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Hablando Claro (política y economia) LA VOLUNTAD DEL PUEBLO Muchas veces, cuando la clase dirigente quiere legitimar alguna decisión o posición política suele referirse a la voluntad popular como justificación y base de la misma, pero nos encontramos con el problema de definir que es realmente la voluntad popular, ya que ella es esgrimida en distintas circunstancias incompatibles entre sí, como si se tratara de un argumento irrebatible. Indudablemente, el concepto de “voluntad popular” surge históricamente como contraposición al concepto de “voluntad real” o de la “voluntad del soberano”, donde las decisiones y la suerte del pueblo descansaba en el arbitrio de una persona, o, en algunos casos, en la de un pequeño grupo de personas (aristocracia y su deformación, la oligarquía). En este sentido, se ha conceptualizado a la voluntad popular como el resultado de las elecciones democráticas, es decir, que se expresa a ella como el resultado aritmético de las elecciones populares, y así se asume que la voluntad de la mayoría es la voluntad del pueblo, y aquí la primera pregunta: ¿La voluntad de la mayoría es la voluntad de todos? Si la voluntad del pueblo es la expresión de la mayoría, ¿Qué es la voluntad de la minoría? De esta manera, tenemos dirigentes que sostienen su discurso, bajo la base que sus decisiones son la expresión de la voluntad popular, como nuestra presidente, CFK, quien ha hecho referencia al lejano 54% obtenido en las elecciones presidenciales de 2011, en muchas ocasiones para justificar sus decisiones y, en otras, incluso para atacar decisiones judiciales, como aquella vez que ironizo a la judicatura diciendo: “La verdad es que en el 2015 quiero ser jueza. No de la Corte. Apenas de primera instancia. Para que pueda tener una lapicera, un papel, una cautelar y firmar. ¡Y qué me importa lo que vota la gente, los diputados, el presidente!. Así que ya saben: Cristina Jueza 2015”. Sin dudas, si la voluntad popular es la voluntad de la mayoría, y esta voluntad está por sobre las voluntades individuales en cualquier circunstancia, tenemos que empezar a pensar que no existe la voluntad de las personas, más allá de lo que la mayoría permite que existe, es decir, que existe una especie de “tiranía de la mayoría”. Asimismo, este concepto de pensar que la persona elegida por elecciones populares representa la voluntad popular, debe ser analizado, pues, si bien las personas elegidas muchas veces proponen plataformas políticas donde nos adelantan lo que van a hacer si son elegidos, la realidad la mayor parte de las decisiones que se toman no estaban contempladas en esas propuestas, y que en muchos casos, ni siquiera respetan los principios que inspiraron aquellas y los que se pregonaron durante la campaña política. Aquí debemos ver, que en realidad la voluntad popular resulta presunta, porque nadie puede expresar su conformidad en forma previa a conocer cuál el asunto a decidir, no obstante, que es posible pensar que esa mayoría estaría de acuerdo, cuando tal decisión es compatible con la ideología profesada por el funcionario. ¿Pero qué pasa cuando esa decisión es contraria a ideológicamente a lo que se prometió en campaña? ¿Es posible revocarle el mandato al presidente, al gobernador o al legislador que ha traicionado a sus electores? La destitución de un funcionario electo por el voto popular, normalmente es solo posible por medio del juicio político, o por medio de la “revocatoria popular de mandatos”, que solo existe en algunas Constituciones provinciales, y que, además, en muchas de ellas no tiene funcionamiento práctico porque los poderes políticos no han hecho las leyes reglamentarias para que se puedan aplicar. En el caso del juicio político, por ejemplo del presidente de la Nación, se necesitan mayorías especiales (2/3), y esto solo puede proceder por mal desempeño o delitos en ejercicio de sus funciones, es decir, que mientras ejerza su mandato dentro de los límites legales, es dueño de hacer lo que quiera, y marcar el rumbo político que le plazca, indistintamente que el “pueblo” (o la mayoría) esté de acuerdo con ello. Probablemente, el instituto que solucionaría esta situación, sería la revocatoria de mandatos, tal como ha sido concebido el instituto, y no como normalmente se ha reglamentado en las provincias que lo prevén en sus Constituciones provinciales, que exigen para la procedencia la justificación en motivos similares a los del juicio político, lo cual limita la voluntad popular, impidiendo que muchas veces, aun cuando la mayoría del pueblo no se sienta representado por quien ha elegido tiempo atrás, pueda revocarle el mandato por este hecho, ya que se ha hecho la interpretación que solo el pueblo puede quitarle el mandato por mal desempeño o comisión de delito, y no porque el mandatario no represente su voluntad. Para que se entienda, supongamos un legislador que hizo campaña pregonando la promoción y crecimiento de las empresas públicas y después resulta ser el vocero de las privatizaciones, o, proviniendo de un pueblo agro-ganadero y haciendo campaña por la mejora de las condiciones de rentabilidad del campo, termina siendo vocero de restricciones y retenciones a la actividad, y resulta que esto no es un motivo para ejercer el derecho de revocarles el mandato, aunque, probablemente sintamos otra cosa, lo cual, termina convirtiendo, entonces, a la voluntad popular, ya no siquiera como la voluntad de la mayoría, sino de la voluntad de quienes detentan el poder y ostentan las mayorías parlamentarias, teniendo, en muchas ocasiones, solo el rotulo de “voluntad popular”, como una forma de justificar decisiones personales propias de los dirigentes. De esta manera, las palabras voluntad y popular se han gastado, y se han desnaturalizado merced a su mal uso, al punto tal de que cuando hablamos de ella, en realidad no estamos hablando de nada. Decía Julio CORTAZAR en una conferencia ofrecida en el Centro Cultural de la Villa de Madrid en el año 1981, en ocasión del quinto aniversario del Golpe de Estado –del que él fuera víctima-, que “hay palabras que a fuerza de ser repetidas o mal empleadas se agotan y pierden su vitalidad”. CORTAZAR finalizaba su discurso esa noche de marzo de 1981 diciendo: “Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional”.
Posted on: Tue, 19 Nov 2013 01:34:48 +0000

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