HEBREOS INTRODUCCIÓN Epístola A Los Hebreos. El escritor de - TopicsExpress



          

HEBREOS INTRODUCCIÓN Epístola A Los Hebreos. El escritor de Hebreos no incluye su nombre en la carta. Primera de Juan es la única otra carta en el NT cuyo autor no incluye su nombre. Muchos cristianos han considerado que Pablo es el autor de Hebreos, pero otros han pensado que pudo haber sido Apolos, Bernabé u otro. La carta se conoció en primera instancia en Roma y en el Occidente. Sus primeros lectores fueron judíos cristianos que hablaban y escribían el gr. La breve declaración: Os saludan los de Italia (Hebreos 13:24) ciertamente favorece la idea de que el escritor se encontraba en Italia. El escritor conoce muy bien a los lectores. Se refiere a su inmadurez espiritual (Hebreos 5:11- 14), su ministerio fiel a los santos (Hebreos 6:9, 10), y sus experiencias después de su conversión (Hebreos 10:32-36). El término usado para referirse a sus líderes espirituales o gobernantes es hoi hegoumenoi (Hebreos 13:7, 17, 24), un término técnico que no se encuentra en ningún otro lugar en el NT; pero otros escritos procedentes de Roma y del Occidente tienen este mismo término (p. ej., 1 Clemente 1:3; 21:6; el Pastor de Hermas 2, 2:6; 9:7 [proegoumenoi]). Parece que sus primeros líderes ya habían muerto (Hebreos 13:7), mientras que los dirigentes actuales están continuamente involucrados en la tarea de velar sobre el rebaño (Hebreos 13:24). Un bosquejo del libro. revela la centralidad de Jesucristo en el libro de Hebreos. I. Prólogo: Proceso y clímax de la revelación divina (Hebreos 1:1-3) II. La preeminencia de Cristo (Hebreos 1:4—4:13) A. La superioridad de Cristo sobre los ángeles (Hebreos 1:4-14) B. Advertencia: El peligro de la indiferencia ante estas verdades (Hebreos 2:1-4) C. Razones por las cuales Cristo se humanó (Hebreos 2:5-18) D. Superioridad de la posición de Cristo a la de Moisés (Hebreos 3:1-6) E. Advertencia: los efectos temporales y eternos a causa de la incredulidad (Hebreos 3:7—4:13) III. El sacerdocio de Cristo (Hebreos 4:14—10:18) A. La importancia de su sacerdocio para la conducta del creyente (Hebreos 4:14-16) B. Requisitos de un sumo sacerdote (Hebreos 5:1-10) C. Advertencia: sobreponiéndose a la inmadurez y apostasía sólo por la fe, paciencia y esperanza (Hebreos 5:11—6:20a) D. El sucesor eterno de Melquisedec (Hebreos 6:20b—7:28) E. El santuario celestial y el nuevo pacto (Hebreos 8:1-13) F. El sacerdocio bajo el antiguo y el nuevo pactos (Hebreos 9:1-28) G. La ineficacia de los sacrificios bajo la ley en contraste con la eficacia y finalidad del sacrificio de Cristo (Hebreos 10:1-18) IV. Perseverancia de los cristianos (Hebreos 10:19—12:29) A. Las actitudes que deben cultivarse y las que deben evitarse (Hebreos 10:19-39) B. La fe en acción: ejemplos insignes del pasado (Hebreos 11:1-40) C. Incentivos para la acción en el presente escenario y para la meta futura (Hebreos 12:1-29) V. Posdata: Exhortaciones, preocupaciones personales, bendición (Hebreos 13:1-25) Esta carta tiene mucho que decir en cuanto a Cristo. El es completamente Dios y completamente hombre. Está activo en la creación. El asunto del sacrificio de Cristo se discute en detalle, tanto en su papel de sacerdote como el de víctima sacrificial. En su papel como sacerdote, él es el líder y guía. El también es quien revela a Dios. Se logra profundizar bastante en todas estas enseñanzas acerca de la persona y obra de Cristo. El antiguo y nuevo pactos son comparados y se proveen las razones para la superioridad del nuevo o eterno pacto. En Hebreos, la doctrina del pecado enfoca su atención sobre la incredulidad y el fracaso de continuar con Dios hacia la ciudad eternal. La sombra y la realidad son cuidadosamente contrastadas. El cielo es la escena de la realidad. La tierra se preocupa con ambos: la sombra y la realidad. Cristo es el puente entre lo temporal y lo eterno. El pueblo de Dios es visto como emigrando de un ambiente transitorio hacia una ciudad permanente. Esta emigración incluye la Palabra de Dios; el asunto de las pruebas, disciplina, o castigo; fidelidad; y la actividad santificadora de Dios; es decir, hacernos santos. La vida cristiana se desarrolla dentro del marco de esta era de peregrinaje celestial. Esta epístola muestra a Cristo como fin, fundamento, cuerpo y verdad de las figuras de la ley, las que por sí mismas no eran de virtud para el alma. La gran verdad expresada en esta epístola es que Jesús de Nazaret es el Dios verdadero. Los judíos inconversos usaron muchos argumentos para sacar de la fe cristiana a sus hermanos convertidos. Presentaban la ley de Moisés como superior a la dispensación cristiana. Hablaban en contra de todo lo relacionado con el Salvador. Por tanto, el apóstol señala la superioridad de Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, y los beneficios de sus sufrimientos y muerte como sacrificio por el pecado, de modo que la religión cristiana es mucho más excelente y perfecta que la de Moisés. El objetivo principal parece ser que los hebreos convertidos progresen en el conocimiento del evangelio, y así establecerlos en la fe cristiana e impedir que se alejen de ella, contra lo cual se les advierte con fervor. Aunque contiene muchas cosas adecuadas para los hebreos de los primeros tiempos, también contiene muchas que nunca cesan de interesar a la iglesia de Dios, porque el conocimiento de Jesucristo es la médula y hueso mismo de todas las Escrituras. La ley ceremonial está llena de Cristo, y todo el evangelio está lleno de Cristo; las benditas líneas de ambos Testamentos se juntan en Él, y el principal objetivo de la epístola a los Hebreos es descubrir cómo concuerdan y se unen dulcemente ambos en Jesucristo. CAPÍTULO 1 Versículos 1—3. La dignidad insuperable del Hijo de Dios en su Persona divina, y en su obra de mediación y creación. 4—14. En su superioridad a todos los santos ángeles. Vv. 1—3. Dios habló a su pueblo antiguo en diversos tiempos, en generaciones sucesivas y de maneras diversas, como le pareció apropiado; a veces, por instrucciones personales, a veces por sueños, a veces por visiones, a veces por influencia divina en la mente de los profetas. La revelación del evangelio supera a la anterior en excelencia por ser una revelación que Dios ha hecho por medio de su Hijo. Al contemplar el poder, la sabiduría y la bondad del Señor Jesucristo, contemplamos el poder, la sabiduría y la bondad del Padre, Juan 14, 7; la plenitud de la Deidad habita no sólo como en un tipo o en una figura, sino realmente en Él. Cuando, en la caída del hombre, el mundo fue despedazado bajo la ira y la maldición de Dios, el Hijo de Dios emprendió la obra de la redención, sustentándolas por su poder y bondad todopoderosa. De la gloria de la persona y el oficio de Cristo, pasamos a la gloria de su gracia. La gloria y naturaleza de su Persona, dio a sus sufrimientos tal mérito que eran satisfacción plena para la honra de Dios, que sufrió un daño y afrenta infinitas por los pecados de los hombres. Nunca podremos estar suficientemente agradecidos que Dios nos haya hablado de la salvación en tantas formas y con claridad creciente, a nosotros, pecadores caídos. Que Él mismo nos haya limpiado de nuestros pecados es un prodigio de amor superior a nuestra capacidad de admiración, gratitud y alabanza. Vv. 4—14. Muchos judíos tenían un respeto supersticioso o idólatra por los ángeles, porque habían recibido la ley y otras noticias de la voluntad divina por su ministración. Los consideraban como mediadores entre Dios y los hombres, y algunos llegaron tan lejos como para darles una especie de homenaje religioso o adoración. De manera que, era necesario no sólo que el apóstol insistiera en que Cristo es el Creador de todas las cosas, y por tanto, creador de los mismos ángeles, sino en que era el Mesías en naturaleza humana resucitado y exaltado, a quien están sujetos los ángeles, las autoridades y