HACE 83 AÑOS. Magnicidio pasional “Eligio Ayala perdió - TopicsExpress



          

HACE 83 AÑOS. Magnicidio pasional “Eligio Ayala perdió la vida el 24 de octubre de 1930, en una obscura refriega de índole pasional, en una romántica y dramática aventura de barrio; pero murió en su ley y como un hombre: murió matando, y en defensa de su dignidad ultrajada. Sobrevivir a aquel lamentable episodio de crónica policial, hubiera sido más lamentable que los dos tiros de pistola que acabaron con su vida. Pero la muerte es fenómeno natural para el hombre; lo tremendo es vivir sin dignidad, o perecer sin lucha”. (Arturo Bray) El doctor José Eligio Ayala es, en la historia paraguaya, una de las figuras más respetadas, tanto por sus correligionarios como por sus adversarios políticos. Fue el hombre que durante su gestión tomó las medidas pertinentes para poner a la República en estado de alerta y presta para enfrentar las amenazas que, entonces, se cernían sobre su integridad territorial. Esa eficaz tarea realizada le valió, una vez concluido el periodo de su gobierno (1924–1928), que en la administración siguiente, el doctor José P. Guggiari lo nombrara miembro de su gabinete para seguir con la tarea empezada. Si bien su presencia en el gobierno –tanto desde la primera magistratura como desde el Ministerio de Hacienda– era molestosa para algunos sectores, especialmente económicos, la ciudadanía en general apreciaba en su justa medida las decisiones tomadas por el doctor Ayala para encauzar debidamente la maltrecha economía de un país salido recientemente de una dramática guerra fratricida y, en aquellos meses de 1930, sufriendo los efectos de la crisis económica mundial, ocasionada por los conocidos sucesos de 1929, en la Bolsa de Nueva York. El “Breve” –como alguien alguna vez con ironía le bautizó, aludiendo a su estatura–, no era simpático a nadie. Pero la efectividad de sus decisiones y de sus acciones le valieron el reconocimiento de la mayoría de sus compatriotas; aun a décadas de su prematura muerte, el 24 de octubre de 1930, sigue mereciendo el aplauso sincero de los paraguayos. La conducción exitosa de la guerra paraguayo–boliviana (1932–1935) fue la confirmación de la eficacia de su administración. Una tragedia nacional La muerte del doctor Eligio Ayala enlutó a toda la comunidad nacional. Causó honda conmoción, más todavía por las circunstancias que rodearon al hecho. El jueves 23 de octubre de 1930, luego de una agotadora jornada, primero en su despacho del Ministerio de Hacienda, luego en la recoleta soledad de su casa, don Eligio se encontraba exhausto y hecho un manojo de nervios. Después de ingerir su cena, traída por una cocinera que vivía sobre la calle Toledo –quien le habría informado de algunas noticias de su interés–, se vistió de traje de calle, enfundó su revólver y bajó a pie por la calle Estados Unidos, dirigiéndose a la casa donde, instantes después, se desarrolló el capítulo trágico del drama, en Toledo (Primera Nueva, según nomenclatura de la época) entre Manuel Pérez y San José. Allí vivía Hilda Diez, una joven rubia treintañera, oriunda de Arroyos y Esteros, a la que le unía una relación sentimental. Visiblemente alterado, luego de traspasar el portón de hierro, rodeó la casa e ingresó a la misma, revólver en mano. Su intempestiva llegada desencadenó la tragedia. Si bien los detalles de aquel luctuoso suceso no trascendieron más que como rumores soto voce, don Eligio habría sorprendido a su amiga en flagrante traición amorosa con un lejano pariente suyo: Antonio Tomás Bareiro. Se oyeron varios disparos de arma en lo que fue una inusual batida entre rivales. Bareiro cayó muerto en el acto. El doctor Ayala, fatalmente herido de dos balazos, apretándose la sangrante herida, salió de la casa, dirigiéndose dificultosamente hacia la calle España, donde en las cercanías del Belvedere, tomó un auto de alquiler, o chapa blanca, como entonces los llamaban. Los últimos momentos A pedido suyo, el chofer lo condujo hasta la casa del doctor Cayetano Masi, sobre la calle Cerro Corá, adonde llegó a las 20:45. Trasladado urgentemente al Sanatorio Masi–Escobar, sobre la calle 14 de Mayo, entre Jejuí y Manduvirá (entonces llamada Salto Oriental), donde, a eso de las 21.30 hs. es intervenido quirúrgicamente, además del doctor Masi, por los doctores Benigno Escobar, Pedro de Felice, Fernando Abente Haedo, Rogelio Álvarez Bruguez y Manuel Giani. Según informaciones periodísticas, “el traje (de Ayala) tenía rastros de un tiro en la parte superior de la solapa, otro rastro en la manga del saco con orificio de salida y finalmente una herida causada por un proyectil que le atravesó los músculos del antebrazo y penetraba a la altura del hígado”. Rápidamente la infausta noticia cundió, haciéndose presentes en el sanatorio el presidente Guggiari, sus ministros; amigos del herido, sus hijos Abelardo y Anastasia Ayala, habidos de su relación con Rosaura González y Candelaria Duplánd, respectivamente. El estado del herido era grave: tenía el hígado partido, un riñón dañado y cuatro perforaciones en los intestinos. Pese a los esfuerzos médicos, luego de una larga noche, Eligio Ayala fallecía al día siguiente, alrededor de las 14.30 hs. Ya al final de la tarde, su ataúd fue trasladado al palacio