FOTÓGRAFOS DEL "ECCE HOMO " Vinculada al ciclo de Pasión - TopicsExpress



          

FOTÓGRAFOS DEL "ECCE HOMO " Vinculada al ciclo de Pasión fue naciendo una literatura dramática, dolorida, piadosa y compasiva, de gran expresividad. Es la literatura orante que se fija en el "cuerpo tan herido" del famoso soneto anónimo y que ha producido en la literatura hispana y universal obras de gran realismo y de sin­gular belleza plástica. Desde la oración de Jimena en Mío Cid, al Planto que fizo la Virgen el día de la Pasión de su Fijo Jesu Christo de Berceo, del Auto de la Pasión de Lucas Fer­nández y la Contemplación del Crucifijo de Torres Naharro, hasta desembocar en la cali­dad espiritual de la prosa de los místicos, en la fuerza expansiva y minuciosa, provo­cadora, rica en sentimientos y efectismos que es expresión de una literatura con sem­blante de Pasión y que sale a la calle en la Semana Santa con una imaginería sufriente. Estas tallas y el dolor expresado peni­tencialmente han tenido en el siglo de Oro un reflejo literario de solera. El romancero espiritual (1619) de Lope es casi la puesta en escena romanceada de la Pasión y su mejor comentario lírico y narrativo. Está llena la literatura clásica de retratos dolientes y ros­tros doloridos de Jesús: como "ecce hamo", camino de la cruz y crucificado. Anónimos, genialmente anónimos como el "No me mue­ ve mi Dios para quererte" para apropiárselos uno como oración sentida; o rotundamente firmados en octavas reales por Diego de Hojeda en su Cristíada (1611), o en los per­fectos y arrepentidos sonetos de Lope de Vega en sus Rimas sacras (1604); y los de Francisco de Quevedo, Bartolomé Leonardo de Argensola, Francisco de Medrana, Mira de Amescua o el propio Calderón de la Barca. O los poemas de Gabriel Álvarez de Toledo y Alberto Lista en un tiempo ya menos inspirado. Y los viacrucis que se podrían recomponer con tanta piedad escri­ta, con tanto dramatismo puesto en verso, hasta llegar a Gerardo Diego. Entre los rostros de crucificado hay uno inconfundible, el del "velo de cerrada noche" pintado por Velázquez, que sirve de dis­ culpa y materia de reflexión para que Miguel de Unamuno escribiera su formi­dable, por austero y grandioso, El Cristo de Velázquez (1920). Otros cristos plásticos -el Cristo de Cabrera y el yacente de las clari­sas de Palencia- le sirvieron a don Miguel para trazar el retrato de un "pobre Cristo" de raíz campesina o el "Cristo todo materia" que le arranca un grito suplicante para que el Cristo del cielo nos redima del Cristo de la tierra. De estos Cristos crucificados existen deu­das en Bergamín o en Sánchez Mazas. Pero no eran del gusto de Antonio Machado, que prefería al Jesús" que anduvo en el mar" des­ marcándose del cantar de su tierra" que echa flores / al Jesús de la agonía". Un Jesús visto con luz mediterránea y noble claridad es el que se asoma a las Figuras de la Pasión del Señor (1917) de don Gabriel Miró, en cuyas estampas se dibuja la acuosidad de la mi­ rada de Jesús, su ensoñado lirismo y bondad, pero también la sombra siniestra de su renqueante vaivén durante la noche de las torturas. Los miembros de la Generación del 27son conocidos por tomarse sus distancias con lo religioso, salvo Gerardo Diego que dedica a Jesús una de las partes de sus Versos divi­nos (1970), o Dámaso Alonso que llegó a componer un "auto radiofónico" sobre la pa­sión de Cristo titulado Aquel día en Jerusalén (1945).En este guión, un español llamado Ambato que ve a Jesús rezando en Get­semaní es testigo del prendimiento y lo sigue durante la noche acompañando al apóstol Pedro. Le cuenta con emoción de converso esta experiencia a su amo Clau­dia, ambos ciudadanos romanos: "Yo aún no sé bien el misterio de la existencia de Jesús. Apenas si he comenzado a entreverlo por lo que Pedro me ha contado. Nosotros no he­mos conocido semidioses, sino a través de nues­tras poetas. Pues una cosa veo ya clara: que nun­ca hubo semidiós ni dios de los de nuestro panteón, que tuviera su belleza, su nobleza, la fuer­za misteriosa de su voz y su mirada. Yo sé, yo siento que este hombre podría, con un acto de su voluntad, aniquilar a sus enemigos. ¿Por qué no lo hace? ". Pero la siguiente hornada de escritores -la del 36- se distingue por su cercanía con lo religioso, por su rezo personal cotidiano: Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco. y también, como hermano menor del grupo, José María Valverde, autor de un espléndido poemario "cristiano" -Voces y acompañamientos para San Mateo (1961)­ donde nos ofrece una completa etopeya del Crucificado desde la visión de su madre. Hay en Panero un "desprendido en la cruz y mal suspenso" y un crudo poema a "Cristo en la cruz" (1985) de Jorge Luis Borges, que huye del retrato al uso ("el rostro no es el ros­tro de las láminas "), expresivamente despiadado, y en el que cabe una cierta esperanza aunque sombría: "No lo veo / y seguiré bus­cándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra". Pero también está Vicente Caos y su romanceada "Hija de Jairo" o sus existenciales "malaventuranzas" y Pablo Carcía Baenaque guarda en un poema el lienzo de la Verónica y ese "Retablo de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo" de Jaime Siles que otra vez, a propósito de un cuadro, hace su autorretrato anímico. Esta idea de apoyarse en una imagen, de buscar apoyaturas para recomponer el ros­tro de Jesús, de ofrecer un retrato fiable, la santa faz encuentra en la literatura sus expresiones y anclajes. Basta citar un ejem­plo de retrato, el velo de Verónica en un poe­ma de León Felipe, dedicado a "La dulce hija del fotógrafo": "Parece la hija de un fotógrafo antiguo y mediocre mostrando la negativa de un retrato mal hecho. ¿ Quién es? ... ¿ quién es ese del retrato? ¿a quién se parece? Se parece a mucha gente: se parece a ese transeúnte, se parece al mal ladrón, se parece a mí ... se parece a todos los hombres de la tierra, pero a mí me gusta mucho: está revelada con una extraña mixtura de sudor, de lágrimas y sangre."
Posted on: Tue, 25 Jun 2013 11:01:58 +0000

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