las potestades. Para probar esto cita varios pasajes del Antiguo Testamento. Comparando lo que Dios dice ahí de los ángeles con lo que dice a Cristo, se manifiesta claramente la inferioridad de los ángeles respecto de Cristo. Aquí está el oficio de los ángeles: son los ministros o siervos de Dios para hacer su voluntad, pero, ¡qué cosas grandiosas dice el Padre de Cristo! Reconozcámosle y honrémosle como Dios, porque si no hubiera sido Dios, nunca hubiera hecho la obra de mediación y nunca hubiera llevado la corona del Mediador. Se declara cómo Cristo fue apto para el oficio de Mediador y cómo fue confirmado en él: Lleva el nombre de Mesías por ser el Ungido. Sólo como Hombre tiene sus semejantes, y como ungido con el Espíritu Santo; pero está por sobre todos los profetas, sacerdotes y reyes, que hayan jamás sido empleados al servicio de Dios en la tierra. Se cita otro pasaje de la Escritura, Salmo 102: 25–27, en el cual se declara el poder omnipotente del Señor Jesucristo, tanto al crear el mundo como al mudarlo. Cristo envolverá este mundo como si fuera un ropaje, para que no se abuse más de él, ni sea usado como lo ha sido. Como soberano, cuando los ropajes de su estado estén doblados y guardados, sigue siendo el soberano, de la misma manera nuestro Señor seguirá siendo el Señor cuando haya dejado de lado la tierra y los cielos como un ropaje. Entonces no pongamos nuestros corazones en lo que no es lo que creemos que es, y no será lo que es ahora. El pecado ha hecho un gran cambio en el mundo, para peor, y Cristo hará un gran cambio para mejor. Que estos pensamientos nos alerten, diligentes y deseosos del mundo mejor. El Salvador ha hecho mucho para hacer que todos los hombres sean sus amigos, pero tiene enemigos, aunque serán puestos por estrado de sus pies, por la sumisión humilde o por la destrucción extrema. Cristo seguirá venciendo y para vencer. Los ángeles más excelsos no son sino espíritus ministradores, sólo siervos de Cristo para ejecutar sus mandamientos. Los santos son herederos en el presente que aún no han entrado en plena posesión. Los ángeles les ministran oponiéndose a la maldad y al poder de los malos espíritus, protegiendo y cuidando sus cuerpos, instruyendo y consolando sus almas, sometidos a Cristo y al Espíritu Santo. Los ángeles reunirán a todos los santos en el último día, cuando sean echados de la presencia de Cristo a la miseria eterna todos los que pusieron su corazón y sus esperanzas en los tesoros perecederos y en las glorias pasajeras. CAPÍTULO 2 Versículos 1—4. El deber de adherirse firmemente a Cristo y a su evangelio. 5—9. Sus sufrimientos no constituyen objeción a su eminencia. 10—13. La razón de sus sufrimientos y lo apropiado de ellos. 14—18. Cristo asume la naturaleza humana porque era necesaria para su oficio sacerdotal, y no toma la naturaleza de los ángeles. Vv. 1—4. Habiendo demostrado que Cristo es superior a los ángeles, se aplica la doctrina. La mente y la memoria son como vasos quebrados que no retienen lo que en ellos se vierte, si no se pone mucho cuidado. Esto procede de la corrupción de nuestra naturaleza, las tentaciones, los afanes y los placeres del mundo. Pecar contra el evangelio es rechazar esta salvación grandiosa; es despreciar la gracia salvadora de Dios en Cristo, tomándola con liviandad, sin interesarse por ella ni considerar el valor de la gracia del evangelio o su necesidad, ni a nuestro estado de condenación sin ella. Los juicios del Señor durante la dispensación del evangelio son principalmente espirituales, pero tienen que temerse más por eso. Aquí se apela a la conciencia de los pecadores. Ni siquiera su descuido parcial escapará de las reprimendas; porque suelen traer oscuridad a las almas que no destruyen definitivamente. La proclamación del evangelio fue continuada y confirmada por los que oyeron a Cristo, por los evangelistas y apóstoles que fueron testigos de lo que Jesucristo empezó a hacer y a enseñar; por los dones del Espíritu Santo fueron equipados para la obra a la cual fueron llamados. Todo esto fue conforme a la voluntad de Dios. Era la voluntad de Dios que nosotros tuviéramos una base firme para nuestra fe y un fuerte cimiento para nuestra esperanza al recibir el evangelio. Preocupémonos de esta sola cosa necesaria, y escuchemos las Sagradas Escrituras, escritas por los que oyeron las palabras de nuestro Señor de gracia y que fueron inspiradas por su Espíritu; entonces, seremos bendecidos con la buena parte que no puede ser quitada. Vv. 5—9. En el estado presente de la Iglesia, ni en su estado más plenamente restaurado cuando los reinos de la tierra sean el reino de Cristo, cuando el príncipe de este mundo sea expulsado, está gobernada por los ángeles; Él asumirá su gran poder y reinará. ¿Cuál es la causa activa de toda la bondad que Dios muestra a los hombres al darles a Cristo a ellos y por ellos? Es la gracia de Dios. Como recompensa por la humillación de Cristo al sufrir la muerte, Él tiene un dominio ilimitado sobre todas las cosas; así se cumplió en Él esta antigua Escritura. De manera que, Dios ha hecho en la creación y en la providencia cosas maravillosas por nosotros, las cuales hemos devuelto con suma vileza. Vv. 10—13. No importa lo que pudiera imaginar u objetar el soberbio, carnal e incrédulo, la mente espiritual verá la gloria peculiar de la cruz de Cristo y se satisfará con que fue Él, quien en todas las cosas despliega sus perfecciones al llevar a tantos hijos a la gloria, quien hizo perfecto al Autor por medio de sus sufrimientos. Su camino a la corona pasó por la cruz y así debe ser con su pueblo. Cristo santifica; Él adquirió y envió al Espíritu santificador; el Espíritu santifica como el Espíritu de Cristo. Los creyentes verdaderos son santificados, dotados con principios y poderes santos, puestos aparte para usos y propósitos elevados y santos. Cristo y los creyentes son todos de un solo Padre celestial, que es Dios. Son llevados a una relación de parentesco con Cristo. Pero las palabras, que no se avergüenzan de llamarlos hermanos, expresan la elevada superioridad de Cristo respecto de la naturaleza humana. Esto se muestra en tres pasajes de la Escritura: Salmo 22: 22; 18: 2; Isaías 8: 18. Vv. 14—18. Los ángeles cayeron y quedaron sin esperanza ni socorro. Cristo nunca concibió ser el Salvador de los ángeles caídos, por tanto, no asumió la naturaleza de ellos; la naturaleza de los ángeles no podía ser sacrificio expiatorio por el pecado del hombre. Aquí hay un precio pagado, suficiente para todos, y apto para todos, porque fue en nuestra naturaleza. Aquí se demuestra el amor maravilloso de Dios, porque cuando Cristo supo lo que debía sufrir en nuestra naturaleza y cómo debía morir en ella, la asumió prestamente. La expiación dio lugar a la liberación de su pueblo de la esclavitud de Satanás, y al perdón de sus pecados por la fe. Los que temen la muerte y se esfuerzan por sacar lo mejor de sus terrores, no sigan intentando superarlos o ahogarlos, que no sigan siendo negligentes o se hagan malos por la desesperación. No esperen ayuda del mundo ni de los artificios humanos, pero busquen el perdón, la paz, la gracia y la esperanza viva del cielo por fe en el que murió y resucitó, para que así puedan superar el temor a la muerte. El recuerdo de sus tristezas y tentaciones hace que Cristo se interese por las pruebas de su pueblo y esté listo para ayudarles. Él está pronto y dispuesto a socorrer a quienes son tentados y le buscan. Se hizo hombre, y fue tentado, para que fuera apto en toda forma para socorrer a su pueblo, habiendo pasado Él por las mismas tentaciones, pero siguiendo perfectamente libre de pecado. Entonces, que el afligido y el tentado no desesperen ni den lugar a Satanás, como si las tentaciones hicieran que fuese malo acudir en oración al Señor. Ningún alma pereció jamás siendo tentada, si desde su verdadera alarma por el peligro, clamó al Señor con fe y esperanza de alivio. Este es nuestro deber en cuanto somos sorprendidos por las tentaciones y queremos detener su avance, lo que es nuestra sabiduría. CAPÍTULO 3 Versículos 1—6. Se muestra el valor y la dignidad superior de Cristo por sobre Moisés. 