FERRER LERÍN A QUEMARROPA. --- Carlos Jiménez Arribas Revista - TopicsExpress



          

FERRER LERÍN A QUEMARROPA. --- Carlos Jiménez Arribas Revista La Manzana Poética. Nº 33. --- Hace poco, ante una noticia que recogía el veinticinco aniversario de un reconocido premio de poesía, me preguntaba yo si Ferrer Lerín podría ganar algún día ese premio. Pensaba también en lo que se suele decir, que para ganar el poder los partidos políticos tienen que ganar el centro, domesticar sus posiciones más radicales y arrimarse a la zona del medio en el espectro político de la sociedad; y que para ganar ese galardón y tantos otros los poetas tienen que arrimarse a la zona media de su producción, domesticar su voz más radical y cantar en la medianía, y que Ferrer Lerín es todo menos eso, una voz de medianías. Pensaba también que no se trata de una cuestión puramente ideológica, que hay en todo ello un trasfondo formal, y que para ganarse ese centro poético el poema habitualmente tiene que cantar en los sobados metros canónicos, sobre los sobados temas del paso del tiempo etcétera, y que eso es algo que queda también muy lejos del autor de Cónsul. En estos pensamientos andaba yo cuando cayó en mis manos su último libro. Y entonces recordé que Ferrer Lerín, precisamente porque siempre apunta desde los bordes, desde los márgenes, consigue siempre que el impacto de su escritura sea algo inesperado, sorprendente; y vi que en este nuevo libro sigue disparando así, a quema ropa, o lo que es lo mismo, a hiela sangre. Hay una sección de Hiela sangre, titulada precisamente así, que supone una novedad y a la vez una síntesis en la poesía de Ferrer Lerín, como si en ella hubiera destilado la voz hasta filtrar los distintos componentes previos de su obra y nos diera una fórmula resultante en doce poemas que por sí solos ya avanzan un tramo de innovación en su poesía. En Fámulo ensayaba con éxito un verso corto y una dicción sincopada que aceraba su vuelta con un filo vertiginoso, como el vuelo picado de un ave. Hiela sangre no presenta elementos desconocidos para cualquier lector familiarizado con el universo leriniano, pero sí un tono nuevo en esta parte central, un tono que me atrevería a llamar casi elegiaco, palabra inusitada en lo que respecta a Ferrer Lerín, tan encaramado siempre a la peña desde la que otea el mundo, inmisericorde por tanto con lo que desde allí ve. Incluso es diferente este tono al de los poemas que preceden a esta sección, y que el mismo poeta adscribe explícitamente a su entrega anterior al titularlos «Postfámulo». Y esa novedad en el tono deriva del hecho de llevar el animal, correlato objetivo de la poética leriniana, una de sus lindes o marcas, al mismo centro del poema, de hacer del animal dramatis persona poética. En Hiela sangre hay enumeraciones, apariciones, desapariciones, collages, citas, autocitas, y etimologías; el libro se abre con una enigmática alusión al Libro de Thel de William Blake, se cierra con un enigmático manojo de llaves; el poeta podría ser negro, su mujer podría ser mulata, el libro alterna la prosa inclasificable de siempre con el nuevo poema breve en verso y, sin embargo, en todo este cambio de parejas, alusiones y disfraces, en toda esta fiesta verbal que es la escritura de Ferrer Lerín, lo que más perdura en la memoria del lector es esa docena de poemas que si algo ofician es un nuevo y personal apocalipsis. Incluso Rinola Cornejo, una asidua en sus libros, aparece retratada con un poso de melancolía, pues nos enteramos de que ha muerto, de que el poema es su epitafio, y lo que es más revelador para lo que intento decir, de que el poeta un día la quiso. Hasta el baile de títulos, la trabazón de referencias que crea Ferrer Lerín en los marbetes de sus escritos, y que hacen las delicias del detective-exégeta, cede su paso en esta sección a encabezamientos más directos, como si el autor estuviera aquí ocupado en la declamación de un canto más interiorizado por lo que ha perdido y cada poema se le impusiera con su propio nombre. En un artículo recogido en Cuadernos Hispanoamericanos (número 750, diciembre 2012), a raíz de la publicación de Gingival, el libro de textos breves en el que Ferrer Lerín recoge una amplia selección de su blog, escribía yo sobre las nuevas condiciones de recepción de una obra como la suya, y aventuraba que la blogosfera era un espacio inmejorable para su producción. Si uno echa la vista atrás y recuerda los primeros libros, De las condiciones humanas, pero sobre todo La hora oval y Cónsul, en los que resultaba difícil una lectura convencional de muchos de sus textos como poemas, si uno compara aquel estado incipiente de cosas con lo que es hoy la obra de Ferrer Lerín, cuajada en novela, bestiario, narrativa breve y poesía, se comprende que la mayor diversidad de los formatos literarios a la que nos ha habituado nuestro tiempo haya hecho posible que el autor pueda desenredar aquellos grumos iniciales de su propuesta y dar a la luz libros diferentes en uno y otro género. Aunque leído de forma transversal un texto de Ferrer Lerín siempre es