Hablaba otra vez el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le - TopicsExpress



          

Hablaba otra vez el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así: -Patronio, tengo un amigo muy poderoso y muy ilustre, del que hasta ahora sólo he recibido favores, pero me dicen que no sólo he perdido su estimación sino que, además, busca motivos para venir contra mí. Por eso tengo dos grandes preocupaciones: si se levanta contra mí, me puede ser muy perjudicial; y si, por otra parte, descubre mis sospechas y mi alejamiento, él hará otro tanto, por lo cual nuestras desavenencias irán en aumento y romperemos nuestra amistad. Por la gran confianza que siempre me habéis merecido, os ruego que me aconsejéis lo más prudente para mí en este asunto. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que podáis evitaros todo eso, me gustaría que supierais lo que sucedió al león y al toro. El conde le rogó que se lo contara. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el león y el toro eran muy amigos y, como los dos son muy fuertes y poderosos, dominaban y sometían a los demás animales; pues el león, ayudado por el toro, reinaba sobre todos los animales que comen carne, y el toro, con la ayuda del león, lo hacía sobre todos los que comen hierba. Cuando todos los animales comprendieron que el león y el toro los dominaban por la ayuda que se prestaban el uno al otro, y que ello les producía graves daños, hablaron entre sí para ver la forma de acabar con su tiranía. Vieron que, si lograban desavenir al león y al toro, podrían romper el yugo de su dominio, por lo cual los animales rogaron a la zorra y al carnero, que eran los privados del león y del toro respectivamente, que buscasen el medio de romper su alianza. La zorra y el carnero prometieron hacer cuanto pudiesen para conseguirlo. »La zorra, consejera del león, pidió al oso, que es el animal más fuerte y poderoso de los que comen carne después del león, que le dijera a este cómo el toro hacía ya tiempo que buscaba hacerle mucho daño, por lo cual, -92- y aunque no fuera verdad pues se lo habían dicho hacía ya varios días, debía estar precavido. »Lo mismo dijo el carnero, consejero del toro, al caballo, que es el animal más fuerte entre los que se alimentan de hierba después del toro. »El oso y el caballo dieron este aviso al león y al toro, que aunque no lo creyeron del todo, pues algo sospechaban de quienes eran casi tan fuertes como ellos, creyendo que buscaban su desavenencia, no por ello dejaron de sentir cierto recelo mutuo. Por lo cual, los dos, león y toro, hablaron con la zorra y con el carnero, que eran sus privados. Estos dijeron a sus señores que quizás el oso y el caballo les habían contado aquello para engañarlos, pero no obstante les aconsejaban observar bien dichos y hechos que de allí en adelante hicieran el león y el toro, para que cada uno obrase según lo que viera en el otro. »Al oír esto, creció la sospecha entre el león y el toro, por lo que los demás animales, viendo que aquellos empezaban a recelar el uno del otro, empezaron a propagar abiertamente sus desconfianzas, que, sin duda, eran debidas a la mala intención que cada uno guardaba contra el otro. »La zorra y el carnero, que sólo buscaban su conveniencia como falsos consejeros y habían olvidado la lealtad que debían a sus señores, en lugar de decirles la verdad, los engañaron. Tantas veces previnieron al uno contra el otro que la amistad entre el león y el toro se trocó en mutua aversión; los animales, al verlos así enemistados, pidieron una y otra vez a sus jefes que entrasen en guerra y, aunque les daban a entender que sólo miraban por sus intereses, buscaban los propios, haciendo y consiguiendo que todo el daño cayese sobre el león y el toro. »Así acabó esta lucha: aunque el león hizo más daño al toro, disminuyendo mucho su poder y su autoridad, salió él tan debilitado que ya nunca pudo ejercer su dominio sobre los otros animales de su especie ni sobre los de otras distintas, ni cogerlos para sí como antes. Así, dado que el león y el toro no comprendieron que, gracias a su amistad y a la ayuda que se prestaban el uno al otro, eran respetados y temidos por el resto de los animales, y porque no supieron conservar su alianza, desoyendo los malos consejos que les daban quienes querían sacudirse su yugo y conseguir, en cambio, que fueran el león y el toro los sometidos, estos quedaron tan debilitados que, si antes eran ellos señores y dominadores, luego fueron ellos los sojuzgados. »Vos, señor Conde Lucanor, evitad que quienes os hacen sospechar de -93- vuestro amigo consigan que rompáis con él, como hicieron los animales con el león y el toro. Por ello os aconsejo que, si ese amigo vuestro es persona leal y siempre os ha favorecido con buenas obras, dando pruebas de su lealtad, y si tenéis con él la misma confianza que con un buen hijo o con un buen hermano, no creáis nada que os digan en su contra. Por el contrario, será mejor que le digáis las críticas que os hagan de él, con la seguridad de que os contará las que