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Hoy se cumplen ocho años de la cumbre de Mar del Plata donde se concretó el no al ALCA gracias al protagonismo asumido por Chávez, Kirchner y Lula, a quienes homenajeo en este recuerdo. Comparto mi testimonio sobre el viaje en el Tren del Alba. Diario de un pasajero del Tren del Alba Por Marcelo Langieri Son las 22,30 del 3 de noviembre de 2005, estoy en la sala de embarque de la Estación Constitución. Todo es bullicio, algarabía, emoción: está por llegar Diego para poner el broche de oro a una jugada talentosa, oportunista y audaz que esta vez no salió de su zurda mágica. Están todos los periodistas, todos, “al palo” diría Fito, el erotismo flota en el aire. Lo veo al pelado de CQC con el traje negro de rigor, me acerco y le digo: -por qué no le preguntás a cualquiera de los presentes, si pudieras elegir ¿en que lugar del mundo les gustaría estar en este momento? Sigue la locura. Bonasso trata de poner orden en la conferencia de prensa olvidando quizás aquello que dijo El General: el que quiera conducir en el orden morirá de una sed desconocida. Pero Miguel tiene con que aplacar la sed y sabe lo que está haciendo. Se hace la conferencia, los noteros se matan entre ellos para ver quien registra desde más cerca ese instante mágico: Diego está en el centro de la escena y dice sobre Bush lo que todos queremos decir: “Nos desprecia, es una basura humana”. Pero no se detiene ahí: “Estoy acá para defender la dignidad argentina. Que sepa que no lo necesitamos, que no le damos la bienvenida, que no lo queremos”. Termina la conferencia de prensa y nos dirigimos al andén. Pasar simultáneamente por una puertita común y silvestre más de cien invitados junto a centenares de periodistas es una empresa que sólo podemos emprender los argentinos. Lo curioso es que lo logramos, no pasamos todos juntos, claro, todos sabemos que todavía no estamos todos juntos. Ahora hay que subir al Tren. Era difícil no sentir una emoción especial al subir a este Tren. Tampoco resultó fácil subir todos al mismo tiempo, aunque ahora las puertas fueran cuatro o cinco. Pero evidentemente era un día de milagros y también lo logramos. Ya en el Tren nos acomodamos en nuestros lugares, los compañeros organizadores hicieron un gran esfuerzo y esto estaba bien calculado: para cada invitado había un lugar. En el vagón que me tocó en suerte estaban Federico Schuster, Enrique Oteiza, Miguel Monserrat, Lilia Ferreira, Beto Borro, para citar algunos de los que más conozco. Iban también varios periodistas emitiendo flashes informativos para los que informan primero. Con una puntualidad propia de los abuelos del tren partimos a la hora señalada. De la opción ventanilla o pasillo me tocó la ventanilla. El mundo se podría dividir entre los que prefieren el pasillo o la ventanilla. Yo siempre que pude elegí la ventanilla. En la ventanilla entonces, después de un rato, confieso también cierta lentitud, corrí la cortina para ver qué pasaba afuera y fue como correr el velo que nos impide ver la realidad: ya era la madrugada, sin embargo a lo largo de la vía había decenas, cientos, miles de personas con banderas argentinas, con linternas, agitando los brazos, abrazándonos, abrazándolo a Él, claro. Había camisetas de todos los clubes, en especial había una, debo reconocerlo con cierto dolor. A propósito de esto, recibí una mala noticia: cuando le pedí a Lilia Ferreira, la última compañera de Rodolfo Walsh, que firmara un petitorio de solidaridad con los miles de docentes que trabajan sin cobrar en la UBA, le pregunté de qué cuadro era hincha Walsh. Yo tenía la esperanza de que fuera Cuervo para aumentar mi pasión azulgrana -si es que es posible aumentarla- pero no, lamentablemente Walsh no era perfecto y se le ponía la piel de gallina. De todas maneras nos prometimos con Lilia mantenerlo en secreto. Cuando avanzaba el descampado y los saludos comenzaban a espaciarse y la emoción bajaba unos decibeles alguien dijo: -Viene Diego!!. Los compañeros encargados de la organización pidieron colaboración para que pudiera saludarnos a todos. Los periodistas otra vez al palo -insistiría Fito- pero ahora los envolvía la locura y sacaban las máquinas fotográficas que habían llevado para tener su registro personal, su foto con el Diego. Esto no era parte de su trabajo, era parte de sus sentimientos, era el testimonio de que habían estado con Él. Esto no resulta fácil de explicar y sería bueno que los “opinólogos” como los llama Pierre Bourdieu recurran a la ciencias sociales para hacerlo. La sociología está en condiciones de hacer un importante aporte en este sentido. Resulta obvio que no es el propósito de estas líneas hacerlo. Finalmente llegó la hora de tenerlo enfrente, de estrecharse en un semi abrazo cálido, de ver sus grandes ojos negros que