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HOMILÍA PARA EL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO UNA ESPERANZA QUE TRANSFORMA LA HISTORIA La Iglesia realiza en torno a Cristo el mismo movimiento de reiteración cíclica que realiza la Tierra en torno al Sol, y por eso cada año invariablemente volvemos a comenzar el ciclo litúrgico no con el afán de repetir los ya bien conocidos sucesos de la vida de Cristo, tal y como se repiten los meses del año, sino con el propósito de reanudar nuestra actual reflexión sobre el Misterio de Jesucristo: misterio siempre nuevo, porque no se agota con el tiempo, sino que traspasa siempre cualquier coordenada espacio-temporal y cualquier acercamiento biográfico a la figura histórica del Nazareno. Este domingo inauguramos el nuevo año litúrgico de la Iglesia, y lo hacemos con el Adviento: tiempo de esperanza. Esta esperanza cristiana no es algo ingenuo, no es espera de un diosecillo impersonal, sin rostro y sin proyecto. La esperanza cristiana no es tampoco la expectativa infantil de un futuro mejor que acontecerá porque sí. La esperanza que nos anuncia el Adviento, la de nosotros los cristianos, es una esperanza activa y dinámica, que consiste en percatarnos de que toda nuestra existencia (y junto con nosotros también la Creación) está volcada hacia el único Dios verdadero: el Padre que tiene realidad personal y rostro humano; Aquel que –silencioso e inadvertido– corta transversalmente nuestra historia. Las lecturas de este domingo, y las restantes del Adviento que preparan la Navidad, nos invitarán con insistencia a una confianza cierta y concreta en la venida del Dios-Amigo que busca encarnarse de nuevo en el meollo de nuestra situación histórica y mostrarnos con gestos sencillos pero auténticos Su cercanía, Su amor y Su inconfundible paternidad. Adviento es sinónimo de movimiento, de caminata, de despabilarse, porque Dios no nos quiere quietos, ni perezosos, ni dormidos, sino atentos y caminando, con el corazón bien dispuesto a la escucha y la recepción. Encerrarse en uno mismo es quedar estancado y no avanzar, es decir, envejecer. El Adviento nos recuerda que Cristo se hizo nuestro camino, y que desde entonces la fe cristiana no es otra cosa que avanzar con paso ligero y con determinación hacia el otro, hacia Dios, hacia el interior de nosotros mismos. No podremos nunca experimentar la vitalidad de la esperanza cristiana si, por miedo a sacrificar nuestra comodidad, nos fosilizamos como si fuésemos estatuas y nos disipamos en medio de los trajines de la cotidianidad. La esperanza de los creyentes o es activa y dinámica o no es nada: solo trabajando a hombro partido podremos lograr juntos el advenimiento de tiempos más saludables. Claramente nos advierte Jesús: “estén ustedes preparados” para no caer precisamente en la tragedia de una existencia fosilizada y tiesa, que será carcomida poco a poco por la soledad que provoca el vacío existencial de verse uno detenido y sin una participación activa y significativa en la construcción de una realidad nueva y mejor. Porque no existe sujeto más vacío que aquel que cierra sus ojos ante el dolor de los demás y huye cobardemente del riesgo incómodo de una vida comprometida y diferente. Pero el hombre que tiene fe no puede nunca caminar hacia el vacío, porque su meta es Cristo y su esperanza la certeza de que Dios sigue moviéndose en medio de nuestras realidades terrenas; Su acción se hace sentir y actúa en medio de nosotros de diversas formas, casi todas contrarias a nuestros humanos enfoques. Y es por eso que el Dios del Adviento continuamente nos atrapa y sorprende, porque nos sale al camino por senderos que no sospechamos, nos muestra su ternura allí donde menos lo esperamos y de las maneras más impredecibles. No se trata de un Dios rígidamente diseñado, sino de Uno que es completa sorpresa: hablamos del Dios-Esperanza que transforma la historia. El Dios-Esperanza que hizo del mundo Su casa y de la humanidad Su familia. El Dios-Esperanza que se hizo diálogo histórico con el hombre y su cultura. Los cristianos somos testigos y portadores de esta esperanza que suscita cosas nuevas y empuja a cambios históricos. La Iglesia, como signo visible de la esperanza cristiana, debería hacer contrapeso en estos tiempos que corren a su antojo. La Iglesia debería ser una fuerza crítica y transformadora en medio de un mundo que vive sin esperanza, es decir, desesperado y/o desesperanzado. El Adviento nos recuerda que el cristianismo no puede ser neutral, porque Dios tampoco lo es. El cristianismo tiene que ser “político”, porque nosotros los cristianos somos discípulos de un Mesías que nació en medio de la persecución de un Imperio, y que más tarde fue preso político y como tal murió (porque Jesús no murió de cáncer ni de muerte accidental: murió como víctima de dos poderes políticos distintos –el religioso y el civil–). Por lo mismo, aunque la Iglesia es portadora de una esperanza que trasciende las cambiantes realidades históricas, no por eso debe renunciar a su obligación de cuestionar cualquier proyecto que se estructure de forma inhumana. En este Adviento la Iglesia debe revisar su papel de “ente iluminador” que, aunque no pretenda proponer un determinado sistema político, sí debe hacer sentir su voz a la hora de criticar sistemas o ideologías (de izquierda, de derecha o de centro) que tiendan a absolutizarse por encima de la moral, de los valores y de la vida. El mundo ya está cansado de profetas que anuncien calamidades, derrotas y crisis; el mundo necesita ahora a los profetas de la esperanza, que sean portadores de una Palabra nueva, capaz de sacudirnos con fuerza y de inquietarnos. Frente a lo caótico de la situación actual no caben los lamentos inútiles, sirven los corazones llenos de coraje que le apuestan a opciones distintas, que renuncian tanto a la seducción de una vida siempre placentera como a aquellas actitudes camufladas que producen egoísmo y miedo. Pero solo podremos ser personas esperanzadas y esperanzadoras cuando nos percatemos de que la esperanza que nosotros depositamos en Dios radica precisamente en el hecho de que Dios sigue depositando Su confianza en nosotros.
Posted on: Fri, 29 Nov 2013 15:31:35 +0000

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