Entre guerras y paz, los Afar fueron decisivos para evitar la - TopicsExpress



          

Entre guerras y paz, los Afar fueron decisivos para evitar la colonización de Etiopía. Los italianos perdieron la guerra adentrados en su desierto. Ni sus tanques, ni sus cascos y ni sus kalashnikov pudieron con los pastores Afar de manos vacías y cuchillo de palo. Disfrutaba el pueblo Afar de la paz de su adversidad climática, de sus estrellas de día y de sus lunas llenas, de sus dunas móviles y de sus tormentas de arena, de su aridez y de su temperatura a fuego lento. Vivían libres, libres de especulación y libres de avances hacia el retroceso…, fieles a sus tradiciones, su historia, sus colores preciosos, su hambre y su sed, su paz y su guerra, su vida y su muerte… Llegaron de pronto los buscadores de huesos con las máquinas del tiempo en las manos. Buscaban la cuna, la que meció al primer homínido, y la encontraron… ”Cuna de la civilización”, la llamaron. Allí estaba Lucy, la madre; después encontraron a Ardi, la abuela… Y los Afar creyeron en su suerte, y a la suerte la encontraron de canto. Era el momento de ser conocidos y reconocidos en el mundo, de que su cultura se conservara como valor referente para futuras generaciones, pero fue una vana ilusión que se evaporó sin llegar a beberse, sin que sus manos pudieran obtener los derechos que la historia les concedía… Lucy viajó para quedarse en EEUU. Secuestraron a la madre a cambio de un monstruo de cemento vacío (cerrado en medio del desierto), al que dieron el nombre de Museo… Ese fue el precio del robo consentido del bebé, de la cuna y de la historia… Seguían pastoreando su ganado, de oasis a oasis con la casa a cuestas, cuando los Afar fueron invadidos de nuevo, esta vez por sorpresa. Un enemigo silencioso y con cara oriental, armado con caña de azúcar transgénica, ofrecía una muerte endulzada y lenta. En complicidad con el gobierno etíope, chinos e hindúes llegaron sin llamar y, sin preguntar, iniciaron la construcción de la factoría, de una azucarera y de su presa aledaña… Quemaron los pastos para encauzar el rio. Cambiaron caminos y torcieron destinos. Ya no encontraban agua las reses, a duras penas llegaban vivos los camellos a la sobredosis obligada de kilómetros de sequía, mientras, las vacas morían a las cinco de la tarde, sin torero, sin ruedo, y sin paseíllo de honor. La caña de azúcar crecía a ritmo “Bacillus Thuringiensis”, y mientras, se juntaban todas las aguas en aquel inmenso lago de paredes, puertas y ventanas con vistas al volcán. A los pastores no les quedó más remedio que asentar los sueños en las márgenes del río Awash. Ni los camellos labraban, ni la tierra se movía a su paso, agrietada, inmóvil y seca; se abría, separando cabeza y tronco y amenazando con dejar descornada a la vieja África. Pasaban días y noches, entre época seca y de sequía. Dormían los Afar cuando les cayó el chaparrón. Las manos extranjeras habían abierto las puertas y ventanas de la presa, por sorpresa, sin avisar… Y el rio creció, hinchándose como un súper héroe, doblando su fuerza y anegando los campos, dejando a las familias y el ganado, a flote y a la deriva, en la misma charca. Una vez más, víctimas de la caña de azúcar: macerando cadáveres en almíbar. La muerte visitó a cientos, miles, tal vez más -¿quién lo sabe?-, familias enteras sin dirección postal, sin número, sin registro civil… La muerte visitó a “Los nadies que valen menos que la bala que los mata” *
Posted on: Wed, 28 Aug 2013 20:58:55 +0000

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