me miraban. Le pedí una firma, autógrafos no –dijo. No es un autógrafo le dije presuroso –es un petitorio para que los docentes de la UBA que no cobran salario lo tengan, para que les paguen a los que laburan y no cobran. Entonces dijo que sí y estampó su firma en una planilla de la Asociación Gremial Docente de la Conadu Histórica. Cuando se fue vino el rélax, fue como después de hacer el amor y me dormí. Además al otro día, qué al otro día, en unas horas seguía la historia. Llegamos a Mar del Plata temprano, nos trasladaron en unos ómnibus al punto de concentración de la marcha. Estaban en el ómnibus Evo Morales, el Barba Gutiérrez y Miguel Bonasso con un gorrito de los bomberos voluntarios de la Boca. El Loco Galimba le hubiera gastado una broma si no estuviera muerto y si hubiera estado presente en este tren, cosa dudosa por sus últimos años. Llegamos al punto de reunión y se armó la cabecera de la columna. Fue más o menos como en la estación Constitución: cómo estar todos en la primera fila a la vez. Tampoco sé cómo pero se armó una cabecera y comenzamos a marchar. Entonces, con timidez diría, comenzaron a abrirse las ventanas de los edificios de la Avenida Independencia por donde avanzaba la columna. Empezaron a aparecer banderas argentinas, señoras en camisón que saludaban con el termo en la mano, algunos más entusiastas que agitaban los brazos, alguna cabeza que miraba hacia su propio edificio buscando complicidad, mirando quiénes habían asomado la cabeza. Esa presencia crecía a lo largo de las cuadras. Acá no logramos el punto palo pero estuvo bueno, no es una excusa pero estábamos cansados. Finalmente, acompañados por una llovizna que jodía y mojaba llegamos al estadio mundialista, nunca tan bien llamado. Como invitados del Tren tuvimos la prerrogativa y el honor de estar en la misma tribuna que la delegación cubana y venezolana al lado de la tribuna principal. Lo suficientemente cerca para emocionarse y lo suficientemente lejos para preguntarse qué estaba pasando. Estaban las Madres, las más legítima y unánimemente aplaudidas, dirigentes sociales y políticos. También estaban, y después actuaron artistas populares entrañables como Silvio Rodríguez, Daniel Viglietti y Víctor Heredia. Hubiera sido interesante que también lo hicieran las nuevas generaciones de artistas que también estaban presentes como una forma de intentar amalgamar lo viejo con lo nuevo. Después vino el discurso de Chávez. Resultaba difícil no emocionarse escuchándolo, debe ser el único dirigente latinoamericano, además de Fidel, que responde cien por ciento a la tipología weberiana. Y frente a él uno no puede distinguir la delgada línea que separa lo sublime de lo ridículo. Los procesos revolucionarios siempre presentan esta disyuntiva en su nacimiento, dilucidarla es una apuesta y un desafío que sólo resuelve la historia y los que se juegan el pellejo. Quién de los presentes no se iba a conmover con un discurso que reivindicó al Che, a Perón, a Evita, a Bolívar, a San Martín, a Miranda, a los desaparecidos, a los humillados y ofendidos, a los oprimidos, y que llamó a luchar contra el imperialismo. Después, despacito, cansados, emocionados, salimos del estadio. Supuestamente nos esperaba un ómnibus para llevarnos a la estación de tren. La cita era incierta así que con Federico Schuster preferimos ir caminando en busca de algún lugar donde comer algo. La tarea era tan complicada como la que tenía el gobierno para torcerle el brazo al malvenido visitante. Comenzamos a caminar por Independencia hacia el centro. Cuando comprendimos que nuestra idea no era original y que todo el mundo estaba buscando lo mismo decidimos desviarnos por alguna calle menos transitada, después de todo era una jornada de milagros. Como Dios ayuda a Chávez y a sus amigos, según la definición de Fidel, hicimos dedo. Nos levantó un fotógrafo marplatense. Nosotros íbamos con una pechera roja que en letras negras decía: STOP BUSH. Se ve que le gustó. La amabilidad se transformó en solidaridad y nos llevó hasta la estación de tren. En el camino nos contó que con un grupo de fotógrafos comerciales habían armado un sitio en Internet -losojosdelpueblo.ar creo que se llama- desde donde estaban haciendo una cobertura libre de la cumbre y contracumbre. Mar del Plata estaba conmovida, la historia bañaba sus playas y al imperio se le había metido una piedrita en el zapato. En un pequeño restorán frente a la estación comimos unos sorrentinos que nos parecieron los más ricos que cualquiera haya comido jamás y brindamos. Después subimos al Tren del Alba, ahora no estaba Diego, él ya había hecho lo que tenía que hacer y dicho lo que tenía que decir. La historia continúa. Buenos Aires, noviembre de 2005
Posted on: Wed, 06 Nov 2013 14:11:42 +0000

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