IRA Los recuerdos regresaron a su mente en el mismo momento en - TopicsExpress



          

IRA Los recuerdos regresaron a su mente en el mismo momento en el que puso ambos pies en Oscuridad. Por supuesto, pasaron muchos años hasta que decidió dejar cualquier resquicio de vida pasada, precisamente allí, en el pasado. Todo había sucedido en aquel lejano lugar en el que todo fue puro sufrimiento. El sol parecía que brillaba con más intensidad allí, comparando con como acostumbraba a lucir en Rangún. Aquellos instantes de sol eran los que más le gustaban. Los pájaros trinaban acompañando el vaivén de los árboles, que movidos por el viento, se dedicaban a bailar su danza particular. En los Acantilados de Milch se podía disfrutar de una inusitada tranquilidad a pesar de los tiempos que corrían. Se sentía muy a gusto allí, sentada, pudiendo disfrutar del sol, de la brisa. En definitiva, de todo aquello cuanto le rodeaba. No obstante, los recuerdos le seguían atormentando allí donde se encontrara. Muchas fueron, a lo largo de los años, las ocasiones en las que pensó en regresar. Aunque después de intensos debates con su propia mente declinaba la opción, dejando aparcada la incertidumbre, hasta la siguiente ocasión. Pero, finalmente consiguió poner su mente en orden y no se paró a pensarlo, simplemente regresó. En aquellos instantes, no se encontraba en la más absoluta soledad. Sentado a su lado se encontraba alguien, no era su esposo, era obvio. A él le hubiera gustado volver a Oscuridad, más, en la situación en la que se encontraban en aquellos momentos sus hermanos y amigos. Pero ya no era posible, él no estaba allí para poder colaborar. Y aquel era el motivo principal, por el que a Mona, no dejaba de martillearle la culpa día tras día desde el mismo instante en el que se enteró de que Maya había conseguido capturar a Urban y su esposa Tiana. Tras su captura, los acontecimientos influyeron en su decisión, ya que sin quererlo, o sospecharlo, les involucraron, tanto a ella como a su hijo, Ikú. Ella y solo ella, fue la causante de la desgracia de su esposo. Murió por su culpa y por aquel motivo su hijo no podía disfrutar de su compañía. Ojalá no hubiese sido tan tozuda, ojalá hubiese cedido cuando su esposo intentó que lo hiciera a lo largo de su vida en Rangún. Probablemente su vida en aquellos instantes sería bien distinta, ¡quien lo sabía!, ya no había forma de averiguarlo, y se odiaba por ello. De su lado no se separaba su hijo, Ikú, ¡que chico! Desde que ella regresó a Oscuridad y en concreto cuando se rencontraron en Milch, su hijo no se apartó de ella, salvo en sus horas de entrenamiento. Eldar estaría muy orgulloso de él, seguro. Ella, sin lugar a dudas, también lo estaba. Él era toda su vida, y se sentía capaz de cualquier cosa por el chico. Daría su propia vida si fuera necesario. ¡Madre mía!...cuanto le recordaba a Eldar. Era igual que su padre; no solo en su aspecto físico, sino en el carácter también. Su capacidad de tomar decisiones sin meditar las consecuencias, con tal de colaborar con la gente a la que querían, defender su familia e incluso sacrificar su propia vida por el amor, aquellas eran exactamente las reacciones que hubiese tenido su esposo. Llevaban días dando vueltas por su memoria ciertos momentos de su vida junto a su esposo. No querían abandonar su mente y para ella eran como puñaladas lanzadas directamente a su corazón causándole dolor. Unos días en Oscuridad y el escozor se acrecentó convirtiéndose en algo insoportable. Aunque, de entre todos los recuerdos que le retornaban, solo uno, lo hacía con mayor intensidad. ‹‹―Vamos mujer, recapacita, ha pasado mucho tiempo ―la intentó tranquilizar Eldar para conseguir que razonara. ―No Eldar, no quiero razonar, ni volver y tampoco quiero hablar sobre ello. Jamás perdonaré lo que nos han hecho ―contestó Mona llena de ira mientras golpeaba con su dedo índice sobre la mesa de la cocina. ―No nos han hecho nada ―insistió su esposo, sin perder la paciencia. ― ¡¿Cómo que no?! ―preguntó alzando mucho más la voz―. ¿Cómo llamas tú, a tu mortalidad? ―le espetó sin pararse a pensar el daño que le provocaban sus palabras a su esposo. A pesar de ello, Eldar, se mantuvo impasible, apenas cambió la expresión de su rostro. ―Decisión ―le contestó con suma tranquilidad. Se levantó de su asiento y le dio la espalda a Mona. La quería, con locura, aunque en ocasiones le hiciera perder la paciencia. Era muy tozuda una vez había tomado una decisión, ya no había manera de hacerla entrar en razón; no digamos que la cambiara. ―Claro que fue una decisión. Una decisión, que te he repetido una y mil veces, a mi criterio, que fue forzada ―contestó llena de rabia. ―Mujer…, la hubiese tomado de igual manera. ¿Te tengo que recordar que eres humana? ―le dijo con dulzura. Aunque fue en vano. Su exposición solo sirvió para que se enfureciera y se pusiera más tozuda. ― ¡Se perfectamente lo que soy! ―le recriminó. Odiaba que utilizara aquel argumento en su contra. La enervaba. Su esposo se acercó y la agarró con suavidad de las manos. Ella evitaba a toda costa, encontrarse con su mirada, pero Eldar, le obligó a que le mirara. ―Bueno, en ese caso, solo te pido que recapacites. Me gustaría ir a visitar a mi familia, y desearía que tú y el niño vinierais conmigo y me acompañarías ―le pidió mientras conseguía abrazarla con mucha suavidad y extremo cariño. Ella consiguió zafarse de él, se dio la vuelta y cruzó con dureza los brazos, queriendo demostrar su enfado, y sobre todo su desacuerdo. ―Familia dice…. ―comenzó, como si hablara consigo misma, se giró―. ¡¿Qué familia?! ―gritó―. La misma familia que te dio la espalda cuando supo de nuestra relación. Tengo que recordarte que, esos a los que tú llamas familia. Esa a la que tanto anhelo tienes por ver, fueron los mismos que te desterraron. Fue entonces cuando Eldar perdió los nervios, solo unos instantes, pero lo suficiente como para que el semblante de Mona se relajara. Se enfrentó a su mujer, no soportaba que se saliera por la tangente con el asunto del destierro. ― ¡Eso que dices no es cierto! ―pero una vez hubieron salido las palabras de su boca, se intentó sosegar. No traía buenas consecuencias perder la paciencia. Se sentó en unas de las sillas de la cocina para conseguir que la calma regresara a su cuerpo. Una vez se hubo conseguido esperó a que su esposa tomara de nuevo la revancha. Ésta se dio la vuelta para seguir enfrentándose a su esposo. ― ¿Ah no? ¿Eso no es cierto? El no poder continuar tu vida junto a los tuyos ¿Qué significa para ti? ―le espetó mientras colocaba los brazos en jarras. ―Vosotros sois mi gente, mi familia y mi vida al completo. No tienes razón en lo que me estás diciendo. Ellos son parte de mi familia, aunque ya no sea como ellos. No soy un Elfo, soy humano ―contestó mientras alzaba la voz un poco más de lo normal, para dar énfasis a sus palabras. De pronto, un niño de corta edad, apareció en la puerta de la cocina. Un pequeño de apenas cinco años, que los miraba asustado. Su reluciente pelo castaño lucía enmarañado por haber permanecido durmiendo. Sus ojos, del color de la miel, en aquellos momentos