Hilario, el caminante Un poco conocido episodio ocurrido allá - TopicsExpress



          

Hilario, el caminante Un poco conocido episodio ocurrido allá por mediados del siglo XVIII, fue la hazaña protagonizada por un indígena paraguayo llamado Hilario Tapary, cuando, forzado por las circunstancias, tuvo que realizar una caminata de unos 2.000 kilómetros para llegar a Buenos Aires, luego de un viaje a lo largo de dos años en los que abundaron las peripecias y las aventuras. Mortalmente herido durante el ataque de los ingleses en Buenos Aires en 1807, Hilario Tapary, un aborigen guaraní radicado en la capital porteña, sucumbió sin mayor gloria para sumirse luego en el olvido. No era nadie importante como para figurar en los anales de la historia grande. Era solo un indio. Uno más... O, uno menos... Pero, poco más de medio siglo antes, aquel olvidado indio guaraní, originario del Paraguay, había protagonizado una de los más dramáticas aventuras de la época colonial en el Río de la Plata: una célebre caminata, acompañado de un perro, desde un recóndito confín patagónico hasta Buenos Aires y que duró nada menos que dos años. En busca de pescado y sal Aquella epopeya tuvo lugar entre 1752 y 1755, cuando Hilario Tapary integró la tripulación de una embarcación enviada por don Domingo Basavilbaso, alto funcionario colonial en Buenos Aires y comerciante, dueño de un saladero, para buscar en la Patagonia, pescado y sal, para su establecimiento industrial. Para llevar a cabo su cometido, fletó un bergantín negrero llamado San Martín y rebautizado San Antonio y organizó una expedición con destino a San Julián, un lejano lugar al sur del continente, con el objeto de cargar pescado y sal, de cuya abundancia tenía buenas noticias. La misión fue encomendada a Jorge Barne, “piloto práctico de la costa de Guinea”, que había llegado a Buenos Aires con una carga de negros esclavos y ropa. La expedición había salido del puerto bonaerense el 16 de diciembre de 1752, con autorización del gobernador Andonaegui y llevaba, además, la misión de reconocer las costas marítimas argentinas. A los 25 días de viaje llegaron al puerto de San Julián, donde previo algunos incidentes, por las condiciones de la caleta elegida, se hicieron a tierra. A poco de llegar comenzaron a explorar el lugar y a recoger sal. Luego de carenar la embarcación, cargaron la sal y gran cantidad de peces, regresaron el 14 de enero de 1753. Dejaron en el lugar a varios hombres para juntar nuevas cantidades de sal y pescado, esperando el regreso de la nave. En efecto, se quedaron en el puerto de San Julián, el gallego Santiago Blanco, el paraguayo Hilario Tapary y José Gombo, “natural de las Indias Orientales” –o sea chino–. Días después, por el camino, se quedó otro, un negro angolés que huyó del barco y se internó tierra adentro. Cuando estuvieron de vuelta a San Julián para traer hasta Buenos Aires nuevas partidas de sal y pescado, no encontraron a los hombres que se habían quedado. Tampoco encontraron rastros de sal y pescado, además de las otras cosas dejadas. Solo, luego de mucho buscar encontraron restos de una carreta y de una canoa, con dos escopetas adentro. Días después encontraron muchos aborígenes con abundante caballada, que se mostraron amistosos, pero ni noticias de los hombres. Nunca más supieron de ellos y los tuvieron por perdidos hasta que el 12 de enero de 1755, Tapary hizo una relación de su derrotero ante don Domingo Basavilbaso, en Buenos Aires. Por ser casi desconocida para nosotros sus compatriotas, vamos a reproducir textualmente la relación transcripta por el señor Basavilbaso, de lo relatado por Hilario Tapary: Las peripecias de Hilario Tapary “El día último de marzo o primero de abril de 1753, que fue a los 15 o 16 días de haber salido el bergantín, nombrado San Martín, del puerto de San Julián en su primer viaje, en los cuales hubo frecuentes lluvias, se acercaron a la isla como 200 indios, y con la bajamar pasaron al rancho que tenían hecho los tres hombres que se quedaron e inmediatamente empezaron a tomarse todos los bastimentos que tenían, de bizcocho, yerba y tabaco, y deshicieron los barriles de carne salada, tocino y agua para aprovecharse sólo de los arcos de fierro, arrojando la