Fernando Barciela: ‘Guerra’ Norte-Sur por la industria - TopicsExpress



          

Fernando Barciela: ‘Guerra’ Norte-Sur por la industria petrolera; Centro de Control de la Red (NOC) contra Inversión de control (IOC) Fernando Barciela Las llamadas compañías nacionales de los Estados petroleros, poco significativas hace tres décadas, han reducido las antaño orgullosas ‘siete hermanas’ a una posición cada vez más marginal. Tras algunos años de pasividad, ahora intentan recuperar terreno en el ‘upstream’. El ascenso de los países emergentes no podía dejar de tener efectos sobre el sector petrolero mundial. Y lo ha tenido, aún a mayor escala que en otros sectores. Las llamadas IOC (International Oil Companies), las poderosas majors estadounidenses, británicas o francesas, que dominaban el sector hasta la década de los ochenta, han sufrido en los últimos años un revolcón importante. Empresas como Shell, Mobil, Chevron o BP, que durante años identificamos con lo más poderoso y granado de la industria, han perdido en estas últimas dos décadas prácticamente su hegemonía ante el imparable avance de las NOC (National Oil Companies), propiedad de los Estados petroleros, que son las que ahora tienen la sartén por el mango en el sector y en el mercado. Hablamos, naturalmente, de nombres como Sinopec, Lukoil, Gazprom, Petrobras, Petrochina, Petronas, PDVSA o Aramco. Mientras que en 1996, nueve de las 10 primeras petroleras del mundo del ranking de Forbes eran IOC, es decir, petroleras privadas occidentales, en 2009, 13 años después, eran solo seis. Esto, en términos de facturación, porque en producción el desplome de las majors ha sido aún mayor. Según un estudio del James Baker Institute for Public Policy, en estos momentos, solo cuatro o cinco de las primeras 20 petroleras del mundo pertenecen al grupo de las majors, las “siete hermanas” de hace años. Las restantes 15 o 16 son petroleras públicas, propiedad en su mayoría de los países productores. Y no es solo que las majors hayan perdido puestos en cuanto a facturación y producción. Son cada vez menos relevantes como propietarias de reservas. Según el ya citado informe del James Baker Institute, las NOC acaparaban ya en 2007 el 77 por cien de las reservas probadas (1,15 billones de barriles). Por el contrario, las petroleras occidentales controlaban menos del 10 por cien. Un descalabro que ha ido a más, pues, según los estudios más recientes, su participación en reservas no supera el cinco por cien. Según los grandes países emergentes, especialmente los productores de crudo, pero no solo –China, India, Malaisia, Brasil, México, etcétera–, se han hecho con la tecnología, el know how, el background científico y los cuadros necesarios para convertirse en nuevas potencias industriales, hasta el punto de que muchas de sus empresas (en el automóvil, farmacia, aeronáutica, electrónica, Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), o productos de consumo) empiezan a desembarcar en Europa y Estados Unidos, por lo que cabía esperar que lo mismo ocurriera con el petróleo. Tanto más que, en este caso, ni siquiera tenían que pedir permiso a nadie para hacerlo. Pues, si para industrializarse lo hicieron llamando a las grandes multinacionales a instalarse en su territorio, en el caso del crudo y el gas, los recursos estaban en casa, bajo su subsuelo. La tentación de explotarlos en solitario era irreprimible. Y así ocurrió. Una vez que lograron un nivel de cualificación industrial medio y empezaron a disponer de cuadros ejecutivos y técnicos con el nivel adecuado, se lanzaron, sin complejos, a gestionar sus propios recursos petroleros. Mientras avanzaban en la industria por sus propios medios, han recortado cada vez más la presencia de las majors y las demás petroleras occidentales en sus campos petrolíferos. Según explica el informe del James Baker Institute “las compañías de países productores como Rusia, Venezuela y Arabia Saudí muestran cada vez menos disposición a compartir sus negocios de exploración y producción con las compañías occidentales, lo que le ha complicado a estas el acceso a los