7—13. Se advierte a los hebreos del pecado y peligro de la incredulidad. 14—19. La necesidad de la fe en Cristo y de seguirle constantemente. Vv. 1—6. Cristo debe ser considerado el Apóstol de nuestra confesión, el Mensajero enviado a los hombres por Dios, el gran Revelador de la fe que profesamos, y de la esperanza que confesamos tener. Como Cristo, el Mesías, es el ungido para el oficio de Apóstol y Sacerdote. Como Jesús, es nuestro Salvador, nuestro Sanador, el gran Médico de las almas. Considéresele así. Considérese lo que es en sí, lo que es para nosotros y lo que será para nosotros en el más allá y para siempre. Pensar íntima y seriamente en Cristo nos lleva a saber más de Él. Los judíos tenían una elevada opinión de la fidelidad de Moisés, pero su fidelidad era un tipo de la de Cristo. Cristo fue el Señor de esta casa, de su Iglesia, que es su pueblo, y su Hacedor. Moisés fue un siervo fiel; Cristo, como el eterno Hijo de Dios, es el dueño legal y el Rey Soberano de la Iglesia. No sólo debemos establecernos bien en los caminos de Cristo, pero hemos de seguir y perseverar firmemente hasta el fin. Toda meditación en su Persona y su salvación, sugiere más sabiduría, nuevos motivos para amar, confiar y obedecer. Vv. 7—13. Los días de tentación suelen ser los días de provocación. Sin duda es una provocación tentar a Dios cuando Él nos deja que veamos que dependemos y vivimos por entero de Él. El endurecimiento del corazón es la fuente de todos los demás pecados. Los pecados ajenos, especialmente los de nuestros parientes, deben ser alarma para nosotros. Todo pecado, especialmente el pecado cometido por el pueblo privilegiado que profesa a Dios, no sólo provoca a Dios sino lo contrista. Dios detesta destruir a nadie en o por su pecado; espera mucho para ser bondadoso con ellos. Pero el pecado en que se persiste por largo tiempo, hace que la ira de Dios se revele al destruir al impenitente; no hay reposo bajo la ira de Dios. —“Cuidado”: todos los que van a llegar a salvo al cielo deben cuidarse; si una vez nos permitimos desconfiar de Dios, pronto podemos desertar de Él. Los que piensan que están firmes, miren que no caigan. Puesto que el mañana no nos pertenece, debemos aprovechar al máximo el día. No hay, ni siquiera los más fuertes del rebaño, quien no necesiten la ayuda de otros cristianos. Tampoco hay alguien tan bajo y despreciado cuyo cuidado en la fe y su seguridad, no pertenezca a todos. El pecado tiene tantos caminos y colores que necesitamos más ojos que los propios. El pecado parece justo, pero es vil; parece agradable, pero es destructivo; promete mucho, pero no cumple nada. Lo engañoso del pecado endurece el alma; un pecado permitido da lugar a otro; y cada acto de pecado confirma la costumbre. Que cada cual se cuide del pecado. Vv. 14—19. El privilegio de los santos es que son hechos partícipes de Cristo, esto es, del Espíritu, la naturaleza, las virtudes, la justicia y la vida de Cristo; están interesados en todo lo que Cristo es, en todo lo que Él ha hecho o hará. El mismo espíritu con que los cristianos emprenden el camino de Dios, es el que deben mantener hasta el final. La perseverancia en la fe es la mejor prueba de la sinceridad de nuestra fe. Oír la palabra a menudo es un medio de salvación, pero si no se escucha, expondrá más a la ira divina. La dicha de ser partícipes de Cristo y de su salvación completa, y el temor a la ira de Dios y a la miseria eterna, deben estimularnos a perseverar en la vida de la fe obediente. Cuidémonos de confiar en privilegios o profesiones externas y pidamos ser contados con los creyentes verdaderos que entran al cielo cuando todos los demás fallan a causa de la incredulidad. Como nuestra obediencia sigue conforme al poder de nuestra fe, así nuestros pecados y la falta de cuidado se conforman al predominio de la incredulidad en nosotros. CAPÍTULO 4 Versículos 1—10. Se exhorta al temor humilde y cauto, no sea que, debido a la incredulidad, alguien no entre en el reposo prometido. 11—16. Argumentos y motivos para tener fe y esperanza al acercarnos a Dios. Vv. 1—10. Los privilegios que tenemos con el evangelio son más grandes que los que había bajo la ley de Moisés aunque en sustancia se predicó el mismo evangelio en ambos Testamentos. En todo tiempo ha habido muchos oyentes no aprovechados; y la incredulidad se halla en la raíz de toda esterilidad cuando se está bajo la palabra. La fe del que oye es la vida de la palabra. Una triste consecuencia del descuido parcial y de una profesión vacilante y relajada es que, a menudo, hace que los hombres no la alcancen. Entonces, pongamos diligencia para que tengamos una entrada clara al reino de Dios. —Como Dios terminó su obra, y entonces descansó, hará que los que creen acaben su obra, y luego disfruten su reposo. Evidente es que resta un día de reposo para el pueblo de Dios, más espiritual y excelente que el del séptimo día, o aquel al cual Josué guió a los judíos. Este reposo es un reposo de gracia, consuelo y santidad en el estado del evangelio. Reposo en gloria es donde el pueblo de Dios disfrutará el fin de su fe y el objeto de todos sus deseos. El reposo, que es el tema del razonamiento del apóstol, y del cual, concluye que queda por ser disfrutado, es indudablemente el reposo celestial que queda para el pueblo de Dios y que se opone al estado de trabajos y trastorno de este mundo. Es el reposo que obtendrán cuando el Señor Jesús aparezca desde el cielo. Pero los que no creen nunca entrarán en este reposo espiritual, sea el de gracia aquí o el de gloria en el más allá. Dios siempre ha declarado que el reposo del hombre está en Él, y que su amor es la única dicha verdadera del alma; y la fe en sus promesas, por medio de su Hijo, es el único camino para entrar en aquel reposo. Vv. 11—16. Nótese la finalidad propuesta: reposo espiritual y eterno; el reposo de gracia aquí, y el de gloria en el más allá; en Cristo en la tierra; con Cristo en el cielo. Después de la labor debida y diligente vendrá el reposo dulce y satisfactorio; el trabajo de ahora hará más placentero el reposo cuando llegue. Trabajemos y estimulémonos los unos a los otros a ser diligentes en el deber. Las Sagradas Escrituras son la palabra de Dios. Cuando Dios la instala por su Espíritu, convence poderosamente, convierte poderosamente y consuela poderosamente. Hace que sea humilde el alma que ha sido orgullosa por mucho tiempo; el espíritu perverso sea manso y obediente. Los hábitos pecaminosos que se han vuelto naturales para el alma, estando profundamente arraigados en ella, son separados y cortados por la espada. Dejará al descubierto a los hombres sus pensamientos y propósitos, las vilezas de muchos, los malos principios que los mueven, las finalidades pecaminosas para las cuales actúan. La palabra mostrará al pecador todo lo que hay en su corazón. Aferrémonos firmes las doctrinas de la fe cristiana en nuestras cabezas, sus principios vivificantes en nuestros corazones, su confesión franca en nuestros labios, y sometámonos a ellos en nuestras vidas. Cristo ejecutó una parte de su sacerdocio en la tierra al morir por nosotros; ejecuta la otra parte en el cielo, alegando la causa y presentando las ofrendas de su pueblo. A criterio de la sabiduría infinita fue necesario que el Salvador de los hombres fuera uno que tuviera el sentimiento de compañero que ningún ser, salvo un congénere, pudiera tener, y por tanto era necesario que experimentara realmente todos los efectos del pecado que pudieran separarse de su verdadera culpa real. Dios envió a su Hijo en la semejanza de la carne de pecado, Romanos viii, 3; pero mientras más santo y puro era Él, menos dispuesto debe de haber estado a pecar en su naturaleza y más profunda debe de haber sido la impresión de su mal; en consecuencia, más preocupado debe de haber estado Él por librar a su pueblo de la culpa y poder del pecado. —Debemos animarnos por la excelencia de nuestro Sumo Sacerdote para ir directamente al trono de la gracia. La misericordia y la gracia son las cosas que queremos; misericordia que perdone todos nuestros pecados, y gracia que purifique nuestras almas. Además de nuestra dependencia diaria de Dios para las provisiones presentes, hay temporadas para las cuales debemos proveer en nuestras oraciones; tiempos de tentación sea por la adversidad o la prosperidad, y especialmente en nuestro momento de morir. Tenemos que ir al trono de justicia con reverencia y santo temor, pero no como arrastrados, sino invitados al trono de misericordia donde reina la gracia. Tenemos denuedo sólo por la sangre de Jesús para entrar al Lugar Santísimo; Él es nuestro Abogado y ha adquirido todo lo que nuestras almas puedan desear o querer. CAPÍTULO 5 Versículos 1—10. El oficio y el deber del sumo sacerdote están abundantemente cumplidos en Cristo. 