brillaban como si las lágrimas estuvieran a punto de precipitarse por sus preciosos ojos, unos ojos que en aquellos instantes estaban extremadamente abiertos. Ikú, permaneció impasible, sin apenas moverse, ni tan siquiera pestañeaba. Odiaba escuchar cómo se gritaban sus padres. Bajó hasta la cocina a hurtadillas para enterarse de lo que ocurría y permaneció quieto, muy quieto, sin saber como reaccionar. Hasta que, finalmente, optó por interrumpir la discusión. ― ¡Padre! ¡Madre! ¿Por qué os gritáis? ―preguntó asustado. Ambos se miraron ante la sorpresa que les causó escuchar la voz del pequeño. No les gustaba que Ikú los viera gritar. Su madre se acercó a la puerta y lo cogió de la mano, obligándole a que se sentara junto a ellos en la mesa de la cocina. ―Ven cariño, ponte aquí ―le pidió con ternura. El pequeño explotó, no pudo contenerse por más tiempo y las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos sin poder hacer nada por evitarlo. ―No entiendo porque os estáis gritando ―dijo cargado de frustración―. No me gusta que lo hagáis. Me da mucha tristeza ― a sus padres, sin lugar a dudas, les partía el corazón escucharle las palabras que acababa de pronunciar su pequeño, y verlo llorar con desconsuelo no hacía más que agravar la situación. ―No debes preocuparte, no ocurre nada, cariño. Puedes estar tranquilo ―comenzó a explicarle a su padre―. En el día a día de una familia, tiene que haber discusiones. Tu madre y yo, no siempre estamos de acuerdo con todo lo que hablamos o compartimos. Debes comprender de que a pesar de todo, no dejamos de querernos ―pero a pesar de las explicaciones de su padre, Ikú continuaba mirándolos, sin terminar de entender, porque entonces, se gritaban tanto. Su madre se levantó de la mesa, y comenzó a preparar un gran vaso de leche para el pequeño, mientras continuaba hablando con él. ―Una familia, en ocasiones, debe discutir, gritar y enfadarse. No debes preocuparte ―a continuación, puso el vaso frente a Ikú. Éste se limitó a sujetarlo y observar a su madre mientras le contestaba. ―No me gusta, y por mucho que me lo expliquéis, sigue sin gustarme, madre. ¿Y si os enfadáis mucho, mucho y dejáis de quereros? ―dijo sofocado. Al escuchar aquellas palabras de la boca de su hijo, Eldar cogió de la mano a Mona y continuó hablando con total serenidad. ―Puedes estar tranquilo, ya que eso no sucederá jamás. Bébete la leche hijo, se te va a enfriar ―Ikú obedeció sin rechistar y aprovechó para poder restregarse los ojos y así retirarse las lágrimas que aún resbalaban por su rostro. Una vez se hubo bebido toda la leche, le preguntó a su padre. ―Pero no entiendo, padre. Si tanto os queréis ¿Por qué os enfadáis y os gritáis? ―sus padres se sonrieron y lo miraron con dulzura. Fue Eldar el que intentó explicarle la situación lo más claro posible, mientras su madre se dedicaba a mecerle el pelo con suavidad. ― ¿Cuántas veces te has enfadado tú, con tu madre? ―preguntó sin dejar de sonreír. ―Muchas ―contestó agachando la cabeza. A Mona le encantaba cuando se ruborizaba. Si ocurría, como lo hizo en aquella ocasión, lo achuchaba entre sus brazos y se lo comía a besos. Aunque, aquella vez no lo hizo, simplemente se limitó a continuar meciéndole el pelo. ― ¿Has dejado de quererla por ello? ―insistió su padre. Sabía que con aquella simple pregunta iba a ser capaz de comprender todo con sencillez. ― ¡Nooooo! ―contestó asombrado. Era evidente que aunque se enfadara con su madre, ello no significaba que luego no se le pasara el enfado y continuara como si no hubiera ocurrido nada. ―Entonces, debes entender, que entre tu madre y yo pasa exactamente lo mismo ―explicó su padre con una sonrisa. Solo deseaba que su pequeño se quedara tranquilo. Siempre lo conseguía. En aquella ocasión, no fue diferente, Ikú se tranquilizó. ― ¡Vale! Ahora ya lo entiendo, aunque sigue sin gustarme que lo hagáis. ―De acuerdo, cariño ―comenzó Mona―. Te prometemos que no nos vas a escuchar discutir más ―sentenció mientras se levantaba y lo abrazaba con mucho cariño. Ambos, marido y mujer, se miraron y asintieron con la cabeza dando por zanjado el asunto. Ikú se conformó con la explicación que le dieron sus padres y éstos no volvieron a discutir el tema de regresar a Oscuridad, jamás. Simplemente se limitaron a dejarlo pasar. ¿Cuál fue el desenlace de aquella drástica decisión?, pues tan simple como que Eldar enfermó por la pena que le comenzó a ganar terreno poco a poco y le asolaba el corazón. Aunque él parecía feliz, la realidad era otra bien distinta. La tristeza de Eldar nada tenía que ver ni con su mujer, ni con su hijo. Por todos era sabido que adoraba a ambos, aunque la actitud de Mona de no querer regresar, no dejaba salir la espina que llevaba clavada en su corazón y que poco a poco dejaba escapar a suspiros cualquier atisbo de permanecer con vida en un mundo que lo mantenía castigado. Después de una larga enfermedad, Eldar murió cuando Ikú contaba con dieciséis años. A pesar de que, Mortina y Tiana lo intentaron todo, no obtuvieron los resultados que tanto anhelaban. Fue como si Eldar se hubiera afanado en no colaborar con las sanadoras. No puso nada de su parte y aquello no facilitó nada su mejoría. No entendían porque tenía tan pocas ganas de disfrutar de su vida; tenía un hijo fabuloso y una mujer capaz de cualquier cosa por ellos, pero él se limitaba a padecer, sin ningún cambio significativo en su extraña enfermedad. A las sanadoras les costó encontrar la respuesta a todas las preguntas que les venían a la mente, hasta que después de muchos estudios, descubrieron lo que realmente le sucedía a Eldar, e intentaron luchar contra ello. Le hicieron pociones sanadoras, le dieron hierbas, ungüentos, pero nada parecía que fuera suficiente. Al parecer era demasiado tarde, no había vuelta atrás, no podían salvarlo. Solo consiguieron retrasar el fatal desenlace, pero finalmente, Eldar se dejó vencer por la muerte que llegó a Rangún para que la acompañara en su nueva misión.›› Permaneció mucho tiempo, sumida en su profunda ensoñación, provocada por los recuerdos, pero pudo escuchar en la lejanía de su mente, como alguien intentaba que regresara de allí de donde se encontrar, a la cruda realidad. ― ¿Madre? ¡Madre! ―optó por zarandearla su hijo―. ¿Qué te ocurre? ―preguntaba con mucha insistencia. Su madre lo miró con ojos vidriosos. La nostalgia se terminó de apoderar de su cuerpo y también de su corazón. Se aclaró la garganta, intentando hacer desaparecer el nudo que se alojó en la misma. ―Perdona hijo, estaba recordando, y me he quedado traspuesta. ― ¿Recordando a Padre? ―preguntó Ikú, a pesar de conocer con precisión, cual era la respuesta. ―Sí, cielo ―asintió, mientras miraba hacia el horizonte. ―Yo también lo echo mucho de menos ―aclaró Ikú y no decía nada que no fuera cierto. Recordaba los días en los que su padre aún vivía; y sabía que fueron los mejores, porque a pesar de que se encontraba enfermo, y de que estuvo mucho tiempo en el que permaneció postrado en una cama, siempre estuvo allí para escucharle y darle buenos consejos. Le hubiese encantado tenerlo a su lado, para poder compartir con él sus inquietudes sobre