En todos estos años que he escrito mis artículos para Aurora he - TopicsExpress



          

En todos estos años que he escrito mis artículos para Aurora he tocado temas de lo más diversos pero nunca hasta ahora sentí la necesidad de poner por escrito mis pensamientos acerca de lo que significó para mí ser hija de sobrevivientes de la Shoá. Y creo que ya es hora de hacerlo dado que los que estuvieron en el ojo del huracán poco a poco nos van dejando entonces somos nosotros, sus descendientes los que debemos tomar la posta y seguir con la transmisión para que ese horror no se olvide y la palabra Auschwitz no se banalice. Durante mucho tiempo en mi vida pensé que mi familia no tuvo que ver con el tema Shoá hasta que una vez llegada a la adolescencia comencé a notar que mi vida era por cierto muy distinta al resto de mis compañeros. Todos tenían familiares, tíos, primos, hermanos. Hasta ese momento ser tan sólo tres me resultaba casi como un estado natural en la vida y no lo cuestionaba. En mi casa no se hablaba, no se contaba. No se mencionaba el nombre de nadie. No había ni pasado ni historia ni nombres de los muertos. Mi padre era como un árbol arrancado de cuajo, sin raíces ni pasado. Yo no sabía nada de su pueblo, ni la dirección de su casa, ni el nombre de sus hermanos y sobrinos muertos. Si yo intentaba preguntar algo un profundo sentimiento de angustia lo invadía y no podía pronunciar palabra, sólo podía oírsele decir: "por qué lo dejé ir". Con el tiempo fui entendiendo que ese reproche a sí mismo se debía a que permitió que su hermanito menor no subiera con ellos al tren rumbo a Byalistok, tomando distancia de los alemanes que habían invadido Polonia. Y esa decisión entre los hermanos, seis en total, ese acto que pareciera insignificante marcaría dos rumbos radicales en la vida de ellos: mis padres sobrevivieron en Rusia, el resto, o sea, toda la familia Rubin moriría cremada en Auschwitz. Y decir toda la familia implicaba a mis abuelos, tíos, primos, primos hermanos de mi papá, en fin, lo que se dice "un familión". Se casan y parten rumbo cada vez más al Este Después de seis años de permanecer hacinados en un campo de concentración ruso, taladrando árboles a 40° bajo cero, comiendo nada, mi padre a la edad de 27 años pierde toda su bella dentadura debido al botulismo y mi madre casi es enviada a Siberia por un error de cálculos en un expendio de pan del cual ella era responsable. Pero al menos no estuvo solo, estuvo acompañado por su compañera, su flamante esposa, la que ha sido mi madre, por el lapso de 49 años de casados no llegando a las bodas de oro dado que mi padre fallece de un cáncer de próstata. O sea, se casan y parten rumbo cada vez más al Este escapando del nazismo siendo su luna de miel un campo de concentración ruso. Sería luego el Joint el que les daría albergue en Munich a esos pobres desahuciados de guerra, los nominados Sherit Hapleitá, "el resto del resto". ¿Por qué Munich? Porque era el sector que le pertenecía a los americanos y allí los enfilaron dado que ninguno de los dos quiso volver a Polonia llena aún de antisemitas que cuando el tren para en el andén oye que le gritan "¡miren cuántos quedan todavía!". La maldad no tiene límites ni se ha inventado aún un antitodo contra ella. Mi madre recién allí, en Alemania, queda embarazada de una nena y en la noche del 24 de diciembre de no sé de que año, si fue en 1945 ó 1946, nace muerta. La vida otra vez se vuelve a ensañar con esta pobre pero valiente mujer. Llevó por nombre Tzipora, el de mi abuela materna. Años después nacería yo en un parto difícil y como un último intento, peligroso, debido a que mi madre padeció de una fiebre reumática en el campo de concentración y le dañó la válvula mitral. Pero así y todo, hete aquí que yo soy parte aún de éste mundo. En mi Munich natal gozan de unos cuantos años de bonanza, pero para un sobreviviente era impensable radicarse en el país de sus verdugos y asesinos de toda una familia numerosa que fuera parte de los 6.000.000 de judíos masacrados en la Shoá. Y es así como nosotros tres emprendemos una larga travesía rumbo a la Argentina, un país que nunca tuvo nada que ver con nosotros y nuestras costumbres europeas. Vinimos en el barco Provence bajo bandera francesa. Y aquí comienza otro capítulo horroroso, una epopeya al mejor estilo de Ulises. ¿Por qué la Argentina?, siempre me lo pregunté. Un país francamente antisemita con un Perón al mando que sostuvo una ideología pro nazi y que abrió sus puertas a cuanto criminal nazi escapado pusiera su oro malogrado, engrosando las listas con nombres como Mengele, Eichmann, Priebke y muchos otros altos jerarcas SS que llegaron con pasaportes falsos emitidos por la Cruz Roja Internacional, dándose la buena vida mientras que los pobres sobrevivientes les era prohibida la entrada a este país. La respuesta a mi pregunta ¿por qué Argentina?: porque aquí vivía la hermana mayor de mi madre, la tía Neshe. Había venido de Europa antes de que se desatara la guerra junto a su esposo y la familia de éste, los Migdal. Se establecen