11—14. Los hebreos cristianos son reprendidos por su poco avance en el conocimiento del evangelio. Vv. 1—10. El Sumo Sacerdote debe ser un hombre, partícipe de nuestra naturaleza. Esto demuestra que el hombre había pecado. Porque Dios no tolerará que el hombre pecador vaya a Él por sí mismo. Pero es bienvenido a Dios todo el que vaya por medio de este Sumo Sacerdote; como valoramos la aceptación con Dios, y el perdón, debemos recurrir por fe a este Cristo Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, que puede interceder por los que se hallan fuera del camino de la verdad, del deber y la dicha; Aquel que tiene la ternura para guiarlos de vuelta desde los desvíos del error, el pecado y la miseria. Sólo pueden esperar ayuda de Dios, su aceptación, y su presencia y bendición para ellos y sus servicios, los que son llamados por Dios. Esto se aplica a Cristo. En los días de su encarnación, Cristo se sometió, Él mismo a la muerte: tuvo hambre; fue un Jesús tentado, sufriente y moribundo. Cristo dio el ejemplo no sólo de orar sino de ser ferviente para orar. ¡Cuántas oraciones secas, cuán poco humedecidas con lágrimas, ofrendamos a Dios! Él fue fortalecido para soportar el peso inmenso del sufrimiento cargado sobre Él. No hay liberación real de la muerte sino el ser llevado a través de ella. Él fue levantado y exaltado, y a Él fue dado el poder de salvar hasta lo sumo a todos los pecadores que van a Dios por medio de Él. Cristo nos dejó el ejemplo para que nosotros aprendamos a obedecer humildemente la voluntad de Dios por todas nuestras aflicciones. Necesitamos la aflicción para aprender la sumisión. Su obediencia en nuestra naturaleza nos estimula en nuestros intentos de obedecer y para que esperemos sostén y consuelo en todas las tentaciones y sufrimientos a que estamos expuestos. Siendo perfeccionado para esta gran obra, Él es hecho Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen, pero ¿estamos nosotros en ese número? Vv. 11—14. Los oyentes sordos dificultan la predicación del evangelio y hasta los que tienen algo de fe pueden ser oyentes sordos y lentos para creer. Mucho se espera de aquellos a quienes mucho se les da. Ser poco diestro denota la falta de experiencia en las cosas del evangelio. La experiencia cristiana es un sentido, sabor o placer espiritual de la bondad, dulzura y excelencia de las verdades del evangelio. Ninguna lengua puede expresar la satisfacción que recibe el alma de la sensación de la bondad, gracia y amor divinos en Cristo por ella. CAPÍTULO 6 Versículos 1—8. Se insta a los hebreos a seguir adelante en la doctrina de Cristo, y se describen las consecuencias de la apostasía o rechazo. 9, 10. El apóstol expresa satisfacción por la mayoría de ellos. 11—20. Y los anima a perseverar en la fe y la santidad. Vv. 1—8. Debe exponerse toda parte de la verdad y la voluntad de Dios ante todos los que profesan el evangelio e instárselas en sus corazones y conciencias. No debemos estar siempre hablando de cosas externas, las cuales tienen su lugar de uso pero, a menudo, consumen demasiado de nuestra atención y tiempo, que podrían emplearse mejor. El pecado humillado que se declara culpable y clama misericordia, no puede tener fundamentos para desesperarse a partir de este pasaje, cualquiera sea la acusación de su conciencia. Tampoco prueba que alguien hecho nueva criatura en Cristo llegue a ser un apóstata definitivo. El apóstol no habla de las caídas de los meros profesos, nunca convictos ni influidos por el evangelio. Esos no tienen nada de que caerse sino un nombre vacuo o una confesión hipócrita. Tampoco habla de los desvíos o resbalones temporarios. Tampoco se quiere representar aquí a esos pecados en que caen los cristianos por la fuerza de las tentaciones o el poder de alguna lujuria mundana o carnal. Aquí se alude a la caída que significa renunciar abierta y claramente a Cristo por enemistad de corazón contra Él, Su causa y pueblo, de parte de los hombres que en sus mentes aprueban los actos de Sus asesinos, y todo esto después que ellos han recibido el conocimiento de la verdad y saboreado algunos de sus consuelos. De ellos se dice que es imposible renovarlos otra vez para el arrepentimiento. No porque la sangre de Cristo sea insuficiente para obtener el perdón de este pecado sino que este pecado, por su misma naturaleza, se opone al arrepentimiento y a toda cosa que a ese conduzca. Si los que temen que no haya misericordia para ellos, por comprender erróneamente este pasaje y sus propios casos, atendieran el relato dado sobre la naturaleza de este pecado, que es una renuncia total y voluntaria de Cristo y su causa, uniéndose a sus enemigos, les aliviaría de sus temores equivocados. Nosotros mismos debemos tener cuidado, y advertir al prójimo, de todo acercamiento al abismo tan terrible de la apostasía, pero al hacerlo debemos mantenernos cerca de la palabra de Dios, teniendo cuidado de no herir ni aterrorizar al débil o desanimar al caído y penitente. Los creyentes no sólo saborean la palabra de Dios, sino que se la beben. Este fértil campo o huerto recibe la bendición. Pero el cristiano que lo es sólo de nombre, sigue estéril bajo los medios de gracia y nada produce, salvo engaño y egoísmo, estando cerca del espantoso estado recién descrito; la miseria eterna era el final reservado para él. Velemos con humilde cautela y oración por nosotros. Vv. 9, 10. Hay cosas que nunca se separan de la salvación; cosas que muestran que la persona está en un estado de salvación y que terminará en la salvación eterna. Las cosas que acompañan a la salvación son cosas mejores de las que nunca disfrutaron el apóstata o el que se aparta. Las obras de amor hechas para la gloria de Cristo o hechas a sus santos por amor a Cristo, de vez en cuando, según Dios da la oportunidad, son señales evidentes de la salvación del hombre; y marcas seguras de la gracia salvadora dada más que la iluminación y el saboreo de los que se habló antes. Ningún amor ha de ser reconocido como amor, sino el amor que obra; y ninguna obra es buena si no fluye del amor a Cristo. Vv. 11—20. La esperanza aquí aludida es esperar con seguridad las cosas buenas prometidas por medio de esas promesas, con amor, deseo y valorándolas. La esperanza tiene sus grados como también los tiene la fe. La promesa de bendición que Dios ha hecho a los creyentes está, desde el eterno propósito de Dios, establecida entre el Padre eterno, el Hijo eterno y el Espíritu Santo eterno. Se puede confiar con toda seguridad de esta promesa de Dios, porque aquí tenemos dos cosas inmutables, el consejo y el voto de Dios, en que es imposible que Dios mienta, porque sería contrario a su naturaleza y a su voluntad. Como no puede mentir, la destrucción del incrédulo y la salvación del creyente son igualmente ciertas. Nótese