le lleguen de vos, castigando además a quienes urdan esas mentiras para que otros no se atrevan a levantar falsos testimonios. Pero si se trata de una persona que cuenta con vuestra amistad sólo por un tiempo, o por necesidad, o sólo casualmente, no hagáis ni digáis nada que pueda llevarle a pensar que sospecháis de él o que podéis retirarle vuestro favor, mas disimulad sus errores, que de ninguna manera podrá haceros tanto daño que no podáis prevenirlo con tiempo suficiente, como sería el que recibiríais si rompéis vuestra alianza por escuchar a los malos consejeros, como ocurrió en el cuento. Además, a ese amigo hacedle ver con buenas palabras cuán necesaria es la colaboración mutua y recíproca para él y para vos; así, haciéndole mercedes y favores y mostrándole vuestra buena disposición, no recelando de él sin motivo, no creyendo a los envidiosos y embusteros y demostrándole que tanto necesitáis su ayuda como él la vuestra, durará la amistad entre los dos y ninguno caerá en el error en que cayeron el león y el toro, lo que les llevó a perder todo su dominio sobre los demás animales. Al conde le gustó mucho este consejo de Patronio, obró de acuerdo con sus enseñanzas y le fue muy bien. Y viendo don Juan que el cuento era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo unos versos que dicen así: Por dichos y por obras de algunos mentirosos, no rompas tu amistad con hombres provechosos. -94- ArribaAbajo Cuento XXIII Lo que hacen las hormigas para mantenerse Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: -Patronio, como todos saben y gracias a Dios, soy bastante rico. Algunos me aconsejan que, como puedo hacerlo, me olvide de preocupaciones y me dedique a descansar y a disfrutar de la buena mesa y del buen vino, pues tengo con qué mantenerme y aun puedo dejar muy ricos a mis herederos. Por vuestro buen juicio os ruego que me aconsejéis lo que debo hacer en este caso. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, aunque el descanso y los placeres son buenos, para que hagáis en esto lo más provechoso, me gustaría mucho que supierais lo que hacen las hormigas para mantenerse. El conde le pidió que se lo contara y Patronio le dijo: -Señor Conde Lucanor, ya sabéis qué diminutas son las hormigas y, aunque por su tamaño no cabría pensarlas muy inteligentes, veréis cómo cada año, en tiempo de siega y trilla, salen ellas de sus hormigueros y van a las eras, donde se aprovisionan de grano, que guardan luego en sus hormigueros. Cuando llegan las primeras lluvias, las hormigas sacan el trigo fuera, diciendo las gentes que lo hacen para que el grano se seque, sin darse cuenta de que están en un error al decir eso, pues bien sabéis vos que, cuando las hormigas sacan el grano por primera vez del hormiguero, es porque llegan las lluvias y comienza el invierno. Si ellas tuviesen que poner a secar el grano cada vez que llueve, trabajo tendrían, además de que no podrían esperar que el sol lo secara, ya que en invierno queda oculto tras las nubes y no calienta nada. »Sin embargo, el verdadero motivo de que pongan a secar el grano la primera vez que llueve es este: las hormigas almacenan en sus graneros cuanto pueden sólo una vez, y sólo les preocupa que estén bien repletos. Cuando han metido el grano en sus almacenes, se juzgan a salvo, pues piensan vivir durante todo el invierno con esas provisiones. Pero al llegar -95- la lluvia, como el grano se moja, empieza a germinar; las hormigas, viendo que, si crece dentro del hormiguero, el grano no les servirá de alimento sino que les causará graves daños e incluso la muerte, lo sacan fuera y comen el corazón de cada granito, que es de donde salen las hojas, dejando sólo la parte de fuera, que les servirá de alimento todo el año, pues por mucho que llueva ya no puede germinar ni taponar con sus raíces y tallos las salidas del hormiguero. »También veréis que, aunque tengan bastantes provisiones, siempre que hace buen tiempo salen al campo para recoger las pequeñas hierbecitas que encuentran, por si sus reservas no les permitieran pasar todo el invierno. Como veis, no quieren estar ociosas ni malgastar el tiempo de vida que Dios les concede, pues se pueden aprovechar de él. »Vos, señor conde, si la hormiga, siendo tan pequeña, da tales muestras de inteligencia y tiene tal sentido de la previsión, debéis pensar que no existe motivo para que ninguna persona -y sobre todo las que tienen responsabilidades de gobierno y han de velar por sus grandes señoríos- quiera vivir siempre de lo que ganó, pues por muchos que sean los bienes no durarán demasiado tiempo si cada día los gasta y nunca los repone. Además, eso parece que se haga por falta de valor y de energía para seguir en la lucha. Por tanto, debo aconsejar que, si queréis descansar y llevar una vida tranquila, lo hagáis teniendo presente vuestra propia dignidad y honra, y velando para que nada necesario os falte, ya que, si deseáis ser generoso y tenéis mucho que dar, no os faltarán ocasiones en que gastar para mayor honra vuestra. Al conde le agradó mucho este consejo que