II.- ¡Qué poder, pero, al mismo tiempo, qué conmovedora - TopicsExpress



          

II.- ¡Qué poder, pero, al mismo tiempo, qué conmovedora sencillez en las palabras del Salvador! ¡Qué magnificencia, qué amor, sobre todo, en el don que nos hace! Un padre a quien la muerte va a separar de sus hijos, un amigo que va a alejarse de sus amigos, tienen empeño en dejarles un recuerdo, una prenda de su ternura. Jesús también va a morir, y su corazón, más amante, más tierno que el de un padre y de un amigo, experimenta igualmente la necesidad de dejar a los que ama más que a sí mismo un recuerdo de su amor infinito. Más Jesús es pobre de bienes de la tierra, nada posee, y no tiene acá abajo un lugar donde reposar su cabeza. ¿Qué puede, pues, dejarnos? ¡Ah! ¡El amor es siempre rico, y el corazón de nuestro Jesús nos guarda un tesoro! Recógese en sí mismo el Hombre-Dios y absórbese todo entero en su pensamiento divino. Conmovidos, admirados sus apóstoles, contémplanle con admiración, presienten un prodigio mayor que todos cuantos están acostumbrados a ver hacer a su muy amado Maestro. Nunca hasta entonces le han visto tan majestuoso y tan bello; nunca les ha parecido tan grande y tan amable; esperan... ¡qué va a hacer? Jesús toma un pan, lo bendice, lo parte, diciéndoles: Tomad y comed; éste es mi cuerpo. En seguida toma una copa llena de vino, bendícela igualmente, y dice: Tomad y bebed todos de ella; ésta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, que será derramada por vosotros; haced esto en memoria de mí. Repártense los apóstoles el pan divino que Jesús acaba de partirles; cada uno de ellos toma su parte del misterioso brebaje que se les presenta, y el corazón de cada apóstol conviértese en un tabernáculo vivo donde el Maestro, que adoran y a quien ven por última vez sentado a la mesa en medio de ellos, reposa con delicia. Porque el pan que el Salvador les ha dado no es una figura de su cuerpo adorable; el vino que han bebido no es un emblema de la sangre preciosa, que dentro de algunas horas será derramada por ellos y por el mundo entero, sino que es el propio cuerpo y la propia sangre del mismo Jesús. Aquí no hay imágenes, no hay figuras, sino la realidad. Las palabras del Salvador son claras,precisas; no ha envuelto la verdad con el velo de las parábolas; ha dicho sencillamente; Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre; haced esto en memoria de mi; y estas sencillas palabras han obrado el mayor de los prodigios. Ellas han cambiado el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo. Bastan a Dios pocas palabras para hacer cosas grandes, y las del Verbo encarnado, más poderosas en cierto modo que el Fiat (Hágase) creador que hizo salir el universo de la nada y dió la vida a todos los seres, dan a Dios una nueva vida, o más bien le crean un nuevo género de vida, y aseguran al hombre la posesión de su Dios durante los días de su peregrinación. Jesús no ha pronunciado más que algunas palabras, y estas pocas palabras han realizado la obra más admirable de su poder, de su sabiduría y de su amor. Se ha dado a su Iglesia, no en figura, sino en realidad: en adelante Él es bien de ella, su propiedad, le pertenece todo entero, y los apóstoles, a quienes en este solemne momento instituye mandatarios de su poder, y por decirlo así, sus legatarios universales, están encargados de transmitirle como su más preciosa herencia el divino legado que acaba de hacerle su adorable Esposo. Sí; Jesús acaba de darse a su Iglesia, de darse a nosotros; su cuerpo, su sangre, su alma, su divinidad, todo nos pertenece en adelante, nada se ha reservado, y el amor con que nos ha hecho ese don magnífico dobla todavía su valor. Nada ha podido resfriar este amor, nada ha podido detener las santas prodigalidades de su ternura y ser obstáculo a la generosidad del corazón sagrado de nuestro Jesús...Continuará
Posted on: Mon, 25 Nov 2013 21:14:18 +0000

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