En un desierto de Kurdistán todavía mantienen la costumbre de la venganza de sangre. Durante una pelea, un hombre mató a otro, y huyó de inmediato, por supuesto, el hijo de su víctima se vengaría de él. De hecho, el hijo se puso en su camino. La persecución continuó durante varias semanas. Un día, el fugitivo, agotado y hambriento, se durmió exhausto por completo, no había tenido tiempo de buscar un escondite seguro. Se despertó de repente sintiéndose tocar en el hombro. Entonces capituló: "Estoy al final, no puedo escapar mas, mátame ahora, me lo merezco." Pero el hijo de la víctima le dijo: "Escúchame, yo no lo he seguido todo este tiempo para la venganza, pero para decirle que soy un cristiano. He aprendido lo que es el perdón. Vuelve a casa conmigo y vivamos en paz." Muchas personas en el mundo son como aquel homicida. Conscientes de haber ofendido a Dios con sus pecados, querrían esconderse y no tener nada que ver con El. Pero Dios no los abandona. Quiere llegar a ellos, no como juez, sino como el Salvador, y su perdón es para todos aquellos que sienten la necesidad y simplemente aceptan lo que Jesús ha hecho por ellos, y que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7). Él quiere liberar al hombre de la carga de la culpa y darle una nueva vida.
Posted on: Tue, 17 Sep 2013 06:22:04 +0000
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