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En la última década quizás no hay gremio más combativo en las empresas privada, que el de los gasolineros de la ciudad de México. "Pagando por trabajar: la lucha por la dignidad en las gasolineras del DF J. Alberto Fernández Una de mis partes favoritas en la entrañable novela Los Días Terrenales, de José Revueltas, es aquella en la que Rosendo y Bautista, dos militantes del Partido Comunista, atraviesan un tiradero de basura –en donde también viven los pepenadores- para llegar a la zona industrial con el encargo de pegar propaganda del partido a las puertas de las fábricas. Como la propaganda debe estar en su lugar antes de la entrada del turno matutino, la travesía se realiza en plena madrugada. La absoluta oscuridad que los rodea sirve de marco a sus monólogos interiores, en los que cada uno de los dos interpreta un suceso que acaba de ocurrir (y que de hecho constituye el nudo de la novela, pero por ahora lo dejaremos de lado) de manera diametralmente opuesta a la del otro. En la narrativa magistral de Revueltas, el tiradero, la oscuridad y el ambiente en general que constituía el simple trasfondo de los monólogos, adquiere vida propia y termina por determinar los pensamientos y sentimientos de los camaradas, sobre todo de Bautista. En cierto momento el lector empieza a sospechar que la travesía del tiradero será interminable; Bautista y Rosendo están atrapados en ese limbo que se convierte en un vórtice temporal, y por un momento ya no queda claro si afuera los aguarda la ciudad industrial o la vieja Tenochtitlan. Aparecen imágenes dantescas: la tenue luz de un cerillo revela fugazmente a un perro devorando las entrañas de otro ser (¿un bebé abandonado?). Bautista pisa heces humanas y su asco se proyecta hacia los habitantes del tiradero, “seres infinitamente no humanos, pero vivos y terribles”. Y de pronto, cuando la esperanza está a punto de extinguirse, aparece el barrio industrial en toda su magnificencia. La muy breve pero vívida descripción del barrio industrial establece un absoluto contraste entre las tinieblas del tiradero y la diáfana luminosidad de la zona fabril, “aquel panorama de esfuerzo, de lucha, de activo combate... con sus fábricas, con sus músculos, con su rumor sano, con su fragancia de aceite y petróleo.” En suma, el bellísimo escenario del trabajo asalariado; un mundo inteligible que revela sus secretos con poco esfuerzo: la apropiación por parte del patrón del valor producido por el trabajo del obrero, el nivel de explotación del trabajo, la organización del proceso de trabajo que facilita la colaboración de los trabajadores (y que constituye la base de la solidaridad obrera). A semejanza de los jóvenes comunistas de Revueltas, muchos activistas de los derechos laborales, así como estudiosos del trabajo, partimos de esta concepción nítida del trabajo asalariado desarrollada en todos sus detalles por Marx desde la segunda mitad del siglo XIX. Nos permite entender de dónde pro48 viene la ganancia del patrón y establecer una relación entre aquélla y nuestro salario (nivel de explotación). De esta manera, vemos que toda conquista en salario o prestaciones que le arranquemos al patrón se traduce en la reducción del nivel de explotación de nuestro trabajo y, por ende, en una posible reducción de sus ganancias. Incluso cuando enfocamos nuestras baterías contra los sindicatos charros, lo hacemos a sabiendas de que los charros son sólo un instrumento del patrón para acrecentar y asegurar la explotación de nuestro trabajo. Esta dependencia en la explicación básica del sistema del trabajo asalariado no es sólo nostalgia marxista, ni dogmatismo de ultraizquierda, tiene también su lógica en el hecho de que esta noción del trabajo asalariado tiene una expresión jurídica en el reconocimiento legal de la especificidad de la “relación de trabajo”. La Constitución de 1917 reconoció que el sistema del trabajo asalariado es esencialmente distinto de la simple transacción comercial entre dos individuos que libremente pactan la compra-venta de un producto. Entrar en una