Patronio le dio, obró según él y le fue muy provechoso. Y como a don Juan le gustó el cuento, lo mandó poner en este libro e hizo unos versos que dicen así: No comas siempre de lo ganado, pues en penuria no morirás honrado. -96- ArribaAbajo Cuento XXIV Lo que sucedió a un rey que quería probar a sus tres hijos Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, en mi casa se crían y educan muchos mancebos, que son hijos de grandes señores o de simples hidalgos, y en los cuales puedo ver cualidades muy diferentes. Por vuestro buen juicio y hasta donde os sea posible, os ruego que me digáis quiénes de esos mancebos llegarán a ser hombres cabales. -Señor conde -contestó Patronio-, esto que me decís es difícil saberlo con certeza, pues no podemos conocer las cosas que están por venir y lo que preguntáis es cosa futura, por lo que no podemos saberlo con certidumbre; mas lo poco que de esto podemos intuir es por ciertos rasgos que aparecen en los jóvenes, tanto por dentro como por fuera. Así podemos observar por fuera que la cara, la apostura, el color, la forma del cuerpo y de los miembros son un reflejo de la constitución de los órganos más importantes, como el corazón, el cerebro o el hígado. Aunque son señales, nada podemos saber por ellas con exactitud, pues pocas veces concuerdan estas, ya que, si unas apuntan una cualidad, otras indican la contraria; con todo, las cosas suelen suceder según los indicios de estas señales. »Los indicios más seguros son la cara y, sobre todo, la mirada, así como la apostura, que muy pocas veces nos engañan. No penséis que se llama apuesto al ser un hombre guapo o feo, pues muchos hombres son bellos y gentiles y no tienen apostura de hombre, y otros, que parecen feos, tienen mucha gracia y atractivo. »La forma del cuerpo y de los miembros son señales de la constitución del hombre y nos indican si será valiente o cobarde; aunque, con todo, estas señales no revelan con certeza cómo serán sus obras. Como os digo, son simples señales y ello quiere decir que no son muy seguras, pues la señal sólo nos hace presumir que pueda ocurrir así. En fin, estas son las señales externas, que siempre resultan poco fiables para responder a lo que me -97- preguntáis. Sin embargo, para conocer a los mancebos, son mucho más indicativas las señales interiores, y así me gustaría que supieseis cómo probó un rey moro a sus tres hijos, para saber quién habría de ocupar el trono a su muerte. El conde le rogó que así lo hiciera. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, un rey moro tenía tres hijos y, como el padre puede dejar el trono al hijo que quiera, cuando se hizo viejo, los hombres más ilustres de su reino le rogaron que indicara cuál de sus tres hijos le sucedería en el trono. El rey contestó que, pasado un mes, les daría la respuesta. »Al cabo de unos días, una tarde dijo el rey a su hijo mayor que al día siguiente, de madrugada, quería cabalgar y deseaba que lo acompañara. Aquella mañana, llegó el infante mayor a la cámara del rey, pero no tan pronto como su padre le había ordenado. Cuando llegó, le dijo el rey que quería vestirse y que le hiciera traer la ropa; el infante mandó al camarero que la trajese, pero el camarero le preguntó qué ropa quería el rey. El infante volvió a preguntárselo a su padre, el cual respondió que quería la aljuba; el infante volvió y dijo al camarero que el rey quería la aljuba. El camarero le preguntó qué manto llevaría el rey, y el infante hubo de regresar junto al monarca para preguntárselo. Así ocurrió con cada vestidura, yendo y viniendo el infante con las preguntas, hasta que el rey lo tuvo preparado todo. Entonces vino el camarero, que vistió y calzó al monarca. »Cuando el rey estuvo ya vestido y calzado, mandó al infante que le hiciera traer un caballo, y el infante se lo dijo al caballerizo; este le preguntó qué caballo quería el rey. El infante volvió a preguntárselo a su padre, y lo mismo ocurrió con la silla de montar, el freno, la espada y las espuelas; es decir, con todos los aparejos necesarios para cabalgar, preguntándole siempre al rey lo que quería. »Cuando ya estaba todo preparado, dijo el rey al infante que no podía dar el paseo a caballo, pero que fuera él por la ciudad y se fijara bien en todas las cosas que viera, para que luego se las contara. »El infante cabalgó en compañía de los hombres más ilustres de la corte y con músicos que tocaban tambores, timbales y toda clase de instrumentos. El infante dio un paseo por la ciudad y, cuando volvió junto al rey, este le preguntó qué opinaba de lo que había visto; le contestó el infante que todo estaba muy bien, salvo los timbales y tambores, que hacían mucho ruido. -98- »Pasados algunos días, el rey mandó al hijo segundo que fuese a su cámara por la mañana. El infante así lo hizo. El rey lo sometió a las mismas pruebas que al hermano mayor; el segundo obró como su hermano y respondió con las mismas palabras de su hermano. »Y al cabo de pocos días, el rey mandó al hijo menor que viniese a verlo muy temprano. El infante madrugó mucho y se fue