carne y tocino, y después se fueron. Al día siguiente volvieron a acabar lo poco que había quedado, juntamente con la ropa fuera de su cuerpo; y aunque el dicho Hilario confiesa que no conoció en los indios ni inclinación de querer hacer daño a su persona, antes bien al contrario, pues los indios le manoseaban a él y a su compañero, sin atreverse ni querer quitarle ropa alguna de la que tenían puesta, con poca reflexión determinó salir de aquel paraje con otro (su compañero) indio chino, llamado José, por miedo que no le matasen, por no tener ya cosa alguna que toma de su rancho. A que se agregó, que el gallego, nombrado Santiago, a la primera vista de los indios se fue ocultamente y sin decir nada, de miedo a ellos, tirándose a escapar por la parte opuesta de ahí a donde habían avistado los indios, sin saber lo que se hizo. Viéndose en estas confusiones, por último se resolvió a salir de aquel paraje con su compañero José, y lo ejecutó por la noche, tomando el rumbo para venirse a Buenos Aires por la costa del mar: y por ella vinieron caminando a pie sin ninguna providencia, más que unos avíos de encender fuego, y dos perros pequeños, los cuales solían cazar algunos zorrillos y otros bichos con que trabajosamente se alimentaban. Pero lo más penoso fue la falta de agua dulce, por lo que a la orilla del mar hacían cazimbas, con lo que se humedecían las bocas, pues lo salado de ella les permitía beber muy poco, porque se les seguía mayor daño: como le sucedió al nombrado José, que por haber bebido algo más se enfermó, de modo que a las tres semanas de haber caminado en esta forma, quedó tan aniquilado que no pudo proseguir, por más que le animaba Hilario, siendo la mayor pena su excesiva sed, pues tenía la boca sin la más leve humedad. Caminante y con dos perros “El Hilario se detuvo allí dos días por ver si por aquel contorno encontraba alguna agua dulce para refrescarle, pero no lo pudo conseguir; y viendo el mal estado de su compañero y sin poderle remediar, porque no le sucediese otro tanto, determinó dejar a su compañero con bastante sufrimiento, llorando tan fatal suceso, y tomó su camino, con sus dos perros: a los dos o tres días encontró una laguna pequeña rodeada de porción de guanacos que habían consumido toda el agua, dejando solo la humedad entre el lodo, y llegó tan fatigado que se consolaba con poner la boca sobre aquella humedad, que no obstante le sirvió de algún corto alivio. Habiéndose acercado un poco más a la orilla del mar, consiguió atar un lobo marino con un palo que llevaba, y luego se bebió la sangre de él, que le supo muy bien, y haciendo se fuego se lo comieron entre él y sus perros, y el pellejo se lo sacó en disposición que le pudiese servir para echar agua. Y como siguiendo su camino, a los dos días llegó a donde había un manantial pequeño, en el cual se refrigeró él, y sus dos perros, y discurriendo poder socorrer a su compañero le pareció inútil, pues le contemplaba ya muerto: por lo que llenó el cuero del lobo de agua, siguiendo su rumbo, que regularmente era como media legua de distancia distante del mar que se internaba un poco, en donde había porción de lobos marinos, con lo que él y sus perros saciaron su hambre y su sed, y de ahí fue siguiendo, con la pensión de faltarle agua, porque toda la que hallaba era salada, aunque estaba en lagunas algo distantes del mar: y siguiendo varios días sin comer porque nada se encontraba, uno de los dos perros corrió una bandada de avestruces, y se alejó tanto que se perdió, cuya falta le sirvió de congoja, pues lo contemplaba como compañero, y que por él remediaba algunas veces sus necesidades. Y por último halló unas matas que tenían una especie de fruta redondita y negra, con lo que se mantenía trabajosamente: y aunque bajaba a la costa a su pesca de lobos marinos, ya no los había. Pero caminando algún tiempo, encontró un riachuelo de agua dulce que se internaba tierra adentro, bastante angosto, pero con mucha corriente y hondo, y a la boca que hacía el mar tenía poca agua: no obstante no lo pudo vadear, y encontrando en sus orillas muchos maderos de sauces secos, que se conocía eran traídos de adentro con la corriente, pudo lograr echar uno de ellos al agua, embarcándose en él con su