aquí que tienen derecho por herencia a las promesas aquellos a quienes Dios ha dado seguridad plena de la dicha. Los consuelos de Dios son suficientemente fuertes para sostener a su pueblo cuando está sometido a sus pruebas más pesadas. Aquí hay un refugio para todos los pecadores que huyen a la misericordia de Dios por medio de la redención en Cristo, conforme al pacto de gracia, dejando de lado a todas las demás confianzas. Estamos en este mundo como un barco en el mar, zarandeado de arriba abajo y corriendo el peligro de naufragar. Necesitamos un ancla que nos mantenga seguros y firmes. La esperanza del evangelio es nuestra ancla en las tormentas de este mundo. Es segura y firme, pues, de lo contrario no podría mantenernos así. La gracia gratuita de Dios, los méritos y la mediación de Cristo y las poderosas influencias de Su Espíritu, son las bases de esta esperanza, así que es una esperanza segura. Cristo es el objeto y el fundamento de la esperanza del creyente. Por tanto, depositemos nuestros afectos en las cosas de lo alto y esperemos con paciencia su manifestación, cuando nosotros nos manifestaremos con Él ciertamente en gloria. CAPÍTULO 7 Versículos 1—3. Comparación del sacerdocio de Melquisedec con el de Cristo. 4—10. Se señala la excelencia del sacerdocio de Cristo por sobre el sacerdocio levítico. 11—25. Esto se aplica a Cristo. 26—28. De esto reciben aliento la fe y la esperanza de la Iglesia. Vv. 1—3. Melquisedec salió al encuentro de Abraham cuando éste volvía de rescatar a Lot. Su nombre, “Rey de Justicia”, es indudablemente apto para su carácter que lo marca como tipo del Mesías y de su reino. El nombre de su ciudad significa “paz” y, como rey de paz era tipo de Cristo, el Príncipe de Paz, el gran reconciliador entre Dios y el hombre. Nada se registra acerca del comienzo o el fin de su vida, así que como tipo recuerda al Hijo de Dios, cuya existencia es desde la eternidad hasta la eternidad, que no hubo quien fuera antes de Él y que no tendrá a nadie que venga después de Él, en su sacerdocio. Cada parte de la Escritura honra al gran Rey de Justicia y de Paz, nuestro glorioso Sumo Sacerdote y Salvador, y mientras más le examinamos, más estaremos convencidos de que el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía. Vv. 4—10. El Sumo Sacerdote que iba a aparecer después, del cual Melquisedec era un tipo, debe ser muy superior a los sacerdotes levíticos. Nótese la gran dignidad y felicidad de Abraham; él tuvo las promesas. Rico y dichoso es indudablemente el hombre que tiene las promesas de la vida que es ahora y la de la vida venidera. Este honor tienen todos los que reciben al Señor Jesús. Sigamos adelante, en nuestros conflictos espirituales, confiando en su palabra y su poder, atribuyendo nuestras victorias a su gracia y deseando ser hallados y bendecidos por Él en todos nuestros caminos. Vv. 11—25. El sacerdocio y la ley, por la cual no podía venir la perfección, quedan terminados; un Sacerdote se levanta y se instala en una dispensación por la cual los creyentes verdaderos puedan ser perfeccionados. Claro es que hay ese cambio. La ley que hizo al sacerdocio levítico mostraba que los sacerdotes eran criaturas débiles, mortales, incapaces de salvar sus propias vidas, muchos menos podían salvar las almas de los que iban a ellos. Pero el Sumo Sacerdote de nuestra profesión tiene su oficio por el poder de la vida eterna que hay en Él; no sólo para mantenerse vivo Él mismo, sino para dar vida eterna y espiritual a todos los que confían en su sacrificio e intercesión. El mejor pacto, del cual Jesús fue el fiador, no es aquí contrastado con el pacto de obras por el cual todo transgresor queda bajo la maldición. Se distingue del pacto del Sinaí con Israel y la dispensación legal bajo la cual permaneció por largo tiempo la Iglesia. El pacto mejor puso a la Iglesia y a todo creyente bajo una luz más clara, una libertad más perfecta y privilegios más abundantes. En el orden de Aarón había una multitud de sacerdotes, sumos sacerdotes, uno tras otro, pero en el sacerdocio de Cristo hay solamente uno y Él mismo. Esta es la seguridad y la felicidad del creyente, que este Sumo Sacerdote eterno es capaz de salvar hasta lo sumo en todos los tiempos y en todos los casos. Seguramente entonces nos conviene desear la espiritualidad y la santidad, mucho más allá de la de los creyentes del Antiguo Testamento, porque nuestras ventajas exceden a las de ellos. Vv. 26—28. Nótese la descripción de la santidad personal de Cristo. Él está libre de todos los hábitos o principios de pecado no teniendo la menor disposición a ello en su naturaleza. Nada de pecado habita en Él, ni la más mínima inclinación pecaminosa, aunque la hay en el mejor de los cristianos. Él es inocente, libre de todo pecado actual; Él no hizo pecado, ni hubo engaño en su boca. Él no es corrompido. Difícil es mantenernos puros como para no participar de la culpa de los pecados de otros hombres. Pero no tiene que desfallecer nadie que vaya a Dios en el nombre de su Hijo amado. Que tengan la seguridad de que Él los librará en el tiempo de la prueba y el sufrimiento, en el tiempo de la prosperidad, en la hora de la muerte y en el día del juicio. CAPÍTULO 8 Versículos 1—6. Se muestra la excelencia del sacerdocio de Cristo por sobre el de Aarón. 7—13. La gran excelencia del nuevo pacto respecto del anterior. Vv. 1—6. La sustancia o resumen de lo declarado era que los cristianos tenían un Sumo Sacerdote como el que necesitaban. Asumió la naturaleza humana, se manifestó en la tierra y ahí se dio como sacrificio a Dios por los pecados de su pueblo. No nos atrevamos a acercarnos a Dios, o a presentarle nada, sino en Cristo y a través de Él, dependiendo de sus méritos y mediación, porque somos aceptos sólo en el Amado. En toda obediencia y adoración debemos mantenernos cerca de la palabra de Dios que es la norma única y perfecta. Cristo es la sustancia y la finalidad de la ley de la justicia. Pero el pacto aquí aludido fue hecho con Israel como nación, asegurándoles los beneficios temporales. Las promesas de todas las bendiciones espirituales y de la vida eterna, reveladas en el evangelio, y garantizadas por medio de Cristo, son de valor infinitamente mayor. Bendigamos a Dios porque tenemos un Sumo Sacerdote idóneo para nuestra indefensa condición. Vv. 7—13. La excelencia superior del sacerdocio de Cristo, por encima del de Aarón, se señala a partir del pacto de gracia, del cual Cristo es Mediador. La ley no sólo hacía que todos los sometidos a ella estuviesen sujetos a condenación por la culpa del pecado, sino era también incapaz de quitar la culpa y de limpiar la conciencia del sentido y terror de ella. En cambio, por la sangre de Cristo, se provee la plena remisión de pecados, de modo que Dios no los recordara más. Dios escribió una vez sus leyes a su pueblo, ahora las escribirá en ellos; Él les dará entendimiento para que conozcan y crean sus leyes; les dará memoria para retenerlas; les dará corazones para amarlas; valor para profesarlas y poder para ponerlas en práctica. Este es el fundamento del pacto; y cuando este sea puesto, el deber será efectuado con sabiduría, sinceridad, presteza, facilidad, resolución, constancia y consuelo. Un derramamiento pleno del Espíritu de Dios hará tan eficaz la ministración del evangelio que habrá un fuerte incremento y difusión del conocimiento cristiano en todas las clases de personas. ¡Oh, que esta promesa se cumpla en nuestros días, que la mano de Dios esté con sus ministros para que grandes números crean y sean convertidos al Señor! El perdón de pecado siempre será hallado en compañía del verdadero conocimiento de Dios. Nótese la libertad de este perdón: su plenitud, su certidumbre. Esta misericordia que perdona está conectada con todas las demás misericordias espirituales: el pecado sin perdonar estorba la misericordia, y acarrea juicios; pero el perdón del pecado impide el juicio, y abre una amplia puerta a todas las bendiciones espirituales. Preguntémonos si somos enseñados por el Espíritu Santo a conocer a Cristo, de modo que le amemos, temamos, confiemos y obedezcamos rectamente. Todas las vanidades del mundo, los privilegios externos o las puras nociones religiosas se desvanecerán pronto, y dejarán a los que confiaron en ellas, en la eterna miseria. CAPÍTULO 9 Versículos 1—5. El tabernáculo judío y sus utensilios. 