JESUS CONFIÓ EN SU PADRE EN LA HORA DE SU MUERTE (Lucas - TopicsExpress



          

JESUS CONFIÓ EN SU PADRE EN LA HORA DE SU MUERTE (Lucas 23:46). HAY ALGUIEN ¿a quien le podamos confiar todo lo que poseemos y amamos? Es difícil imaginar que haya alguna persona en la cual pudiéramos confiar tanto. Y lo que es más crucial todavía, ¿hay alguien a quien le podamos confiar nuestra salvación eterna? Muchos confían en su salvación eterna exclusivamente en manos de una iglesia, de un pastor o de un sacerdote. Pero no es prudente hacerlo. En este capítulo veremos cómo Jesús confió todo lo suyo en manos del mismo Padre celestial que nosotros tenemos. ¡Pero también descubrimos que Jesús tuvo que aprender a confiar en Dios de ese modo! Y si Jesús aprendió, también podemos hacerlo nosotros. Durante las últimas horas de su vida, mientras colgaba de la cruz, nuestro Señor Jesucristo predicó siete “mini sermones”, breves mensajes de una frase, que a pesar de su condición contienen una provisión inagotable de poder y sabiduría. En la séptima y última “palabra” que Jesús pronunciara desde la cruz podemos ver el progreso asombroso que realizó el Salvador durante las horas que pasó clavado allí, en sufrimiento y agonía indescriptibles. En su “palabra” Jesús articuló un clamor de abandono y desesperación: “¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” En ese momento especial de sufrimiento, toda la luz y el gozo que había experimentado antes se apartaron de él y se sintió desesperadamente solo y rodeado de tinieblas Impenetrables. La razón es que había llegado por fin al punto difícil y doloroso de su vida, en que debía cargar con los pecados de todo el mundo. En esa hora sombría, “al que no tenía pecado. Dios lo hizo pecado por nosotros” (2 Corintios 5:21). Cristo no podía ver el rostro benigno de Dios; se sentía excluido del cielo, condenado a eterna soledad y abandono. Ningún pecador culpable se ha sentido nunca tan absolutamente inútil, condenado, “perdido” como Jesús se sintió al exhalar ese clamor de angustia. Sí, el Hijo de Dios nos conoce muy bien a los seres humanos, porque fue hecho como uno de nosotros, en todo sentido. Esta sensación de absoluta desesperación se prolongó durante cierto tiempo mientras colgaba de la cruz en tinieblas. Pero, si bien es cierto que su esperanza había desaparecido, y parecía que su fe le iba a faltar, su carácter de amor se mantuvo inalterable. Era como lo explica Pablo: Ahora permanecen estos tres dones: la fe, la esperanza y el amor. Pero el mayor es el amor (ágape)” (1 corintios 13:13). Para muchos puede ser sorprendente descubrir que el Espíritu Santo inspiró a David a escribir varios salmos que describen la batalla que Jesús tuvo que librar en su propio corazón en esos momentos. Cristo no quiso hacer lo que la esposa de Job, le instó a éste que hiciera mientras se hallaba en medio de sus misteriosos sufrimientos: “Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). Jesús recordó cómo su familia terrenal no lo había comprendido y se había vuelto contra él (Salmo 69:7,8: Juan 7:5). Recordó cómo la gente pensaba que estaba loco (Salmo 69:9-12; Marcos 3:21). Recordó el gran amor de su Padre celestial (Salmo 6913). Pensó en el juicio venidero, y descansó en la confianza de que sería justo (vers.19-28). No oraba por salvación para sí mismo; no pensó en su resurrección inminente; su oración era que no fuera a fracasar en su misión de “salvar al mundo” (ver.16-20). Presenta Rev Lorenzo F. Corbo
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 18:56:58 +0000

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