buenos yacimientos”. En algunos lugares, como Venezuela y Rusia, sus operaciones en esos países han resultado, incluso, prenacionalizadas, especialmente en Venezuela. En mayo de 2007, este país expulsó a Exxon del mayor campo de crudo de Suramérica, en el río Orinoco. Ese mismo año la rusa Gazprom tomó el control del proyecto de crudo y gas de Sajalin 2, del que expulsó a Shell. “Los gobiernos y las NOCs son las que fijan ahora las reglas y lo único que pueden hacer las IOCs (las majors) es obedecer o abandonar el juego” explica J. Robinson West, presidente de PFC Energy, consultoría con sede en Washington. No es que las compañías de los países productores hayan prescindido totalmente de la colaboración de las majors occidentales o se hayan decantado por el modelo mexicano, un monopolio de exploración y producción en manos del Estado. De hecho, les siguen concediendo a empresas como Shell, BP o Total, participación en muchos de sus yacimientos; solo que ahora son aquellas las que dirigen las operaciones, explotan directamente la mayor parte de los recursos y, además, les ponen a sus “socios” condiciones mucho más duras que hace 20 años. Y lo que es más grave, las NOC no solo están acorralando a las majors en sus territorios nacionales, sino que las están desplazando incluso en terceros países, donde se asientan con más facilidad que las occidentales, por razones políticas (afinidades en política exterior) o porque ofrecen más dinero. Ocurre en Rusia, Venezuela, Argelia, Irán… Y ofrecen más dinero por la sencilla razón de que muchas de ellas, al ser propiedad estatal, o tener el encargo de conseguir crudo, por encima de todo, están en disposición de mostrarse más generosas a la hora de tasar sus ofertas, que una compañía que está en bolsa y debe medir sus márgenes. Cuando Libia lanzó hace años una subasta para conceder licencias de prospección offshore en el Mediterráneo, las NOC asiáticas se hicieron con los contratos al ofrecer mejores condiciones que las occidentales. “Estuvieron dispuestas a ceder sus posibles beneficios con tal de hacerse con el petróleo”, comentaba un consultor a un diario estadounidense. En otros muchos casos, las compañías occidentales se han quedado fuera y no han podido siquiera participar en los concursos, ya que estos tenían lugar en países sancionados por las Naciones Unidas, la Unión Europea o EE UU. Naturalmente, esto no fue óbice para que las empresas chinas, rusas o de otros países acudieran y se hicieran con las adjudicaciones. Lo único que aún salva a las occidentales, es que disponen de recursos tecnológicos más avanzados lo que, con frecuencia, las vuelve imprescindibles en los yacimientos más recientes, más complejos de explorar y producir, como el caso de las arenas bituminosas o aguas ultraprofundas. De momento, pocas NOC están en condiciones de hacer prospección por debajo de los 2.000 metros. Una insuficiencia evidente tras la reciente alianza de Sacyr y Pemex para incrementar su presencia en el consejo de Repsol. Una de las aspiraciones de la mexicana es acceder a la tecnología de aguas profundas de la petrolera española, entre otras razones, porque sus operaciones en el golfo de México no están obteniendo resultados. También las rusas Gazprom y Lukoil carecen aún del conocimiento y la tecnología necesarios para explorar los vastos depósitos del Ártico ruso, en Kamchatka. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que los costes de exploración y producción en estos yacimientos son mucho más elevados lo que, a la larga, puede afectar la rentabilidad de las majors. Además, no se cree que esta ventaja dure mucho. No solo porque las NOC acaben dominando toda la tecnología necesaria, sino también porque estos últimos años se ha desarrollado un potente sector de empresas dedicadas a la prospección y la exploración, básicamente estadounidenses, pero que no rechazan ningún contrato de drilling, venga de donde venga. Una de ellas es Schlumberger, compañía con la mejor tecnología y decenas de patentes propias. Por si lo dicho no fuera suficiente, las NOC, además de oprimir a sus rivales en el