6—10. Su uso y significado. 11—22. Cumplidos en Cristo. 23—28. La necesidad, la dignidad superior y el poder de su sacerdocio y sacrificio. Vv. 1—5. El apóstol muestra a los hebreos sus ceremonias como tipo de Cristo. El tabernáculo era un templo móvil que era sombra de la situación inestable de la Iglesia en la tierra, y de la naturaleza humana del Señor Jesucristo, en quién habitó corporalmente la plenitud de la Deidad. El significado del tipo de estas cosas ha sido señalado en comentarios anteriores, y las ordenanzas y los artículos del pacto mosaico apuntan a Cristo como nuestra Luz, y Pan de vida para nuestras almas; y nos recuerdan su Persona divina, su sacerdocio santo, su justicia perfecta y su intercesión absolutamente vencedora. Así era todo en todo el Señor Jesucristo desde el comienzo. Según la interpretación del evangelio estas cosas son una representación gloriosa de la sabiduría de Dios y confirman la fe en quien fue prefigurado por ellas. Vv. 6—10. El apóstol sigue hablando de los servicios del Antiguo Testamento. Al haberse propuesto Cristo ser nuestro Sumo Sacerdote, no podía entrar en el cielo hasta derramar su sangre por nosotros; y tampoco nadie puede entrar a la bondadosa presencia de Dios aquí, o a su gloriosa presencia en el más allá, sino por la sangre de Jesús. Los pecados son errores, errores enormes de juicio y de práctica, y ¿quién puede entender todos sus errores? Ellos dejan la culpa en la conciencia, que hay que lavar sólo por la sangre de Cristo. Podemos usar como argumento esta sangre en la tierra mientras Él intercede por nosotros en el cielo. —Unos pocos creyentes por la enseñanza divina vieron algo del camino de acceso a Dios, de la comunión con Él y de la admisión al cielo por medio del Redentor prometido; pero los israelitas en general no vieron más allá de las formas externas. Estas no podían terminar la corrupción ni el dominio del pecado. Tampoco podían saldar las deudas ni resolver las dudas del que hacía el servicio. Los tiempos del evangelio son, y deben ser, tiempos de reforma, de luz más clara acerca de todas las cosas necesarias que hay que saber, y de amor más grande, haciendo que no tengamos mala voluntad a nadie, y buena voluntad para todos. Tenemos mayor libertad de espíritu y de hablar en el evangelio y obligaciones mayores de llevar una vida más santa. Vv. 11—14. Todas las cosas buenas pasadas, presentes y futuras estuvieron y están fundamentadas en el oficio sacerdotal de Cristo y de ahí nos vienen. Nuestro Sumo Sacerdote entró al cielo de una sola vez por todas y obtuvo la eterna redención. El Espíritu Santo significó y mostró después que los sacrificios del Antiguo Testamento sólo liberaban al hombre externo de la inmundicia ceremonial, y los equipaba para algunos privilegios externos. ¿Qué dio tal poder a la sangre de Cristo? Fue que Cristo se ofrendó a sí mismo sin ninguna mancha pecaminosa en su naturaleza o vida. Esto limpia la conciencia más culpable de las obras muertas o mortales para servir al Dios vivo; de las obras pecadoras, como las que contaminan el alma, como los cuerpos muertos contaminaban a las personas de los judíos que los tocaban; en cambio, la gracia que sella el perdón crea de nuevo al alma contaminada. Nada destruye más la fe del evangelio que debilitar por cualquier medio el poder directo de la sangre de Cristo. No podemos penetrar en la profundidad del misterio del sacrificio de Cristo, no podemos aprehender su altura. No podemos indagar en su grandeza ni la sabiduría, el amor, y la gracia que hay en Él. Pero al considerar el sacrificio de Cristo, la fe encuentra vida, alimento y renovación. Vv. 15—22. Los tratos solemnes de Dios con el hombre son, a veces, llamados pacto, aquí testamento, que es la voluntad de una persona de dejar legado a las personas que nombra, y que sólo se hace efectivo a su muerte. Así, pues, Cristo murió no sólo para obtener las bendiciones de la salvación para nosotros, sino para dar poder a su disposición. Todos nos hicimos culpables ante Dios, por el pecado, y renunciamos a toda cosa buena, pero Dios, dispuesto a demostrar la grandeza de su misericordia, proclamó un pacto de gracia. Nada podía ser limpio para un pecador, ni siquiera sus deberes religiosos salvo que fuera quitada su culpa por la muerte de un sacrificio, de valor suficiente para ese fin, y a menos, que dependiera continuamente de ello. Atribuyamos todas las verdaderas buenas obras a la misma causa que todo lo procura, y ofrezcamos nuestros sacrificios espirituales como rociados con la sangre de Cristo, y seamos así purificados de su contaminación. Vv. 23—28. Evidente es que los sacrificios de Cristo son infinitamente mejores que los de la ley, que no podían procurar el perdón por el pecado ni impartir poder contra el pecado que hubiera seguido sobre nosotros, y hubiera tenido dominio de nosotros, pero Jesucristo, por un sacrificio, destruyó las obras del diablo, para que los creyentes fuesen hechos justos, santos y felices. Como ninguna sabiduría, conocimiento, virtud, riqueza o poder puede impedir que muera uno de la raza humana, así nada puede librar a un pecador de ser condenado en el día del juicio, salvo el sacrificio expiatorio de Cristo; ni tampoco será salvado del castigo eterno aquel que desprecie o rechace esta gran salvación. El creyente sabe que su Redentor vive y que lo verá. Aquí está la fe y la paciencia de la Iglesia, de todos los creyentes sinceros. De ahí, pues, su oración continua como fruto y expresión de la fe de ellos. Amén, así sea, ven, Señor Jesús. CAPÍTULO 10 Versículos 1—18. La insuficiencia de los sacrificios para quitar el pecado. La necesidad y el poder del sacrificio de Cristo con ese propósito. 19—25. Un argumento a favor de la santa osadía del acceso del creyente a Dios a través de Jesucristo. —La constancia de la fe, el amor y el deber mutuos. 26—31. El peligro de la apostasía. 32—39. Los sufrimientos de los creyentes, y la exhortación a mantener su santa profesión. Vv. 1—10. Habiendo mostrado que el tabernáculo y las ordenanzas del pacto del Sinaí eran solamente emblemas y tipos del evangelio, el apóstol concluye que los sacrificios que los sumos sacerdotes ofrecían continuamente no podían perfeccionar a los adoradores en cuanto al perdón y la purificación de sus conciencias, pero cuando “Dios manifestado en carne” se hizo sacrificio, y el rescate fue su muerte en el madero maldito, entonces, por ser de infinito valor el que sufrió, sus sufrimientos voluntarios fueron de infinito valor. El sacrificio expiatorio debe ser capaz de consentimiento, y debe ponerse por propia voluntad en el lugar del pecador: Cristo hizo así. La fuente de todo eso que Cristo ha hecho por su pueblo es la soberana voluntad y gracia de Dios. La justicia introducida y el sacrificio ofrendado una sola vez por Cristo son de poder eterno, y su salvación nunca será quitada. Son de poder para hacer perfectos a todos los que vengan a Él; ellos sacan de la sangre expiatoria la fuerza y los motivos para obedecer y para el consuelo interior. Vv. 11—18. Bajo el nuevo pacto o la dispensación del evangelio, se tiene perdón pleno y definitivo. Esto significa una enorme diferencia del pacto nuevo respecto del antiguo. En el antiguo debían repetirse a menudo los sacrificios, y después de todo, se obtenía por ellos perdón sólo en este mundo. Bajo el nuevo, basta con un solo Sacrificio para procurar el perdón espiritual de todas las naciones y todas las eras, o para ser librado