a las habitaciones del rey, donde esperó a que el rey despertara. Cuando su padre estuvo dispuesto, entró en la cámara real el hijo menor, que se postró ante su padre en señal de sumisión y respeto. El rey le ordenó que le trajeran la ropa. El infante le preguntó lo que quería ponerse para vestir y calzar, y de una sola vez fue por todo y se lo trajo, no queriendo ni permitiendo que nadie le vistiera sino él, con lo que daba a entender que se sentía orgulloso de que su padre, el rey, se viera cuidado y atendido solamente por él, pues era su padre y merecía cuantas atenciones le pudiera otorgar. »Cuando el rey ya estaba vestido y calzado, ordenó al infante que hiciera traer su caballo. El infante le preguntó qué caballo deseaba, así como todo lo necesario para cabalgar, como la silla, el freno y la espada; también le preguntó quién quería que lo acompañase y cuantas cosas podía necesitar. Hecho esto, de una sola vez lo trajo todo y lo dispuso como el rey había ordenado. »Cuando estaba todo dispuesto, el rey dijo al infante que no quería salir a pasear, que fuera él solo y que luego le contase todo cuanto viera. El infante salió a caballo acompañado por cortesanos y caballeros como lo habían hecho sus dos hermanos. Ninguno de ellos sabía qué pretendía el rey actuando así. »Cuando el infante salió, mandó que le enseñaran el interior de la ciudad, las calles, el lugar donde se guardaba el tesoro real, las mezquitas y todos los monumentos; también preguntó cuántas personas vivían allí. Después salió fuera de las murallas y mandó que lo acompañasen todos los hombres de armas, de a pie y de a caballo, pidiéndoles que combatieran y le hicieran una demostración de su habilidad con las armas y cuantos ejercicios de ataque y defensa supieran. Luego revisó murallas, torres y fortalezas de la ciudad y, cuando lo hubo visto todo, volvió junto a su padre el rey. »Regresó a palacio entrada la noche. El rey le preguntó por las cosas que había visto, contestándole el infante que, con su permiso, le diría la verdad. El rey, su padre, le ordenó que se la dijera, so pena de perder su bendición. -99- El infante le respondió que, aunque lo consideraba un buen rey, no lo era tanto, pues si lo hubiera sido, como tenía tan buenos soldados y caballeros, tanto poder y tantos bienes, ya habría conquistado todo el mundo. »Al rey le agradó mucho esta crítica sincera y aguda que le hizo el infante, por lo que, al llegar el plazo que había señalado a sus nobles, les señaló como heredero al hijo menor. »El rey, señor conde, actuó así por las señales que vio en cada uno de sus hijos, pues, aunque hubiera preferido que le sucediera cualquiera de los otros dos, no lo juzgó acertado y eligió al menor por su prudencia. »Y vos, señor conde, si queréis saber qué mancebo será hombre más valioso, fijaos en estas cosas y así podréis intuir algo y aun bastante de lo que cada uno llegará a ser. Al conde le agradó mucho lo que Patronio le contó. Y como don Juan pensó que era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así: Por palabras y hechos bien podrás conocer, en jóvenes mancebos, qué llegarán a ser. -100- ArribaAbajo Cuento XXV Lo que sucedió al conde de Provenza con Saladino, que era sultán de Babilonia El Conde Lucanor hablaba otra vez con Patronio, su consejero, de esta manera: -Patronio, un vasallo mío me dijo el otro día que quería casar a una parienta suya; y que, así como él estaba obligado a aconsejarme siempre lo más prudente, me pedía como merced que le aconsejara lo que yo creyera más conveniente para él. También me ha dicho quiénes son los que querrían casarse con su parienta. Como deseo que este buen hombre haga lo mejor para su familia y para su parienta, os ruego que me digáis lo que os parece de este asunto, pues vos sabéis mucho de tales cosas, de modo que yo pueda darle un buen consejo que le vaya bien. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que siempre podáis aconsejar bien a quienes hayan de casar a una parienta suya, me gustaría mucho que supierais lo que le sucedió al conde de Provenza con Saladino, que era sultán de Babilonia. El Conde Lucanor le rogó que le contase lo que había ocurrido. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, había un conde en Provenza que era muy bueno y deseaba hacer buenas obras para salvar su alma y ganar la gloria del paraíso con hazañas que aumentasen su honra y engrandeciesen el nombre de su patria. Para lograrlo, reunió un gran ejército muy bien armado y partió a Tierra Santa, pensando que, sucediera lo que sucediera, podría sentirse dichoso, pues lo hacía para servir y honrar a Dios. Mas como los juicios de Dios son sorprendentes e insondables, y Dios Nuestro Señor prueba con frecuencia a sus elegidos, para que sepan sufrir la adversidad con resignación, pues Él siempre hace que todo redunde en su bien y provecho, así quiso Dios tentar al conde de Provenza y permitió que cayera prisionero del sultán Saladino. »Aunque el conde vivía como cautivo, Saladino, conociendo su bondad, lo trataba muy bien, le respetaba sus