Entrevista a Sara Facio. Diciembre 1969, Isla Negra Miradas al - TopicsExpress



          

Entrevista a Sara Facio. Diciembre 1969, Isla Negra Miradas al Sur. Año 6. Edición número 279. Domingo 22 de Septiembre de 2013 Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur La fotógrafa argentina Sara Facio logró, durante un mes y medio a fines de 1969 en Isla Negra, lo que parecía imposible: mostrar en toda su plenitud el fantástico universo de Pablo Neruda. Mascarones de proa, botellones, caracolas y una infinidad de objetos con historia propia, del mismo modo que la relación del poeta con el paisaje. ¿Cómo se le ocurrió esta idea de hacer la vida de Pablo Neruda a través de sus fotografías? –En ese momento yo trabajaba con Alicia D’Amico y la idea principal era mostrar la grandeza y la riqueza de nuestra América latina. Así como otros fotógrafos mostraban los paisajes, nosotras pensábamos que lo maravilloso para mostrar era la inteligencia. Hoy, inclusive, luego de veinticinco años de aquel trabajo, todavía no se ha logrado poner a nuestros artistas en el grado de excelencia que merecen. En literatura, por suerte, después que empezamos a elaborar el proyecto de la galería de escritores a los cuales incluimos, hubo cuatro Premios Nobel. Obviamente, Neruda, allá en los años ’60, tanto para Alicia como para mí era el Poeta con mayúsculas. Ni de lejos había alguien que lo superara. Aprovechamos la gran amistad que teníamos con María Elena Walsh, quien a su vez era íntima amiga de Neruda. Entre ella y la que era secretaria de Pablo, Margarita Aguirre, hicieron de contacto. Lo gracioso fue que Neruda no contestaba ninguna carta a periodistas. Le mandamos un telegrama –por entonces no existía el fax y él no tenía teléfono en Isla Negra– que decía: “Llegamos el viernes. Si no nos recibe, conteste”. Por supuesto, no contestó. Y nos fuimos hacia allá. Llegamos con una carta de María Elena, y cuando entramos pudimos notar que en su agenda tenía anotado “Fotógrafas argentinas”, con un enorme signo de interrogación. Así lo conocimos. Era para tomarle sólo algunas fotos que pensábamos incluir en el libro Escritores de América latina. Ahora bien, cuando vimos ese mundo que lo rodeaba –ese universo de objetos magníficos que él había creado en Isla Negra– le dijimos que se merecía un libro propio. No sólo por su figura, por su aspecto imponente, por su gestualidad mayúscula, sino por esa casa, ese paisaje, sus visitantes. Juan Rulfo, Leopoldo Marechal, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, obispos chilenos, embajadores de todo el mundo, todos llegaban hasta su casa. Tomamos las fotos y cuando se las mandamos, ya que Pablo tenía que escribir un autorretrato para aquel libro, nos mandó una carta donde contaba que siempre había pensado mucho sobre nuestra idea de hacer un libro sobre su mundo privado. Decía que las fotos que le habíamos sacado lo entusiasmaron para dar el sí y que fuéramos rápido, antes de arrepentimos. Yo no lo podía creer, era la realización del sueño que había tenido en esos pocos días en que lo visitamos. –¿Cuándo volvió a Chile para comenzar ese trabajo? –Para diciembre de 1969. Nos quedamos con él más de un mes, tanto en su casa como en una hostería que quedaba cerca de Isla Negra. Nosotras no queríamos molestarlo, pero era él el que nos llamaba a cada rato porque no estábamos. Una mañana nos vino a buscar y nos dijo que había preparado algo fantástico para que tomáramos fotos: una manifestación. Fue cuando Pablo renunció a su candidatura a presidente por el Partido Comunista a favor de la Unión Popular y su candidato Salvador Allende. –¿Cómo logró hacer triunfar la curiosidad de su cámara por