algo único e intransferible, hay ahora una especie de jerarquía vertical que ordena el universo leriniano en lo que más comúnmente se conoce como los géneros literarios. Sus libros de poemas se pueden leer entonces como declaradamente poéticos, y «Hiela sangre» amplía con menos patetismo, con poemas más breves y no serializados, la serie «Biografías» que abría Fámulo y que ya pilló a contrapié al lector familiarizado con la obra previa de Ferrer Lerín. La nueva síntesis podría ser la tarjeta definitiva de presentación del poeta, y quien sabe si algún día no le abrirá hasta la mismísima puerta del establishment literario español. La voz de perfil autobiográfico tenue pero inevitable, la voz del naturalista, la del amante, la del tahúr, todas estas voces, que han resonado en ocasiones fértilmente en la conciencia del autor, y que se pueden someter a un rastreo de las fuentes y los nombres abundando en la pesquisa autobiográfica o filológica, todas tienen ahora su mayor validez en la voz ulterior que encarnan en el poema. Siendo la modalización lírica atribuible convencionalmente al modo autobiográfico, siendo la poesía el género más teñido del yo, parece inevitable pensar en las peripecias del autor que se cuelan en el tejido de sus poemas. Si tomamos uno como «Mulata», por ejemplo, sería hasta cierto punto comprensible que nos preguntáramos si tuvo trato en alguna ocasión el autor con una mujer mulata. La respuesta, sin embargo, es totalmente irrelevante, pues lo tuviera o no, llamara así el autor a alguna amante verificable en el registro civil o no, fuera ese el apodo imaginario de alguna vislumbrada fantasía erótica, lo que queda es ese inquietante himno caribeño, las referencias vagas pero evocadoras a un mundo que reconocemos en los galgos ahorcados y las alcaravanas, la mitología particular del personaje y su hacendoso embrujo, la fusión final del sóngoro cosongo en esa palabra que une en uno al poema y a la mujer, su pigmentación y anatomía: culata. El resto de las secciones del libro, «Postfámulo», «Breves», «Varia», «Equipo rubor», «Prosas», «Experimenta», delata ya por los títulos una especie de ganga indiciaria en la procedencia que queda lejos de esa feliz síntesis legible en las dos palabras mágicas, «Hiela sangre». En esas otras secciones, además, incluso en los experimentos, se recogen textos más fácilmente identificables con su producción anterior a Fámulo. El tono es menos contenido, más irreverente. Aparte del modo autobiográfico, el elegiaco suele ser uno de los tonos característicos de la poesía. Es lo reconociblemente poético. Y quizá sea «Hiela sangre» lo más reconociblemente poético que nos haya ofrecido Ferrer Lerín. Ignoro si sus seguidores se sentirán decepcionados ante esta docena de cantos. Lo dudo, pues la síntesis a la que aludía consigue que el texto se pueda leer como plenitud lírica sin renunciar a su escritura esquinada, fronteriza, habitante de la marca, tan característica. Pero para este siglo que empieza, para este milenio que acaba, para estos tiempos de miseria, esta docena de poemas ofrece una reflexión más válida sobre el mundo apocalíptico que nos ha tocado vivir que cualquier de los otros de su producción en los que el eco del discurso que se ha apropiado, incluso cuando lo es la misma producción del autor, nos puede distraer de esa rara plenitud del canto. «¿Qué quedará de la liebre de Durero?», se pregunta el poeta. Y no es un inicio muy distinto al de tanta poesía elegiaca que se pregunta qué se fue de esto o de lo otro. Pero la especificidad de la pregunta aquí es su correlato en un animal, ese elemento biológico que le da al poema el tono mítico y naturalista tan característico. La liebre cambia de identidad a lo largo de estos poemas y se hace milano, topo, pavo, hasta llegar a la fusión antropomórfica y hacerse paloma que se llama Antonia y multiplicarse en la progenie humana que deriva del bicho bola, una especie de trilobites animado capaz de reducir esa pregunta a lo inefable, el punto negro sobre la página. Es la bestia en el hombre, la ética implacable de la naturaleza en el llamado moral de la escritura, la lectura del mundo natural como la de un libro de horas en el que el ser humano purga sus pústulas morales, frambesia, fetor oris, satiriasis, elefantiasis, nombres de lo horrísono colgados, como un rosario siniestro, del nombre en latín del animal. Lepus. Es el poema hecho liebre; es el pensamiento de Ferrer Lerín, quien nunca como ahora había fundido en uno tan felizmente biología, ética y filología, y lleva años defendiendo el exterminio como único y supremo ecologismo, hecho poema. Es la esencia de su voz, a la vez proclama y penitencia, en un latín que resuena cual nueva lengua vernácula, un nuevo imaginado, o recordado, Apocalipsis. «¿Qué quedará de la liebre de Durero?», se pregunta el poeta. Y se nos quema la ropa como a la de cualquier leproso. Como a cualquier bicho bola bajo el insidioso índice del Altísimo, se nos hiela la sangre.
Posted on: Tue, 06 Aug 2013 12:45:21 +0000

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