Esto es largo de explicar. He soñado que defendía a Rajoy Recibíamos una llamada 20 periodistas españoles. “Podéis venir a la Moncloa, al Salón Familiar, donde Mariano responderá a todas vuestras preguntas.” Los veinte íbamos para allá. El Salón Familiar era una sala de conferencias setentera, con una mesa ovalada en el centro y un proyector de carrusel de diapositivas. Entrábamos allí y una chica muy mona, muy simpática, nos empezaba a enseñar fotos inéditas de Rajoy. Eran fotos humanas. Rajoy corriendo porque perdía un avión. Rajoy dormido en una silleta plegable. Rajoy comiendo espaguetis. Rajoy sentado en un chiringuito leyendo un libro de Ken Follet. También había fotos del futuro, con Rajoy jubilado, Rajoy viendo la telenovela. El caso es que eran fotos en las que Rajoy hacía cosas normales y tenía una pinta bastante normal. Provocaba una sensación rara ver que hemos depositado el odio en una persona. No salía peinado, con esa cabeza como de plástico, sino natural. No estaba tenso. Pero Rajoy no venía y todos empezaban a impacientarse. “Este cabrón nos la ha vuelto a jugar”, susurraba un periodista cínico y curtido, y otros dos les reían la gracia. A mí me molestaba el comentario. La chica de las diapositivas me sonreía, había cierta conexión que me hacía sentir incómodo por un lado y por otro en familia. Finalmente aparecía Rajoy. Iba despeinado, no llevaba gafas. Nos saludaba a todos con mucha timidez, se sentaba y decía: “Os he llamado porque necesito ayuda. Sois periodistas sensibles y yo no puedo más.” Aquello nos dejaba a todos un poco acobardados. Era un hombre al límite de sus fuerzas, pidiendo ayuda. Nos confesaba que lo de los sobresueldos era verdad, que en esa época lo hacía todo el mundo. Nos decía que no estaba autorizado a hablarnos de esta manera pero que había decidido hacerlo porque no pensaba dimitir. “Son peores que yo. Esperanza, Cospedal, Guindos… Son tiburones. No son humanos. Si me voy yo, esa gente sin escrúpulos va a terminar de cargárselo todo”, decía. Sus gestos eran naturales, se rascaba la nariz, apoyaba la cara en la mano y se mordía las uñas, su mirada era triste y sincera. Yo me daba cuenta de que tenía delante a una persona, y también de que los periodistas iban a por él, que no se dejaban convencer. Pensaba: joder, seguro que la estoy cagando, pero míralo, mira a ese tipo. Lo admite todo. Admite que no sabe sacarnos de la crisis. Admite que los recortes son una barbaridad, pero que los imponen desde Bruselas. Admite todo y pide ayuda, está en una situación única y desagradable, está en la cuerda floja y sólo puede seguir caminando. Estaba cansado de ese papel y necesitaba comprensión. En mi sueño, Rajoy se desprendía de la corrección, de la máscara y de la política y se convertía en un pobre tipo que pide ayuda. Los periodistas negaban esa ayuda y yo me sentía muy mal. Al principio no me atrevía a decir nada, pero luego empezaba a defenderlo en las redes sociales. Todo se iba a la mierda. Todo el mundo me atacaba porque nadie se podía creer que Rajoy era humano. Cuando me he despertado he entendido más sobre la situación límite que vive España con este presidente. Claro: Rajoy no va a pedir ayuda a nadie, ni va a mostrarse humano, ni va a hablar con franqueza, ni necesita comprensión. Estamos jodidísimos, necesitamos humanidad y él nos la niega. Necesitamos que admita su debilidad y su arrinconamiento. Necesitamos que un presidente pueda caer por el peso de nuestro odio, y que desee que le perdonemos, y que admita que está desesperado porque todo el mundo lo detesta. Ha sido un sueño revelador. Rajoy no va a pedirnos ayuda ni comprensión. Seguirá dando por hecho que es de sentido común apoyarle. Cree que apoyarle es de personas decentes, de sentido común. Tampoco entiende que ni siquiera con nuestro apoyo debería seguir siendo presidente. Me he dado cuenta de lo que pasa: tenemos un presidente que no necesita nuestro perdón para dormir. Eso es lo que nos revienta de verdad
Posted on: Fri, 19 Jul 2013 10:50:35 +0000
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