honores y le pedía consejo en -101- todos los asuntos importantes. Tan bien le aconsejaba el conde y tanto confiaba el sultán en él que, aunque estaba prisionero, tenía tanto poder y tanta influencia en las tierras de Saladino como en las suyas propias. »Cuando el conde partió de su tierra, dejó una hija muy pequeña. Tanto tiempo estuvo el conde en prisión, que su hija llegó a la edad de casarse, por lo cual la condesa, su mujer, y sus parientes le escribieron diciéndole cuántos hijos de reyes y de otros grandes señores la pedían en matrimonio. »Un día, cuando Saladino fue a pedir consejo al conde, después de haberle aconsejado al sultán en el asunto que quería, le habló el conde de este modo. »-Señor, vos me habéis concedido tantas mercedes y honra, y confiáis tanto en mí, que yo me tendría por afortunado si pudiera hacer algo para corresponderos. Y pues vos, señor, tenéis a bien que yo os aconseje en los asuntos más importantes, acogiéndome a vuestra gracia y confiando en vuestro entendimiento, os pido vuestro consejo en algo que me sucede. »El sultán agradeció mucho estas palabras del conde, respondiéndole que le aconsejaría muy gustoso, e incluso que le ayudaría si fuera necesario. »Alentado por este ofrecimiento del sultán, el conde le habló de las propuestas de matrimonio que había recibido su hija, y pidió que le dijera quién debía ser el elegido. »Saladino le respondió: »-Conde, yo os considero tan inteligente que, con deciros pocas palabras, podréis comprender perfectamente; os aconsejaré en este asunto según lo entiendo yo. Como no conozco a todos los que solicitan la mano de vuestra hija, ni su linaje o poder, ni sus prendas personales, ni la distancia entre sus tierras y las vuestras, ni en qué superan los unos a los otros, no puedo daros un consejo demasiado concreto, y así sólo os diré que caséis a vuestra hija con un hombre. »El conde se lo agradeció, pues comprendió muy bien lo que le quería decir. »Luego escribió a su esposa y parientes, a los que refirió el consejo del sultán, y les dijo que averiguaran cuántos hidalgos había en sus tierras, cuáles eran sus costumbres, cualidades y virtudes, sin mirar sus riquezas o su poder, y que, por escrito, le dijeran también cómo eran los hijos de los reyes y de los grandes señores, así como los demás hidalgos que vivían allí y que la pedían en matrimonio. -102- »La condesa y los parientes del conde se quedaron muy sorprendidos de esta respuesta, pero hicieron lo que les mandaba y pusieron por escrito las cualidades y costumbres -buenas y malas- de cada uno de los pretendientes, así como las demás circunstancias que sabían de ellos. También le indicaron cómo eran los hidalgos de aquellas comarcas, y todo lo hicieron llegar al conde. »Al recibir el conde este escrito, se lo mostró al sultán y, al leerlo Saladino, aunque todos los pretendientes eran muy buenos, encontró algunos defectos en los hijos de los reyes o de los grandes señores, pues unos eran glotones o borrachos, otros coléricos, otros huraños, otros orgullosos, otros amigos de malas compañías, otros tartamudos y otros, en fin, tenían otros defectos. El sultán halló, sin embargo, que el hijo de un rico hombre, que no era el más poderoso, por lo que del mancebo se decía en el informe, era el mejor hombre, el más cumplido y perfecto de cuantos había oído hablar en su vida; en consecuencia, el sultán aconsejó al conde que casara a su hija con aquel hombre, pues sabía que, aunque los otros eran de más abolengo y más distinguidos que él, estaría mejor casada con este que con ninguno de los que tenían uno o varios defectos, ya que pensaba el sultán que el hombre era más de estimar por sus obras que por la riqueza o por la nobleza de su linaje. »El conde mandó decir a la condesa y a sus parientes que casaran a su hija con el mancebo que Saladino había aconsejado. Y aunque se asombraron mucho de ello, hicieron llamar al hijo de aquel rico hombre y le contaron lo que el conde les había dicho. El joven les respondió que sabía muy bien que el conde era superior, más rico y más noble que él, pero que, si él fuera tan poderoso como el conde, cualquier mujer podría sentirse feliz casada con él, diciéndoles también que, si le daban esta respuesta por no acceder a sus pretensiones, sería porque buscasen su deshonra sin motivo alguno y le harían una gran afrenta. Ellos le replicaron que de verdad querían ese matrimonio, y le contaron cómo el sultán había aconsejado al conde que otorgase su hija a aquel mancebo antes que a ningún hijo de rey o de grandes señores, por ser él muy hombre. Al oír esto, el mancebo comprendió que consentían en su matrimonio y pensó que, si Saladino lo había elegido por ser hombre cabal, haciéndole llegar a tan gran honra, no lo sería si no se comportara con arreglo a las circunstancias. »Por eso pidió a la condesa y parientes del conde que, si querían que los -103- creyese, le entregaran en seguida el gobierno del condado y todas sus rentas, sin decirles nada de lo que había pensado hacer. Ellos accedieron a sus pretensiones y le otorgaron