del castigo en el mundo venidero. Bien se puede llamar pacto nuevo a este. Que nadie suponga que las invenciones humanas pueden valer de algo para quienes los pongan en lugar del sacrificio del Hijo de Dios. ¿Qué queda entonces sino que busquemos un interés por fe en este Sacrificio; y el sello de ello en nuestras almas por la santificación del Espíritu para obediencia? Así que, como la ley está escrita en nuestros corazones, podemos saber que somos justificados, y que Dios no recordará más nuestros pecados. Vv. 19—25. Habiendo terminado la primera parte de la epístola, el apóstol aplica la doctrina a propósitos prácticos. Como los creyentes tenían el camino abierto a la presencia de Dios, entonces les convenía usar este privilegio. El camino y los medios por los cuales los cristianos disfrutan de estos privilegios pasa por la sangre de Jesús, por el mérito de esa sangre que Él ofrendó como sacrificio expiatorio. El acuerdo de la santidad infinita con la misericordia que perdona, no se entendió claramente hasta que la naturaleza humana de Cristo, el Hijo de Dios, fue herida y molida por nuestros pecados. Nuestro camino al cielo pasa por el Salvador crucificado; su muerte es para nosotros el camino de vida y para los que creen esto, Él es precioso. Deben acercarse a Dios; sería despreciar a Cristo seguir de lejos. Sus cuerpos tenían que ser lavados con agua pura, aludiendo a los lavamientos ordenados por la ley: de esta manera, el uso del agua en el bautismo era para recordar a los cristianos que sus conductas deben ser puras y santas. Como ellos derivan consuelo y gracia de su Padre reconciliado a sus propias almas, adornan la doctrina de Dios su Salvador en todas las cosas. Los creyentes tienen que considerar cómo pueden servirse los unos a los otros, especialmente estimulándose unos a otros al ejercicio más vigoroso y abundante del amor, y a la práctica de las buenas obras. La comunión de los santos es una gran ayuda y privilegio, y un medio de constancia y perseverancia. Debemos observar la llegada de tiempos de prueba, y por ellos ser despertados a una mayor diligencia. Hay un día de prueba que viene para todos los hombres: el día de nuestra muerte. Vv. 26—31. Las exhortaciones contra la apostasía y a favor de la perseverancia son enfatizadas por muchas razones de peso. El pecado aquí mencionado es la falla total y definitiva en que los hombres desprecian y rechazan, con voluntad y resolución total y firme, a Cristo el único Salvador; desprecian y resisten al Espíritu, el único Santificador; y desprecian y renuncian al evangelio, el único camino a la salvación, y las palabras de vida eterna. De esta destrucción Dios da, todavía en la tierra, un aviso previo temible a las conciencias de algunos pecadores, que pierden la esperanza de ser capaces de soportarla o de escaparse de ella. Pero ¿qué castigo puede ser más doloroso que morir sin misericordia? Respondemos, morir por misericordia, por la misericordia y la gracia que ellos despreciaron. ¡Qué temible es el caso cuando no sólo la justicia de Dios, sino su gracia y misericordia, abusadas, claman venganza! Todo esto no significa en lo más mínimo que queden excluidas de la misericordia las almas que se lamentan por el pecado, o que se les niegue el beneficio del sacrificio de Cristo a alguien dispuesto a aceptar estas bendiciones. Cristo no echará fuera al que acuda a Él. Vv. 32—39. Muchas y variadas aflicciones se conjugaron contra los primeros cristianos y ellos tuvieron gran conflicto. El espíritu cristiano no es un espíritu egoísta; nos lleva a compadecer al prójimo, a visitarles, ayudarles y rogar por ellos. —Aquí todas las cosas no son sino sombras. La felicidad de los santos durará para siempre en el cielo; los enemigos nunca pueden quitarla, como los bienes terrenales. Esto hará rica restauración por todo lo que perdimos y sufrimos aquí. La parte más grande de la dicha de los santos está todavía en la promesa. Es una prueba de la paciencia de los cristianos tener que contentarse con vivir después que su obra esté hecha, y seguir en pos de su recompensa hasta que llegue el tiempo de Dios para darla. Pronto Él vendrá a ellos, en la muerte, para terminar todos sus sufrimientos y darles la corona de vida. El actual conflicto del cristiano puede ser agudo, pero pronto terminará. Dios nunca se complace con la profesión formal y los deberes y servicios externos de los que no perseveran, sino que los contempla con mucho desagrado. Los que han sido mantenidos fieles en las grandes pruebas del tiempo pasado, tienen razón para esperar que la misma gracia les ayude aún a vivir por fe hasta que reciban el objetivo de su fe y paciencia, la salvación misma de sus almas. Viviendo por fe y muriendo por fe nuestras almas están a salvo para siempre. CAPÍTULO 11 Versículos 1—3. Se describe la naturaleza y el poder de la fe. 4—7. Se la establece por los casos desde Abel a Noé. 8—19. Por Abraham y sus descendientes. 20—31. Por Jacob, José, Moisés, los israelitas y Rahab. 32—38. Por otros creyentes del Antiguo Testamento. 39, 40. La mejor situación de los creyentes del evangelio. Vv. 1—3. La fe siempre ha sido la marca de los siervos de Dios desde el comienzo del mundo. Donde el Espíritu regenerador de Dios implanta el principio, hará que se reciba la verdad acerca de la justificación por medio de los sufrimientos y los méritos de Cristo. Las mismas cosas que son el objeto de nuestra esperanza son el objeto de nuestra fe. Es una firme persuasión y expectativa de que Dios cumplirá todo lo que nos ha prometido en Cristo. Este convencimiento da al alma el goce de esas cosas ahora; les da una subsistencia o realidad en el alma por las primicias y anticipo de ellas. La fe demuestra a la mente la realidad de las cosas que no se pueden ver con los ojos del cuerpo. Es la plena demostración de todo lo revelado por Dios como santo, justo y bueno. Este enfoque de la fe se explica mediante el ejemplo de muchas personas de tiempos pasados que obtuvieron buen testimonio o un carácter honorable en la palabra de Dios. La fe fue el principio de su santa obediencia, sus servicios notables y sufrimientos pacientes. —La Biblia da el relato más veraz y exacto de todas las cosas y tenemos que creerlos sin discutir el relato de la creación que dan las Escrituras, porque no corresponda con las fantasías divergentes de los hombres. Todo lo que vemos de las obras de la creación fueron llevadas a cabo por orden de Dios. Vv. 4—7. Aquí siguen algunos ejemplos ilustres de fe de gente del Antiguo Testamento. Abel trajo un sacrificio expiatorio de las primicias del rebaño, reconociéndose como pecador que merecía morir y esperando misericordia sólo por medio del gran Sacrificio. La ira y enemistad orgullosa de Caín contra el aceptado adorador de Dios, condujeron al espantoso efecto que los mismos principios producen en toda época: la persecución cruel y hasta el asesinato de los creyentes. Por fe Abel habla todavía, aunque está muerto; dejó un ejemplo instructivo y elocuente. —Enoc fue trasladado o transportado, porque no vio muerte; Dios lo llevó al cielo como hará Cristo con los santos que estén vivos en su segunda venida. No podemos ir a Dios a menos que creamos que Él es lo que Él mismo ha revelado ser en las Escrituras. Los que desean hallar a Dios, deben buscarlo con todo su corazón. La fe de Noé influyó en su práctica: lo llevó a preparar el arca. Su fe condenó la incredulidad de los demás; y su obediencia condenó el desprecio y la rebelión de ellos. Los buenos ejemplos convierten a los pecadores o los condenan. Esto muestra cómo los creyentes, estando advertidos por Dios que huyan de la ira venidera, son movidos por el temor, a refugiarse en Cristo y llegan a ser herederos de la justicia de la fe. Vv. 8—19. A menudo somos llamados a dejar las conexiones, los intereses y las comodidades del mundo. Si somos herederos de la fe de Abraham debemos obedecer y seguir