perro, y lo pasó, costándole algún trabajo por la corriente. Mucho sufrimiento, mucha hambre “A orilla de este río había algunos sauces pequeños, y habiéndose refrescado, siguió su camino; y a una semana de haber caminado, avistó unas serranías muy altas, ásperas e intransitables, desde tierra adentro hasta la orilla del mar, de modo que para salir de su aspereza se bajó a la playa, y cuando bajaba el agua, caminaba: cuya estación le duró dos semanas: y aún después caminaba por el campo, avistaba algunas sierras pequeñas y montes, encontrando también algunos montecitos de un árbol, nombrado chañar, cuyas frutas, aunque muy escasas, solían templar su hambre, ayudado en su poca pesca y otros bichitos del campo que podía lograr: pues ninguno reservaba, por inmundo que fuese, porque para él todo le era comida delicada y gustosa, siendo lo peor y más trabajoso que le faltaba algunas veces; pues asegura que en la estación de su viaje se le pasaban ya los cuatro, ya los seis días sin comer ni un bocado, en lo que se afirma muy de cierto y aun le parece que hubo temporada de dos semanas. Pero como es un indio tan poco experto no se le ha podido averiguar el tiempo fijo que tardaba en las estaciones de un tránsito a otro sin saber hacer cuenta ni por días, ni por semanas, ni por meses ni por lunas. Y así al cabo de estas estaciones, que no sabe el tiempo que tardó, pues unas veces dice que serán dos mese, otras tres y otras uno, llegó a un río de agua dulce y muy caudaloso, que lo halló yendo desviado de la costa como cinco leguas, e ignora la situación hacia la boca del mar, pero asegura que será muy grande por ser el río muy ancho y caudaloso. Una toldería de indios Apenas se acercó, cuando vio venir a sí dos indios a caballo con sus lanzas, con cuya vista pensó ir a ver la de dios: pero llegándose los indios a él, le cogieron de los brazos, preguntándole ¿qué hacía por aquellos parajes? según demostraban por las señas. Pero ni uno ni otro se entendían, y al fin permitió su fortuna que se acordasen que era de la especie humana, pues sea por esto, o porque le vieron hecho un esqueleto de flaco y consumido, siendo por si naturaleza bien fornido, se condolieron de él, y mostrándolo lo condujeron un poco más adelante, en donde había como unos 20 toldos de indios con sus familias de mujeres e hijos, y le recogieron en uno de los toldos, y le daban de comer avestruz, venado y caballo que son sus manjares, y le daban de sus cueros para que se tapase y durmiese, por ser la estación fría por las heladas que caían. De este modo lo pasaba razonablemente, hasta que logró restablecerse, poniéndose capaz de andar a caballo e ir con ellos a cazar y correr yeguas cimarronas, que ya había algunas: y después de algún tiempo dispusieron pasar el río los indios con las familias, y lo ejecutaron a nado en unas pelotas de cuero, en donde se ponían ellos con sus mujeres e hijos, y dentro ponían los toldos, que son de cueros de caballos, que tienen muy especiales para pasar el río, se echaron las pelotas y pasaron todos con felicidad a la otra banda, y allí volvieron a acamparse, siendo su ejercicio el cazar avestruces y otros bichos y animales para comer, pasándose muchísimo tiempo en jugar, perdiendo cueros de caballo que se ganaban los unos a los otros, y no se reconoció que hubiese ningún cacique entre ellos, pues todos igualmente mandaban y tenían sus pendencias”. Siguiendo camino Luego de pasar un buen tiempo con estos aborígenes, durante su trashumancia, fueron acercándose a los campos de la provincia de Buenos Aires. En un momento dado, en horas de la noche, tomando un caballo, Hilario Tapary siguió camino, alejándose del rumbo de sus compañeros y acercándose nuevamente a la costa, hasta que en durante un sesteo bajo un árbol se le acercó un indígena, del grupo de un célebre cacique, Nicolás Bravo, con muy buenas relaciones con las autoridades bonaerenses. Este indígena, le acompañó hasta su toldería, le alimentó y le vistió y, luego, le guió hasta Buenos Aires adonde llegó el 6 de enero de 1755. Esa fue, en resumen, la aventura de Hilario Tapary, un héroe olvidado, pero de gran merecimiento.
Posted on: Tue, 27 Aug 2013 22:49:48 +0000

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