sobre la de Neruda? –Él mismo me iba contando la historia fascinante de cada objeto. No había nada puesto al azar. Todo lo que estaba en la casa había sido detalladamente seleccionado y querido por él. Yo miraba una botella o un caracol y Pablo se acercaba y me contaba qué quería decir cada curva, cada brillo, cada centímetro del objeto, por menor que fuera. Era imposible ver a cualquiera de sus objetos como algo inanimado. Por el contrario, todo tenía su historia, su anécdota, su razón de ser y estar en ese sitio. Todo lo que lo rodeaba tenía un maravilloso viaje desde sus orígenes hasta su lado, donde por fin descansaba. –¿Era distinto Neruda fuera de la compañía de sus objetos y sus seres queridos, fuera de Isla Negra? –No. Pablo era terriblemente burlón e irónico, dentro o fuera de su casa. Tenía un humor impresionante. Se mofaba, y se divertía mucho haciéndolo, de la solemnidad. Lo llamativo es que él era solemne, pero jugaba a serlo. Íbamos caminando por la calle y era como hacerlo al lado de un artista famoso de la televisión: se acercaban, le hablaban, querían tocarlo, le preguntaban cosas, le agradecían algún poema que les había cambiado la vida. Aún la frase no había caído como lo hizo en los últimos años, pero recuerdo que mucha gente le decía “gracias por existir”, sinceramente. Yo no podría afirmarlo, pero creo que, ante esas muestras de afecto, Pablo se ponía una coraza. Hay que tener en cuenta que era una época diferente, donde la gente tenía un trato distinto entre sí. Yo me tuteaba con todo el mundo, Sabato, Mujica Lainez, Silvina Ocampo, Bioy Casares. Menos con Borges, con quien jamás pude hacerlo. A Pablo le causaba mucha gracia que yo lo llamara, al principio, “señor Neruda”. Se burlaba de aquella formalidad y poco a poco me fue obligando a que lo llamara Pablo. Él adoptaba alguna pose solemne cuando iba a un acto público o en reportajes –esta última, una tarea que lo molestaba bastante–, o cuando le hacían fotos. –¿Y cómo resolvió esa solemnidad ante la fotografía? –Bueno, ni Alicia ni yo seguíamos la línea de nuestros colegas: no usábamos flash, ni lámparas, no movíamos muebles ni tocábamos nada de su lugar. Preferíamos la luz ambiente, natural. Y tan inadvertidas pasábamos que varias veces Pablo le preguntaba a Matilde dónde estábamos nosotras. “Sé que están en algún lado, observándome, pero no las veo”, le decía. Además, con la Leika que yo usaba, ni siquiera se escuchaba el click del obturador. –¿Vio a ese Pablo, fuera de su casa, sin la coraza protectora? –Muchas veces. Pablo era tan afable, cordial, cariñoso con todo el mundo, que era imposible que, en algún momento, la máscara que usaba para protegerse del afecto del mundo no se cayera. Lo mismo ocurría con Matilde. Tengamos en cuenta que para esa época, y para la edad que terna Pablo, para el personaje que era, no era muy común que se mostrara la intimidad de una pareja. Pablo abrazaba a Matilde en cualquier lado y allí estábamos nosotras para fotografiarlo. Por supuesto él vio todas las fotos reveladas que iban a salir en el libro y las permitió a todas. No impidió ninguna. –¿En algún momento hubo un enojo por una foto indiscreta? –Jamás. Hay fotografías que sacamos de noche, a la luz de unas velas, cenando. En ese momento me dijo que ésa no iba a salir. Y allí está, en el libro. Esa foto es una exclusiva muestra de mi eterno romance con la Leika. Ahora que lo pienso, sí hubo un foto que prefirió no saliera. Cuando vio por primera vez la maqueta del libro, había una foto de una señorita que Neruda me preguntó si no podía sacar. Yo le pregunté el motivo de esa decisión, y Pablo me contestó que Matilde era muy celosa. Nada más. Después supe