Nailo. Aunque ya no servía que pensara en ello, eso no iba a ocurrir jamás, su padre no iba a regresar. Su padre, ya no estaba a su lado. ―Lo sé hijo ―no habían hablado nunca sobre ello, pero ella, como madre que era, lo sabía. Se hizo un breve silencio, roto por el ruido del agua que resonaba en sus relajados oídos, haciéndoles disfrutar de la agradable melodía provocada por la suave brisa que acompañaba y acariciaba el joven césped, mientras daba la bienvenida a la primavera. ― ¿Madre? ―la llamó Ikú dubitativo―, ¿cómo es que nunca me habéis hablado de Oscuridad? Mona suspiró. Llegó el momento que tanto tiempo estuvo esperando, temiendo la reacción de su vástago. Un momento, que hubiese pagado con su propia vida, con tal de no tener que hablar sobre ello. Un momento, que de haber podido elegirlo, no hubiese permitido que llegara jamás, pero no le quedaba más remedio que atacar al problema de frente. ―Llevo esperando este instante desde el mismo momento en el que descubrí que estabas loco por Nailo ―volvió a suspirar―. Por suerte para mí, tenía la absoluta certeza de que ella desconocía la historia real de su vida con respecto a este mundo, por lo que decidí retrasar nuestra conversación. Pero al parecer, ya no puedo esperar ni un instante más. Ikú no retiró su mirada del rostro de su madre, sin llegar a comprender, que era lo que quería explicarle Mona. ―Madre, siento decirte que no te sigo. ―Verás hijo… ―carraspeó por enésima vez―… ¿qué sabes exactamente de tu padre? ―preguntó claramente incomoda. El muchacho sintió un extraño escalofrío por la espalda. No le gustó, por un momento, sintió pánico. ¿Qué era lo que pretendía su madre con aquella pregunta?, pensando mejor ¿a que venía aquella pregunta? Si deseaba aclarar todas las dudas, debía llegar al final de la cuestión que le planteaba su madre. ― ¿Lo que sé de mi padre? ―repitió. Mientras, su madre, asintió con la cabeza―. Bueno… pues… sé que era un vendedor de abalorios, como lo fue en su momento el abuelo. También que era un padre atento y cariñoso, que siempre estaba para lo que le necesitara, hasta que murió ―finalizó. Su madre suspiró en una ocasión más. ―Verás hijo…, esa historia es cierta, pero en parte ―susurró Mona. Empezó a sentir miedo. No sabía como se iba a tomar Ikú la verdad. ― ¿Cómo? ―Ikú, alzó la voz. ― El caso es… ―hizo una pequeña pausa, en la que aprovechó para tomar un poco de aire con el fin de poder retenerlo en el interior de sus pulmones. Sintió un denso nudo en su garganta que no deseaba marcharse y le impedía hablar con claridad―… Tu padre…, sí fue un vendedor de abalorios, pero eso solo lo realizó cuando vivíamos en Rangún. Hubo una época en la que no vivimos allí… hubo una época en la que ambos vivíamos aquí, en Oscuridad. Y por supuesto, aquí, no se dedicaba a la venta de abalorios, cosa a la que tu abuelo tampoco se dedicaba. Ikú se encogió de hombros. Le pareció cómica la situación de la que estaba siendo testigo. ―Entonces, ¿qué es lo que hacía exactamente? ―preguntó con sarcasmo. Estaba impaciente, deseaba saber que era lo que quería explicarle su madre. Aunque, por otra parte, la sorpresa se comenzaba a apoderar de su mente. Ikú se percató de que Mona comenzó a tragar abundante saliva; como si quisiera contener las ganas de vomitar. Ella, incomoda, como estaba no fue capaz de juntar las palabras adecuada para continuar hablando con su hijo. Cuando reunió el valor suficiente, comenzó a hablar, pero tan solo tartamudeaba. ―Tu padre,…. Eldar…., aquí en Oscuridad, era…, era…, un…. ―imposible conseguir decirlo. Los ojos se le anegaron de lágrimas. Unas lágrimas de amargura, provocadas por la mentira, el resentimiento y por supuesto, la culpa. Su hijo, por su parte, no tenía ninguna intención de dejar las declaraciones de su madre sin aclarar. Continuó insistiendo para que su madre hablara. ― ¿Un que, madre? ―estaba intrigado. Aunque intrigado no era la palabra más adecuada. Lo que realmente comenzaba a estar era, enfadado. Enfadado, porque presentía que no le iba a gustar lo que le iba a contar su madre. Mona suspiró por última vez y soltó todo lo que llevaba en su interior sin apenas pensar las palabras que brotaban de su garganta. ―Un Elfo ― ¡Lo consiguió! Lo soltó y por fin se sintió liberada al pronunciar las palabras que durante tanto tiempo le atormentaron. Ikú se quedó paralizado ¿había escuchado bien? No, seguro que no. No podía ser cierto lo que su madre acababa de decirle. Debía ser una confusión. Pero cuando vio el rostro enrojecido de su madre y las lágrimas que le surcaban los pómulos, tuvo plena consciencia de que, lo que le acababa de confesar era total y absolutamente cierto. Fue entonces cuando explotó. ― ¡¿Qué?! ¡¿Estarás de broma?! ―Mona, negaba suavemente con la cabeza, apenas fue capaz de mirar a su hijo a la cara. La reacción de Ikú, fue exactamente, como la temió. Le recordó mucho más a Eldar, a pesar de que él no acostumbraba a enfadarse. No, no solía hacerlo. Decidió que lo mejor era contestarle con mayor naturalidad posible para evitar que la furia de su hijo fuera en aumento. ―No hijo, no es una broma. Es tan cierto como que estamos los dos aquí y ahora, hablando sobre ello ―hizo una pausa, para luego continuar―. ¿Cuándo te encontraste en Rangún, con los Elfos, no te diste cuenta de que su apariencia era muy parecida a la tuya? ―La verdad es que…. Sí que lo pensé…. ―su mente viajó hasta aquel preciso instante. Recordó el día del mercado. Fue el mismo día que se decidió a hablar con Nailo. El mismo día que ella le dijo que se debía marchar a algún lado, sin especificar a cual. Su mente continuaba haciéndole recordar aquel preciso momento en el que, estando preparando el puesto, observó como unos hombres se estuvieron aprovechando de los mercaderes y viandantes. También recordó que fue lo que sintió cuando los Elfos se quitaron sus capuchas dejando al descubierto sus rostros para enfrentarse a los hombres al mando de Maya. Hubo un breve instante en el que llegó a pensar que uno de ellos era su propio padre. Incluso, aun sabiendo que no podía ser, sintió un golpe de alegría que pronto se esfumó al entender que solo fue una simple coincidencia. Los rostros de los Elfos, no solo le resultaron familiares, sino que llegó a tocarse su propio rostro cuando estuvo frente a ellos, por la sensación que lo invadió, como si se hallara frente a un espejo en el que podía ver su rostro reflejado. Su madre lo hizo regresar de su viaje por sus recuerdos. ―Hijo, ¿cuándo estás con Marea, no te recuerda a alguien? ―Pues sí…. ―afirmó meditabundo―… pero pensaba que era por lo que me hubiera gustado que estuviera con vida ―lo cierto era que Marea, físicamente, era exactamente igual que su padre y por supuesto eso le gustaba. Era como si hubiera regresado para estar junto a él y protegerlo. ―Hijo, Marea es….es… tu abuelo ―dijo esperando impaciente poder ver la reacción de su hijo. Fue entonces cuando no pudiendo resistirlo por más tiempo rompió a reír. La simple mención le resultó graciosa. Marea su abuelo…. Lo meditó unos momentos y en lo más profundo de su corazón, por unos breves ―brevísimos instantes― llegó a desear que