origen, en los campos de producción, tratan ahora de entrar a competir en los mercados de destino, es decir en las propias estaciones de servicio, con las compañías de toda la vida. La argelina Sonatrach trata de entrar en los mercados de refino y distribución (estaciones de servicio) de Europa, igual que Lukoil que, como se sabe, incluso consideró hace años la posibilidad de comprar el paquete de Sacyr Vallehermoso en Repsol. De hecho, Moscú ha estado presionando a la UE para que le deje instalarse directamente en los mercados gasísticos europeos y respaldó hace años las aspiraciones de Gazprom de comprar British Gas, operación vetada por el gobierno británico. En España, el fondo petrolero IPIC, de Abu Dhabi, acaba de hacerse con el 100 por cien de Cepsa, tras comprar el paquete de Total, una operación movida por el interés de tener una posición en la red de gasolineras de España y Portugal. A resultas de lo sucedido, las majors occidentales han perdido posiciones en el sector. Lo mínimo que se puede decir de las grandes compañías occidentales es que, pese a la ola de fusiones que protagonizaron en los años noventa, están bastante estancadas en su crecimiento, lo que las ha convertido en empresas poco atractivas en bolsa. Lo que no ha ocurrido con las NOC, que van muy rápido. Una comparación. Mientras que entre 1996 y 2009, la facturación combinada de ExxonMobil creció apenas de 192.000 a 275.000 millones de dólares (¡en 13 años!) y la de Total Fina Elf de unos 100.000 a 161.000 millones, la china Sinopec (ya la cuarta del mundo según Forbes) se disparaba en esos mismos años de menos de 15.000 a 208.000 millones de dólares; también Gazprom crecía de 22.500 a 115.200 y Petrobras de 18.000 a 104.000 millones. El peso de las majors y las demás empresas de Europa y EE UU es cada vez menor. Les acecha la irrelevancia. Si sumamos la facturación combinada de las petroleras occidentales situadas en el ranking de las 20 primeras del mundo, vemos que su cifra de negocio pasó entre 1996 y 2009 de 433.000 a 687.000 millones de dólares, un 58,3 por cien más. En cambio, las NOC, las petroleras públicas de los países emergentes, han crecido de 118.000 a 906.000 millones, un 664 por cien más. y ya facturan en conjunto una vez y media más que las majors. Pero no se trata solo del ascenso de las petroleras de los Estados productores. Incluso las petroleras de países consumidores como China o India (que ya compran fuera casi la mitad del petróleo que consumen) muestran más habilidad a la hora de hacerse con recursos petrolíferos y gasísticos que sus rivales occidentales. Sin duda, los más peligrosos para las occidentales, en la búsqueda de nuevos recursos, son las tres grandes NOC chinas, China National Petroleum Corporation (CNPC), que opera internacionalmente como PetroChina, China Petroleum & Chemical Corporation (Sinopec) y China National Offshore Oil Corporation (CNOOC). Poco significativas hace dos décadas, estas compañías, propiedad del Estado chino, pero con porcentajes de su capital en las bolsas de Hong Kong, Shanghai y Nueva York; se sitúan ahora en los primeros puestos del ranking de las 500 de Fortune. Las dos primeras, PetroChina y Sinopec facturaron en conjunto en 2010 la cantidad de 506.000 millones de dólares. Prácticamente la misma suma que las dos primeras de EE UU, Exxon y Chevron (530.000 millones). Su ascenso no tiene grandes secretos: se debe a las cada vez más descomunales necesidades de energía de un país como China, con 1.500 millones de habitantes que ha seguido creciendo (el 10,3 por cien en 2010) mientras Europa y EE UU se estancaban. Un país, que además de haber acumulado una capacidad industrial única en el mundo, es ya el primer mercado de venta y producción de automóviles de todo el globo. Todo lo cual explica que, por ejemplo, en 2009, mientras la demanda mundial de crudo se reducía en 1,24 millones de barriles/día, la de China aumentaba en 700.000 barriles/día adicionales. Lo mismo pasó con el gas. En tanto la demanda mundial bajaba un dos por cien, la de China se incrementaba en un 11 por cien. No extraña que, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), China vaya a absorber en los próximos años la mitad de la nueva demanda de crudo. En gas, China ya es también el mercado de más rápido crecimiento. La AIE prevé que los 87.500 millones de metros cúbicos que consumió en 2009 se disparen hasta los 200.000 millones en año 2015. A resultas de esta voracidad energética, las NOC chinas no han tenido más remedio que ir a por petróleo, allá donde lo pudieron encontrar. A principios de 2010, estos tres nuevos gigantes estaban produciendo un total de 1,36 millones de barriles/día fuera de China, en 20 países, entre ellos Kazajstán, Sudán, Venezuela, Brasil, Rusia y Angola. También están invirtiendo en oleoductos y gasoductos con Turkmenistán o Myanmar, además de impulsar proyectos de este tipo con Rusia. Y eso que su despliegue se ha efectuado básicamente en los últimos cinco o seis años. Estas compañías, que hace 10 años se movían con cierta dificultad y timidez por el mundo, y que entraron a cotizar en bolsa entre 2000 y 2001, se han hecho más agresivas en sus estrategias de expansión. No solo han cerrado contratos con gobiernos, han estado también muy activas adquiriendo empresas hasta el punto de que actualmente figuran en los primeros puestos en el mercado de mergers and adquisitions en los sectores de exploración y producción de crudo y gas natural. En 2009, mientras las petroleras cotizadas en bolsa reducían drásticamente sus inversiones, las chinas se gastaron 18.200 millones de dólares en compras de empresas (el 13 por cien de todas las transacciones en el sector), cifra que se elevó a los 29.390 millones al año siguiente, un total de 47.590 millones en solo dos años. Más de la mitad de ese dinero lo invirtieron en Latinoamérica. La más compradora en 2010 fue Sinopec, que se hizo con el 40 por cien de Repsol Brasil por 7.100 millones de dólares y el nueve por cien de la canadiense Syncrude por 4.700 millones; Petrochina, la filial cotizada de CNPC, se alió con Shell para comprar el 100 por cien de la productora australiana de gas metano de carbón, Arrow Energy; y CNOOC se hizo a su vez ese año con el 50 por cien de la argentina Bridas y un 35 por cien de la filial de Shell en Siria. Su éxito las ha convertido en blanco de las críticas. Se las ha acusado de no tener pudor a la hora de cerrar acuerdos con Estados afectados por prohibiciones expresas de la ONU o que vulneran los derechos humanos. Y también de ser un mero instrumento de la política exterior del Estado chino. Sin embargo, en un informe, la AIE rebatía estas denuncias y aseguraba que su estrategia está marcada, ante todo, por objetivos de tipo comercial. Además, el informe, publicado en febrero de este año, afirmaba que “el esfuerzo invasor de estas compañías en todo el mundo ha incrementado notablemente el suministro de crudo y gas” . Lo cierto es que, para desgracia de las majors, mientras las compañías de los Estados emergentes se dedicaban a ganar musculatura y se hacían con recursos crecientes, aquellas cometieron un error estratégico que ahora tratan de corregir: durante la primera mitad de la década de 2000, hasta 2007-08, optaron por reducir sus inversiones en exploración y produción; lo que solo contribuyó a mermar aún más sus posiciones. En lugar de invertir, esos años decidieron intensificar la producción de sus campos petrolíferos; en los primeros años de la década porque los precios del crudo eran bajos, los costes de exploración estaban al alza y las condiciones de los gobiernos eran cada vez más duras; y después, cuando los precios subieron, porque entendieron que, en vista de lo poco atractivas que eran sus empresas para los inversores, lo más adecuado era explotar sus yacimientos al limite, con el fin de elevar el cash flow operativo y pagar mejores dividendos a los accionistas. De modo que, esos años, en vez de invertir prefirieron dedicar parte de esos recursos (el 56 por cien del cash flow operativo) a recomprar acciones y subir el pay out a sus accionistas. Pese a ese esfuerzo, su atractivo en bolsa siguió siendo limitado. Quizá porque el mercado prefería