El único auxilio oficial que se conoce para atenuar esa - TopicsExpress



          

El único auxilio oficial que se conoce para atenuar esa precariedad, es una pensión graciable de monto muy moderado que ni siquiera recae en todos los que tendrían derecho a ella por la calidad de lo que hacen. Las autoridades uruguayas, y la casta dirigente que esas personas integran, deberían pensar en la generosidad con que otros países dignifican a sus grandes artistas, nombrándolos Tesoros Nacionales Vivientes, como hace Japón, o concediéndoles rentas vitalicias de monto razonable en naciones vecinas, sin ir más lejos. Porque ya es hora de que los pintores excepcionales, pero también los talentos mayúsculos de otras áreas, desde Raquel Boldorini hasta Eduardo Fernández, se conviertan en ídolos nacionales debidamente estimulados. Habría que debatir un poco más sobre justicia cultural, valores estéticos y necesidades de un arte silencioso que ofrece mucho y recibe poco. Jorge Abbondanza Periodista y crítico de arte El País de Montevideo – ROU – 31/10/2013 Estímulos al artista El notable dibujante y pintor Jorge Satut murió la semana pasada, y esa noticia permitió pensar en la frecuente desproporción que existe entre el calibre de un artista y la notoriedad de su nombre o de su obra. Esa es la consecuencia de la escasez de estímulos que en este país suele haber para un trabajo creador y para el mérito de quien lo produce, que muchas veces solo es estimado por el reducido circuito de especialistas y conocedores. Una ingratitud que consiste en que el Uruguay sabe consagrar con apoyo masivo el nombre, el rendimiento y la carrera de otros individuos (en el ámbito deportivo o político, digamos) mientras parece tan receloso o avaro para respaldar la tarea artística de ejemplares extraordinarios. Otra ingratitud radica en que este país minúsculo y de población escasa, ha sido empero muy fecundo en dar talentos del área pictórica, como si fuera un terreno particularmente fértil para que germine la sensibilidad de maestros armados de pinceles y colores. En efecto, desde las figuras históricas como Besnes, Gallino o Blanes, pasando por los creadores modernos como Sáez, Barradas, Torres García, Figari, Petrona Viera o De Simone, la presencia de artífices de primer orden ha sido constante para enriquecer el proceso del arte visual en el país, sin saltear a los paisajistas (Laborde, Cúneo, Laroche, Etchebarne). Ese privilegio continuó a mediados del siglo XX con la generación de los renovadores abstractos o geométricos como Barcala, Ventayol, Espínola, Hilda López, Costigliolo. El portentoso impulso de esa gente se ha mantenido vivo a pesar de la pequeñez de un mercado de aire provinciano y espíritu retraído, ante el cual los mayores artistas han entregado lo mejor de sí a cambio de casi nada. Y a todo ello suele agregarse otro rasgo nacional bastante típico, el de la tendencia a las glorificaciones póstumas y la falta de respaldo al artista cuando está con vida y en plena actividad. A pesar de todo, el Uruguay ha seguido siendo un campo fermental para que nazcan pintores de valor singular, como ocurre con una generación actual donde figuran por ejemplo Javier Bassi, Oscar Larroca, Ricardo Lanzarini, Pablo Uribe o Fidel Sclavo, entre otros formidables talentos. Y sin embargo, ni siquiera los salones oficiales —a escala nacional o municipal— han sabido conservar su regularidad anual, que servía para fortalecer el reconocimiento y la recompensa a los talentos más apreciables. Los pintores capaces de ganarse decorosamente la vida con su labor, son muy pocos en medio de esa caudalosa colonia, y no faltan los que han debido padecer penurias económicas por no abandonar su faena artística. El único auxilio oficial que se conoce para atenuar esa precariedad, es una pensión graciable de monto muy moderado que ni siquiera recae en todos los que tendrían derecho a ella por la calidad de lo que hacen. Las autoridades uruguayas, y la casta dirigente que esas personas integran, deberían pensar en la generosidad con que otros países dignifican a sus grandes artistas, nombrándolos Tesoros Nacionales Vivientes, como hace Japón, o concediéndoles rentas vitalicias de monto razonable en naciones vecinas, sin ir más lejos. Porque ya es hora de que los pintores excepcionales, pero también los talentos mayúsculos de otras áreas, desde Raquel Boldorini hasta Eduardo Fernández, se conviertan en ídolos nacionales debidamente estimulados. Habría que debatir un poco más sobre justicia cultural, valores estéticos y necesidades de un arte silencioso que ofrece mucho y recibe poco.
Posted on: Thu, 31 Oct 2013 11:54:31 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015