relación de trabajo (es decir, convertirse en trabajador asalariado) implica entrar en una categoría legal de la que se desprende una serie de derechos. Pero -,como diría Raúl Delasco-, aún hay más. Desde el Manifiesto Comunista el buen Marx afirmó que el sistema del trabajo asalariado tiene dos resultados esencialmente contradictorios desde el punto de vista obrero. Por un lado, obliga a los trabajadores a competir ferozmente entre sí por los escasos puestos de trabajo y por el acceso a las migajas de la “caridad” patronal. Pero por otro lado, la organización del trabajo en las fábricas tiene el efecto inmediato de fomentar la colaboración de los trabajadores entre sí (a fin de elaborar el producto) y constituye de hecho un formidable campo de entrenamiento en solidaridad y trabajo en equipo. Por ello, la clase trabajadora está tan bien equipada y capacitada para construir una sociedad más justa con base en la cooperación y no en la explotación. Ahora bien, la realidad, esa terrible señora que se resiste obstinadamente a encajar en la teoría, muchas veces nos muestra que este nítido esquema del trabajo asalariado se escurre por cualquier resquicio que le abre tanto la inventiva de la explotación patronal como las múltiples estrategias de supervivencia de los trabajadores. Entonces, un poco como Rosendo y Bautista en el tiradero, los activistas laborales nos encontramos en la más completa oscuridad conceptual y estratégica para encontrarle el sentido a ciertas situaciones laborales que se nos presentan “impuras”, por así decirlo. Porque, por ejemplo, y aquí -¡por fin!- entramos en materia, ¿cuál es el proceso de obtención de plusvalía en la venta de gasolina? ¿Cómo podemos reducir el nivel de explotación del trabajo cuando el patrón ni siquiera reconoce la existencia de una relación de trabajo? ¿Cómo logramos crear y mantener la solidaridad entre cierto tipo de trabajadores que son empujados a la competencia más despiadada sin el contrapeso de una organización cooperativa del trabajo? Llegados a este punto, digámoslo claramente: ¡el Sindicato de Trabajadores de Casas Comerciales, Oficinas y Expendios del Distrito Federal, “objetivamente” no debería existir! Pero el STRACC existe, y no sólo existe, sino que día con 49 día crece y se fortalece. Así que vale la pena, para militantes y simpatizantes, creyentes y escépticos, echarle un ojo a la historia de esta “anomalía teórica”, que para muchos de nosotros es en realidad una prueba de la fortaleza e infinitas posibilidades de organización de mujeres y hombres trabajadores en lucha por sus derechos y por hacer respetar su inquebrantable dignidad. Pero vayamos por partes. El STRACC organiza a trabajadores y trabajadoras del sector de los servicios y su columna vertebral son los despachadores de gasolina. En el sector servicios en general y en otros ámbitos como la administración pública, los trabajadores han venido enfrentando desde hace ya algún tiempo una perversa forma patronal de eludir las obligaciones legales; ésta consiste esencialmente en la autonegación. El patrón simplemente dice: “yo no soy patrón, ni tú eres trabajador asalariado; tú sólo me prestas un servicio de vez en cuando y yo te pago por él, y luego cada quien a lo suyo.” En el gobierno esta forma de contratación está muy difundida. Los empleados, que tienen horarios fijos y cadenas de mando (pruebas legales de la existencia de una relación de trabajo), trabajan bajo contratos de prestación de servicios. De esta forma, el gobierno se ha llenado de “freelancers”, o contratistas individuales, cuando en los hechos las oficinas funcionan con la misma regularidad burocrática con el mismo ejército de empleados públicos. La situación que enfrentan los despachadores de gasolina es todavía peor. Aquí el patrón ni siquiera pretende contratar “freelancers”, ni pagarle a nadie por sus servicios (de hecho no paga nada). Su argumento es básicamente: “yo no soy tu patrón, ni tú eres mi trabajador, porque no tengo necesidad de tu trabajo, las bombas funcionan solas; pero como soy muy buena gente te presto mis bombas de gasolina para