fuera cierto. Pero era imposible. Marea era…. era… incomprensible que su madre pretendiera que él llegara a creerse semejante historia. ―En serio Madre, por ahí no paso ¿qué clase de broma es esta? ―Ninguna ―sentenció una voz que escuchaba mucho habitualmente. Ikú se giró con brusquedad. Entonces, solo entonces, supo que lo que le acababa de contar su madre era total y absolutamente cierto. La persona que interrumpió, no era otra que Marea. Se encontraba tras ellos, les pidió permiso, y se sentó junto a ellos. Fueron unos tensos momentos, a los que le precedieron, una larga historia, que entre su madre y Marea comenzaron a relatarle. Escuchó la historia de amor entre sus padres, escuchó como afrontaron el rechazo por parte de la familia de Mona. Le explicaron el razonamiento que motivó a su padre el decidir convertirse en un humano y lo que significó para él la mortalidad. Y por supuesto entendió, porque sus padres discutieron durante tantas ocasiones y lo que significaron para el propio Ikú. Solo hubo una cosa que no le explicaron, y fue el porqué lo mantuvieron en la ignorancia, durante todos los años de su vida. Después de un largo rato de narración, en el que lo pusieron al corriente de muchas cosas, se hizo el silencio. Un silencio roto tan solo por la intervención en la escena, de Ikú, que parecía estar colérico, y a punto de estallar. Respiró y consiguió reunir las palabras. ― ¿Habéis terminado? ―preguntó en tono monocorde. ―Sí ―contestaron al unísono, mientras lo miraban fijamente a los ojos ¿Qué podían decirle? Mona estaba absolutamente conmocionada no encontraba las palabras de consuelo o disculpa. Se sentía culpable, pero tampoco deseaba abordar el asunto hasta no cerciorarse de que su hijo se calmaba. Entonces Ikú, para angustia de su madre, se levantó de donde estaba y sin decir una palabra más, comenzó a alejarse. Mona se levantó a todo correr e intentó agarrarlo para que se quedara. Estaba asustada y lloraba con desconsuelo. ― ¡Hijo! ¿A dónde vas? ―preguntó nerviosa. Pero Ikú se soltó de su madre con desagrado y sin decir ni una sola palabra se limitó a continuar andando. Mona le llamó entre sollozos. Aunque fue en vano, Ikú no respondió. Ni tan siquiera se volvió para mirarla. Marea se acercó a Mona y le puso la mano sobre el hombro. ―Déjalo Mona. Lo superará ―le aconsejó. ―Eso espero ―murmuró Mona con los ojos anegados por las lágrimas. Entre tanto Ikú, deseaba desaparecer de allí. No pretendía volver a enfrentarse a una realidad que jamás hubiera imaginado que le pudiera hacer tanto daño ¿Cómo pudieron hacerle aquello? Peor aún, ¿porque su madre permitió que su padre enfermara? Ella que siempre fue fiel defensora de su capacidad de dar la vida por su familia ¿qué fue lo que hizo? Dejar morir a su padre de tristeza. Necesitaba estar solo para poder poner en orden sus sentimientos. Debía ordenar su mente, se sentía engañado. Le hicieron vivir una vida que no le correspondía, lo mantuvieron engañado durante veinte años ¿Cómo pudieron ser tan crueles? En aquel instante comprendió como se debió de sentir Nailo cuando le contaron su propia realidad. La diferencia residía en que, ella parecía que estaba conforme con el hecho de que hubieran mantenido su vida en secreto ¿Iba a ser él, capaz de perdonar? En aquellos momentos no podía pensar en ello con imparcialidad. En su interior, sin embargo, continuaba debatiéndose ante como debía comportarse por tal revelación, ¿debía hacer como que no había ocurrido nada, o por el contrario…? Alguien le tocó en el hombro, no escuchó que se acercara nadie., por lo que sin girarse para ver de quien se trataba, bramó malhumorado. ― ¡Quiero estar solo! ―Perdona, no quería importunarte, luego estamos ―se disculpó Nailo. Entonces, sin pensarlo ni un minuto, Ikú se levantó de donde estaba y cogiéndola por la mano, la sujetó para que no se marchara. ―Lo siento, no quería ofenderte, pensé que era otra persona. Acompáñame, por favor. Tú mejor que nadie me puedes ayudar en este momento. Siéntate un rato aquí conmigo ―le pidió arrepentido por su reacción. Nailo asintió con una dulce sonrisa en el rostro. Ikú la sujetó de la mano y ambos se sentaron juntos en la orilla del rio. ― ¿Qué tal te encuentras? ―le preguntó sin dejar de mirar el rostro del muchacho. Él mantuvo la vista al frente, no fue capaz de mirarla a la cara. ―No demasiado bien. Deduzco que te has enterado ―suspiró Ikú. ―Deduces bien. He ido en busca de Marea para contarle un adelanto en mi entrenamiento. Estaba con tu madre, y tras explicarme lo que ha pasado, Mona me ha pedido que intente hablar contigo ―Nailo le concedió unos instantes, no lo presionó. Debía hablar cuando estuviera preparado para ello. El joven volvió a suspirar. ―Estoy confuso. En estos momentos odio cuanto me rodea. Me siento frustrado, dolido y engañado. No sé si podré perdonarlos el hecho de que me hayan mantenido engañado durante todo este tiempo. Nailo entendía perfectamente por lo que estaba pasando Ikú. A pesar de que cada uno de ellos tenía su particular historia, en ambas situaciones tenían una cosa en común: A los dos les escondieron una realidad. No obstante, diferían en los motivos por lo que sus padres lo hicieron. Se quedó mirándole fijamente a los ojos. ―Entiendo como te sientes, pero ¿crees qué merece la pena tomártelo de este modo? No te va a devolver al pasado, y es allí a donde pertenece lo que tu madre te ha contado. Ahora debes mirar hacia el futuro y olvídate de lo que no puedes recuperar ―lo aconsejó. Pero Ikú negaba con la cabeza. ―La teoría es muy fácil, sobre todo, cuando se trata de aconsejar a otra persona, pero no es tan sencillo. Quizá, si mi padre no hubiese muerto, tal vez hubiese continuado siendo un Elfo, quizá…. ―Quizá… ―le interrumpió Nailo―… no estaríamos manteniendo esta conversación, quizá jamás nos hubiésemos conocido, y te puedo seguir diciendo mil quizás más ¿para qué? Absolutamente para nada. Vive el presente y deja atrás el pasado. ―Vuelvo a repetirte que lo ves demasiado sencillo ―la recriminó Ikú molesto―. Siento decirte que no es tan maravilloso como tú lo planteas. ―Según tú, lo veo demasiado sencillo ¿verdad?