adelante aunque no sepamos qué nos pasará; y seremos hallados en el camino del deber buscando el cumplimiento de las promesas de Dios. La prueba de la fe de Abraham fue que él simplemente obedeciera con plenitud el llamado de Dios. Sara recibió la promesa como promesa de Dios; estando convencida de aquello, ella juzgaba verdaderamente que él podría y querría cumplir. Muchos que tienen parte en las promesas no reciben pronto las cosas prometidas. La fe puede aferrarse a las bendiciones desde una gran distancia; puede hacerlas presentes; puede amarlas y regocijarse en ellas, aunque sean extrañas; como santos cuyo hogar es el cielo; como peregrinos que viajan hacia su hogar. Por fe ellos vencieron los terrores de la muerte y dieron un adiós jubiloso a este mundo y a todos sus beneficios y cruces. Los que una vez fueron llamados y sacados, verdadera y salvíficamente, del estado pecaminoso, no se interesan por retornar. Todos los creyentes verdaderos desean la herencia celestial; y mientras más fuerte sea la fe, más fervientes serán sus deseos. A pesar de la maldad de su naturaleza, de su vileza por el pecado y de la pobreza de su condición externa, Dios no se avergüenza de ser llamado el Dios de todos los creyentes verdaderos; tal es su misericordia, tal es su amor por ellos. Que ellos nunca se avergüencen de ser llamados su pueblo, ni de ninguno de los que son verdaderamente así, por más que sean despreciados en el mundo. Por sobre todo, que ellos se cuiden de no ser una vergüenza ni reproche para su Dios. La prueba y acto más grandiosos de fe registrado, es Abraham que ofrece a Isaac, Génesis 22: 2. Ahí toda palabra es una prueba. Nuestro deber es eliminar nuestras dudas y temores mirando, como hizo Abraham, al poder omnipotente de Dios. La mejor forma de disfrutar de nuestras bendiciones es darlas a Dios; entonces Él nos devolverá en la mejor forma para nosotros. Miremos hasta qué punto nuestra fe ha causado una obediencia semejante, cuando hemos sido llamados a actos menores de abnegación o a hacer sacrificios más pequeños en nuestro deber. ¿Hemos entregado lo que se nos pidió, creyendo plenamente que el Señor compensará todas nuestras pérdidas y hasta nos bendecirá con las dispensaciones más aflictivas? Vv. 20—31. Isaac bendijo a Jacob y Esaú respecto a cosas venideras. Las cosas presentes no son las mejores; nadie conoce el amor o el odio teniéndolos o queriéndolos. Jacob vivió por fe y murió por fe y en fe. Aunque la gracia de la fe siempre sirve durante toda nuestra vida, especialmente es así cuando nos toca morir. La fe tiene una gran obra que hacer al final para ayudar al creyente a morir para el Señor, dándole honra a Él con paciencia, esperanza y gozo. José fue probado por las tentaciones a pecar, por la persecución para mantener su integridad, y fue probado por los honores y el poder en la corte de faraón, pero su fe superó todo eso. Es gran misericordia estar libres de las leyes y edictos malos, pero cuando no lo estemos, debemos recurrir a todos los medios legales para nuestra seguridad. En esta fe de los padres de Moisés había una mezcla de incredulidad, pero agradó a Dios pasarla por alto. La fe da fuerzas contra el temor pecador y esclavizante a los hombres; pone a Dios ante el alma, muestra la vanidad de la criatura y todo eso que debe dar lugar a la voluntad y al poder de Dios. Los placeres del pecado son y serán cortos; deben terminar en pronto arrepentimiento o en pronta ruina. Los placeres de este mundo son en su mayoría deleites de pecado; siempre lo son cuando no podemos disfrutarlos sin apartarnos de Dios y de su pueblo. Es mejor optar por sufrir, que por pecar; hay más mal en el pecado menor, de lo que puede haber en el mayor sufrimiento. El pueblo de Dios es, y siempre ha sido, un pueblo vituperado. El mismo Cristo se cuenta como vituperado en sus oprobios, y de ese modo los vituperios llegan a ser riqueza más grandes que los tesoros del imperio más rico del mundo. Moisés hizo su elección cuando estaba maduro para juicio y deleite, capaz de saber lo que hacía y por qué lo hacía. Necesario es que las personas sean seriamente religiosas, que desprecien al mundo cuando sean más capaces de deleitarse en él y de disfrutarlo. Los creyentes pueden y deben respetar la recompensa del premio. Por fe podemos estar totalmente seguros de la providencia de Dios y de su graciosa y poderosa presencia con nosotros. Tal vista de Dios capacitará a los creyentes para soportar hasta el fin, sea lo que fuere que hallen en el camino. No se debe a nuestra propia justicia ni a mejores logros que seamos salvados de la ira de Dios, sino a la sangre de Cristo y a su justicia imputada. La fe verdadera hace que el pecado sea amargo para el alma, aunque reciba el perdón y la expiación. Todos nuestros privilegios espirituales en la tierra debieran estimularnos en nuestro camino al cielo. El Señor hará caer hasta a Babilonia ante la fe de su pueblo, y cuando tiene algo grande que hacer por ellos, suscita una fe grande y fuerte en ellos. —El creyente verdadero desea no sólo estar en pacto con Dios, sino en comunión con el pueblo de Dios, y está dispuesto a echar con ellos su suerte. Rahab se declaró por sus obras como justa. Se manifiesta claramente que ella no fue justificada por sus obras, porque la obra que ella hizo era defectuosa en su manera y no era perfectamente buena, por tanto, no respondía a la perfecta justicia o rectitud de Dios. Vv. 32—38. Después de todo nuestro escudriñar las Escrituras, hay más que aprender de ellas. Debiera complacernos pensar cuán grande fue el número de los creyentes del Antiguo Testamento, y cuán firme era su fe, aunque su objeto no estaba, entonces, tan claramente dados a conocer como ahora. Debemos lamentar que ahora, en los tiempos del evangelio, cuando la regla de la fe es más clara y perfecta, sea tan pequeño el número de los creyentes y tan débil su fe. Es la excelencia de la gracia de la fe, que mientras ayuda a los hombres a hacer grandes cosas, como Gedeón, les impide pensar cosas grandes y elevadas acerca de sí mismos. La fe, como la de Barac, recurre a Dios en todos los peligros y dificultades, y entonces responde agradecida a Dios por todas sus misericordias y liberaciones. Por fe, los siervos de Dios vencerán aun al león rugiente que anda viendo a quien devorar. La fe de los creyentes dura hasta el final, y al morir, le da la victoria sobre la muerte y sobre todos sus enemigos mortales, como a Sansón. La gracia de Dios suele fijarse sobre personas totalmente inmerecedoras, y muy poco merecedoras para hacer grandes cosas por ellos y para ellos. Pero la gracia de la fe, dondequiera que esté, pondrá a los hombres a reconocer a Dios en todos sus caminos, como a Jefté. Hará osados y valerosos a los hombres en una causa buena. Pocos se hallaron con pruebas más grandes, pocos mostraron una fe más viva que David, y él dejó un testimonio en cuanto a las pruebas y los actos de fe en el libro de los Salmos, que ha sido y siempre será de gran valor para el pueblo de Dios. Probablemente los que van a crecer para distinguirse por su fe, empiecen a veces a ejercerla como Samuel. La fe capacitará al hombre para servir a Dios y a su generación en toda forma en que pudiera ser empleada. Los intereses y los poderes de los reyes y los reinos suelen oponerse a Dios y a su pueblo, pero Dios puede someter fácilmente a todos los que se pongan en contra. Obrar justicia es honor y dicha más grande que hacer milagros. Por fe tenemos el consuelo de las promesas y por fe somos preparados a esperar las promesas y a recibirlas a su debido tiempo. Aunque no esperemos ver que nuestros parientes o amigos muertos son restaurados a la vida en este mundo, de todos modos la fe nos sostendrá al perderlos y nos dirigirá a la esperanza de una resurrección mejor. ¿Nos sorprenderemos más
Posted on: Sun, 17 Nov 2013 00:03:22 +0000

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