Homenaje a José María Valle Castró en el Instituto Jovellanos - TopicsExpress



          

Homenaje a José María Valle Castró en el Instituto Jovellanos de Gijón. PALABRAS PARA JOSÉ MARI. Señores y señoras, buenos días a todos: No conocí a José Mari de niño, fue, más o menos, hacia preu. Los dos salíamos con amigos que estudiaban en los Jesuitas, pero los dos teníamos padres partidarios de la enseñanza pública e íbamos al instituto. A dos magníficos institutos, él al Jovellanos, yo al de Oviedo. En este aspecto el Sporting y el Oviedo empataban a extraordinarios, implicados y dedicados profesores, que ahora cristalizo en don Francisco Vizoso y en don Pedro Caravia La plaza del Generalísimo, al lado del Instituto, era, tanto casino juvenil, como lugar de encuentro. En sus buscados y atestados bancos se preparaba y se hablaba. En ocasiones la hablada se comía al tiempo en discusiones sobre todo; o sobre nada. En aquel ambiente, en cierto modo de café de los años 30, los dos Valles, él y su hermano Pachu, eran unos tíos que llamaban la atención, tanto por la exuberancia relacional de José Mari, como por el juvenil británico humor de Pachu, que cortaba como una media Verónica. Se les veía, todos éramos de formación cerrada, gente distinta, abiertos como si estuvieran llenos de la móvil, y a la vez profunda, mar cantábrica. La casa de los Valle daba al muro, esquina a la calle Aguado. Al entrar en ella por primera vez, divisé, era un piso alto, la mar y el manto de canela de la playa. A un lado los barcos del Músel, al otro, en verano «era cuando en el Piles había arena seca» las hoy exterminadas casetas. Me dije, ya está aquí la explicación del carácter vallistico; estos están fundidos en la mar. Craso error, la luz no me había dejado mirar hacia adentro. Había un salón, no tenía nada especial; como todos, butacas sofás estanterías, mesas, pero tenía una amplitud infinita. A la izquierda los sofás. En la pared de la derecha libros, más cosas discos y una inolvidable cadena Vieta. Ese salón era un ser vivo. En él el Mediterráneo de Serrat se hacía cantábrico y nuestra juventud se fundía con el levanté otoñal; quizás por eso, ahora que estamos en él, seguimos ágiles. Enseguida esa casa acogedora se convirtió en nuestro casino. No era la casa de los padres de nadie, era una especie de hogar donde no estabas de visita si no que vivías; e incluso visitabas el cuarto maravilloso donde don José tenía las muestras de los novedosos «Plastipol, Signode etc.» productos que representaba, que, además de modernos, eran bellos y sugerentes. Era una casa en la que merendabas, oías música, hablabas y que, poco a poco, se volvió para nosotros en la plaza del Parchís. De algún modo era nuestra casa. En ese punto me di cuenta de mi segundo error, la causa de esas maravillas, no era la mar, no era el espacio, eran don José y doña Justina. José Valle, eran unos ojos penetrantes «con una mirada en cuyo fondo relucía una sonrisa permanente» una conversación caudalosa y atenta, que se mantenía siempre a tu nivel, un conocimiento y un gran amor hacia Gijón del que lo sabía todo «conocía profundamente el Músel y, a la primera mirada, todos los barcos que entraban en él», así como hacia la montaña de la que sabía casi todo. Era también una gran claridad de ideas hacia los fenómenos mecánicos. Te explicaba transparentemente cada artilugio, desde la ingeniosa sartén con ventilador propulsado por la llama, hasta la bomba más compleja, tras pasar por el complicado «fui consciente mucho después» sistema del flejado industrial. Pero su principal virtud era que enseñaba, costumbre inaudita en aquellos años, poniéndose a nuestro nivel y abierto a aprender de unos enanos, que todavía estaban llenos de pinares en los ojos y tan en alta mar que no veían, siquiera, la playa. Justina Castro era una mirada aguda, como de cabezas de alfiler antiguo, que te penetraba con humorosa comprensión maternal, y que se abría desde ese punto luminoso para abarcar todo el espacio, así como para hacerte comprender los límites y los horizontes. Todo ello sin decirte nada; con una imperceptible mirada, como si un faro fuera, te decía donde estabas. Además era un ama de casa perfecta, gobernaba su entorno de tal manera, que no te sentías invitado, pero en cambio el respeto te salía del alma. Encima era una cocinera fantástica. Son inolvidables su bonito en rollo y su carne asada «recuerdo alguna excursión a un merendero de Peón, casa Pepito o algo así». Fantástica a tal nivel que me hizo para siempre un escéptico de Michelin; cuando me hablan de las excelencias o como en un multiestrellas, me acuerdo de la comida de Justina y riome. Los Valles fueron a estudiar a Barcelona; allí José Mari se hizo médico. En las vacaciones, durante toda la carrera, y después, seguimos haciendo de su casa nuestro club. Los Valles nos traían la vida catalana. A través de ellos conocimos, muchas cosas: libros músicas, a Raimon y, sobre todo, al incomparable Lluis Llach... a Pla. Hasta yo llegue a aprender catalán para poder saborear a Salvador Espriú y su magnífico poema la " Pell de Brau". En aquella época, los sesenta, Barcelona era la cabeza humana de Europa, casi del mundo. Cataluña, como en las fases más brillantes de nuestra historia «recuerdo a los Almogávares, a los reinos mediterráneos a Fernando el Católico y hasta a Gala Placidia», era una playa a donde llegaban las mareas de todas las culturas y, convertida en luz, el faro de todas ellas; de las de su España también. No había llegado aún la endogamia onanista que, desde el nefasto Jordi Puyol hasta ahora, los convirtió en una aldeona. Confiemos en que Dios nos ilumine a todos y España des ensimismada, vuelva a mirar hacia los abiertos horizontes de la mar. Esa cultura, igual que un rojo coral Mediterráneo, se incrustó en toda la pandilla, pues los que estudiábamos en Madrid estábamos ya en una aldeona, que no nos aportaba a la mente más que cerrazón; ahora que lo pienso, quizás Madrid «desde que Felipe II cometió el error de no poner su capital en Lisboa» fue siempre una aldeona que, conservada, pervive. La lectura de las "batallas" de su prensa nos lo recuerda a diario. Creo haber definido a mi manera la huella genética de los Valle, pero para acabar con la de José Mari me queda hablaros de la que, al cabo del tiempo, le dejó Allende. Un verano José Mari, trajo de Barcelona a su novia. Vino más veces. Se casaron, tuvieron a Sandra y a Pau; tienen nietos. Desde que los vi juntos por primera vez, me saltó a la vista que los dos tenían unas diferencias complementarias, los silencios de Allende y la velocidad dialéctica de José Mari se equilibran dinámicamente, pues Allende tiene esa movilidad tranquila del mar profundo, cuyas corrientes no se ven, pero cuya fuerza y rapidez se sienten. Allende es pintora, una buena pintora, les dio a todos, sentido de la proporción, del color y de la belleza. Tanto la profundidad de la pintura, como la brillantez de paleta de su hijo Pau, son genes de ella. Desde que acabó la carrera hasta ahora, Josu trabajó en el San Jordi, en Belltvitge, y hasta hizo horas extras de cirujano en las plazas de toros cercanas a Barcelona; estuvo en Stanford. Tuvo maestros, recuerdo que de joven siempre nos hablaba de Puig Massana. Se hizo también un maestro. A la vuelta de Stanford se instaló en Oviedo y en su hospital se convirtió en el Gran Maestro, felizmente en activo, que es. Como todos conocéis y ya fue glosada repetidamente la vida de Josu no me voy a reiterar. Sólo decir que es un gran médico, que domina no sólo su especialidad, sino que «frecuentemente hace de doctora Cole ante las preocupaciones de los amigos» da explicaciones claras y lógicas a los problemas más variopintos. Por lo que no es aventurado decir que conoce cómo funciona el humano, sin limitarse ni a su especialidad, ni a la enfermedad. Pero no es eso lo que más me admira. Lo que más me admira es que es que a esa lógica y claridad, fruto de su naturaleza y del conocimiento, añade simpatía compresión, trato humano y alegría. Es un médico que cura con la ciencia y con la empatía. Para describirlo recuerdo lo que me dijo un inglés sobre los jueces del tribunal de los Lores: Para ser un buen juez hay que ser un caballero y tener mucho sentido común. ¿Pero, no tiene que saber derecho?, pregunté. Si sabe algo de derecho mejor, fue la respuesta. José Mari es un gran médico porque es un gran señor, un caballero y tiene sentido común, además, a más mejor y secundariamente, sabe casi todo de medicina. Término haciendo notar lo bien que encaja este premio en el espíritu del Instituto y de Jovellanos, pues él creó su Instituto para conseguir jóvenes como José Mari. Todo ello se plasma en sus escritos sobre este Instituto y sobre sus alumnos. Creo que ese fue su principal interés vital. Hoy está de moda utilizar a Jovellanos para todo, así como desde todos los enfoques ideológicos, más o menos radicales, de derechas o de izquierdas «es normal, pues todos son hijos de Hegel, el totalizador de la razón, que nada -salvo intendencia- añadió a la compresión de San Agustín», e incluso se le utiliza para venderlo de modo despreciable, como si de Dale Carnegie se tratara, en cursos y libros variopintos. Ahora está muy de moda preguntar que propondría él para la Asturias de hoy. Pero Jovellanos no era ni promotor de una ideología, ni economista, ni jurista, ni naturalista, ni médico, ni ingeniero, ni vendedor, era sólo un pobre caballero y filósofo de provincias. Impregnado de astur verde, de espuma de mar y de niebla, que no creía en utopías (siempre totalitarias) y si en el pragmático sentido común. En resumen era un "pedestre" liberal, que amaba, en todos los aspectos, la libertad, que no pretendía liberarnos y que sabía que el camino se hace al andar. Por eso si se le formulará la pregunta de moda, ¿qué piensas para hacer progresar la Asturias de hoy? Respondería lo mismo que dijo en su día: Mas afición al riesgo, más cultura, menos servilismo hacia los poderosos, menos defensa de los intereses endogámicos, fuera el localismo, más libre iniciativa, más educación. Y haría especial énfasis en la educación, medio para crear humanos enteros, buenos profesionales y además miembros activos y solidarios de su sociedad. Un ejemplo de ese hombre, el que necesita Asturias, es José Mari. Con Jovellanos, su Instituto y él se cierra el círculo. Muchas gracias. 5 de agosto de 2013
Posted on: Tue, 06 Aug 2013 19:47:44 +0000

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