…. Permíteme que te corrija, eres ¡tú! el que lo ve más difícil de lo que realmente es. Míralo desde mi punto de vista un instante. Yo también he vivido una vida que no me correspondía, también habían escrito la historia de mi corta vida, diferente a la real. ¿Qué me ha traído la verdad? Un mundo del que apenas conozco nada, pero rodeada de la gente que más quiero. Mis padres están bien, la abuela también, Milena ha decidido dejar su vida por ayudarnos y tú… Ikú le miró. Puso su frente sobre la de Nailo y rompió su silencio. ―Yo te seguiría hasta el fin del mundo, si fuera necesario ―se quedaron unidos por sus rostros y la mirada cautivadora de ambos los arrastró hasta el pequeño paraíso en el que acostumbraban a reunirse cuando estaban separados. ― ¿De qué me sirve mirar hacia atrás? Para absolutamente nada. Como bien dice la abuela “Se vive de ilusiones y no de lamentaciones”. Vete tomando nota. ―Con toda seguridad, tendrás razón, pero en estos instantes, yo no lo veo a tu manera. Supongo que todos tenemos que asumir nuestros acontecimientos en función a como los aceptamos, y yo, de momento, no lo he aceptado. ―Tranquilo, sé que lo harás. No tengas prisa por ello ―la muchacha se levantó―, ¿vamos a dar un paseo, o prefieres estar solo? Ikú le retuvo la mirada. No hizo falta que hablara. Nailo comprendió lo que él necesitaba. ―Búscame cuando te apetezca charlar ―le ofreció. ―Gracias ―Ikú, la abrazó con cariño. Sabía que apenas estaban juntos, porque no disponían de muchos ratos libres. Por aquel motivo agradeció que fuera tan comprensiva con él en aquellos momentos tan difíciles. ―No hay porque darlas ―contestó Nailo, mientras sonreía. Entonces, antes de que se marchara, la agarró con sumo cuidado del rostro y después de darle un cariñoso beso, Nailo se marchó dejándole, allí, solo, sumido en sus pensamientos. No le apetecía separarse de él, dejándolo solo, pero tampoco deseaba presionarlo. El hecho de tener que asumir todo lo que le contaron, iba a llevar su tiempo, y para ello necesitaba tranquilidad. Además a Ikú, parecía haberle afectado todo lo que Mona y Marea le relataron. Deseaba estar solo para poder aclararse, y ella se lo concedió. Lo respetaba, porque sabía lo que suponía. Así que se dirigió en busca de Milena y así poder estar con ella para contarle lo acaecido aquel día. Comenzó caminando a paso ligero, no deseaba demorarse, ya que tenía muchas cosas pendientes por hacer, y entonces se topó nuevamente con Mona. Tenía el rostro surcado por las lágrimas y parecía que estuviera muy nerviosa. ― ¿Has conseguido que te escuche mi hijo? ―preguntó entre sollozos una vez se hubo acercado Nailo lo suficiente. ―Sí ―se limitó a contestar Nailo. En aquel instante se percató de que no deseaba hablar con ella. Algo en su interior le decía que no iba a terminar bien. ― ¿Y? ―quiso saber Mona―. Cuéntame que es lo que te ha dicho ―exigió―, necesito saberlo ―la agarró con fuerza por los brazos, al mismo tiempo que los nervios comenzaron a jugarle una mala pasada. Nailo la miró a los ojos, se zafó de su captora, y serena, comenzó a hablar. ―Debes respetar a tu hijo en estos momentos tan complicados para él, yo creo… ―pero no le fue posible acabar la frase. ― ¡¿Quién te crees que eres para juzgar nada?! ¡¿Cómo te atreves a decirme que debo, o no debo hacer con mi HIJO!? ―le gritó Mona dando rienda suelta a todos los sentimientos de rabia, confusión e impotencia que se agolpaban en su interior. Pero Nailo no estuvo dispuesta a escuchar más de lo que Mona le quiso decir, o mejor dicho; gritar. No soportaba que nadie le gritara, por aquel motivo, aunque fuera una falta de respeto, decidió darse media vuelta e ignorar el encuentro no sin disculparse antes por ello. ―Mira Mona. Consideraré esta conversación como un ataque de furia debido a tu estado de ánimo y por ello, te perdono. Ahora si me lo permites, me marcho. ― ¡¿Qué me perdonas?! ¡¿Pero qué te has creído?! ¿Solo porque seas la novia de mi hijo, no te da derecho a tratarme con desprecio? ―le espetó llena de ira. Nailo la observó mientras le gritaba con los ojos como platos. Jamás fue testigo de una salida de tono por parte de Mona como aquella, jamás la vio perder los papeles de aquel modo. Supuso que se debía a los sentimientos de culpa que arrastraba, pero lo cierto era, que ella, no era la culpable de sus decisiones y no deseaba que continuara gritando por más tiempo. ―Debo marcharme. Cuando estés más tranquila, si lo deseas, me buscas y hablamos ―no le dio derecho a replica. Se dio media vuelta y se marchó. El desencuentro con Mona le dejó una desagradable sensación por todo el cuerpo. Para calmar sus inquietudes, fue en busca de Milena, necesitaba hablar de todo con ella cuanto antes, para que le pudiera dar su particular opinión al respecto. Sabía donde podía encontrar a su amiga. Antes de irse en busca de Ikú la dejó colaborando con Tevar y Mortina ayudando a los Argenianos, y con toda probabilidad allí la encontraría. Se dirigió directamente hacia la improvisada sala de curas y recuperación. Se acercó con sigilo, y una vez estuvo a su lado la saludó con cautela, para que no se sobresaltara. ―Hola Milena. La chica se giró hacia Nailo y poniendo los brazos en jarras la abroncó. ― ¿Se puede saber, donde te habías metido? ―preguntó―, te he estado esperando, pero no venías. Nailo se sonrió, supo que solo lo estaba diciendo de bromas, que no le estaba regañando ya que una enorme sonrisa surcaba su rostro. Nunca se habían enfadado, y sabía que en aquella ocasión, no iba a ser diferente. Aun así, le siguió la corriente. ―Es que…. Bueno Milena, lo cierto es que no puedo seguir con el juego…. He estado hablando con Ikú ―explicó―. Necesito consejo, te tengo que contar una serie de cosas ―Milena miró en su dirección con atención para que su amiga continuara hablando―. Ikú ha hablado con Mona y Marea, y en estos momentos se encuentra en una encrucijada que le está haciendo pasar un mal momento ―le hizo un breve resumen de todo lo que le ocurrió, de como se encontró con Mona y lo que le pasó. Pero se lo contó todo tan rápido que después de haberlo soltado todo, le preguntó ―. ¿Por qué no me acompañas y te lo cuento todo con más tranquilidad? Mortina se encontraba cerca de Milena, escuchó todo lo que Nailo le estaba diciendo a su amiga sobre su particular conversación con Ikú y de como, al parecer, Mona había tomado al fin la decisión de contarle la verdad a su hijo. Antes de que las dos amigas se marcharan, Mortina se dirigió a su nieta. ―Espera Nailo ―la joven se giró―. Le ha contado “todo” Mona a Ikú ¿verdad? ―preguntó, sabiendo cual era la respuesta. ― ¿Qué se supone qué es ese “todo”? ―quiso saber Milena, impaciente. Deseaba, fervientemente, enterarse de lo que estaban hablando. La curiosidad le corroía. ―Luego te lo cuento, no te apures ―dijo Nailo―, es precisamente de lo que necesito hablar contigo. Mortina estaba recelosa, detectaba que su nieta estaba inquieta y creía saber el porqué. ―Nailo ¿qué es lo qué te ocurre? ―su nieta se alzó de hombros, obviamente prefería no decirle nada a su abuela para no alterarla o preocuparla, quizás sin necesidad. ―No es nada, abuela. Simplemente estoy un poco preocupada ―admitió la muchacha, pero para Mortina aquello no fue suficiente. ―No es solo eso. Sabes que no me puedes engañar y menos esconderme nada que te preocupa ―contestó serena, pero con contundencia. Nailo suspiró. Supo que no valía la pena mantener el silencio frente a su abuela, debía contarle lo que había ocurrido. Tomó aire y comenzó a relatar paso a paso todo lo acontecido. Como Milena no estaba al tanto de muchos de los aspectos de la anterior vida de Mona y Eldar (por no decir todos), le puso en antecedentes, antes de que comenzara a realizar todo tipo de preguntas interrumpiendo su relato. Les explicó, como en un primer momento Mona fue la que le pidió que intentara hablar con Ikú para calmarle. También les contó, como se encontraba el chico y por último hizo un resumen de como fue su desencuentro con Mona. Su reacción (en su opinión exagerada), así como, lo que ella misma le contestó. Una vez finalizó su narración, Milena fue la primera