Fragmento. El caballero de Livornes como tantas veces de tantos - TopicsExpress



          

Fragmento. El caballero de Livornes como tantas veces de tantos otros pechos, hacía su entrada triunfal en aquel deshabitado corazón. Romántico arquitecto de antiguas civilizaciones caídas en desgracias y convertidas en escombros, presumía de poseer todos los dones juntos, se creía capaz de revivir a una flor con los rayos candorosos de su mirada, de detener a un corazón que huye con el canto melodioso de su voz y de atrapar con su mágica red a todas las mariposas en un solo intento. Tuvo la suerte de encontrar en el divino a un adversario desprevenido y lo destrozó con sus ráfagas de intrigas, de chismes y de artimañas, con esa falsa sonrisa le fingió una amistad verdadera que nunca conoció, y después de tantos análisis le arrebató de un solo manotazo la candidez de esa exquisita joya que tenía en sus manos La virtud estaba rendida. La suerte había caído del lado de quien menos la merecía. Parecía tenerlo todo a sus pies, el futuro le coqueteaba con tanto fervor, el amor de Sarah se le regalaba, tan solo la amistad de Homero corría el riesgo de resentirse, pero a él eso era lo que menos le importaba, jamás había creído en nadie menos en ese infeliz que no era más que una nueva víctima, y al cual si se le acercó alguna vez y le fingió ser más que un hermano fue tan solo por ver que le quitaba. Ahora el pastel estaba decorado, pero antes de sentarse a disfrutarlo le faltaba dar la última estocada, había recurrido al rico repertorio de sus encantos para seducirla, ahora debía buscar en sus bolsillos su espléndido manual del embustero para terminar de derrumbar aquel muro, y se felicitaba porque tenía para lograrlo todo el tiempo del mundo, ya que un enemigo desprevenido más que un rival es un niño dormido Homero había encontrado la sencillez de un mundo nuevo, había descubierto en la diagonal su propio paraíso, se había perdido entre las aguas de sus gloriosos vinos y en medio de ese ambiente carnavalesco había caminado jubiloso por las cornisas, por los campanarios, por los veranos. Ahora mismo estaba en otra etapa, quizás absorto y perdido en los confines de la Hiperbórea. ¡Era la edad del genio!. Para esta nueva fase de su vida ya habían dejado de preocupar los años, ahora la edad del hombre ya no pesaba, al contrario, la esperaba ansioso y sentía que cada cumpleaños le llegaba en estuche dorado porque era una ocasión ideal para ponerse viejo madurando. ¡La filosofía lo había absorbido!. Su soledad era también cosa del pasado, esta ya tampoco lo atormentaba; su silencio era su mejor canción. Ya muy lejos habían quedado las noches de tangos; las charlas grises con aquellos amigos repletos de hipocresías; incluso Livornes a veces se le antojaba como un gracioso adorno, corriendo por toda la casa detrás de Sarah, como esos gatos que se encaprichan y no encuentran otro modo de vida que no sea vivir enredados entre un rollo de hilo. Ahora para él todas esas cosas cotidianas eran vanas ilusiones, solo la sabiduría estaba allí encerrada con él en ese taller, la veía en sus libros, la oía en su música, la palpaba en cada pensamiento, la saboreaba en cada copa de vino. Todo pasó a ser una delicada especie de ópera universal, cada recuerdo lejano era una dulce nostalgia, cada fracaso del pasado una reflexión profunda, cada victoria una impecable alegoría de la vida misma, cada deseo un nuevo capricho de la existencia, cada palabra que se filtraba desde el viento a través de la ventana era un llamado del ser supremo. Analizar y comprender todo eso era desde luego introducirse en un mundo menos real, pero al mismo tiempo mucho más confuso, sublime y misterioso. Se pasaba las horas, sentado sobre el enorme mesón de madera, el codo sobre la mesa, la mano ocultando aquel próspero intelecto que nunca dejaba de cavilar. Eran horas inagotables de infinita meditación, de fecunda melancolía. Aquel cuarto se llenó de efluvios, los vapores salían de todas partes; de las botellas de vinos, de los frascos de trementinas, de los tubos de colores, de aquellos metálicos tarros donde venía el aceite de linaza y de la agotada pero lúcida mente de aquel desgraciado. Sus pensamientos eran coleópteros que volaban semi perdidos en los confines de un mundo extraño, de esa frontera surrealista y cobalta que era una inmensa tristeza. Ese mundo que se construyó a fuerza de preguntas sin respuestas para huir de otros mundos donde nunca se preguntaba nada, para huir de aquellos fantasmas de juventud que aún perduraban y que se empecinaban en vivir en él por los siglos de los siglos. De allí que la pobre Sarah terminara por aburrirse, pues Homero era como un galpón inmenso donde nunca había nada, donde no quedaban rastros de antiguos mimos, de tenues caricias, ni de turbios besos. Ni siquiera el eco de las palabras podía llamarse ecos, porque aunque se escuchaban fragmentos de voces, estas nunca rebotaban ni tenían repercusión sonora que las agitara. Todo eso lo vio con ojos instigadores el impertinente caballero de Livornes, quien estaba rondando aquella casa como un vigilante romántico, siempre espiando, agazapado, esperando su gran momento mientras fingía caer en el sopor misterioso de un violento y virulento sueño, como aquellos buitres salvajes que esperan al lado del cadáver la llegada de la pestilencia. Acontece, y es propio de los suburbios más denigrantes y de los intelectos más ruines que en cualquier sitio despoblado hace su casa la mala intención, Livornes era la mala semilla en lo más profundo de aquel granero, por eso estaba siempre royendo con sus dientes afilados aquel noble corazón, como esos escarabajos que pasan los días y las noches cercenando al árbol, amparados en los buenos pronósticos de la primavera. Ejecutando a la perfección ese nuevo rol era inmensamente feliz, pues nunca en su vida había encontrado una ocasión tan pintada. La aprovechó al máximo. Se sentía con autoridad absoluta en casa ajena, hasta planeó viendo que algunas cosas se atrasaban, la forma injusta y maquiavélica de expulsar al intruso. Inventó ideas, las trazó, las pulió y sacándoles la raíz cuadrada las echó a la mar de las desgracias, vagaron solas, desprotegidas, sin navíos ni timones, sin capitán ni marineros, con una falsa y embrujada brújula que debía guiarlas siempre hacia el vacío para que naufragaran. Gracias a todas esas artimañas se había convertido en la octava maravilla en la vida de aquella desdichada, esta hasta le permitía entrar a su alcoba, el caballero se rehusaba, de ninguna manera usted me compromete qué pensará Homero, pero al final entraba con más risas y alegrías que lágrimas, y una vez adentro pujaba por no salir. Muy a su propósito y en momentos casuales contaba historias a Sarah donde Homero siempre era el villano, relatos baratos y con tan mala voluntad que bien podrían llamarse chismes, le juraba ser su servidor más fiel porque le preocupaba su realidad y porque en lo más profundo de su alma le dolían aquellas burlas, se ofrecía para lo que pudiera necesitar. Una mentira se hace más grande cuando es dicha con sinceridad...! VASONEGRO Albo Aguasola.
Posted on: Thu, 14 Nov 2013 16:19:30 +0000

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