombiano”. Le decíamos “El Importado”. Se le pegaba la pelota, le llegaban como a un imán de balones, se daba la vuelta y gol. Me cuenta Valderrama, con quien jugó mucho tiempo después, que ese es un tipo de atleta con condiciones excepcionales. Se mueven en una dimensión adelantada a la nuestra. Nos ven como en cámara lenta y se desplazan con anticipación y gracia entre las marmotas que somos nosotros. Pueden hacer maravillas en nuestras narices, mientras pretendemos alcanzar su velocidad. Él, que es un jugador lerdo, descubrió que su lentitud era como especie de un relajante que adormecía al adversario, les producía el mismo efecto hipnótico de la cola de ciertos animales, movimientos tan armónicamente lentos que rompen con el ritmo del contrario, al punto de ponerlos a dormir sobre el césped. Me contaba que la única forma de jugar al lado una gacela como Asprilla, era a punta de pases larguísimos y adelantados. Recuerdo ese partido. Duro, empatados, últimos minutos. A Rada lo bañó el balón, altísimo. Dio dos giros en redondo que desequilibraron el estadio, pero cuando lo paró en seco, entre el césped y la zurda, sin dejarlo picar; el mundo se estabilizó. Terminamos ganando. Cristóbal era nuestro arquero titular. Medía más de dos metros. Cargaba un viejo volkswagen. Allí nos montábamos todos. Era zurdo también. A nosotros nos decían “El Expreso Zurdo”. La cancha se inclinaba a la izquierda, hacia donde estaban nuestras barras. Sus delanteros eran tan hostiles que constantemente sentía la soledad de los jardines y la brisa de los montes vecinos petrificándole el salitre frío de la espalda. El Mello (Efraín), era el mayor de siete hermanos a los que apodaban: “Los Cabezones”. Delantero central. Tenía esa manía: pasaba por debajo de algo, no importaba la altura y le daba con la cabeza, milimetricamente. Murió cabeceando un tiro. Vio venir la bala y su instinto cabeceador la enfrentó. Allá fuimos donde calló, con su familia. Lo despedimos pues. Jugué con Di Stefano, “La Saeta Rubia”, cuando era integrante del Ballet Azul. Fue en un amistoso (¡Que lastima que no quedó registro de aquel buen partido!). Pero… no, aquí no hay ningún testigo, además, no voy a comprometer a nadie. Eso fue cuando La Pequeña Copa del Mundo, también conocida como el Mundialito, un torneo amistoso de clubes, que se jugó en el Estadio Olímpico, allá en Caracas, entre el mil nueve cincuenta y dos y el mil nueve sesenta y tres, si bien recuerdo. Jugué nada menos y nada más que con “Mendocita” “El Loco”. Aquí allá, cuantos partidos. Lo de loco por cariño: El auténtico diez venezolano: lo vio antes y se anticipó con una arisca palomita, ¡goooooooooool! Jugué con Pele, con Garrincha (el verdadero). Con Didí: “EL Príncipe Etíope”. Con Cubillas, con Cueto: “El poeta de la Surda”. A Milla lo conocí en Gambia, y le pregunté: ¿Por qué le hiciste eso a Higuita, chico? Jugué con... ¿A que no adivinan? ¡Con Evo! ¡Con Kirchner! ¡Con Maradona! ¡Hasta Fidel jugó! Miren, si yo no hubiese sido pelotero, que no lo fui profesionalmente como aspiré (ahora softbolista), y luego soldado, y este huracán no me hubiese traído hasta aquí, con toda esta molienda de cosas maravillosas; yo hubiese sido futbolista, y de los buenos, como Maradona, no por lo virtuoso, a lo mejor no. Yo me miro en esa fotografía donde aparezco aproximándome a un balón que está allí, parado, y Maradona a un lado, impaciente, como con ganas de ayudarme, con ganas de prestarme esa prodigiosa pierna surda suya, y Evo al frente con las manos a la cintura, típico director técnico, observando al novato; y me convenzo: lo mío hubiese sido el futbol compadre. Hubiese estado allí en las canchas de cualquier forma. Recogiendo balones, llevando el agua, arbitrando, ¿qué se yo? Lo digo por la pasión, más que pasión, frenesí. Hubiese sido como Higuita ¡Como Chilavert! Como ese otro loco: El Mágico González que abandonó al futbol serio y se embarbascó con el futbol vivo, para vivirlo, para divertirse. Hubiese definitivamente sido un Mendocita: entregado, comprometido, dejándolo todo en el terreno. Lo demás no hubiese importado. Como Mendocita pues. Hubiese jugado con La Vinotinto. Ya hubiésemos ido al mundial, y varias veces. Se los juro, por este puñado de cruces. Bueno, nos vamos. Nos vemos otro día muchachada. Sigan entrenando. Recuerden: ustedes son La Generación de Oro. El presente es de lucha, el futuro nos pertenece. ¡Viviremos y venceremos! ¡Hasta la victoria siempre!
Posted on: Tue, 06 Aug 2013 14:59:40 +0000

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