que esa joven, a quien él hacía pasar por su sobrina, era una amante suya. Esa fue la única foto que pidió que no estuviera en el libro. No por él, sino porque le iba a molestar a Matilde. Ocurre que, además de que Pablo era un gran seductor, todas las mujeres estaban locas por él. El problema con las fotos lo tuve en España cuando se iba a publicar el libro. En la primera edición, en 1973, la editorial Aymá de Barcelona censuró todas las fotos en las que Neruda estaba con Salvador Allende. Quedó, entonces, el espacio en blanco como una muestra palpable de ese salvajismo. Y hasta el mes pasado tuve propuestas de editoriales chilenas para reeditar su biografía en fotos, donde la condición era que no apareciera el costado político de Pablo. Por supuesto, dije y seguiré diciendo que no. Y estoy segura de que Pablo estaría totalmente de acuerdo con mi determinación. –¿Qué sentía en el instante de sacar cada foto, de captar un costado íntimo del Poeta con mayúsculas, como lo definió? –Me escudaba en la Leika y, aunque parezca una locura, en la ausencia de flashes y aparatos estrafalarios. El motivo Neruda me resultaba fascinante. Por eso traté de hacer lo que llamaba el reportaje total, una técnica que siempre me gustó en fotografía. Dejar de lado la noticia para mostrar al personaje en todas sus facetas. Como anduvimos más de un mes juntos, y yo estaba con la cámara de la mañana a la noche, las fotos que no saqué fueron porque me parecía un momento inadecuado para hacerlas, no porque él me lo prohibiera. Un día lo fue a visitar Salvador Allende en secreto. Nadie debía saber que el futuro presidente de Chile estaba hablando con Pablo. Yo hice una foto cuando Matilde lo recibe en Isla Negra y, aunque participamos de la charla, no sacamos ni una sola placa de aquel encuentro. Otra vez, llegó a Isla Negra un obispo para pedirle a Pablo un poema sobre Violeta Parra. Neruda no pudo atenderlo, pero sí lo hizo su mujer. Cuando se fue, Matilde, que era un encanto de seducción, le dijo: “Pablito, ¿por qué no hacer algo por la Violeta, a quien usted quería tanto?”. Neruda se encaprichó y dijo que no. En ese momento debíamos hacer un viaje a Santiago. Neruda no manejaba y mientras lo hacía Matilde, él estaba con un anotador, sentado en el asiento delantero, y escribía como un poseso. Cuando llegamos a Santiago me preguntó si sabía escribir a máquina y me entregó el papel con el poema a Violeta Parra. Era un hombre con berrinches que cedían ante las sugerencias cálidas de Matilde. Así escribía él, y en ese momento le saqué una foto en la que aparece de espaldas, encorvado sobre el block de hojas, escribiendo su poesía. –Se podría decir que usted fue la fundadora de la fotografía del escritor en su tarea específica... –Es cierto. Pero es que el escritor, por entonces, no era un personaje fotografiable. Ese trabajo fue un desafío a nosotras mismas, a nuestra imaginación. Hasta ese momento las fotos de artistas eran sólo para pintores, sus ateliers, lugares con una escenografía rica. Sacar fotos de un escritor era, siempre, la biblioteca y su escritorio, nada más. Y las casas de Neruda, las tres que tenía por entonces, eran a cual más loca. Cuando llegué, al mes de que comenzara a habitar la embajada de Chile en París, aquel lugar había dejado de ser una casa burguesa para transformarse en esos laberintos de objetos, de camarotes de barco que a Neruda tanto lo apasionaban: tarjetas postales, mascarones de proa, pósters. –¿Cambiaba el trato con Neruda cuando él observaba que usted estaba sin una cámara fotográfica? –No, para nada. Primero, casi nunca dejaba mi Leika. Y segundo, él ya nos había incorporado. Nos llamaba “las ardillitas”; estábamos