Homilía de mons. Jesús Sanz en la Eucaristía de San - TopicsExpress



          

Homilía de mons. Jesús Sanz en la Eucaristía de San Mateo Estamos culminando unas jornadas festivas en nuestra ciudad, que tienen a San Mateo como anfitrión. Tras los días vividos en Covadonga con motivo de la festividad de nuestra Santina, aquí en Oviedo nos metemos en esos nueve días que llamamos de la Perdonanza. Preciosa expresión que nos recuerda algo que el Papa Francisco nos está continuamente proponiendo como un camino espiritual que abra nuestros corazones a la esperanza. La Perdonanza es un novenario que nos permite adentrarnos en algo que abre de pronto la ventana de un consuelo real. Vivimos una serie de momentos de singular dureza en la vida de tantas personas y en el conjunto de la sociedad. Son muchas las razones por las que tanta gente experi-menta el ahogo de un aire irrespirable. El listado de los maleficios es tan grande y tan terco que parece impedir que tenga cabida el más humilde de los beneficios como es la paz, la confianza, la posibilidad de construir algo que no se derrumbe al primer envite infortunado. Pero cualquier camino en el que podamos y queramos aventurarnos, que no sea un camino ficticio y engañoso sino que responda a la verdad de nuestro corazón, que coincida con la promesa que Dios nos ha hecho, pasa irremediablemente por la expe-riencia del perdón. No es un perdón que banaliza nuestros errores y pecados, ni tampoco un perdón que nos restriega nuestra fragilidad tan vulnerable. Es un perdón que nos to-ma en serio, que nos abraza de veras, que posibilita en nosotros volver a comenzar tal y como nos ha dicho san Pablo en la primera lectura de la carta a los efesios: «os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humil-des y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 1ss). La Perdonanza sale a nuestro encuentro con la misericordia de Dios, que desha-ce el maleficio que nos acorrala cegándonos los ojos e imponiéndonos la impostura de creer que la vida no tiene salida, que nuestras dificultades más íntimas o más públicas no tienen solución posible y sólo cabe la evasión o la desesperación. Es el chantaje con el que siempre el maligno tratará de robarnos la esperanza. En la ya célebre entrevista que el Papa Francisco ha concedido al director de la revista italiana La Civiltà Cattolica hace sólo unas semanas, y sobre la que llevamos escuchando y entre leyendo tantas cosas en estos últimos días con desigual intención, con calculado reduccionismo, a veces con una sesgada selección de sus palabras, se aborda precisamente el tema del perdón, la cuestión de la Perdonanza. Es hermosa la imagen que emplea el Papa para invitarnos a los pastores y a todos los que componemos la Iglesia de Jesús, a esta actitud y a esta experiencia del per-dón. Dice así el Papa Francisco: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una ba-talla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol y el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Los ministros de la Iglesia deben ser ante todo ministros de misericordia. Por ejemplo, el confesor corre siempre peligro de ser o demasiado rigorista o demasiado laxo. Nin-guno de los dos es misericordioso, porque ninguno de los dos se hace de verdad carga de la persona. El rigorista se lava las manos y lo remite a lo que está mandado. El laxo se lava las manos diciendo simplemente “esto no es pecado” o algo semejante. A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación… Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, viene después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse». La escena del evangelio que hemos escuchado en la fiesta de San Mateo, narra precisamente su encuentro con Jesús, es la historia de su vocación personal. También yo viví en Roma, y por eso me ha agradado coincidir con una afición artística y espiritual que el Papa Francisco nos ha desvelado en estos días. Aunque nunca lo hicimos juntos, ambos acudíamos a la iglesia de San Luis de los Franceses para ver un cuadro muy par-ticular: La vocación de san Mateo, del gran pintor italiano Michelangelo Merisi da Ca-ravaggio (s. XVI). Es sin duda una de sus obras maestras del Caravaggio. Impresiona el realismo en el cruce de miradas entre Jesús y Mateo, el recaudador de impuestos. No le cita el Maestro en algún ala del Templo, ni en ninguna sinagoga tranquila y apartada. Irrumpe con toda su fuerza en el rincón de un hombre rodeado de lo que diariamente se cocía en torno a sí: sus cuitas, sus colegas, su trabajo, sus trampas, sus sueños también. Caravaggio con gran fuerza, ha representado a Jesús que sencillamente señala a Mateo, el cual, se auto-señala con su dedo como dudando, como sugiriendo que se ha equivocado de puerta Jesús, y que acaso no es a él a quien buscaba. Pero sí, era él y era a él a quien Jesús bus-caba, y lo hacía en la trama de un hombre, con toda su carga de ambigüedad y de luz al mismo tiempo, en donde Dios se adentra, señala y llama, invitando a recorrer otra sen-da, o a recorrer la misma pero de otra manera. Con belleza y fuerza, lo ha dicho también el Papa Francisco en esa entrevista a la que antes he aludido: «Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en que puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios». Hermanas y hermanos, hoy recordamos a este apóstol, pero no estamos asomándo-nos a una historia lejana y ajena a nosotros. Porque es el mismo Dios quien también nos llama a cada uno, por nuestro nombre y en nuestra situación, pero con tantas cosas co-munes con aquel bendito Mateo. Evidentemente que son otros los tiempos y son distin-tos los lares que nos distancian de San Mateo, pero tenemos en común tantas cosas que pertenecen al corazón de toda persona sea cual sea su edad, su situación y circunstancia. Los latires de nuestro corazón no palpitan tan diversamente hace dos mil años y ahora, y compartimos igualmente con aquel recaudador de impuestos sorprendido por Jesús, los ensueños de lo mejor y más noble, así como las torpezas de lo peor y más mezquino. En esa trama de hoy, Jesús entrará en nuestros ámbitos para señalarnos con dulzura, sin reproches acorraladores, y fijará su mirada bondadosa para invitarnos a la aventura de andar los caminos que Él hizo pensando en nuestra felicidad, a pesar y aun en medio de los obstáculos y fisuras que el mal uso de la libertad nuestra o de nuestros semejantes pueda complicar casi excesivamente nuestro destino. Mateo se encontró con Jesús, se dejó encontrar por Él. No tuvo que hacer nada es-pecial, ni limar previamente las aristas oscuras que contradicen la luz diáfana de Dios, sino que consintió que esa luz entrase y sencillamente iluminase. Todo cambió en la vida de Mateo, incluso lo que siguió en el mismo sitio y con las mismas gentes, pero que a partir del encuentro con Jesús fue mirado y abrazado de un modo tan distinto. Al término de nuestra celebración volveremos a venerar el Santo Sudario que con verdadera piedad custodiamos en nuestra Catedral ovetense como una reliquia que nos recuerda la Perdonanza de Dios en la Pasión de su Hijo. Que sea esta veneración un momento también para la gratitud y que nosotros podamos ser imagen viva, iconos acabados, de la misericordia entrañable que permite en nuestra vida mirar con esperanza. El Señor os bendiga y os guarde. + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo 21 septiembre de 2013
Posted on: Mon, 23 Sep 2013 08:18:34 +0000

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