que te ganes una propina despachándoles gasolina a los clientes. Ahora bien, como te estoy dando chance de ganarte unos pesos en mi estación, espero que la mantengas en buen estado, me ayudes a vender mis productos y/o me dejes unos pesos como renta de la bomba.” Este argumento es burdo, por supuesto, y prueba de ello es que el patrón exige del trabajador la documentación necesaria para acreditar la relación de trabajo ante el IMSS y las autoridades del trabajo. Sin embargo, la inexistencia de la relación de trabajo es el argumento favorito que esgrimen los patrones gasolineros cuando buscan eludir su responsabilidad en los casos de accidentes de despachadores ocurridos en las estaciones de gasolina. Surge entonces una situación difícil de explicar y entender para activistas laborales que no están familiarizados con la táctica de la autonegación patronal, y ésta es que el reconocimiento de la propia condición de trabajador asalariado no es el punto de partida de la organización de los despachadores de gasolina, sino uno de sus primeros objetivos. En otras palabras, los despachadores se organizan en primera lugar no a partir de su condición de trabajadores asalariados, sino para llegar a ser trabajadores asalariados (al menos plenamente en el sentido legal). Marx se estaría rascando la cabeza. Por otro parte, es difícil encontrar una forma de organización del trabajo que aliente mayor competencia que las estaciones de gasolina. Cada despachador o despachadora debe competir incesantemente con sus compañeros para 50 atraer clientes y ganarse una propina; cada cliente que gana un despachador es una pérdida para todos los demás. El único atenuante es cierta rotación que hace que los despachadores trabajen en pares o en equipos muy reducidos en cada “isla”. En este caso, cada par o equipo compite con todos los demás y el resultado es básicamente el mismo. La gerencia en cada estación generalmente hace su parte para acentuar la competencia a través de favoritismos, premios o castigos arbitrarios y la promesa de beneficios ligados al individualismo y la traición al grupo. Volviendo a las fuentes sagradas de la teoría. El proceso de trabajo en las estaciones de gasolina está diseñado para suprimir cualquier intento de cooperación a gran escala. ¿Por qué entonces los despachadores de gasolina afiliados al STRACC han formado un grupo increíblemente cohesionado que ha resistido el embate de patrones, charros y autoridades venales? ¿Por qué los trabajadores del STRACC están en primera fila no sólo apoyándose mutuamente cuando hay recuentos sindicales de otros compañeros gasolineros sino también demostrando su solidaridad con otras luchas de trabajadores? Quizá algunos antropólogos sociales podrían acercarse al STRACC y analizar todos los factores externos al proceso de trabajo que constituyen la base de la solidaridad interna del sindicato. Quizá encuentren que la experiencia sociodemográfica compartida y el hecho de que todos hablamos con el mismo acento del oriente del DF (de Aragón a Santa Úrsula) e idolatramos a Celso Piña, constituyen una base más sólida que la posición objetiva en el centro de trabajo. Los estudiosos de la educación popular resaltarán el papel de la formación política que lleva a cabo desde su fundación el Frente Auténtico del Trabajo, del que todos los miembros del STRACC reivindican una afiliación incondicional. Economistas y sociólogos verán en el STRACC un gran y promisorio ejemplo de la supervivencia del sindicalismo tras el fin del sistema del trabajo asalariado. Y otros veremos en el STRACC simplemente a un grupo de hombre y mujeres, unos más jóvenes y otros más maduros, que han decidido reivindicar su condición de trabajadores y tomar el futuro en sus manos, transformando la realidad con su acción y abriendo nuevas formas de entender la participación sindical en escenarios increíblemente adversos, con una visión radicalmente liberadora". rojoynego.blogspot.mx/2010/12/la-lucha-en-las-gasolin
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 06:48:58 +0000

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