En la mitología griega, Ovidio cuenta una historia del rey de Chipre, Pigmalión, a quién no le gustaban las mujeres porque las consideraba imperfectas, por lo que concluyó que no quería casarse ni tener compañía femenina. Al paso del tiempo, el rey se sintió solo, y comenzó a esculpir una estatua, la imaginó perfecta y se avocó a reproducir en el mármol lo que había imaginado en su mente, puso tanto empeño en su labor de escultor, que la hizo perfecta y de rasgos muy bellos. Terminada su obra, la contempló hasta que se enamoró de ella. En una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Afrodita, Pigmalión suplicó a la deidad que diera vida a su amada estatua. La divinidad, dispuesta a atenderlo, elevó la llama del altar del escultor tres veces más alto que la de otros retablos. Pigmalión no entendió la señal y se retiró a su casa muy triste. Al llegar a ella, contempló la efigie durante horas. Después de un tiempo, el artista se levantó y besó a la estatua. Pigmalión ya no sintió los helados labios de mármol, sino una suave y cálida piel en su boca. Volvió a besarla, y la figura cobró vida, enamorándose perdidamente de su creador.
Posted on: Sat, 02 Nov 2013 01:47:29 +0000