los poderes que pedía. Él apartó una gran cantidad de dinero y, con mucho secreto, armó muchas galeras, guardándose una importante suma. Hecho todo esto, fijó la fecha para el casamiento. »Celebraron las bodas con todo lujo y esplendor. Al llegar la noche, marchó hacia la casa donde estaba su mujer y, antes de consumar el matrimonio, llamó a la condesa y a sus parientes, a quienes dijo en secreto que bien sabían que el conde lo había preferido frente a otros más nobles porque el sultán le aconsejó que casara a su hija con un hombre, y que, pues el sultán y el conde tanta honra le habían hecho y lo habían elegido por esta razón, no se tendría él por muy hombre si no hiciera lo que era obligado; por ello les dijo que había de partir, dejándoles aquella doncella, que había tomado en matrimonio, así como el gobierno del condado, pues confiaba en que Dios le guiaría de tal manera que todo el mundo pudiese ver que se había portado como un hombre. »Dicho esto, montó a caballo y se fue a la buena ventura. Se dirigió al reino de Armenia, donde vivió mucho tiempo hasta que aprendió la lengua y las costumbres de aquella tierra. Allí se enteró de que Saladino era muy amante de la caza. »Cogió muchas y buenas aves de cetrería, muchos y buenos perros y se dirigió hacia donde estaba Saladino, dividiendo sus naves y enviándolas una a cada puerto, con la orden de no partir hasta que él lo mandase. »Cuando llegó al sultán, fue muy bien recibido en la corte, pero ni le besó la mano ni le rindió pleitesía, como debe hacerse ante el señor. El sultán Saladino mandó darle cuanto necesitara y él se lo agradeció mucho, pero no quiso aceptar nada, diciéndole que no había ido en busca de ayuda, sino atraído por su fama; por lo cual, si él quisiera, le gustaría pasar algún tiempo viviendo con él para aprender alguna de sus preciadas virtudes y cualidades, así como las de su pueblo. También dijo al sultán que, como conocía su afición por la caza, él traía muchas y muy buenas aves, además de perros muy rápidos, de los que podría escoger los que más le gustasen, quedándose él con el resto para acompañarlo en las cacerías y servirle en aquel ejercicio o en otro cualquiera. »Saladino le agradeció mucho todo esto y cogió lo que le pareció bien, pero no pudo conseguir que el otro aceptara ningún regalo ni le contara -104- nada de sus ocupaciones, ni se vinculara a Saladino por ninguna obligación de vasallaje. De esta manera permaneció viviendo con él mucho tiempo. »Como Dios dispone las cosas al fin que quiere y según su voluntad, quiso que, en una cacería, se lanzaran los halcones tras unas grullas, a las que dieron alcance en un puerto donde estaba recalada una de las galeras que el yerno del conde había distribuido. El sultán, que montaba un caballo muy bueno, y su acompañante se alejaron tanto del resto de su gente que ninguno pudo seguirlos. Cuando llegó Saladino a donde los halcones estaban peleando con la grulla, bajó rápidamente de su caballo para ayudarles. El yerno del conde, que venía con él, cuando así lo vio en tierra, llamó a los hombres de su galera. El sultán, que no se fijaba sino en la pelea de los halcones, cuando se vio rodeado por gente armada, quedó muy asombrado. El yerno del conde desenvainó la espada e hizo como si le atacase. Al verlo Saladino venir contra él, comenzó a lamentarse, diciendo que cometía una gran traición. El yerno del conde le respondió que no pidiese ayuda a Dios, pues bien sabía él que nunca lo había tenido como a su señor, ni había querido aceptar nada de él, ni existía entre ellos vínculo que lo obligara a la lealtad, sino que todo era como Saladino había dispuesto. »Dicho esto, lo capturó, lo llevó a la galera y, cuando ya estaba dentro, dijo que él era el yerno del conde, el mismo que el sultán había preferido entre otros mejores por ser más hombre y que, como él lo había elegido por esta razón, no se tendría por hombre si no hubiera obrado así. Luego le rogó que devolviese la libertad a su suegro, para que viese cómo el consejo que él le había dado era bueno y verdadero, y cómo daba buenos frutos. »Cuando Saladino oyó esto, dio muchas gracias a Dios y se alegró más de haber acertado en el consejo que dio al conde que si le hubiera acontecido una hazaña muy honrosa, por grande que esta fuese. El sultán respondió al yerno del conde que lo pondría inmediatamente en libertad. »El yerno del conde, fiando en la palabra del sultán, lo sacó luego de la galera y se fue con él, mandando a los hombres de la galera que se alejasen tanto del puerto que nadie pudiera verlos cuando llegara allí. »El sultán y el yerno del conde dejaron a los halcones cebarse en las grullas y, cuando llegaron junto a ellos los hombres del sultán, encontraron a este muy alegre, pero no le dijo a ninguno lo que entre ellos había sucedido. »Cuándo llegaron a la villa, el sultán detuvo su caballo frente a la casa -105- donde el conde estaba prisionero, bajó de su montura y, llevando consigo al yerno del conde, le dijo muy alegre: »-Conde, doy gracias a Dios por haberme permitido