en hablar. ―No te apures, se le pasará. Estará disgustada por la reacción de Ikú y lo ha descargado sobre ti, pero verás como cuando se dé cuenta de lo que te ha dicho te pide disculpas ―pero Mortina no parecía tan optimista como Milena. ―No sé que decirte ―comenzó meditabunda―. La reacción que ha tenido Mona, no ha sido muy normal ―y así dejó la frase, inacabada. A Nailo le pilló por sorpresa. Raras eran las ocasiones en las que Mortina no explicaba sus inquietudes, máxime cuando era Nailo la que las sufría en sus propias carnes. ―Abuela ―la llamó Nailo, buscando consuelo―. ¿Crees que debo ir a hablar con ella? ―No ―le contestó―. Déjalo estar ―zanjó. Se dio media vuelta y se dedicó a atender lo que había dejado a medias. Evidentemente, a Nailo, aquella reacción la dejó más preocupada de lo que, obviamente, ya estaba. Su abuela fue contundente, no le dio ánimos, como tampoco restó importancia a lo sucedido. ―Venga Nailo, vamos a dar una vuelta y me cuentas todo lo de Ikú. ―Sí, vamos, me vendrá bien, así me despejo un poco. Me hace falta ―afirmó. Juntas fueron caminando por entre los jardines de Milch para dirigirse, después de disfrutar del placentero paseo, hacia el arroyo que discurría no muy lejos del jardín preferido de Nailo. En el lugar al que habitualmente se dirigían, Tevar, ordenó que colocaran un cómodo asiento, después de ser testigo de las muchas visitas que recibía el arroyo por parte de las inseparables amigas. Una vez se hubieron acomodado en sus respectivos lugares, Nailo, comenzó a relatar con mucha más calma, todo lo sucedido. La puso al corriente de las historia de los padres de Ikú, le contó como, al quedar locamente enamorado de Mona, Eldar tuvo que tomar una de las decisiones más dolorosas; abandonar Oscuridad dejando tras ellos, familia y amigos. Le explicó que ella era conocedora de esa historia, pero que no le contó nada porque prometió no desvelar la historia, a nadie, hasta que Mona decidiera contárselo a Ikú. Por supuesto a Nailo, lo que más le inquietaba era él, Ikú. Recordó para Milena, como lo había encontrado. Sumido en su amargura y cargado de desconsuelo, un desconsuelo que se le extendió a ella atrapándola en su pena. Milena, escuchó paciente, hasta que Nailo finalizó su historia. No quiso interrumpirla aunque ardía en deseos de poder calmar su desasosiego. ―No sé, Nailo. Todo lo que me cuentas es….normal. Al menos en nuestro mundo. Supongo que la reacción de ambos también lo será. Aunque por otra parte, no entiendo demasiado bien el porqué. Es comprensible que Ikú se sienta traicionado, ya que le han mantenido engañado durante toda su vida. Cada persona somos diferentes y ello hace que nuestras reacciones también lo sean ―dijo Milena intentando que Nailo recordara el día en el que ella también se enteró de que no pertenecía a Rangún―. ¡Que pasada! Ikú tiene a Marea como abuelo. ¡Es increíble! Nailo, se mantuvo escéptica. Algo en su interior luchaba por salir. Presentía que era crucial la reacción de la abuela a fin de entender lo que ocurría con Mona. Se quedaron calladas, en el más absoluto silencio, disfrutando de la tranquilidad de la que gozaban, allí, en su particular paraíso. ― ¿Sabes Milena? ―dijo de pronto Nailo rompiendo el silencio. ―Humm ―contestó la joven mientras que con los ojos cerrados, y el rostro ligeramente elevado hacia el sol, disfrutaba de la vitamina D que poco a poco se filtraba a través de sus poros. ―Todo este asunto de Mona me da muy mala espina. Como si estuviera escondiendo algo con respecto a Oscuridad. Como si el tiempo pasado no hubiera curado sus heridas. Milena se olvidó del sol y de la vitamina, y miró a su amiga. La cabeza de Nailo comenzó a dar vueltas y vueltas con el mismo asunto. Eso solo podía significar que se había empezado a obsesionar con el enfrentamiento con Mona. ―Tal vez estés en los cierto, pero no debes seguir pensando en lo mismo ―asintió Milena pensativa. Pero Nailo no quería dejar de pensar en ello, necesitaba desahogarse con su amiga y Milena lo sabía. La conocía demasiado bien, como para no saber que una vez entraba una preocupación en su cabeza, la única forma de que le abandonara, era hablar de ello hasta que ya no quedara nada más por comentar. ― ¿Has visto la reacción de la abuela? ―preguntó Nailo pensativa. ―Sí ―afirmó Milena―. Ha sido un poco extraño, pero tampoco creo que sea para tanto ―no entendía a donde deseaba llegar su amiga. ―Yo diría que algo ronda por su cabeza ―insistió Nailo―, se ha quedado callada enseguida. Y ya sabes que siempre le ha gustado aconsejarnos, sobre cualquier cosa que nos preocupa. Milena se quedó pensativa. Pensándolo mejor y escuchando a su amiga… quizás tuviera algo de razón, aunque… por otra parte…no estaba convencida del todo. Tenía la extraña sensación de que Nailo deseaba ver fantasmas donde no existían. ― ¿Estás segura? Yo creo que solo estaba atareada ―contestó intentando restar importancia a las palabras de su amiga. ―Tal vez me equivoque, pero me ha dado la sensación… no sé… como si estuviera preocupada por lo que le he contado. ―Vayamos a preguntar entonces ―ofreció Milena. Nailo dudo unos instantes. ―No. De momento creo que no. Aunque… ¿Qué te parece si nosotras, por nuestra cuenta, intentamos hacer alguna averiguación? ―miró a Milena, mientras una gran sonrisa se le dibujaba en su rostro al mismo tiempo que subía y bajaba las cejas. ― ¡Me gusta como suena eso! ―coincidió Milena. Ambas rieron al unísono. Fue un gran momento en el que juntas revivieron grandes momentos de cuando vivían en Rangún, cuando pasaban horas y horas tramando e imaginando. ― ¡Hola! ―les saludó una juguetona voz a sus espaldas. ― ¡Hola Rufus! ―lo saludaron al unísono. ― Ven, siéntate aquí, junto a nosotras ―le ofreció Nailo. ―Oh. Muchas gracias. El viejo Rufus está cansado. ― ¿Qué tal va todo? ―le preguntó Nailo. ― ¡Muy bien! Ahora Rufus tiene amigos. Rufus es muy feliz. ―Cuanto me alegro peque ―le felicitó Nailo mientras revolvía su pelo―, aunque ello signifique que no pueda estar contigo todo lo que me gustaría, me alegro muchísimo por ti. ―A mí también me da rabia que no podamos estar juntos Nailo ―e inmediatamente cambió su semblante de tristeza para poder lucir una agradable sonrisa―. Pero no te preocupes, ya tendremos tiempo. Prometo que algún día dispondremos de tiempo. ―Algún día ―susurró Nailo tras lo que se hizo un incómodo silencio, tanto Milena como Rufus fueron arrastrado por la tristeza de Nailo. ― ¿Qué es lo que hacíais cuando he llegado? ―preguntó intrigado―. Me ha dado la sensación de que estabais tramando algo. Las dos amigas se miraron sonrientes. Tuvieron la sensación de que Rufus las conociera de toda la vida, a pesar del poco tiempo que llevaban juntos. ―Lo cierto es, Rufus ―comenzó Nailo―, que estábamos hablando de Mona. Se nos ha ocurrido que quizás podíamos realizar ciertas investigaciones. ― ¿Por qué? ―quiso saber Rufus―. Sospecháis de la madre de Ikú ¿verdad? ―el Trasgo se puso el dedo índice sobre los labios mientras daba suaves golpecitos sobre los mismos. ―Podríamos decir algo así ―aclaró Nailo mirándole fijamente a los ojos, advirtiendo de que Rufus se reservaba algo