cómodamente en la Argentina y gozan de un buen pasar económico. La palabra Holocausto les era tan sólo un gran titular de los diarios, una palabra teórica, que no supieron lo que en verdad significaba: el estar encerrado en un campo de concentración padeciendo hambre y falto de libertad por el lapso de seis años en la vida de un ser humano. Y es así que nos dicen: ¡Vengan!, como quien dice "agua va", sin advertirnos que Perón no dejaba entrar judíos salvo aquellos que venían con pasaportes falsos y certificados de cristiandad o aquellos que entraban por Paso de los Libres de manera ilegal. Y esto lo señalo para los olvidadizos que no toman en cuenta que el peronismo tiene su cuna en el fascismo y adherir a ese régimen para un judío me resulta impensable amén de ser un tanto ignorante de la historia del siglo XX. Los "Rubin judíos" venidos de Europa Y es así como nosotros tres, ingenuos, inadvertidos y no asesorados llegamos al puerto de Buenos Aires como los "Rubin judíos" venidos de Europa. La única cosa que tocó suelo argentino fueron nuestras pertenencias que quedaron confiscadas en la Aduana, en cambio nosotros tres derechito de vuelta ahí por donde vinimos. Volvimos a Marsella, otra vez rumbo a la Europa que habíamos dejado atrás. El silencio se iba profundizando y el horror agrandando. Nos gastamos todos nuestros ahorros entre el viaje de vuelta y otra vez de ida, hoteles, papeleríos, burócratas, trámites, sin poner en la cuenta la desesperación y el desamparo de mis padres en un país extranjero, sin idioma y ya sin dinero y con una criatura de tres años que era yo. Después de tres meses de deambular por Marsella volvimos a la Argentina, esta vez en avión con un pasaporte que decía "de tránsito a Bolivia", cosa que nunca ocurrió. Llegamos por segunda vez a este país "errado", difícil, equivocado según mi entender el 26 de enero de 1952, como diría mi mamá "justo seis meses antes de la muerte de Evita". Mi tía Neshe jamás tomó en cuenta la dimensión de su desidia, su desinterés y su poca colaboración para con sus tres familiares hambrientos que habían gastado todos sus ahorros en esa doble travesía y que anclaron en un horrible conventillo del Once, sucio, miserable y lleno de "lumpens". Jamás una ayuda económica siendo ella y su familia parte de una clase social adinerada. Su marido, mi supuesto tío, iba tras los pasos de mi padre alertando a los hilanderos que no le dieran crédito al gringo que comenzaba con el nuevo oficio de tejedor, en esa paupérrima maquinita de tejer en el cuartito del conventillo para hacerse de una nueva profesión y dar de comer a su familia, confesión que me llega de boca de mi madre en su último aliento antes de morir. La maldad no sabe de credos, religiones ni lazos de parentesco, cuando se es un canalla no importa en quien se la practica. Pero la vida también se cobró su deuda en la persona de mi tía que fue internada en un manicomio público por su querido esposo Shimon, debido a un arranque de celos ya cansada de soportar por parte de éste tantas infidelidades con cuanta puta se le cruzaba. Entonces un día de esos decide quemarle la cara en un arrebato histérico. Nunca le levantó la causa penal dejándola olvidada en el hospicio psiquiátrico, Moyano, hasta el día de su muerte, o sea, vivió en el loquero durante 27 años. Y cual ratas que abandonan el barco, nos encajaron "al muerto" y el resto huyó rumbo a Brasil. El marido, la amante y los dos hijos, haciendo de ésta mujer lo que se conoce legalmente con la carátula de "abandono de persona". Fue la pobrecita de mi madre que durante todos esos años le llevaba a su hermana internada queso blanco y torta casera, y respondía a la pregunta de mi padre: "¿Gitel, a dónde vas? , y ella decía "a dorten (allá)", como si yo no supiera lo que esa palabra significaba. Ir al manicomio era un lugar innombrable por la mancha social que ello implicaba en esa época. Y es debido a ello que a pesar del largo viaje y la promesa de una vida familiar que no fue, que yo a los cinco años me encontré nuevamente sola, cargando con semejante secreto familiar en un país donde ni el idioma, ni las costumbres, ni la cultura eran afines a la educación europea de mis padres. Ellos tuvieron su holocausto y con esta historia yo he tenido el mío. Y como refiere el poeta: "Y yo me iré y seguirán los pájaros cantando", puedo decir que a pesar de todo, la vida sigue andando y he aprendido a reconstruirme de las cenizas, armando mi propia familia con un compañero de senda maravilloso y dos solcitos que son mis hijas. Entonces podemos afirmar que ésta vez los malos no han ganado, que los nazis perdieron la partida en cuanto a querer exterminar a un pueblo porque podemos afirmar y con altura: "¡Wir sind noch hier, wir sind noch da!". ¡Aún estamos aquí! * Psicoanalista, autora del libro Auschwtiz paradigma del Mal del siglo XX. Análisis psicoanalítico, social y político. Letra Viva Editorial, Buenos Aires 2012.
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 23:25:44 +0000

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