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Inicio > Historias > Historias de la puta mili > Historias de la puta mili < No hace mucho os contaba una anécdota de mis años de instituto y hoy, aún a riesgo de parecer el abuelo Cebolleta, os voy a contar otra historia, también relacionada con la Astronomía, de la época en la que sufrí el servicio militar. Entrada al CIR Centro en Cáceres. Quizás lo que más me llamó la atención fue comprobar la cantidad de jóvenes de mi edad que no tenían, ni siquiera, el Graduado Escolar. La mayoría de mis amigos eran compañeros de Instituto o de la Universidad, así que yo pensaba, ingenuamente, que cualquier persona de mi edad sabía leer y escribir. Al llegar al CIR Centro en Cáceres descubrí, no sin asombro, que los analfabetos eran mayoría. Siendo universitario no podías pasar desapercibido, o bien se mofaban de ti, o bien te convertían en un héroe. A mi me ocurrió lo segundo, y así es como se gestó la leyenda del soldado Bellido. Después del campamento estuve destinado en un cuerpo de élite, como orgullosamente se denominaban. Antes de entregarnos la gloriosa boina verde había que superar una iniciación muy dura. La pista americana, un recorrido con obstáculos, era igual que la de La Chaqueta Metálica de Stanley Kubrick y de 27 aspirantes sólo 9 resultamos ilesos, el resto pasó por el Hospital Gómez Ulla con diversos pronósticos, esguinces, torceduras, roturas...incluso uno dado de baja por stress psicológico. Quizás superé todo aquello porque no me lo tomé demasiado en serio, lo tomé como un juego. Sí, era duro, nos desayunábamos con 15 km de carrera cada día, pero eso me sirvió para adquirir una forma física que nunca más he tenido. Tras cinco semanas de duros entrenamientos, y después de perder 10 kilos de peso, nos fuimos de maniobras a la Sierra de Madrid. Guadarrama estaba cubierta de nieve y nosotros pasábamos las noches metidos en pequeñas tiendas de campaña, mojados y en estado de alerta, cada dos horas o así, hacían una alarma aérea, se suponía que nos atacaban desde el aire y había que salir de la tienda con el fusil y con la mochila de combate. Tengo que contar en qué consistía la mochila de combate, porque tendrá importancia más adelante. Sierra de Guadarrama Era una bolsa de reducidas dimensiones en la que llevábamos lo imprescindible para el combate: cuerdas, alambre, cantimplora, vaso, navaja, cubiertos, una linterna, aguja e hilo (importantísimo por si se soltaba un botón, no llevarlo constituiría motivo de arresto inmediato), útiles de limpieza del fusil, betún para abrillantar las botas, algo de abrigo y pinturas de camuflaje, aunque la mayoría llevábamos un tapón de corcho y un mechero, quemando el corcho se conseguía un polvo negruzco que cumplía perfectamente la misma misión. Las noches de maniobras las pasábamos prácticamente en vela, entre las alarmas y las guardias. Después del almuerzo venía uno de los momentos más duros del día: soportar la charla teórica sin dormirse. El tercer día le tocó el turno a la orientación. Yo no conseguía mantener los párpados despegados, el sargento se dio cuenta de ello y con toda la mala idea dijo: -A ver, Bellido, parece que se lo sabe muy bien, así que él nos explicará cómo orientarnos por la noche. Lógicamente el sargento no sabía que estaba hablando con un astrónomo aficionado, cuando empecé con la explicación se quedó con la boca abierta y retándome dijo...bueno y cómo te orientarías si estuviese nublado, así que le expliqué la orientación del musgo en los árboles, de los hormigueros, etc...y claro, como él tenía que quedar por encima me dijo De acuerdo, ya veo que te lo sabes....pero y si estuvieras en el desierto y estuviese nublado. Casi sin pensarlo respondí: ¡Pues me fabricaría una brújula!. En la cara del sargento se dibujó una sonrisa de oreja a oreja, seguro que pensó "ya he cazado a este listillo", y dijo en voz alta Estupendo, el soldado Bellido nos va a enseñar a construir una brújula con el material de la mochila de campaña. Maniobras militares. Cuando yo dije que fabricaría una brújula, no tenía mucha idea de cómo hacerlo, pero la idea surgió sobre la marcha y funcionó, ya lo creo que funcionó. Con el corcho y la aguja ya tenía los elementos principales. Metía la aguja en el corcho y lo dejaba flotando sobre un vaso con agua. El problema consistía en imantar la aguja e ideé la forma de hacer un rudimentario electroimán mediante una cuchara (como núcleo) en la que enrollé el alambre (poniendo como aislante un pañuelo de papel en medio) y con la pila de la linterna alimenté los extremos del alambre. No sé si el invento cumplió su función realmente o si la aguja ya tenía cierto magnetismo, el caso es que aquello funcionó y yo dije triunfalmente Mi sargento, allí tiene usted el norte. Esto supuso una pequeña victoria de los soldados ante el sargento y a partir de aquel día más que con respeto, mis compañeros me trataron con veneración. Lo cierto es que yo sabía por dónde quedaba el norte, la brújula indicaba la dirección Norte-Sur pero no indicaba qué punto cardinal correspondía a cada extremo, de todas formas el sargento quedó tan impresionado que no se le ocurrió pensar en ese detalle. Esa noche vino la puesta en práctica de lo aprendido. Nos montaron en un camión y nos abandonaron a cinco kilómetros del campamento con la orden de asaltarlo. Yo iba con un compañero y a la hora y media de la partida ya estábamos en el lugar acordado. Aquello también tuvo su gracia, el sargento estaba fumando un cigarro sobre una roca calculando que aún faltaban un par de horas para que empezáramos a llegar. Yo, con toda la mala idea, le puse la boca del fusil sobre el cuello y le dije Mi sargento, está usted muerto. No os hacéis una idea del salto que dio el pobre hombre y la cara con la que me miró. Hora y media después vino el segundo grupo y a las siete de la mañana salió un helicóptero de reconocimiento para recoger a dos grupos que se habían perdido y habían acabado en la provincia de Segovia. Ser los primeros en llegar no tuvo ningún secreto, en el camión me había fijado que la Luna quedaba siempre a nuestra espalda, de modo que al llegar, a pesar de que habíamos tomado varias curvas y la Luna quedaba ahora delante de nuestra posición, yo sabía que ése era el rumbo a tomar. El resto quizás fue suerte, sólo tuvimos que atravesar un riachuelo y escalar una pared, pero ese fue el único momento de dificultad. Para que os hagáis una idea del nivel del sargento termino con otra anécdota. Al día siguiente explicaron el código internacional de radio, sí, ese de alfa, bravo, charlie...a cada letra le corresponde una palabra fácilmente entendible en todos los idiomas. A=Alfa, B=Bravo, C=Charlie, D=Delta...en fin, yo tenía amigos radioaficionados así que el código me resultaba familiar. Nuevamente el sargento vino y me dijo...Vaya, vaya, parece que el soldado Bellido se lo sabe y por eso no lo apunta...A ver, Bellido, sigue tú. De modo que me tocó recitar el código y al llegar a la Q=Quebec un compañero preguntó ¿Quebec? ¿Eso que es? ¿Eso cómo se escribe?. Nunca olvidaré la respuesta del sargento. ¡Qué brutos y qué incultos sois! ¿Nunca habéis oído hablar de Gustavo Adolfo Quebec?. Enlace 2005-11-23, 12:19 | 56 comentarios
Posted on: Wed, 28 Aug 2013 20:58:16 +0000

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Bueno, Finalizó otra batalla, Semifinales de 1500 mts.

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