acertar cuando os aconsejé sobre el matrimonio de vuestra hija. Mirad a vuestro yerno, pues él os ha sacado de prisión. »Después le contó cómo se había comportado su yerno, la prudencia y el esfuerzo que había demostrado para apoderarse de él, y cómo luego confió en su palabra. »El sultán, el conde y cuantos esto supieron alabaron mucho el entendimiento, el esfuerzo y la lealtad del yerno del conde, así como las bondades de Saladino, y el conde dio gracias a Dios por haber dispuesto todo tan felizmente. »Entonces el sultán ofreció muchos y ricos presentes al conde y a su yerno, y dio al primero, como compensación por su cautividad, el doble de lo que importaban las rentas de su condado mientras estuvo en prisión, volviendo el conde a su tierra muy feliz y muy rico. »Todo esto sucedió al conde por el buen consejo que le dio el sultán, al decirle que casara a su hija con un verdadero hombre. »Y vos, señor Conde Lucanor, pues debéis aconsejar a vuestro vasallo para que sepa con quién casar a su parienta, aconsejadle que cuide de que su futuro esposo sea, ante todo, un verdadero hombre, porque, si no lo es, por muy rico, hidalgo o distinguido que sea, nunca se tendrá por bien casada. También debéis saber que el hombre bueno acrecienta su honra, da honra a su linaje y aumenta sus bienes. Sabed también que, no por ser de alta estirpe o de gran nobleza, si el hombre no es esforzado y leal, podrá mantenerse en tal estado. Podría contaros muchas historias de hombres notables a quienes sus padres dejaron ricos y honrados, que, por no ser como debían, perdieron bienes y honores; aunque también los hubo que, de origen más modesto o de antepasados muy ilustres, aumentaron tanto su hacienda y su honra con su esfuerzo y valía que son más considerados por lo que ellos hicieron y consiguieron que por la nobleza de su estirpe. »Tened por cierto que, tanto las ventajas como los inconvenientes, nacen de la propia condición del hombre, y no de su origen, por muy humilde que sea. Por ello os digo que lo más importante en los matrimonios son las costumbres, la inteligencia y la educación que tienen el hombre y la mujer. Sabed, por último, que tanto mejor y más provechoso será el casamiento, -106- cuanto más distinguido sea el linaje, mayor la riqueza, más hermosa la apostura y más estrecha la relación existente entre las dos familias. Al conde le agradaron mucho estos razonamientos que Patronio le hizo, y pensó que eran verdaderos. Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo hizo escribir en este libro e hizo los versos que dicen así: El verdadero hombre logra todo en su provecho, mas el que no lo es pierde siempre sus derechos. -107- ArribaAbajo Cuento XXVI Lo que sucedió al árbol de la Mentira Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, sabed que estoy muy pesaroso y en continua pelea con unos hombres que no me estiman, y son tan farsantes y tan embusteros que siempre mienten, tanto a mí como a quienes tratan. Dicen unas mentiras tan parecidas a la verdad que, si a ellos les resultan muy beneficiosas, a mí me causan gran daño, pues gracias a ellas aumentan su poder y levantan a la gente contra mí. Pensad que, si yo quisiera obrar como ellos, sabría hacerlo igual de bien; pero como la mentira es mala, nunca me he valido de ella. Por vuestro buen entendimiento os ruego que me aconsejéis el modo de actuar frente a estos hombres. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagáis lo mejor y más beneficioso, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a la Verdad y la Mentira. El conde le pidió que así lo hiciera. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, la Verdad y la Mentira se pusieron a vivir juntas una vez y, pasado cierto tiempo, la Mentira, que es muy inquieta, propuso a la Verdad que plantaran un árbol, para que les diese fruta y poder disfrutar de su sombra en los días más calurosos. La Verdad, que no tiene doblez y se conforma con poco, aceptó aquella propuesta. »Cuando el árbol estuvo ya plantado y había empezado a crecer frondoso, la Mentira propuso a la Verdad que se lo repartieran entre las dos, cosa que agradó a la Verdad. La Mentira, dándole a entender con razonamientos muy bellos y bien construidos que la raíz mantiene al árbol, le da vida y, por ello, es la mejor parte y la de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que se quedara con las raíces, que viven bajo tierra, en tanto ella se contentaría con las ramitas que aún habían de salir y vivir por encima de la tierra, lo que sería un gran peligro, pues estarían a merced de los hombres, que las podrían -108- cortar o pisar, cosa que también podrían hacer los animales y las aves. También le dijo que los grandes calores podrían secarlas, y quemarlas los grandes fríos; por el contrario, las raíces no estarían expuestas a estos peligros. »Al oír la Verdad todas estas razones, como es bastante crédula, muy confiada y no tiene malicia alguna, se dejó convencer por su compañera la Mentira, creyendo ser verdad lo que le decía. Como pensó que la Mentira le aconsejaba coger