siempre alrededor de é1. Llegó, en aquel mes, una periodista norteamericana que pensaba hacerle un reportaje para un libro. Nos hicimos muy amigas. Ella andaba de un lado para el otro con su grabador y su micrófono. Neruda estaba muy fastidiado con aquel aparato y nos decía: “Bueno mis ardillas, hemos perdido la paz, allí viene otra vez la cornetita”. Las cámaras, por el contrario, no lo molestaban en absoluto. Varias veces me llamaba también “mariposa”, por la forma en que movía las manos sobre la cámara, sin ruido. –¿Estuvo en Buenos Aires con Pablo? –Sí. Él estuvo en mi casa. Antes de llegar a la Argentina le ofrecí, para que viviera, un departamentito que tenía cerca de la galería Pacífico. Pero, como lo nombraron embajador, su editor argentino lo invitó a hospedarse en el Hotel Plaza. Como quedaba muy cerca de mi casa venía todos los días a visitarme. –¿Cómo era el poeta fuera de Chile? –Chileno a muerte, a perpetuidad. Muy enamorado de su país, de sus comidas, sus vinos. Era un gran propagandista de Chile. Inclusive de sus escritores, aun los que no le gustaban. Respetuoso con todos los países que visitaba, pero muy defensor del suyo. –¿Y el Neruda anfitrión durante ese mes y medio de estadía en Isla Negra? –Fantástico. Él no cocinaba, pero hacía una fiesta de cada almuerzo o cena. Le encantaban las comidas sencillas pero buenas. Tenía hasta un horno chino para hacer un pescado ahumado exquisito, que jamás pude volver a encontrar. Yo le hacía el mimo de no tomar whisky. En aquel momento no se conseguía tan fácil en Chile y Pablo era un gran bebedor de whisky. Cada persona que llegaba a su casa y tomaba un vaso, lo ponía de muy mal humor, ya que si se acababa la botella, había que esperar mucho tiempo para poder reponerla. Como a mí me gustaba mucho el vino chileno, le hacía un doble honor: no tomaba su whisky y le alababa el vino de su patria. Todas las comidas eran amistosas, salvo cuando venía algún embajador. De aquellas reuniones Pablo trataba de escapar lo más rápido posible. –En las reuniones con sus amigos –usted habló de Rulfo, Marechal, Onetti, Vargas Llosa, Edwards–, ¿cómo lo veía a Neruda? –Contento, generoso con todo y con todos. No existía ningún tipo de polémicas en tomo de la literatura. Sencillamente no se hablaba de literatura. Quería que sus amistades conocieran todo lo que él amaba. Una vez nos llevó a Valparaíso, a su casa espectacular llena de escaleras y terraplenes. Otra vez al lugar que preparaba, cerca de Isla Negra, como la casa de los poetas. Siempre pleno: sea en su living, en un palco, en una manifestación o en una cena. –¿Alguna vez lo vio preocupado por la imposibilidad de escribir? –No. Tenía por momentos cierta melancolía, pero siempre ante el paisaje. A la caída del sol se quedaba muy silencioso, observando. Pero no triste, ni enojado. –¿Cuál era la rutina de Pablo? –Total en su vida cotidiana. Por la mañana escribía; antes del almuerzo, tomaba una copa en el bar. Luego de comer dormía unas siestas fenomenales. Jamás se bañaba en el mar ni caminaba por la arena de la playa. A la tardecita, el rito de la copa, cuando comenzaban a llegar los amigos y luego la cena. Un poco de música después y se acostaba temprano. Pero creo que sus grandes momentos eran la mañana, cuando escribía, y la siesta. –Usted era admiradora de la poesía de Pablo Neruda, ¿cómo fue después de conocerlo? –Fanática. Si no hubiera tenido esa experiencia creo que me hubiese faltado algo importantísimo en mi vida: el aprecio, el cariño, la amistad de una persona tan singular, tan fuera de serie como Pablo Neruda.
Posted on: Fri, 27 Sep 2013 01:22:10 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015