para más adelante―. El caso es que, hoy, me ha pasado algo con ella. Milena y yo hablábamos sobre ello cuando has llegado y tenemos la intuición de que algo no va bien. ― ¿Te gustaría colaborar con nosotras? ―preguntó Milena emocionada. ― ¡Por supuesto, señorita! ―dijo Rufus mientras se incorporaba de un salto y comenzaba a realizar su particular danza, sintiéndose muy agradecido de poder colaborar con sus amigas. ―Llámame Milena, por favor ―le solicitó la muchacha. ―De acuerdo seño… Milena. En un momento le pusieron al corriente de todo lo ocurrido con Mona. De como se exaltó con Nailo al hablar con ella después de haber permanecido acompañada de Ikú. Mientras, Rufus, escuchaba con atención sin perder ni un solo detalle. No las interrumpió. Únicamente, de vez en cuando, asentía o disentía con la cabeza. Cuando finalmente, Nailo, terminó de contar todo lo sucedido, Rufus se quedó pensativo durante unos instantes. Después, sereno, tomó la palabra para poder explicarles ciertos aspectos que debían entender sobre la particular historia de Oscuridad. Eran aspectos esenciales y les iba a ayudar a comprender, con absoluta precisión, lo que le ocurría a Mona y porque reaccionó de la manera que lo hizo. Ellas atentas, permanecieron en silencio, respetuosas, para no perder un solo detalle. ―Debo admitir que todo lo que me relatáis es bastante raro. Tanto la reacción que ha tenido Mona, como la reacción de Mortina ―hizo una pequeña pausa―. Yo te recomiendo que no le comentes nada a Ikú, déjalo pasar, pero tampoco hables más con Mona sobre lo que os ha ocurrido. Debes dejar el asunto de lado y veremos en lo que deriva todo ―le aconsejó Rufus con paciencia. ― ¿Por qué es bastante extraño el comportamiento de Mona? ―preguntó Milena intrigada. ―Veréis, como ya os habréis dado cuenta, es raro que en Oscuridad, alguien se enfade o entre en cólera. Normalmente, cuando ocurre, suele ser motivado por actos graves ―miró a Nailo―. Si bien, no estoy hablando del episodio con tu madre en la Asamblea cuando te ha tenido que llamar la atención. Pero quiero que comprendáis que no es habitual que nadie se enfurezca y perdure en el tiempo dicha reacción. ― ¿Cómo sabes tú que he tenido que aguantar la regañina de mi madre? ―preguntó Nailo incrédula al mismo tiempo que sorprendida. ―Porque Rufus, lo sabe todo ―sonrió el Trasgo con picardía. ― ¡Estás hecho un tunante! ―dijo Milena al mismo tiempo que le invitaba a que continuara hablando, disculpándose así por su interrupción. ―Gracias. Bueno, el caso es que el perder los nervios es un claro síntoma del mal, y ese es el principal motivo por el que están tan preocupados por ti y tus reacciones. Habitualmente, que haya ira en los humanos no mágicos, puede llegar a ser normal siempre que esos humanos no sean residentes en nuestro mundo; Oscuridad. Por supuesto, para los seres mágicos es algo impensable. En casos excepcionales, suele ocurrir que, los humanos no mágicos, de la otra esfera (también llamado mundo) debido a la convivencia con seres mágicos, el sentido del bien y el mal comienzan a luchar en el interior de su cuerpo por ganar la batalla. Ellos, simplemente, lo llaman carácter. Desconocen su significado real, algunos humanos no mágicos, poseen en el interior el don del mal que ha ganado su batalla y no es simple casualidad o carácter. ― La verdad Rufus, no entiendo demasiado bien lo que nos quieres explicar ―dijo Nailo impaciente. ―Tranquila, el viejo Rufus os lo explica todo. Muchos pueden ser los motivos que lleven a esa situación. Que la magia haya existido entre sus ancestros y haya saltado una generación o varias evitando brujas o magos en una misma familia, haciendo perder así la magia para siempre. Que tengan un contacto directo con ella, como por ejemplo Milena que es humana de la otra esfera, pero ha permanecido mucho tiempo junto a vosotros y eso hace que su cuerpo albergue magia, aunque no la pueda utilizar como un ser mágico. O por último, que estés en contacto directo con la traición, la trampa, el mal, el rencor, el odio…. ―Esto se complica ―murmuró Nailo. ―Veo que lo vais entendiendo ―hizo una pequeña pausa para aprovechar y tomar aire―. Mona ha estado en contacto directo con la magia en la época en la que vivió aquí en Oscuridad, posteriormente, a través de Eldar, y ahora con Ikú. Evidentemente, tras su regreso de nuevo a Oscuridad la magia la ha vuelto a rodear, aunque, dado que hay sospechas de la existencia de un traidor en nuestras filas, también podría ser que ella sea la traidora que todos estamos buscando ―finalizó el Trasgo pagado de si mismo. ― ¡Jo Rufus! ¡Cuánto sabes! Si me lo permitís, he de decir que esto se pone interesante por momentos ―dijo Milena. Pero Nailo, permaneció en silencio meditando sobre todo lo que Rufus les acababa de contar. Tenía muchas dudas, y otras muchas cuestiones parecían que al fin se podían aclarar. ―Solo veo un problema ―susurró Nailo. ― ¿Uno? ―repitió Rufus incrédulo. No concebía como Nailo solo encontraba un único problema en todo lo que le acababa de contar. ―Bueno, hay más de uno, por supuesto ―afirmó con desesperación al observar el rostro de Rufus―. Pero el motivo que más me preocupa es, si Mona nos estará traicionando. Mirad como se ha tomado Ikú el secreto de sus padres. No quiero ni pensar como le puede sentar todo esto, en el caso de que Mona fuera la traidora ―hizo una pausa―. Creo que lo mejor es que Ikú no se entere, de momento, de nada de lo que nos acabas de contar. ―Coincido contigo en las dos cuestiones. Obviamente la traición de Mona sería un jarro de agua fría, y que Ikú se entere de nuestras conjeturas, también ya que de momento son solo eso, conjeturas ―sentenció Rufus. ―Ahora entiendo por qué la abuela ha reaccionado de la manera que lo ha hecho ―afirmó Nailo. ―Claro. Ella también piensa que Mona puede estar traicionando a la Alianza ―coincidió Milena. Los tres se quedaron pensativos, estudiando toda la información de la que disponían. Aunque Nailo tenía otra consulta más para Rufus, que nada tenía que ver con lo que les estaba preocupando. ―A propósito Rufus… ¿tú por qué sabes tanto de todo esto? ―preguntó risueña, mientras colocaba los brazos en jarras. Rufus se mostró un tanto intimidado, al mismo tiempo que risueño, y ofreciéndoles una de sus mejores sonrisas les explicó. ―Rufus siempre se preocupa de todo lo que acontece en Oscuridad. Al viejo Rufus le gusta estudiar. Lo que ocurre es que nunca antes he podido compartir lo que sabía con nadie, ya que nadie me valoraba lo suficiente como para escucharme ―una vez hubo terminado de hablar, se puso muy triste. Las dos muchachas comenzaron a hacerle carantoñas en un intento de levantar su ánimo. ― ¡Oh, venga! No te pongas triste ―le dijo Milena―. Ahora estás con nosotras y nos puedes contar todo lo que sepas. Nosotras siempre te vamos a escuchar. Además, desde que hemos llegado a Oscuridad nos han contado un montón de historias. Unas nos han gustado más que otras, pero hemos disfrutado escuchándolas. Contigo no va a ser diferente. Nos puedes contar todo lo que sepas. A Rufus aquellas palabras le emocionaron mucho más y se le pusieron los ojos vidriosos. Siempre