la mejor parte, la Verdad se quedó con la raíz y se puso muy contenta con su parte. Cuando la Mentira terminó su reparto, se alegró muchísimo por haber engañado a su amiga, gracias a su hábil manera de mentir. »La Verdad se metió bajo tierra para vivir, pues allí estaban las raíces, que ella había elegido, y la Mentira permaneció encima de la tierra, con los hombres y los demás seres vivos. Y como la Mentira es muy lisonjera, en poco tiempo se ganó la admiración de las gentes, pues su árbol comenzó a crecer y a echar grandes ramas y hojas que daban fresca sombra; también nacieron en el árbol flores muy hermosas, de muchos colores y gratas a la vista. »Al ver las gentes un árbol tan hermoso, empezaron a reunirse junto a él muy contentas, gozando de su sombra y de sus flores, que eran de colores muy bellos; la mayoría de la gente permanecía allí, e incluso quienes vivían lejos se recomendaban el árbol de la Mentira por su alegría, sosiego y fresca sombra. »Cuando todos estaban juntos bajo aquel árbol, como la Mentira es muy sabia y muy halagüeña, les otorgaba muchos placeres y les enseñaba su ciencia, que ellos aprendían con mucho gusto. De esta forma ganó la confianza de casi todos: a unos les enseñaba mentiras sencillas; a otros, más sutiles, mentiras dobles; y a los más sabios, mentiras triples. »Señor conde, debéis saber que es mentira sencilla cuando uno dice a otro: «Don Fulano, yo haré tal cosa por vos», sabiendo que es falso. Mentira doble es cuando una persona hace solemnes promesas y juramentos, otorga garantías, autoriza a otros para que negocien por él y, mientras va dando tales certezas, va pensando la manera de cometer su engaño. Mas la mentira triple, muy dañina, es la del que miente y engaña diciendo la verdad. »Tanto sabía de esto la Mentira y tan bien lo enseñaba a quienes querían acogerse a la sombra de su árbol, que los hombres siempre acababan sus -109- asuntos engañando y mintiendo, y no encontraban a nadie que no supiera mentir que no acabara siendo iniciado en esa falsa ciencia. En parte por la hermosura del árbol y en parte también por la gran sabiduría que la Mentira les enseñaba, las gentes deseaban mucho vivir bajo aquella sombra y aprender lo que la Mentira podía enseñarles. »Así la Mentira se sentía muy honrada y era muy considerada por las gentes, que buscaban siempre su compañía: al que menos se acercaba a ella y menos sabía de sus artes, todos lo despreciaban, e incluso él mismo se tenía en poco. »Mientras esto le ocurría a la Mentira, que se sentía muy feliz, la triste y despreciada Verdad estaba escondida bajo la tierra, sin que nadie supiera de ella ni la quisiera ir a buscar. Viendo la Verdad que no tenía con qué alimentarse, sino con las raíces de aquel árbol que la Mentira le aconsejó tomar como suyas, y a falta de otro alimento, se puso a roer y a cortar para su sustento las raíces del árbol de la Mentira. Aunque el árbol tenía gruesas ramas, hojas muy anchas que daban mucha sombra y flores de colores muy alegres, antes de que llegase a dar su fruto fueron cortadas todas sus raíces pues se las tuvo que comer la Verdad. »Cuando las raíces desaparecieron, estando la Mentira a la sombra de su árbol con todas las gentes que aprendían sus artimañas, se levantó viento y movió el árbol, que, como no tenía raíces, muy fácilmente cayó derribado sobre la Mentira, a la que hirió y quebró muchos huesos, así como a sus acompañantes, que resultaron muertos o malheridos. Todos, pues, salieron muy mal librados. »Entonces, por el vacío que había dejado el tronco, salió la Verdad, que estaba escondida, y cuando llegó a la superficie vio que la Mentira y todos los que la acompañaban estaban muy maltrechos y habían recibido gran daño por haber seguido el camino de la Mentira. »Vos, señor Conde Lucanor, fijaos en que la Mentira tiene muy grandes ramas y sus flores, que son sus palabras, pensamientos o halagos, son muy agradables y gustan mucho a las gentes, aunque sean efímeros y nunca lleguen a dar buenos frutos. Por ello, aunque vuestros enemigos usen de los halagos y engaños de la mentira, evitadlos cuanto pudiereis, sin imitarlos nunca en sus malas artes y sin envidiar la fortuna que hayan conseguido mintiendo, pues ciertamente les durará poco y no llegarán a buen fin. Así, cuando se encuentren más confiados, les sucederá como al árbol de la -110- Mentira y a quienes se cobijaron bajo él. Aunque muchas veces en nuestros tiempos la verdad sea menospreciada, abrazaos a ella y tenedla en gran estima, pues por ella seréis feliz, acabaréis bien y ganaréis el perdón y la gracia de Dios, que os dará prosperidad en este mundo, os hará muy honrado y os concederá la salvación para el otro. Al conde le agradó mucho este consejo que Patronio le dio, siguió sus enseñanzas y le fue bien. Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro y compuso unos versos que dicen así: Evitad la mentira y abrazad la verdad, que su daño consigue el que vive en el mal.
Posted on: Wed, 19 Jun 2013 01:21:00 +0000

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