Huele a Opio. “Azú” y “De Navíos, Ron y Chocolate” - TopicsExpress



          

Huele a Opio. “Azú” y “De Navíos, Ron y Chocolate” revisan el impacto de la colonización en el desarrollo de la historia nacional. Las dos comparten el interés por remover las cenizas del pasado para entender mejor el devenir del presente convulso del país. Es una de las tendencias del séptimo arte contemporáneo en la Caracas del siglo XXI. El futuro dirá si la regresión valió la pena o fue un mero atajo de los realizadores de la vieja guardia, para evitarse problemas con los censores de la cultura oficial, amantes del rescate de la mitología de antaño. No es casual la restauración de las leyendas de Zamora, Bolívar y Miranda, por parte de la Villa del Cine. En el marco de dicho contexto, Luis Alberto Lamata concibe la antítesis del género, “Taita Boves”, una biografía inclemente sobre la barbarie de un caudillo doblegado por su sed de sangre y poder. Estudiosos en la materia vieron en ella una radiografía, marcada por la distancia, de las luchas intestinas, las guerras civiles no declaradas y las olas de violencia de la realidad actual. Años después, el mismo director regresa a la cartelera con “Azú”, un filme de un cariz menos polémico, dedicado a proyectar una de las banderas progresistas de la constitución. De una evidente corrección política, la pieza quiere narrar el proceso traumático de la emancipación de la esclavitud. Un capítulo ciertamente abolido por la industria vernácula. Allí reside el principal mérito del largometraje, enaltecido además por un impecable trabajo técnico. Son verosímiles las actuaciones, las decisiones de montaje, las pinceladas de humor negro, las persecuciones a campo traviesa y los homenajes a las peleas a machete limpio de “Antonio das Mortes”. El espíritu indómito de Glauber Rocha parece inspirar el armado de la puesta en escena, cuya vehemencia formal también recuerda al Werner Herzog de “Aguirre, la ira de Dios”. Lamata consiguió a su Klaus Kinski en el semblante volcánico y enardecido de Juvel Vielma, quien solo desentona por su acento forzado. La mujer de ébano Flora Silvestre es el gran hallazgo del reparto, mientras el veterano Pedro Durán se consagra en el papel de Yanga. Varios asuntos requieren de un análisis posterior. Primero, el previsible maniqueísmo del guión, negado a encontrarle una virtud a la impronta del hombre extranjero. España llegó para oprimirnos y explotarnos. Semejante reduccionismo, propio de Las Venas Abiertas de América Latina, contrasta con la visión de Malena Roncayolo en “De Navíos, Ron y Chocolate”, preocupada por encomiar las raíces del legado Corso en la evolución de Venezuela. Al respecto, el documental de la creadora peca también de esquemático y binario, pero a la inversa, escondiendo debajo de la alfombra la relación del tema con la piratería y la mafia. Entre santos y demonios del imperio, se pierde el foco. Echamos en falta los matices. Otra cuestión es el pésimo acabado de las dramatizaciones de la no ficción. Retomando el segundo punto, “Azú” roza los linderos telenoveleros de “Xica Da Silva” y “La Esclava Isaura”. Por último, el final es tan impostado como el cariz mesiánico de una supuesta liberación anticipada por un brujo. Los blancos quedan por fuera del desenlace con el color esperanza de la vinotinto. ¿Y el mestizaje racial? Diluido por el humo del opio de los pueblos.
Posted on: Mon, 22 Jul 2013 11:08:03 +0000

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