de Gobierno, donde se realizó el velatorio. Una larga fila de dolientes desfiló ante él para dar su adiós postrero al respetado hombre público. Entre ellos, una anciana llegada desde el entonces lejano pueblito de Mbuyapey: su madre. Don Eligio Ayala fue hijo de doña Manuela de Jesús Ayala y de don Mariano Sisa. Era hermano gemelo de Emilio de Jesús Ayala, y hermano de padre de Eliseo, Juan Pablo, Juan Bautista y Manuel Sisa. Había nacido el 4 de diciembre de 1879. A la hora de su muerte, estaba por cumplir 51 años. Recuadro: Retrato Según el coronel Arturo Bray, edecán del doctor Ayala durante su presidencia, “el señor don Eligio no era, por cierto, hombre dado a sacar la lengua a pasear con frecuencia; prefería desahogarse por escrito, no dando descanso a la pluma, repartiendo mandobles a diestra y siniestra, así cayeran Sansón y todos los filisteos, entre esquelas y cartas de cáustico humorismo y puñaladas a granel. De esa manera, nuestro diario coloquio se reducía a un buenos días, señor presidente al saludarlo por la mañana y un hasta mañana, señor presidente al despedirme de él; la contestación era asimismo lacónica: buenos días, capitán y hasta mañana, capitán. Algunas veces cuando llegaba a su casa algo más temprano que la hora fijada –6 de la mañana– condescendía a invitarme a participar de su desayuno, pero como me tenía sabido en qué consistía el tal desayuno –un par de huevos pasados por agua y un pocillo de café negro– le sacaba el cuerpo a la presidencial gentileza”. (…) “Sus labios plegados en un gesto de desdén trasuntaban el escepticismo de un espíritu sardónico. Con su burlona sonrisa de rictus displicente se desquitaba de las maldades del mundo y de sus semejantes. Una soledad de arena y sol, soledad entre desahuciados adulones y complacientes alabarderos, hizo que se retrajera y parapetara detrás del muro de su rica vida interior, que muchos llaman intemperancia, acritud o misantropía, porque los espíritus mezquinos no atinan a penetrar en los arcanos del solitario, muy por encima del discernimiento de quienes sólo existen para los mundanales halagos de la vida de relación, vacía, falaz y majadera...”. (...) “Aquel de magra estatura y enjutas carnes era un estadista en el amplio sentido de la palabra, como nunca antes tuvo el Paraguay, ni antes ni después de él. Fue el Lawrence de Arabia de nuestra historia política: idealista sin ser visionario, sobrio pero no puritano, osado sin llegar a la temeridad. Y presintiendo –como Lawrence– que sus desvelos culminarían en un desengaño fatal, por obra de los tontos y guerra a muerte de los ofuscados, fue al encuentro del destino trágico con ansias de liberación de un ambiente que se resistía a comprenderlo y valorarlo. Su exaltado amor propio –que no es orgullo en los hombres superiores– no pudo soportar el gratuito ultraje de la desbocada mediocridad, buscó y encontró el drama que puso término a su vida, con epílogo de sangre y solución de eternidad”. Recuadro: Postergado homenaje Pero ese reconocimiento colectivo de todo un país, nunca se concretó en algo tangible. Hasta hoy es solo una “entelequia”, como se acostumbra decir irónicamente (aunque, en realidad, recién ahora empieza a serlo). En Asunción y otros puntos del país, además de una calle bautizada con su nombre, casi no existe otro homenaje a su memoria. Pero, a setenta y tres años de su trágica desaparición física, un grupo de connotados ciudadanos decidieron hacer justicia por propia mano. Mejor dicho, por intermedio de la mano –y el talento– de un conocido escultor compatriota, Gustavo Beckelmann, a quien se le encargó moldear en el bronce de las glorias, la efigie del prócer. No fue fácil llevar a la realidad esta empresa justiciera. Tenía su costo, además de otras dificultades, especialmente técnicas. La relativamente abundante iconografía “ayalística” le presenta casi siempre de frente, pero para realizar una exacta representación de su efigie, se necesitaba el perfil del homenajeado. El acceso a una rara fotografía que le muestra de perfil, resolvió la dificultad que parecía insalvable, y que posibilitó que don Eligio sea eternizado en el bronce con la mayor fidelidad escultórica posible. Así, pese a algunos tropiezos y algunas indiferencias, se llegó a buen puerto y el 24 de octubre de 2003, en un merecido acto de justicia, se descubrió el busto en el que se concretó un postergado homenaje a aquel gobernante de fuste que dio muestra de absoluta y abnegada dedicación a la cosa pública, y que fue en vida, una persona de “una integridad incorruptible y con absoluto desprecio por los gajes materiales de la vida”, como se refirió a él un biógrafo. La confección del monumento en homenaje del ilustre estadista, fue posible mediante el aporte voluntario de las siguientes personas: Federico Callizo, Guillermo Peroni, Rafael Peroni, Fernando Peroni, Martín Heisecke, Manuel Battilana Peña, Pedro Peña Espínola, Esteban Burt, Ricardo Dos Santos, Roberto Quevedo, Juan B. Fiorio, Martín Burt, Manuel Peña Villamil, Jorge Castillo Lagrave, Raúl Díaz de Espada, Eugenio Vargas Peña, Rafael Alvarado, Miguel Adorno, Miguel Abdón Saguier, Enrique Saguier y Luis María Quevedo.
Posted on: Wed, 23 Oct 2013 23:48:21 +0000

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