deseó, con todas sus fuerzas, tener amigos, y en aquellos instantes se percató de que la espera mereció la pena. ―Otra cosa, Rufus ―lo interrumpió Nailo sus pensamientos. ―Dime ―la animó el Trasgo, al mismo tiempo que lanzó una piedra hacia el agua haciéndola revotar varias veces sobre la superficie provocando diferentes ondas de todos los tamaños posibles. ― ¿Por qué siempre dices “al viejo Rufus, le gusta, el viejo Rufus le ayuda”? ―preguntó Nailo. Él no esperaba semejante pregunta y le pilló totalmente desprevenido. ―Oh. Ya ―afirmó―, una fea costumbre que siempre he creído que hacía gracia ―contestó mientras alzaba ligeramente los hombros. ―Pues a mí me gusta cuando no lo dices ―dijo Nailo con seriedad―. Resulta mucho más satisfactorio escucharte hablar sin que lo hagas constantemente como si hablaras de otra persona. ―Coincido con Nailo ―dijo Milena, mientras afirmaba con la cabeza. ―Pues entonces, ya está todo dicho. Jamás hablaré de ese modo ―zanjó Rufus sonriente―. Si a mis amigos, no les gusta que lo diga, no lo diré. ―Eres auténtico ―dijeron las dos muchachas al mismo tiempo mientras se reían por la actitud adoptada por el Trasgo. Rufus las acompañó y los tres rieron mientras continuaba lanzando piedras al agua. Al rato se levantaron de donde estaban y se dirigieron hacia donde se encontraba el resto de los miembros de la Alianza. Por el camino de regreso, Nailo, pudo observar que Mona estaba en la orilla del rio llorando con desconsuelo. Se fijó en ella y por unos momentos tuvo el convencimiento de que estuviera hablando con alguien. Sintió lástima por ella. Estuvo tentada de dar un paso en su dirección, pero cuando Rufus se percató de sus intenciones, la agarró rápidamente de la falda para impedírselo. No podía consentir que fuera al lado de Mona. Si las sospechas eran ciertas, debían dejar pasar el tema. No debía tentar a la suerte y con ello conseguir que Mona se volviera nuevamente en su contra. Dirigirse hacia Mona solo hubiese complicado más la situación, que de por sí, ya lo estaba bastante. ―Quieta aquí ―le aconsejó Rufus―. Hemos dicho que vas a dejar pasar el asunto. ―Sé que tienes razón, pero es que me da mucha pena ―admitió Nailo. No se movió y así permaneció largo rato, mirando hacia el lugar en el que se encontraba Mona debatiéndose entre si ir o no. ―Nailo, debes hacer caso a Rufus ―insistió Milena. La muchacha se giró hacia ellos, y se enfrentó a unos rostros llenos de incertidumbre. Levantó ambas manos hacia el cielo…. ― ¡De acuerdo! ―les dijo irritada. Y así continuaron por el camino hasta que llegaron a su destino. Cuando se reencontraron, sintieron como si les hubiesen estado esperando. Nada más verlos, Tevar se dirigió a Nailo. ―Tenía intención de enviar a Aga en vuestra busca. No deseo que te retires. Me gustaría poder hablar contigo un momento. ¿Si te viene bien? ―Dime ¿Qué es lo que necesitas? ―preguntó intrigada, pero Tevar no contestó inmediatamente, se limitó a dirigirse con paso lento al interior de su vivienda. Nailo la siguió de cerca. ―Perdona que te reclame de este modo, pero debo insistir sobre un asunto que me tiene intranquila ―comenzó―. Antes, has comentado, que no has visto nada en el interior del túnel, salvo que estaba sellado ―Nailo se encogió de hombros. No sabía que había de extraño en aquello como para que insistieran tanto con el asunto. ―Así es. Nada más ―afirmó una vez más. Tevar se paró frente a la joven sin terminar de entrar al interior de su despacho, Nailo la imitó y por un momento sintió como si le estuviera leyendo la mente. ― Gracias ―se limitó a agradecer. Se dio media vuelta para continuar andando hacia su despacho, pero Nailo se lo impidió. ― ¿Ocurre algo? ―preguntó intrigada. ―Me temo que ha ocurrido algo en Argen, estoy intranquila. Pensé que tal vez hubieras visto algo que hubieras pasado por alto y que nos pudiera ser de utilidad ―se lamentó. ―Pues no. Lo siento ―se disculpó Nailo. ―Tranquila no es culpa tuya. Lo estás haciendo fenomenal. Gracias nuevamente. Tevar inclinó ligeramente la cabeza en señal de despedida y se marchó dejándola allí, sola. No supo que hacer o decir, se sentía impotente por no haber podido aliviar la inquietud de Tevar. Se mantuvo quieta en el pasillo durante un rato. No supo exactamente cuánto, hasta que se dio la vuelta y salió al exterior con el resto. Fuera, le esperaban Milena y Rufus, que mantenían una distendida conversación con Mortina. Se acercó a ellos, y tras disfrutar de la compañía de su abuela mientras hablaban sobre banalidades, ésta se marchó dejando a los tres amigos solos. Nailo aprovechó para ponerlos al corriente sobre lo que Tevar quería de ella. Les explicó la visión que tuvo en el subterráneo y el revuelo que, al parecer, estaba causando. Ninguno entendió lo que preocupaba a Tevar y que era lo que motivaba tal preocupación, pensaron que la mejor manera de saber algo al respecto era hacer sus propias investigaciones. ― ¿Qué os parece sí vamos a ver si nos enteramos de algo más? ―preguntó Nailo. ―Me has leído el pensamiento ―contestó Milena. ―Yo también os acompaño ―dijo Rufus. Pronto descubrieron el significado de la preocupación de Nailo. Antes de que pudieran comenzar con ningún tipo de investigación, apareció Ató, el Elfo, perteneciente al clan de Marea y no lo hizo solo. Lo acompañaba un joven de la aldea, no era mucho mayor que ellas, y al parecer se encontraba gravemente herido. Con rapidez y mucha cautela, lo llevaron al interior de la casa de Tevar, donde improvisaron, en uno de los habitáculos, una especie de enfermería. Comenzaron a realizar conjuros y pociones en un rápido intento de salvar al muchacho, pero lo cierto era que las esperanzas eran escasas. Milena se acercó a colaborar, era como si algo la arrastrara hasta el joven, y una vez se hubo acercado a él, algo mucho más fuerte que el simple deseo de ayudar, la retuvo. Nailo fue testigo de aquel instante tan íntimo y no quiso permanecer allí por más tiempo por lo que salió al exterior. Sentía que su amiga necesitaba acompañar, a solas, al chico. ― ¿Dónde están el resto de los Argenianos que faltan?― le preguntó Tiana al Elfo con preocupación. ―Les hemos tenido que dejar que continuaran el resto del trayecto a solas. Si todo sigue su proceso llegarán cuando la noche se encuentre sobre nosotros ―contestó. ― ¿Les has explicado cómo encontrar la puerta? ―intervino Mortina. ―Sí, tranquila. No hay nada que temer. Tienen al mando a dos grandes hombres. Llegaran sanos y salvos, con seguridad. Continuaron con la sanación del joven Argeniano. Hicieron grandes esfuerzos para que se estabilizara cuanto antes, y para cuando quisieron darse cuenta, la noche se presentó con su negro manto cubriendo toda la extensión del cielo. Del exterior de la protección de los Acantilados un fuerte rugido de un Dragón enfurecido les paralizó los sentidos, haciéndoles temer lo peor. Todos los que se encontraban en la enfermería se miraron con preocupación. ―Tenemos problemas ―murmuró Mortina―, y presiento que son bastante graves.
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 21:36:05 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015