invertir en acciones de PetroChina, Sinopec, Petrobras, Lukoil o Reliance que en las de las majors. Otra razón para su “parón” inversor pudo ser no superar prever el fuerte aumento de la demanda experimentado en los últimos años en Asia y Latinoamérica, quizá porque sus mercados de Europa y EE UU llevan años estancados. A resultas de esa actitud, las majors no han podido reponer sus reservas, lo que ha hecho que la producción de las cinco primeras majors haya caído de 10,2 millones de barriles diarios en 1996 a 9,45 millones en 2005. Entre la creciente voracidad de China –y otros países asiáticos– y el freno a las nuevas inversiones, en producción y exploración, pero sobre todo en refino, el resultado fue estrechar la oferta al punto de que a partir de 2007 se empezó a extender la sensación de falta de crudo, lo que disparó los precios al alza, por lo menos hasta que la crisis financiera desplomó la demanda. Parece que la subida de los precios del crudo a partir de 2007 hizo recapacitar a las majors, que han vuelto a apostar, esta vez de manera decidida, por el llamado upstream, las actividades de prospección, exploración y producción. Hasta tal punto que incluso se están deshaciendo de sus actividades de downstream (refino y distribución), sobre todo en los mercados más maduros. Pero, no solo están vendiendo refinerías y redes de gasolineras porque los márgenes de esos negocios hayan dejado de ser atractivos y no esperen, además, grandes crecimientos en ese segmento, sino porque, además, dada la creciente dificultad de los yacimientos en los que tienen que trabajar, con costes elevadísimos, sus necesidades de capital son cada vez más ingentes. Y dada la escasez de capital (por el poco atractivo bursátil de estas empresas) y la sequía de crédito, su única salida es hacer elecciones estratégicas, ¿upstream o downstream? Y la elección es clara. Se quedan con lo primero, que es donde está la clave de su supervivencia. Darse por vencidos en ese ámbito sería como hacerse el haraquiri frente a sus rivales, las NOC. Basta un ejemplo para darse cuenta de lo que está en juego y de las crecientes necesidades de capital en exploración. Mientras que en 1997 con 1.000 dólares invertidos en prospección y exploración se podían obtener 350 barriles de crudo, en 2008 esos 1.000 dólares producían apenas 50 barriles. No extraña que prácticamente todas las compañías hayan puesto sus redes a la venta. Lo hizo Total, que vendió su paquete de casi el 50 por cien en la española Cepsa a IPIC. Y, según se dice en el sector, lo quiere hacer también BP en España si encuentra un buen comprador. Una de las empresas que más desinversiones ha hecho en el downstream ha sido Shell, que vendió sus refinerías, estaciones de servicio y otros negocios de distribución en Finlandia, Suecia, Grecia o Nueva Zelanda, entre muchos otros países. También lo hizo hace años en España, en 2004, cuando vendió sus 338 estaciones de servicio a la canaria DISA, de Demetrio Carceller. Pero no ha sido la única. En realidad, se trata de la tónica general. ExxonMobil ha estado buscando compradores para su red de Brasil, donde estuvo interesada la misma Petrobras. También Chevron está desinvirtiendo en refino y distribución. Como era de esperar, las NOC están aprovechando las necesidades de capital de las majors, en retirada de los mercados de venta de combustibles en los mercados más maduros, para hacerse con sus redes, lo que ha ocurrido en algunos países (España, por ejemplo) si bien lo más normal es que los compradores sean compañías nacionales especialistas en el downstream, muchas de ellas independientes como es el caso de DISA en Canarias. Su nueva estrategia (la de las compañías privadas occidentales) de recuperación de posiciones aún tiene, sin embargo, que demostrar su validez. De momento, los inversores están lejos de habérsela creído, lo que explica que el comportamiento de estas majors en bolsa no haya sido muy alentador. Fernando Barciela – Economía Exterior 58
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 03:21:34 +0000

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